ACADEMIA DOMINICANA RECONOCE LABOR DE SUS LEXICÓGRAFOS

Con motivo de la celebración de su 94 aniversario, la Academia Dominicana de la Lengua realizó un acto para reconocer al equipo de lexicógrafos que integra el Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía (Igalex), adscrito a la ADL, por su valioso servicio de investigación lexicográfica a favor de nuestra lengua, de nuestra Academia y del país.

Es importante señalar que esta comisión lingüística está compuesta por los académicos María José Rincón González, Ruth Ruiz, Rita Díaz Blanco, Fabio Guzmán Ariza, Roberto Guzmán Silverio, Rafael Peralta Romero, Domingo Caba Ramos y Miguel Collado.

Presidió la actividad el director de la corporación, don Bruno Rosario Candelier, con la presencia de los académicos de la lengua José Enrique García, Manuel Núñez Asencio, Eduardo Gautreau de Windt y Miguel Solano. Rafael Peralta Romero fungió como presentador del acto.

Rita Díaz Blanco hizo una breve exposición en la que dio algunas pinceladas sobre el Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía (Igalex), adscrito a la Academia Dominicana de la Lengua. Manifestó que la labor del Igalex es trabajar en el área de lexicografía, la actualización del Diccionario del español dominicano, la reconexión de vocablos y todo lo relacionado con esta área: “La tarea vertebral del Igalex es la actualización del Diccionario del español dominicano, cuya primera edición fue publicada en el año 2013. Una de las misiones de este año es convertir ese diccionario en una herramienta digital que esté a disposición de las personas interesadas no solo en aumentar su vocabulario, sino en conocer su lengua materna”, explicó la académica.

Díaz Blanco informó que actualmente el Igalex propone realizar una segunda edición del DED, para lo cual el equipo está trabajando fuertemente, reuniéndose todas las semanas mediante vínculos de conversaciones a través de las redes de la tecnología en busca de actualizar el contenido del diccionario, completar y transformarlo para su nuevo formato.

Por otro lado, la académica Ruth Ruiz, en su intervención, brindó unas informaciones sobre una de las iniciativas de la Fundación Guzmán Ariza pro Academia Dominicana de la Lengua (Fundéu).

La experta en gramática de la lengua explicó que la Fundéu nace con el objetivo de impulsar el buen uso del español en los medios de comunicación de la República Dominicana. Su labor principal consiste en hacer recomendaciones sobre el lenguaje utilizado en la prensa escrita, los medios audiovisuales y las redes sociales. Desde sus inicios, en julio del 2016, esta entidad cuenta con un Consejo Asesor compuesto por académicos y periodistas, que preside el director de la ADL, don Bruno Rosario Candelier. Más recientemente, el equipo del Igalex se ha incorporado a las labores de redacción y corrección de las recomendaciones.

Finalmente, Ruth Ruiz rindió cuentas de que a la fecha se han publicado más de 740 recomendaciones, las cuales se difunden a todas las personas interesadas en recibirlas por correo electrónico en un boletín al que ya se han suscrito unas 10, 600 personas y también se publican en la ciberpágina de la institución.

El académico e investigador literario, Miguel Collado, también tuvo la oportunidad de presentar su exposición, la cual tituló “Un breve paso por mi vida en la literatura”. Collado contó que entró al mundo de la literatura en el 1967, cuando escribió un poema a sus 13 años. Era un poema de amor titulado “Tus ojos negros”, motivado por la atracción que una joven de su edad había causado en él con todas las consecuencias emocionales que el primer amor convoca. El intelectual manifestó que en 1976 fue el año de su definición como escritor, “Ya tenía 22 y a esa edad emprendí mi primera aventura como investigador: me propuse hurgar en las raíces históricas de ese pueblo perdido en la serranía, en el que, muy hacia atrás en el tiempo, había tenido la América hispánica a su primer rebelde revolucionario: el cacique Caonabo, quien se paseaba por las montañas de Jánico mucho antes de arribar a la Isla el Almirante Cristóbal Colón acompañado de un grupo de delincuentes españoles salidos de las cárceles”, relató.

Agregó, también, que tuvo el privilegio en ese entonces de recibir las orientaciones de tres connotadas figuras de la historiografía dominicana: Emilio Rodríguez Demorizi, Vetilio Alfau Durán y Ramón Franco Fondeur. Para concluir, Miguel Callado señaló que su nacimiento como investigador literario se da entre los años 1989 y 1993. Y en sus orígenes como investigador o historiador de la literatura dominicana, aparecen cinco connotados nombres de las letras dominicanas: Manuel Mora Serrano, José Enrique García, Antonio Fernández Spencer, Bruno Rosario Candelier y Manuel Matos Moquete: “Ellos me animaron y me estimularon haciéndome entender que el trabajo que como bibliógrafo yo había iniciado era novedoso y muy importante para las letras nacionales”, expresó.

