Expresión de la belleza y el sentido en la poesía de Antonio Machado
Por Bruno Rosario Candelier
El aliento emocional del paisaje
Cuando Antonio Machado vino al mundo en Sevilla, España, en el año de 1875, el Simbolismo se estaba gestando en Francia cuya lengua y cultura estudió y enseñó el poeta español en varios institutos de su patria. El afamado autor de Soledades (1) murió en Collioure, Francia, en 1939, exiliado de su país al término de la Guerra Civil Española.
Antonio Machado amaba entrañablemente a su tierra, su paisaje, su gente, su historia. De ahí la presencia de la dimensión sensorial de los viviente. Su lírica es un canto al paisaje castellano, tema que concitó su sensibilidad estética en textos de inspiración y gracia. Además de lo que perciben sus sentidos, Machado describe lo que siente, al poetizar la realidad circundante. Paisaje, emoción y reflexión se funden en su expresión lírica con tal intensidad y dramatismo que la realidad geográfica se interioriza en su conciencia mediante el concurso de la imagen poética o, como dice Francisco Caudet, en Machado “la realidad real, a través de la mediación poética, se vuelve una realidad mitificada” (2).
La poetización del paisaje en Antonio Machado, como se aprecia en Campos de Castilla, constituye una recreación de sus vivencias en Soria, Baeza, Segovia y Madrid, poblaciones donde residió y ejerció la docencia literaria. Su poesía evidencia la actitud empática del poeta hacia la naturaleza en una identificación emocional con el entorno geográfico. Antonio Machado se había doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid y todo su saber filológico lo vertió en hermosas descripciones del paisaje castellano. En su identificación emocional con el paisaje, nuestro poeta siente que la realidad del mundo determina lo que acontece en el interior de la persona lírica. Según esta estimativa, el valor de las cosas lo establece el interior de la persona, al tiempo que la realidad se hace significativa y simbólica para el sujeto contemplador: “Y viendo cómo lucían / miles de blancas estrellas, / pensaba que todas ellas / en su corazón ardían” (“El poeta”).
El poeta sevillano formó parte de la Generación del 98 y escribió poesía, prosa y teatro, aunque su nombradía le llegó por la belleza de su poesía, dando a la literatura el perfil topográfico de España que su tierra le inspiraba con el acento emocional del paisaje. Los adjetivos que el poeta emplea en “Campos de Soria”, como “oscuros encinares”, “ariscos pedregales”, “llanos plomizos”, revelan el estado emocional que concita el paisaje para el fermento estimulante de la creación. La realidad que el poeta describe ya no es la realidad objetiva que aprecian sus sentidos, sino la realidad interiorizada que transmuta su sensibilidad al conjuro de sus vivencias entrañables. Escribe el poeta en “Campos de Soria”:
Es el campo ondulado, y los caminos
ya ocultan los viajeros que cabalgan
en pardos borriquillos,
ya al fondo de la tarde arrebolada
elevan las plebeyas figurillas,
que el lienzo de oro del ocaso manchan.
Mas si trepáis a un cerro y veis el campo
desde los picos donde habita el águila,
son tornasoles de carmín y acero,
llanos plomizos, lomas plateadas,
circuidos por montes de violeta,
con las cumbres de nieve sonrosada.
(…) y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.
(“Campos de Soria”)
Un sentimiento de ternura muy hondo, entrañable y rotundo, se anida en el alma del poeta que fija su mirada en la luna, los pájaros, el monte, los olivos… Con esa mirada dulce y tierna, se siente compenetrado sensorial, afectiva y espiritualmente con las cosas, como les acontece a las personas que tienen una empatía amorosa hacia lo viviente para asumir y expresar su encanto con su maravilla y esplendor. Cree Machado que la belleza del mundo no la valoramos bien ya que borramos con nuestra visión mezquina la realidad esplendorosa de las cosas: “Nosotros enturbiamos / la fuente de la vida, el sol primero, /con nuestros ojos tristes, con nuestro amargo rezo, / con nuestra mano ociosa, / con nuestro pensamiento /-se engendra en el pecado, / se vive en el dolor-. ¡Dios está lejos!” (“Los olivos”).
