La Academia Dominicana de la Lengua, ara, no pedestal

Por Manuel Núñez

Miembro de número y de la Junta Directiva

 

No hay academia sin vida académica. Si durante un tiempo largo, el académico no cumple con las obligaciones, y convierte sus deseos personales en un derecho, ese derecho quedaría limitado siempre por las decisiones del pleno. En vista de ello, las decisiones de la Directiva de la Academia que cuentan con el consentimiento libre, sin coacción de la mayoría de los miembros, son rotundamente legales. No pueden ser desconocidas ni revocadas.  Las minorías y las individualidades son respetables, pero tienen que pasar por las horcas caudinas de las matemáticas. Es absolutamente imposible que en cualquier institución haya unanimidad. Estamos en un revoltijo de antipatías y de simpatías, de amistades y enemistades, y esto acaece hasta en los conventos de los carmelitas descalzos.

Algunos de los miembros correspondientes radicados en el extranjero han tenido en la institución una participación ejemplar. Obsérvese en los boletines y en los informes del director las participaciones de Roberto Guzmán en sus indagaciones lexicográficas, en los trabajos y los libros que ha presentado en la corporación  el lingüista dominicano, Orlando Alba, catedrático de la Universidad de Utah, las intervenciones de Rafael Núñez Cedeño, las variopintas intervenciones de Jorge Urrutia, poeta y escritor español, catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid;  los trabajos sobre Henríquez Ureña de Pedro Luis  Barcia, ex director de la Academia Argentina de Letras. Inolvidable resultaron los ingresos como miembros correspondientes extranjeros de nuestra corporación de Eusebio Leal, Víctor García de la Concha, Luce López Baralt, Humberto López Morales, José Luis Vega, Francisco Orellana, José María Santos Rovira, Alfredo Matus Olivier, del especialista alemán en el español dominicano, André Klump.  Al compaginar las intervenciones de estos colaboradores, dominicanos y extranjeros, puedo decir que superan el esfuerzo de muchos académicos de número que han echado por tierra sus obligaciones.

Si examinamos los resultados de todos sus directores, desde el ilustre monseñor Alejandro Nouel (1927-1937), Cayetano Armando Rodríguez (1937-1940), Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (1940) Juan Tomás Mejía Soliere (1940-1961), Fabio A. Mota (1961-1975), Carlos Federico Pérez y Pérez) (1975-1984), don Mariano Lebrón Saviñón (1984-2002). Con todas esas figuras ilustres la Academia no pasó de ser el ejercicio abnegado de buenos oradores y de vendedores de humo. Con algunos esfuerzos individuales notabilísimo como los del lexicógrafo Manuel Patín Maceo o los informes de Emilio Rodríguez Demorizi y la monumental Historia de la cultura dominicana, de don Mariano Lebrón Saviñón.

En los últimos diecinueve años se han alcanzado conquistas que parecían inalcanzables. He de mencionar algunas: a) El diccionario del español dominicano (2014), coordinado por María José Rincón.  b) El diccionario fraseológico del español dominicano (2016), Bruno Rosario Candelier, Irene Pérez y Roberto Guzmán.  c) El Diccionario de refranes (2016), de Bruno Rosario Candelier. d) El diccionario de símbolos (2017), de Bruno Rosario Candelier. f) El diccionario de mística (2017), de Bruno Rosario Candelier.  g) Diccionario de americanismos (2010), de la ASALE. h) El lenguaje sexista, Academia Dominicana de la Lengua, 2010. i) El lenguaje del buen decir (2012), de Bruno Rosario Candelier.  j) La Ortografía de RAE (2011), k) El libro de estilo de la lengua española, RAE (2014). l) El manual del buen uso del español (2012), RAE. m) Nueva gramática de la lengua española, equipo dirigido por Ignacio Bosque (2012). n) Manual de estilo del Poder Judicial Dominicano y El diccionario del español jurídico dominicano. Equipo dirigido por Fabio Guzmán Ariza.

Nada de esta labor gigantesca se ha logrado con la dotación de la Academia, sino con la colaboración de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua, que bajo la sombrilla de la Institución y con apoyo de la RAE y la Oficina del Español Urgente ha montado el sistema de consulta de español que divulga ya en todo el Continente y se publica en todos los periódicos dominicanos. Esto, que es un trabajo que llevan a cabo los equipos que ya se habían formado para la preparación de los diccionarios, ha contribuido al prestigio que tiene la Academia Dominicana de la Lengua en el seno de ASALE y en las naciones de la América hispánica e incluso en otros territorios. Se reciben notillas de agradecimiento de Estados Unidos, de China y de países de Europa.