Continuando el acto de reconocimiento, los académicos de número y figuras importantes de esta Academia: María José Rincón González y Fabio Guzmán Ariza intervinieron telemáticamente con unas precisas palabras. La lexicógrafa y coordinadora de la comisión lingüista de la Academia felicitó desde España a la Academia Dominicana de la Lengua en su 94 aniversario y, de paso, al Igalex en su primer año de función con la satisfacción de haber cumplido con los objetivos que se marcó para esta etapa y con la ilusión puesta en las tareas que se proyectan para el futuro. La doctora Rincón González reveló que están trabajando con entusiasmo y compromiso en la segunda edición del Diccionario del español dominicano, y también en una obra insigne: el Diccionario jurídico dominicano y están empeñados en el apasionante proyecto del Tesoro léxico dominicano y en el prestigioso proyecto internacional, que es el Tesoro lexicográfico del español de América.

“El Igalex nace gracias al aliento de la Fundación Guzmán Ariza para la investigación y la construcción de diccionarios. Lo hemos hecho este año y lo vamos a seguir haciendo. Nuestra tarea nos vincula estrechamente con la Academia Dominicana de la Lengua, y nos vincula, específicamente, en lo esencial: aportar en el conocimiento y en la valoración del español que hablamos en la República Dominicana y que compartimos con seiscientos millones de hispanohablantes”, indicó en su intervención la lexicógrafa María José Rincón.

De la misma manera, Fabio Guzmán intervino vía telemática con una breve reseña sobre lo que ha venido haciendo el Instituto de Lexicografía estos doce meses. El académico de número informó que el Igalex, además de apoyar a la Academia Dominicana de la Lengua en todas las tareas lexicográficas, ha comenzado la preparación de la segunda edición del DED y la primera edición del primer diccionario de términos legales de la República Dominicana: el Diccionario jurídico dominicano, que estará listo para impresión y difusión en el internet a mediados del año 2023. También el académico de la lengua residente en Miami, Roberto Guzmán, envió un resumen con el comentario de su labor lexicográfico, que publicamos más abajo.

Las últimas palabras del acto fueron pronunciadas por el Dr. Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, quien expresó que desde que concibió la idea de confeccionar un diccionario de dominicanismos, comenzaron a trabajar en conjunto y durante cinco años estuvieron laborando en esa investigación lexicográfica que, finalmente, dio como resultado la edición del Diccionario del español dominicano.

El doctor Rosario Candelier manifestó que luego de la elaboración del Diccionario del español dominicano, entendió que era necesario crear una comisión lingüística que trabajase por la Academia, por la lengua y, sobre todo, por el español dominicano. Contó que, en esa comisión lexicográfica designó a María José Rincón como coordinadora, a la que se integraron Fabio Guzmán, Roberto Guzmán, Ruth Ruiz, Rita Díaz, Rafael Peralta Romero, Domingo Caba y Miguel Collado: “Este organismo ha prestado un valioso servicio a la Academia Dominicana de la Lengua, y un inmenso servicio al mejor conocimiento del español dominicano y, naturalmente, sus integrantes tienen firmes inquietudes lingüísticas en atención a los estudios que han realizado, lo que ha permitido que puedan hacer un grandioso aporte lexicográfico al mejor conocimiento de la palabra”, destacó en director de la ADL.

Rosario Candelier señaló que la labor que ha realizado la Academia Dominicana a favor de nuestra lengua ha dado sus frutos, y dijo: “Hemos publicado cinco diccionarios de la lengua. Y ese aporte habla por sí mismo”. El lingüista recalcó que un académico de la lengua se justifica en función del amor que siente por la palabra, de la identificación que siente por lo que implica el conocimiento de la lengua en su dimensión lexicográfica, fonética, ortográfica y gramatical.

Al concluir, el Dr. Bruno Rosario Candelier entregó, en nombre de la ADL, un reconocimiento a cada uno de los integrantes del equipo lexicográfico de la Academia en atención a sus méritos lingüísticos y literarios, su valioso servicio de investigación lexicográfica a favor de nuestra lengua y su efectiva identificación con los ideales y tareas de esta corporación.  Santo Domingo, ADL, 12 de octubre de 2021.

 

Palabras de Fabio Guzmán Ariza para el acto conmemorativo en la ADL

Me complace compartir con ustedes una brevísima reseña sobre el Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía, que cumple hoy un año muy fructífero de vida institucional.

En efecto en estos últimos doce meses, además de apoyar a la Academia Dominicana de la Lengua en todas las tareas lexicográficas que le ha encomendado la Real Academia Española, hemos comenzado la preparación de la segunda edición del Diccionario del español dominicano y del primer diccionario de términos legales de la República Dominicana: Diccionario jurídico dominicano o DJD. Estos últimos diccionarios, cuya elaboración está a mi cargo, son producto del acuerdo de colaboración suscrito hace unos años entre el Consejo del Poder Judicial, la Academia Dominicana de la Lengua y la Fundación Guzmán Ariza: Una Academia Dominicana de la Lengua.