Entre Antonio Machado y el paisaje hay una transferencia afectiva mediante la cual el poeta confiere a la realidad sensorial su particular impronta emocional: “Conmigo vais, campos de Soria, / tardes tranquilas, montes de violeta,/ alamedas del río, verde sueño / del suelo gris y de la parda tierra,/ agria melancolía / de la ciudad decrépita,/ me habéis llegado al alma…”(“Campos de Soria”).
Antonio Machado estaba dotado del “dolorido sentir” de que hablaba Garcilaso con una honda empatía cósmica ya que la naturaleza le brindaba el aliento contra la desolación y el hastío. En poemas como “A un olmo seco” se advierte, tras la descripción sensorial, la revelación de su estado interior, que lucha contra la actitud triste y vacía, contrapuesta a la actitud depresiva de un Omar Khayyam, en procura de una disposición abierta y promisoria, con la savia de la esperanza, que es el aliento del optimismo para vivir la vida con sentido:
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador,
y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo, en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera también,
hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la esperanza.
Lenguaje, reflexión y creación poética
En Antonio Machado, amor y paisaje se fusionan en tan cordial simbiosis que la vivencia de la dolencia divina se consustancia con el crepúsculo, la encina, los olivos, la noria, el camino, el río, el mar…tan reiterados que esos vocablos se perciben como si fueran términos machadianos por el vínculo emocional de su lírica y el acento personal de su vinculación empática con el sentimiento que desmaya los sentidos. Paisaje, emoción y amor constituyen una realidad entrañable en nuestro poeta hasta volverse sustancia de la realidad estética, que es la realidad interior que recrea y embellece este sevillano universal:
Mi corazón está donde ha nacido,
no a la vida, al amor,
cerca del Duero…
(“Los sueños dialogados”)
En su diálogo con la naturaleza, Machado explora lo que subyace en fenómenos y elementos para enfatizar el sentido de la vida o la razón de la existencia, pues enlaza, a la belleza inspiradora, la intuición que nace de la experiencia existencial, dando un aliento profundo a la expresión poética para imprimirle belleza y sentido:
Apenas desamarrada
la pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se canta: no somos nada.
Donde acaba el pobre río la inmensa mar nos espera.
Bajo los ojos del puente pasaba el agua sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)
Y me detuve un momento,
en la tarde, a meditar…
¿Qué es esta gota en el viento
que grita al mar: soy el mar?
(“Orillas del Duero”).
La realidad de la vida, que a cada quien aguijonea según su talante y actitud, le sirve a Machado de inspiración, como hace de los lugares comunes, que dota de sentido simbólico, como hace con los caminos, las encinas, los álamos, el crepúsculo, los olivos, los ríos…:
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero,
a lo largo del sendero…
-La tarde cayendo está-.
“En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón”.
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
(“Orillas del Duero”)
Decía Antonio Machado que el poeta debe reflejar en su creación un pensamiento o una cosmovisión. Y esa disposición intelectual, que da trascendencia a la poesía, se manifiesta de la siguiente manera:
1) Su poesía se nutre de la realidad física del contorno, del mundo natural que sus ojos contemplan. Y en actitud comprehensiva y estética, interioriza el paisaje en la conciencia para fundir su aliento con las cosas.
2) Valora la dimensión sensorial y la dimensión interior de la realidad enfatizando su connotación metafísica.
3) Esa forma de asumir lo real, que enfatiza su dimensión interior y trascendente, es una manera de significar lo que debe ser el hombre para sus semejantes y las cosas: una presencia espiritual y luminosa.
Así lo entendió Antonio Machado y así vivió el sentido de la poesía. En el poema en honor a Francisco Giner de los Ríos, a través del cual expresa: “Sed lo que he sido/ entre vosotros: alma”, frase que le atribuye a su ilustre compatriota, con lo que condensa su visión poética de lo real, clave para entender la trascendencia machadiana:
Como se fue el maestro,
la luz de esta mañana me dijo: van tres días
que mi hermano Francisco no trabaja.