Se han publicado cada uno de los boletines de la institución, donde figuran los trabajos académicos, las recensiones de las conferencias, cursos y coloquios llevados a cabo. Por espacio de setenta y cinco años (1927-2002), la Academia publicó 16 pequeños boletines, que atestiguan de sus trabajos y de sus investigaciones y actividades. En los 19 años que corren se han publicado del Boletín 17 al 35. El director ha publicado igualmente una docena de libros: tres novelas, varios libros de ensayos, tres diccionarios en la colección de la Academia, patrocinada por Fabio Guzmán Ariza. Todas las consultas solicitadas por la RAE a nuestra Academia han sido respondidas, y en los Diccionarios de Americanismos e incluso en el Diccionario de la RAE ha aparecido la mayor proporción de entradas lexicales relacionadas con el español dominicano. Nunca antes se había llevado tanta información sobre el español dominicano a estos diccionarios. En lo que toca a la literatura, cada una de las colecciones conmemorativas de la Real Academia ha sido presentada y analizada por los académicos de número, por los correspondientes y por intelectuales invitados. En tal sentido, se hizo la presentación de la edición conmemorativa de El Quijote de Miguel de Cervantes, se le dedicaron varias jornadas a las obras de Rubén Darío, Carlos Fuentes, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Gabriela Mistral, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges. Se han llevado a cabo infaltablemente los coloquios anuales correspondientes al aniversario de la Corporación el 12 de octubre. Se han respondido, oportunamente, todas las consultas solicitadas por la RAE. Recuerdo especialmente la Nueva gramática de la lengua española publicada por la RAE, el año anterior a su publicación recibimos consultas de cada uno de los capítulos de esta obra monumental, dirigida por el más importante gramático del presente, don Ignacio Bosque. El mismo procedimiento se hizo con la publicación de la Ortografía, las consultas esta vez se hicieron extensivas al correo de los académicos que algunos respondieron. Puedo atestiguar que en los viajes que he realizado a las reuniones de académicos, la Academia Dominicana de la Lengua tiene buena imagen y figura en los primeros puestos. No ha sido obra de un solo hombre, sino de una Directiva y del equipo de académicos que ha permanecido participando en todas las actividades. Debo reconocer entre estos, muy particularmente, a don Fabio Guzmán Ariza, que ha colocado su experticia jurídica para la elaboración del Diccionario jurídico y sus recursos para solventar las publicaciones de la Academia, a través de la Fundación pro Academia Dominicana; reconocer el trabajo sin tregua de María José Rincón, lexicóloga, que dirige los equipos de las consultas de lengua española, que tan buena reputación le ha dado la institución; a los académicos de número: Rafael González Tirado, Federico Henríquez Gratereaux,  Manuel Matos Moquete, Ricardo Miniño, Tony Raful Tejada, José Rafael Lantigua, Franklin Domínguez, Juan José Jimenes Sabater, José Miguel Soto Jiménez, Rafael Peralta Romero,  José Enrique García y Ana Margarita Haché. Hemos recibido el trabajo tesonero e invaluable de miembros correspondientes nacionales. A saber, Roberto Guzmán, Rita Díaz, Luis Quezada, Liliana Montenegro, Domingo Caba, Sélvido Candelaria, Emilia Pereyra, Ofelia Berrido y Miguel Collado.

Si colocamos en el celemín estos 19 años de la directiva en la que se ha apoyado el director Rosario Candelier, en lexicología, en estudios de literatura, en intercambios y respuestas expeditas a las consultas solicitadas por la RAE, en cursos y coloquios, en publicaciones, tendríamos que llegar a la conclusión de que, en los noventa y cuatro años de existencia, estos diecinueve años han tenido el peso mayor, superan muy ampliamente los setenta y cinco años anteriores.  A esas conclusiones llegaríamos si tuviéramos respeto por la verdad. En todo caso, a la luz de los datos, no han sido años perdidos. Nunca antes hemos tenido tanta proyección nacional e internacional, se han publicado puntualmente todos los boletines, todos los discursos de ingresos de los académicos de número. Nunca antes se había trabajado en todos los campos correspondientes al quehacer académico, se habían incorporado a nuestra Corporación tantos asociados internacionales y de tanta solera, se había logrado tanta presencia en los libros que describen nuestro idioma con ejemplos dominicanos. Al fin, la República Dominicana existe. De ese pasado de estrecheces y frustraciones, hay muy pocas cosas que aprender.

Entre todos los académicos que han laborado en estos últimos tiempos se ha asentado la idea de que el español es la lengua del pueblo dominicano, que el desarrollo del poder de expresión contribuirá al desarrollo de sus capacidades intelectuales, de su identidad y de la nación.  La lengua es la patria.  Es una muestra de lealtad irrenunciable. Hoy necesitamos el compromiso de cada uno de los veintisiete académicos para defender el patrimonio mayor de los dominicanos que es su lengua, representación de su identidad y de su pensamiento, para que se reabran las facultades de letras, y para que el pueblo pueda conocer a sus hombres de letras, en la enseñanza formal y en los medios de comunicación. Esa no es una batalla fácil. Pero si nosotros, aves de paso, logramos unirnos para llevarla a cabo podremos pasar la antorcha a las generaciones futuras, con la sensación de haber cumplido con nuestro deber.

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