El proyecto del DJD consta de cuatro fases:

En la primera, que concluyó en el mes de febrero de este año 2021, se seleccionaron los jueces y abogados que conforman el equipo de redacción. En total más de sesenta juristas divididos entre veintiún subgrupos y corresponden a las veintiuna marcas de disciplinas jurídicas y se utilizarán el de otras, tales como derecho civil, derecho penal, etcétera.

En la segunda etapa del proyecto, que se desarrolló en abril y mayo de este año, María José Rincón, la directora del instituto, impartió un breve curso de lexicografía a los miembros del equipo para asegurar que en la preparación del diccionario se cumplan las reglas con las técnicas lexicográficas correctas.

La tercera base consiste en la elaboración del lemario del diccionario, es decir, de las listas de todos los lemas y sublemas que se han de definir en él. A la fecha de hoy ya se han aceptado más de catorce mil lemas y sublemas en la aplicación informática que se ha desarrollado, específicamente, para el DJD.

En la cuarta y última fase que incursa a partir de agosto de 2021, se han comenzado a redactar las definiciones. Estimamos que esta tarea, por supuesto, que es la más importante del proyecto, nos tomará unos dieciocho meses y que el diccionario estará listo para impresión y difusión en el internet para mediados del año 2023. Esto es cuanto tengo que informarle del DJD. Santo Domingo, ADL, 12 de octubre de 2021.

 

Palabras de María José Rincón para el acto de reconocimiento en la ADL

El Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía nació el 12 de octubre de 2020 con la encomienda de dedicarse a la investigación y a creación lexicográfica. Llega hoy, por tanto, a su primer año de vida con la satisfacción de haber cumplido con los objetivos que se marcó para esta etapa y con la emoción puesta en las tareas que se proyectan para el futuro.

La investigación y la divulgación puesta al servicio del conocimiento de la lengua española son los empeños del equipo lexicográfico que han conocido hoy aquí, un equipo al que quiero destacar y que demuestra día a día, tarea a tarea, su generosidad al poner su experiencia y sus conocimientos al servicio de proyectos muy ambicioso. Y demuestra, además, su capacidad de identificación con una institución, El Instituto de Lexicografía Guzmán Ariza, que trabaja con entusiasmos y compromisos en el presente con conocimiento y respeto con los frutos del pasado y con la mirada puesta en el futuro: esa y no otra, es la identidad de la lexicografía. Un futuro cercano en el que pondremos a su disposición, como han visto hoy, la segunda edición del Diccionario del español dominicano en el que pondremos a su disposición una obra insigne: el Diccionario jurídico dominicano y, así mismo, estamos empeñados en el apasionante proyecto del Tesoro léxico dominicano y en ese prestigioso proyecto internacional, que es el Tesoro lexicográfico del español de América. El Instituto Guzmán Ariza de Lexicografía nace gracias al aliento de la Fundación Guzmán Ariza para la investigación y para la construcción de diccionarios. Lo hemos hecho este año y lo vamos a seguir haciendo. Pero nuestra tarea nos vincula, estrechamente, con la Academia Dominicana de la Lengua a la que le felicitamos hoy por su nonagésimo cuarto aniversario. Y nos vincula, especialmente, en lo esencial: aportar en el conocimiento y en la valoración del español que hablamos en la República Dominicana, del español que compartimos con 600 millones de hispanohablantes.

Palabras de Roberto Guzmán sobre su colaboración lexicográfica para la ADL

Durante los últimos 19 años han aparecido estos comentarios en diferentes medios de comunicación. Es una labor ininterrumpida de una entrega por semana.

Por medio de estos se procuran varios fines. El primero es instruir a los lectores sobre el buen uso del español. El segundo propósito es estudiar la legua con un enfoque divertido y fácil de entender para todos. En las últimas producciones se han incorporado muchas voces del habla de los dominicanos. Esta labor ha permitido trazar el origen de estas voces en algunos casos, o por lo menos, la aparición de estas en los lexicones americanos o dominicanos. La última tarea mencionada ha permitido documentar la historia de algunas voces, cuya trayectoria permanecía en textos olvidados, arrinconados o ignorados.

A la par de los trabajos a los que se ha hecho referencia, ha sido posible incorporar el estudio de palabras nuevas que se incorporan en las publicaciones de la prensa diaria dominicana. En la medida de lo posible en cada ocasión se citan las fuentes a que se acude para sustentar las opiniones propias y ajenas de los escritos. Esto permite que los interesados puedan verificar la exactitud de lo escrito, así como ampliar los conocimientos sobre el tema recurriendo a las fuentes. El lenguaje de estas intervenciones es llano. Eso posibilita que todo tipo de lector pueda entender las razones que explican las posturas adoptadas en los textos. Algo novedoso en estos artículos son las referencias etimológicas de las palabras americanas estudiadas. Otro punto interesante son las referencias a lenguas extranjeras que han influido en la adopción de las palabras analizadas, sobre todo cuando estas pertenecen a la familia indoeuropea de lenguas. En la medida de lo posible los juicios y observaciones que se exponen son debidamente ponderados para evitar caer en posiciones controversiales con respecto de los asuntos que son tratados en estas entregas. Los puntos sobresalientes de estos esfuerzos es llevar al conocimiento de todos los lectores un abanico de temas relacionados con la lengua de modo organizado y claro.