¿Murió?…Sólo sabemos
que se nos fue por una senda clara,
diciéndonos: hacedme
un duelo de labores y esperanzas.
Sed buenos y no más, sed lo que he sido
entre vosotros: alma.
Vivid, la vida sigue,
los muertos mueren y las sombras pasan;
lleva quien deja y vive el que ha vivido.
¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas
Y hacia otra luz más pura
partió el hermano de la luz del alba,
del sol de los talleres,
el viejo alegre de la vida santa.
…Oh, sí, llevad, amigos,
su cuerpo a la montaña,
a los azules montes
del ancho Guadarrama.
Allí hay barrancos hondos
de pinos verdes donde el viento canta.
Su corazón repose
bajo una encina casta,
en tierra de tomillos, donde juegan
mariposas doradas…
Allí el maestro un día
soñaba un nuevo florecer de España.
(“A don Francisco Giner de los Ríos”)
El sentimiento de angustia, que atormenta al hombre pensante, aparece en la poesía de Machado con el peso lacerante en la conciencia. El poeta que piensa, pone a reflexionar con su poesía. Pensar, como poetizar, es un fenómeno de conciencia. Y angustiarse también, actividad que aumenta cuando el hombre sopesa el sentido de la existencia, el vacío aniquilador, la sed que el agua no mitiga con la invisible gravitación de la fuerza sobrenatural y el contraste con la luz que contrapone la sombra anuladora: “Abel palpaba su cuerpo enflaquecido. / ¿El que todo lo ve no le miraba?/ ¡Y esta pereza, sangre del olvido!/ ¡Oh, sálvame, Señor!/ Su vida entera,/ su historia irremediable aparecía / escrita en blanda cera./ ¿Y ha de borrarte el sol del nuevo día?/ Abel tendió su mano / hacia la luz bermeja / de una caliente aurora de verano, / ya en el balcón de su morada vieja./ Ciego, pidió la luz que no veía. / Luego llevó, sereno,/ el limpio vaso, hasta su boca fría,/ de pura sombra -¡oh, pura sombra!- lleno”(“Muerte de Abel Martín”).
Por suerte, el poeta halla en la poesía un antídoto contra la angustia de la nada, el vacío y la muerte. A todos nos atormenta el dolor, el horror al vacío, la soledad y la nada. Pero afortunadamente contamos con mediaciones auxiliares que mitigan sus efectos anonadantes, como un ideal de vida, la fe en el más allá, el amor y la creación artística en virtud de una llama que afirma la existencia y le da sentido y sustancia a la vida. En esa onda de reflexión, apreciamos que los temas filosóficos de Machado -el ser, el tiempo y la nada- reflejan su reacción ante la realidad angustiante y asume la poesía como alternativa, es decir, como vía para afirmar la vida y el entusiasmo, como medio para fincar la fe en el propio destino, como faro para testimoniar lo que alienta y entusiasma. Por eso su convicción de que todo obedece a algo, justifica cuanto sucede en el mundo:
Todo cambia y todo queda,
piensa todo, y es a modo,
cuando corre, de moneda,
un sueño de mano en mano.
Tiene amor rosa y ortiga,
y la amapola y espiga
le brotan del mismo grano.
Armonía: todo canta en pleno día.
Borra las formas del cero,
torna a ver, brotando de su venero,
las vivas aguas del ser.
(“Al Gran Pleno o Conciencia Integral”)
A los poetas les atrae la belleza y el sentido porque anhelan sentir el encanto de las cosas y descorrer el velo que empaña la visión de lo real más allá de los datos sensoriales. Creía Machado que la poesía esclarece el misterio. Tuvo la intuición de que todo se devora a sí mismo, según la visión del tren en imagen apocalíptica con que explora el enigma del tiempo: “Entre montes de almagre y peñas grises, / el tren devora su raíl de acero” (“Galerías”).