Palabras de Miguel Collado en el acto de reconocimiento de la ADL 

Entré al mundo de las letras una noche, sobre las 9:00 p.m., del año 1967. Fue en Jánico. Escribí un poema a los 13 años. Era un poema de amor titulado «Tus ojos negros», motivado por la atracción que una joven de mi edad había causado en mí con todas las consecuencias emocionales que el primer amor convoca. Recuerdo que le dediqué toda una colección poemática a esa chica: inspirado en ella seguí escribiendo «Tu lunar», «Tus labios de grana», «Tu piel». ¡Y así! Por suerte para mí todos esos textos iniciales se perdieron, ahorrándome el esfuerzo de tirarlos a la hoguera, lo cual hubiera hecho, sin ninguna duda, tiempo después. Por razones de estudio, por ese hondo deseo de superación intelectual que siempre me ha animado, contrario a los deseos de mi abuela paterna con la que transcurrieron mi segunda infancia y mi primera adolescencia en Jánico (1957-1969), emigré a la ciudad de Santo Domingo, donde residían mis padres, quienes se habían divorciado cuando yo apenas tenía 3 años de edad. Era el año de 1969 cuando partí, con inevitables lágrimas, hacia lo desconocido. Ingresé a la secundaria: en el Colegio Onésimo Jiménez, situado en la avenida Venezuela del Ensanche Ozama, conocí al poeta Alexis Gómez, quien fue mi profesor de Lengua Española en el primer curso de bachillerato. Lo fue por solo tres días en sustitución temporal de la titular de la asignatura, cuyo nombre no recuerdo. ¡Por solo tres días fue mi profesor y a él lo recuerdo más que a ella! Alexis fue el primer escritor de oficio con el que entré en contacto en mi vida literaria. Yo tenía 15 años. Recuerdo que él me invitó a leer en un acto que con motivo de la celebración del día de la independencia fue organizado por el grupo La Antorcha en Los Mina, populoso sector de la zona oriental de la Capital. Leí un poema malo titulado «27 de Febrero». En esa actividad también estuvo el líder del grupo: Mateo Morrison. Mi amistad con Alexis fue para siempre: solo su muerte inexplicable logró romperla. Entre 1971 y 1972, viviendo ya en el sector de San Carlos, en la parte occidental de la Capital de la República, conocí a un destacado miembro de la Generación del 48, que en los años 60 del siglo XX había sido co-director de la revista Testimonio: me refiero a Ramón Cifré Navarro. Algunas esquinas nos separaban. En ese momento trabajaba en su poemario Espejo y aventura, del cual solía leerme, con emoción de juventud, textos de una hondura lírica impresionante. De él recibí algunos sabios consejos: «Escribe sin que el tema sea una limitante; olvídate de la poesía social, de la poesía política, de la poesía romántica. Solo escribe y deja que todo fluya en libertad», me dijo una de esas tardes en que acostumbraba visitarlo. En su casa, en la calle Álvaro Garabito, entre Abréu y Eugenio Perdomo, conocí a Virgilio Hoepelman y a Ramón Lacay Polanco. Ya estábamos en 1974, año en que da a la luz pública su obra poética citada, de la que conservo un ejemplar debidamente autografiado. Yo tenía 20 años de edad. Pero pienso que 1976 fue el año de mi definición como escritor. Ya tenía 22 y a esa edad emprendí mi primera aventura como investigador: me propuse hurgar en las raíces históricas de ese pueblo perdido en la serranía, en el que, muy hacia atrás en el tiempo, había tenido la América hispánica a su primer rebelde revolucionario: el cacique Caonabo, quien se paseaba por las montañas de Jánico mucho antes de arribar a la Isla el Almirante Cristóbal Colón acompañado de un grupo de delincuentes españoles salidos de las cárceles. Tuve el privilegio en ese entonces de recibir las orientaciones de tres connotadas figuras de la historiografía dominicana: Emilio Rodríguez Demorizi, Vetilio Alfau Durán y Ramón Franco Fondeur. A los dos primeros los llamaba por teléfono con suma frecuencia para consultarles y recibir de ellos sabios consejos. Vivían en la ciudad de Santo Domingo, mientras que el tercero residía en la ciudad de Santiago de los Caballeros, donde era el director del Archivo Histórico de Santiago, que hoy ostenta, con toda justicia, el nombre de tan generoso caballero. No esperé concluir esa investigación para publicar mi primer libro, por lo que en el mes de diciembre de ese año vio la luz pública mi primer poemario: Pesada atmósfera. Fue singular esa primera publicación a mis 22 años de edad, puesto que, quizá por timidez provinciana, no lo firmé con mi nombre de pila, sino con un seudónimo anagramático: LEUGIN OINOTNO. Era mi nombre invertido: MIGUEL ANTONIO. Hay en ese libro una latente preocupación del autor por los problemas sociales y políticos, pero también una atención puesta en la condición humana. Es el periodista Rafael Abreu Ortiz quien escribe el prólogo: «Con su incuestionable pasta de poeta, con claridad en el estilo, Leugin Oinotno —que así quiso llamarse— nos trae en su ‘Pesada atmósfera’ un verdadero hontanar de bellezas y verdades dolorosas». En 1980, cuatro años después, mi segundo poemario, Soliversodario, vendría a dejar más definido mi modo de abordar la temática política en mi poesía, aspecto destacado por el poeta Antonio Lockward Artiles al presentar dicha obra en el salón de profesores de la Facultad de Humanidades «Pedro Henríquez Ureña» de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Fue en enero de 1981: La obra de Collado mantiene un equilibrio entre el fondo y la forma, pese a que el mismo ha trabajado un tema político tan candente en estos momentos como lo es el de la lucha que han venido librando los sandinistas contra la tiranía somocista en el hermano pueblo de Nicaragua. No cae en el panfleto, como ha ocurrido con otros jóvenes poetas que, como él, también se han identificado con la problemática nicaragüense, la cual compete a todos los latinoamericanos. ‘Soliversodario’ tiene unidad y hay en él una armonía entre el contenido y la forma. Lockward Artiles fue mi profesor de Literatura Dominicana en la UASD, cuando estudiaba la carrera de Educación Superior (Mención en Letras). Siempre he pensado que fue él quien realmente me motivó, sin saberlo, para que yo decidiera estudiar las obras y los autores dominicanos al pasar el tiempo. Por esa época (entre 1976 y 1984) tuvo el privilegio de ser discípulo de Abelardo Vicioso, Abel Fernández Mejía, Máximo Avilés Blonda, Alberto Malagón, Rafael Valera Benítez, Celso Benavides y Rafael Mejía Constanzo. En esa facultad, una tarde de 1980, conocí a Pedro Mir, quien me dio un consejo que me ha servido desde entonces: «Lee en ciclo, Miguel». Recuerdo que le mostré uno de los poemas del libro Soliversadari», todavía inédito, y como estaba mecanografiado a dos colores, en rojo y negro, sosteniendo en alto el poema escrito en hoja de maquinilla, dijo: «Miguel, ¿sabes que la poesía tiene un valor visual?» Nunca he olvidado el modo tan exquisito en que lo dijo. Y nunca estuve lejos de él; siempre estuve en contacto con él: hasta editarle la que pudo haber sido su última obra publicada en vida: Ayer menos cuarto y otras crónicas. Vio la luz pública en el año 2000, dos semanas después de su partida definitiva. Cinco años después, en 1986, ve la luz pública mi tercer poemario: El viento y yo. Motivó al crítico y poeta Julio Cuevas para escribir sobre el mismo, publicando un artículo en la página literaria «Trapiche», del periódico El Sol ya desaparecido: «En El viento y yo se perfila una manifestación filosófica que procura arraigar un planteamiento colindante entre la incógnita de la existencia y la impredecible realidad del destino. La nada y la muerte confluyen en su filosofar que tiende a alejarse del ritmo de la poesía, para constituirse en desahogo y descarga espiritual del poeta frente a su ambiente». Con Un encuentro propiciado por la lluvia, una colección de poemas amatorios, se cierra en 1987 mi ciclo poético desde la perspectiva editorial, es decir, aunque continuaría escribiendo poesía tomé la decisión de nunca más publicar otro libro de poesía. Estaba convencido de que el país no necesitaba un poeta más, pero sí un bibliógrafo que ordenara sus fuentes bibliográficas. Para asumir a conciencia esa labor, como un deber ciudadano, busqué y recibí el entrenamiento técnicobibliotecológico que el oficio exigía. A dos bibliotecólogas y a un bibliotecólogo bastante competentes debo agradecerles sus enseñanzas en la materia: Ana Marina Méndez, Elida Jiménez y Luis Rosa. SURGIMIENTO DEL INVESTIGADOR, DEL BIBLIÓGRAFO (1987-1993) Ahora bien, transcurridos once años desde la publicación de Pesada atmósfera habría de publicar un avance de mi investigación sobre la historia de Jánico. Fue mi primera obra en prosa, de poca extensión: Apuntes sobre la historia de las fiestas patronales del municipio de Jánico. Ese trabajo —enriquecido con nuevos datos, y que constituyó mi primer acercamiento a la poética de Juan Antonio Alix— sería el segundo capítulo de mi libro «Jánico. Notas sobre su historia», aparecido en 1993. Cabe destacar que el concepto apuntes apareció en mi léxico por primera vez en 1987 y nunca dejaría de estar presente en mis posteriores investigaciones bibliográfico-literarias. ¡Me fui definiendo casi de un modo inconsciente!