La famosa espinela que popularizó Joan Manuel Serrat en la canción no solo proyecta algunos de los términos predilectos de Machado, sino que revela una verdad poética inspirada en la experiencia personal del creador que visualiza su concepción del mundo como un proceso en permanente realización, con la convicción de que nosotros hacemos que las cosas sean, siendo cada vivencia irrepetible y fugaz, como se aprecia en “Proverbios y cantares”:
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
Poesía, hondura y trascendencia
Entendía Antonio Machado que solo se canta lo que se pierde, es decir, lo que genera nostalgia en el corazón y añoranza en el alma. La poesía es una creación y los poetas crean para compensar nostalgias, frustraciones y añoranzas, pues según dijera Carl J. Jung, los deseos provienen de nuestras frustraciones, y el poeta, que suele soñar lo que no parece imposible, crea realidades poéticas que enriquecen la realidad. Por eso los poetas hacen de dolores y desdichas la sustancia de su obra y, con las penas y los sueños, la argamasa de su inspiración. De ahí la presencia del amor en la lírica, pues la experiencia enseña que el amor no solo teje los más hermosos sueños, sino las penas y los sufrimientos más intensos. La poesía de amor, la veta lírica más fecunda en las letras universales, combina las dos grandes apelaciones de la creación poética: las penas y los sueños. Escribió nuestro poeta en “Canciones a Guiomar”:
Uno: mujer y varón,
aunque gacela y león,
llegan juntos a beber.
El otro: no puede ser
amor de tanta fortuna:
dos soledades en una,
ni aun de varón y mujer.
Para consuelo del ser humano, los dolores suelen encontrar un desahogo, una forma de canalización que permite obviar las penas o mitigar sus efectos angustiantes y a veces tiene el hombre el poder para transmutarlos en expresiones creadoras, como lo han conseguido los poetas que en el mundo han sido. Desde luego, la miel del poeta, según Antonio Machado, se labra con la pasta de “los dolores viejos” y tiene como objetivo alumbrar “la honda cripta del alma”, o como escribe en “Anoche cuando dormía”: “Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!,/ que una colmena tenía/dentro de mi corazón;/y las doradas abejas/iban fabricando en él,/con las amarguras viejas/blanca cera y dulce miel”.
Y el dolor que atraviesa su corazón le hace pensar en Dios, precisamente cuando se siente afligido por la pena y la nostalgia. Justamente cuando sufrimos, sentimos la necesidad de comprensión, ternura y protección, y si no la encontramos en nuestros semejantes, acudimos a Dios o a una Fuerza Superior en busca de consuelo. En su dolor escribe Machado: “Anoche cuando dormía/soñé, ¡bendita ilusión!,/ que un ardiente sol lucía/dentro de mi corazón./Era ardiente porque daba/calores de rojo hogar,/y era sol porque alumbraba/y porque hacía llorar./Anoche cuando dormía/soñé, ¡bendita ilusión!,/que era Dios lo que tenía/dentro de mi corazón”. Con el sentimiento del dolor aflora en el poeta el sentimiento del carpem diem, que sabe traducir en expresiones antitéticas: “Pero una doble eternidad presiento,/ alegre salmo y lúgubre lamento / de una infinita y bárbara tortura…”, pues todo viviente aprende que la vida no es vida sin tormento. Pero a pesar de las adversidades e infortunio, Machado tenía un sentimiento vitalista y radiante, una actitud positiva y tenaz, partiendo de que la vida es bella y el mundo amable y, al sentir el aliento de la esperanza y la luz de la creación, asume cada experiencia con la disposición resuelta y optimista de hacer lo que hay que hacer porque hasta la nada lo es todo si ella funda la sustancia del poema:
Viví, dormí, soñé y hasta he creado
-pensó Martín, ya turbia la pupila-
un hombre que vigila
el sueño, algo mejor que lo soñado.
Mas si un igual destino
aguarda al soñador y al vigilante,
a quien trazó caminos,
y a quien siguió caminos, jadeante,
al fin, sólo es creación tu pura nada,
tu sombra de gigante,
el divino cegar de tu mirada.