En mis orígenes como investigador o historiador de la literatura dominicana aparecen cinco nombres connotados de las letras dominicanas: Manuel Mora Serrano, José Enrique García, Antonio Fernández Spencer, Bruno Rosario Candelier y Manuel Matos Moquete. Ellos me animaron y me estimularon haciéndome entender que el trabajo que como bibliógrafo yo había iniciado era novedoso y muy importante para las letras nacionales. Lo consideraban pionero. El primero en decírmelo fue el autor de El fabulador, en esos años en que laborábamos ambos en el Instituto de Estabilización de Precios (INESPRE), un organismo del Estado: él en el Centro de Capacitación y yo, paradójicamente, era Auditor Fiscalizador por haber realizado estudios en el campo de la Contabilidad y Auditoría en la Universidad Interamericana (UNICA). A él le mostré, en 1983, en su oficina, los originales mecanografiados de Una bibliografía preliminar de la narrativa dominicana (1786-1980), mi primer trabajo de investigación bibliográfica y que nunca llegué a publicar. Recuerdo su reacción aprobatoria. Partía esa bibliografía de 1786 porque en ese año el dominicano Jacobo de Villaurrutia (1757-1833) publicó en Madrid, España, una traducción libre del francés al español de la obra inglesa La escuela de la felicidad, la cual firma con un seudónimo anagramático: Diego Rulavit y Laur. Es un libro de narraciones y reflexiones morales que Villaurrutia traduce en un estilo más sencillo que el utilizado por su autor aún desconocido; incluso le agrega reflexiones propias. 1989 fue un año clave para el bibliógrafo que latía en mí desde los inicios del decenio de los 80: Bruno Rosario Candelier me brindó la oportunidad de dar a conocer al país el resultado de mis investigaciones bibliográficas a través del suplemento cultural Coloquio que, desde la fundación del diario El Siglo, él dirigía, convirtiendo ese órgano en uno de los más importantes suplementos editados en el país en toda la historia del periodismo dominicano. De Rosario Candelier aprendí el lenguaje periodístico, el uso racional del espacio en un medio impreso. Esos primeros trabajos me ganaron la admiración y el reconocimiento del ilustre Fernández Spencer, quien en cierta ocasión me dijo que en Europa tenían los bibliógrafos un bien ganado respeto en el mundo intelectual, especialmente en Francia y en España. Fue el célebre autor de «Bajo la luz del día», quien, siendo director de la Biblioteca Nacional en 1990, creó el cargo de investigador bibliográfico en la principal institución bibliotecaria del país para nombrarme. Fue mi maestro, mi jefe y mi amigo, pero sobre todo mi maestro. También Mora Serrano supo valorar mis investigaciones en torno a la literatura dominicana. En un artículo publicado el 24 de febrero de 1990 en el citado periódico, él declara lo siguiente: [Tenemos] en Miguel Collado algo que faltaba hace tiempo en nuestra literatura: un bibliógrafo metódico y actualizado, responsable y esforzado, confiable y mesurado. [Me] complace declarar que de continuar así, en el terreno de la investigación bibliográfica, [Collado] se convertirá en una indudable autoridad literaria cuyo prestigio crecerá con el tiempo. Definitivamente, 1993 es el año de mayor trascendencia en mi trayectoria de investigador bibliográfico: ve la luz pública mi libro Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana. Fue presentado en marzo de ese año, en presencia del profesor Juan Bosch y del Poeta Nacional Pedro Mir, por el destacado intelectual y académico Manuel Matos Moquete, quien dice en su discurso, publicado en el suplemento cultural Aquí del diario La Noticia del 26 de junio de 1993, lo que a continuación citamos: «Miguel Collado es un investigador acucioso y de promisoria trayectoria en el campo de la investigación bibliográfica. Singular es su virtud de unir su sensibilidad de poeta y el apego a la exactitud que trae de su formación profesional de la Administración de Empresas». Y en ese mismo número del citado suplemento cultural Aquí el crítico literario Bruno Rosario afirma que «Miguel Collado, con sus investigaciones y estudios sobre el material bibliográfico dominicano, ha revelado una faceta singular de su perfil creador y ha actualizado una disciplina indispensable para las tareas de la crítica literaria, la documentación bibliográfica y el conocimiento de obras publicadas en las diferentes vertientes escriturales». En verdad 1993 fue un año espectacular en mi carrera literaria, pues luego de la publicación de dicha obra vino el Premio Casa del Escritor Dominicano. No era una premiación por convocatoria, como se suele hacer en los concursos tradicionales, razón por la que me encontré extraña la noticia que me diera, un domingo en la mañana, el poeta Rafael Abreu Mejía, informándome por teléfono: «Miguel, te felicito; la Casa del Escritor Dominicano ha premiado tu libro Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana, considerándolo el mejor libro del año en su género». Luego me enteré de las características de esa premiación a través de la prensa. Abreu Mejía fue co-fundador en 1967 del grupo literario La Antorcha, junto a Mateo Morrison, Enrique Eusebio, Alexis Gómez y Soledad Álvarez. Los dirigentes de la Casa del Escritor Dominicano, entidad cultural de vida efímera, me expidieron, el 3 de octubre del siguiente año, un diploma de reconocimiento que dice así: «Por cuanto la obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana ha sido considerada por los miembros del Jurado que otorga anualmente los premios Casa del Escritor Dominicano como la mejor de las publicadas en el país en la categoría de investigación bibliográfica durante el año de 1993». Los firmantes son Pedro Vergés, Diógenes Céspedes, Jeannette Miller, Soledad Álvarez, José Enrique García, José Mármol y Arturo Rodríguez Fernández. (Escribir ese libro me tomó 10 años de duro y continuo trabajo de investigación, haciendo levantamiento de datos en bibliotecas de la ciudad de Santo Domingo y en las bibliotecas municipales de todos los pueblos que en el período 1979-1987 hube de visitar debido a que viajar por todo el territorio nacional era parte de mi responsabilidad laboral por ese entonces. Como ya dije, era auditor fiscalizador en un organismo del Estado. En el día hacía horario de trabajo en oficinas y carreteras y en las noches disfrutaba de la indagación bibliográfica en las bibliotecas pueblerinas. En muchas de ellas encontré reliquias bibliográficas que estaban en la Biblioteca Nacional). Cito de nuevo al crítico literario y académico Manuel Matos Moquete, quien, en su discurso citado, valora la obra del siguiente modo: La obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana corresponde a un género específico dentro de los estudios literarios. Aunque hoy se ubica dentro de las modernas técnicas de bibliotecología, entronca con una larga y noble tradición filológica de levantamiento bibliográfico de las obras literarias. La obra traza, para ser más completa y rigurosa, los antecedentes de ese género en República Dominicana. El gran aporte de esta obra es situarse en sus propios antecedentes y desde ahí actualizar tanto el método bibliográfico como la bibliografía, con nuevas fuentes. Pero su bibliografía vale sobre todo, por ser el intento más amplio y riguroso que se ha hecho en el país en ese género. Y vale también porque es una labor que se sabe inconclusa y así queda consignado repetidas veces. La obra tiene un mérito poco común en trabajos de estudios literarios en el país: la imparcialidad. Es visible la ausencia de exclusiones de autores por razones ajenas a las limitaciones propias de obras de este género y a las dificultades del investigador dominicano. Pero no existen prejuicios en contra de autores que impidan que sus nombres figuren en estos apuntes bibliográficos. Una obra como esta necesita ser leída por los escritores y los estudiosos de la literatura dominicana. Es un trabajo útil, de valor didáctico, y es obra de referencia para investigadores. El periodista y escritor Frank Núñez estuvo presente en el acto de puesta en circulación de Apuntes bibliográficos…, donde, sentados a mi lado en la mesa de honor, estuvieron también el maestro de la narrativa latinoamericana Juan Bosch y el Poeta Nacional Pedro Mir. En su artículo «El dominicano creyente», aparecido en el diario El Siglo del 25 de enero del año 2000, Núñez relata la siguiente anécdota: En una de las tantas tertulias que se celebraban en [el Hostal Nicolás de Ovando] de la Zona Colonial, el escritor y político Juan Bosch comentó visiblemente sorprendido las condiciones de Collado como investigador: «Muchacho, tú mismo no te imaginas la importancia de ese libro», le dijo el creador de La Mañosa al autor de Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana. Don Juan refería que muchas publicaciones de su juventud, las cuales él había olvidado, habían sido rescatadas en la obra [de Collado] y puestas en contacto con los lectores. Desde su aparición, Apuntes bibliográficos… ha sido fuente de consulta constante de investigadores y estudiosos de las literaturas dominicana y caribeña tanto dentro como fuera de la República Dominicana, a pesar de que fue edición limitada de 500 ejemplares bajo el auspicio de la Biblioteca Nacional. El crítico literario italo-canadiense Giovanni Di Pietro, en un ensayo suyo aparecido en el diario El Siglo en abril de 1998 opina así sobre la obra: Miguel Collado nos sorprende con una obra, Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana (Biblioteca Nacional, 1993), muy oportuna. Decimos esto porque, al observar el ambiente cultural dominicano, notamos cómo en él se escasean obras de la naturaleza de la obra que Collado ha publicado. Si es difícil o casi imposible publicar crítica o novela o poesía o cuento en nuestro medio, aún más lo es publicar una obra puramente bibliográfica, que es lo que la presente sería. Se requiere mucho valor por parte de un investigador dominicano no sólo atreverse a producir el resultado de sus intereses investigativos, sino también permitirse remover mares y montañas para que tal cosa viera la luz de la publicación. Esto