(“Muerte de Abel Martín”)
Ese sentimiento vitalista en Machado, que suele anidarse en el alma de los contemplativos, desemboca en el destino último del hombre. En una clara evocación de fray Luis de León, nuestro poeta alude a la “música olvidada” que inspira en los hombres sabios, como dice Machado, “las pocas palabras verdaderas”: “Tal vez la mano, en sueños, / del sembrador de estrellas, / hizo sonar la música olvidada / como una nota de la lira inmensa,/ y la ola humilde a nuestros labios vino,/ de unas pocas palabras verdaderas” (“Renacimiento”). Toda la angustia de Machado, toda su búsqueda, todo su afán culmina en Dios, la más alta apelación de la conciencia humana. Nuestro poeta confiesa en el poema LXXVII, de “Galerías”, que se sentía deambular por el mundo como un lunático sin sentido, como un “pobre hombre en sueños, / siempre buscando a Dios entre la niebla”. Esa inquietud revela el mundo interior de Machado, su sensibilidad trascendente pareja a su sensibilidad estética. Su amorosa atención al mundo circundante, su descripción de lugares y momentos con su manera diáfana de describir paisaje y circunstancia para atrapar el sentido de las cosas le da al mismo tiempo un matiz clásico, romántico y simbolista a su expresión poética. Y, sobre todo, un sentido de belleza trascendente como pocos poetas lo proyectan.
Antonio Machado entendía que al poema hay que dotarlo de un pensamiento o una cosmovisión. Con ese fin observa el mundo, lo interroga, siente con las cosas y capta sus efluvios. Por su mente desfilan las interrogantes que aguijonean la inteligencia y la sensibilidad de científicos y filósofos, de contemplativos y poetas sobre fenómenos y criaturas, con los hechos que concitan curiosidad o asombro, como el misterio de la Creación, que el poeta expresa en forma lírica y estética, simbólica y profunda, mediante la intuición del aliento interior que lo motiva:
¿Quién puso, entre las rocas de ceniza,
para la miel del sueño,
esas retamas de oro
y esas azules flores del romero?
La sierra de violeta y, en el poniente,
el azafrán de cielo,
¿quién ha pintado? ¡El abejar, la ermita,
el tajo sobre el río, el sempiterno
rodar del agua entre las hondas peñas,
y el rubio verde de los campos nuevos,
y todo, hasta la tierra blanca y rosa
al pie de los almendros! (“Galerías”)
A su vocación poética, Machado aunaba su tendencia contemplativa, y aunque no era un místico, tenía una valoración mística del mundo que canalizaba exaltando la dimensión cósmica de lo viviente, vivificando la presencia espiritual de lo viviente con la que se identificaba visceralmente para hacer del paisaje y su contorno físico fuente de intuiciones y vivencias que internalizaba en la conciencia.
El sentimiento de lo divino, que da fundamento a la lírica española y sustancia a la sensibilidad espiritual, lo sintió Antonio Machado como una llamarada en el centro de su corazón o como una secreta apelación de su conciencia, intensa y rotunda, sentimiento que engarzó al paisaje exterior de su tierra y al paisaje interior de su alma que transmutó en realidad estética cuyas sensaciones expresó en su lírica con tanto acierto que ha servido para enseñar lo hermoso que es sentir un vínculo entrañable y amoroso entre el corazón humano y el corazón del mundo en una empatía gozosa, cordial y luminosa.
Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
La Vega, Santo Cerro, 27 de enero de 2018
Notas:
- Antonio Machado publicó Soledades (1903), Galerías y otros poemas (1907), Campos de Castilla (1917), Cancionero apócrifo (1928), Nuevas canciones (1930), Poesía de la guerra (1939) y otros textos en prosa.
- Ver Antonio Machado, Antología comentada, Madrid, Ediciones de la Torre, 1999, p. 165. Selección, introducción y notas de Francisco Gaudet.
- Ver Miguel de Santiago, Antología de poesía mística española, Barcelona, España, Verón Editores, 1998.
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