es justamente lo que ha hecho Miguel Collado y por lo cual se merece nuestra admiración. En julio de 1993 entré por primera vez a la vida literaria de la diáspora dominicana radicada en la ciudad de New York. Lo hice con mis dos primeros libros de investigación: el ya citado y Jánico. Notas sobre su historia. Fue una enriquecedora e impactante experiencia; la recepción de la crítica hispana en la gran urbe causó en mí un efecto motivador profundo, que me sirvió para comprobar la efectividad de la línea metodológica de investigación definida por mí en la década de los 80, basándome en los estudios de Metodología de la Investigación que había realizado en la universidad. Sí, fue una experiencia muy interesante poner en circulación en Manhattan (New York), en un mismo acto celebrado en la Alianza Dominicana, esos dos libros. Ambos fueron presentados por el escritor y periodista dominicano José Carvajal, a quien siempre he de agradecerle su solidaridad, pues él también asumió la coordinación del evento y fue, en cierto modo, quien me presento ante la comunidad cultural dominicana radicada en la gran urbe. Allí estuvo presente el ensayista y académico Silvio Torres Saillant, quien declaró a la prensa lo siguiente: «Ambos libros, de la autoría del investigador Miguel Collado, son extremadamente útiles. El uno (Jánico. Notas sobre su historia) porque nos cuenta la historia de un pedacito de nuestro país, cosa que es muy inusual en la historiografía dominicana. Generalmente se hacen las historias grandes y se omiten las historias pequeñas. Y entendemos ya hoy día que son las historias pequeñas que, juntas, completan la historia grande. En cuanto al estudio bibliográfico (Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana) es una colaboración muy sustanciosa, muy valiosa, y muy necesaria, especialmente para los estudiosos de la literatura dominica». Recuerdo que tanto le gustó mi libro sobre la historia de Jánico al Poeta Nacional Pedro Mir que hizo la siguiente confesión: «El libro de Miguel Collado sobre la historia de Jánico está tan bien escrito que yo lo leí de una sentada con el placer con que se lee una novela». El célebre autor del clásico poema «Hay un país en el mundo» dijo eso, a las 9:45 p.m. del 14 de agosto de 1993, en la tertulia literaria del Hostal Nicolás de Ovando, la cual era coordinada por la gestora cultural Verónica Sención. Pero no tan solo al poeta Pedro Mir dejó impresionado la lectura de ese libro, sino también al humanista Marcio Veloz Maggiolo, a quien me unió una estrecha amistad intelectual, sin que la significativa diferencia de edad entre nosotros fuera un obstáculo: él era el maestro, yo el discípulo. Veloz Maggiolo, para mi sorpresa, escribió un enjundioso artículo valorando mi investigación sobre la historia de Jánico, titulado «El Jánico de Miguel Collado» y publicado en la edición del 10 de noviembre de 1993 en el diario El Siglo: …su libro Jánico [es] una obra de consulta de un gran valor. Hace tiempo que tenía el deseo de escribir sobre este libro, completo y acucioso. Siempre he considerado que las historias locales son el núcleo básico de una historia mayor, porque no se puede historiar un país sin conocer la parte mínima de sus acciones, la vida interior de sus pueblos. Aunque la obra de Collado no es la única, es de las más importantes por el contenido total que intenta abarcar. Me he sentado a leer la y he entrado en un mundo de intimidades que va desde la fundación del poblado. Y aún desde antes, cuando el Nitainato de Xanique vivía un proceso cacical que tronchó la llegada del europeo. Se trata de una verdadera obra de investigación en la cual no faltan los topónimos referidos a la vegetación, aquellos que se refieren a la conformación del terreno y a la propia vida cotidiana. Asombra, igualmente, la precisión con la que el autor, en correcta prosa, camina por senderos que van desde la división territorial actual y antes desde la fundación de Jánico como una villa distante de la primera fortaleza. En 1993 también vio la luz pública Primicias de América en Jánico. El año anterior se había celebrado el quinto centenario del descubrimiento de América. Ahora bien, con anticipación a esa efeméride el gobierno presidido por Joaquín Balaguer había creado el 4 de noviembre de 1986, mediante el Decreto No. 1152-86-375, la Comisión Dominicana Permanente para la Celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento y Evangelización de América (1492-1992), la cual fue convertida en Patronato de la Ciudad de Santo Domingo en 1993. Esa comisión ignoró por completo la trascendencia de algunos hechos primigenios en la historia americana que habían tenido lugar en la localidad de Jánico antes y luego de la llegada a la Isla de los conquistadores españoles, como el primer cultivo de cebolla en América, la primera fortificación militar instalada por los españoles en el interior de la Isla, el primer hallazgo arqueológico en el nuevo mundo y donde fue hecho preso, en 1494, el valiente cacique Caonabo.

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