Santiago Muñoz Machado y Benito Pérez Galdós: cultores de las palabras que edifican y embellecen
Por
Bruno Rosario Candelier
A
Francisco Javier Pérez,
destacado cultor de la lingüística americana.
El director de la RAE en la Academia Dominicana de la Lengua
La tierra de Córdoba, que parió a Lucio Séneca, Luis de Góngora y Moisés Maimónides, entre otras figuras eminentes del arte, la ciencia y la cultura, también vio nacer a Santiago Muñoz Machado (1949), actual Director de la Real Academia Española (RAE) y Presidente de la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE).
Desde el 10 de enero de 2019 don Santiago Muñoz Machado es el trigésimo primer director de la RAE y, en virtud de ese honroso cargo, preside la ASALE. Este sobresaliente andaluz también forma parte de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, y de la Academia de Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, su ciudad natal. Es también miembro correspondiente de varias academias hispanoamericanas, un reconocimiento a su valioso aporte intelectual.
Desde que asumió la dirección de la RAE, Muñoz Machado ha dado notaciones, admirables y ejemplares, de que tiene un dominio de la palabra, ejerce un liderazgo en la disciplina profesional que lo distingue y revela un encomiable desempeño en la ejecutoria de las tareas que realiza con notable destreza expositiva.
El Dr. Santiago Muñoz Machado arribó al aeropuerto de Punta Caucedo de Santo Domingo la noche del 29 de febrero de 2020. Manuel Núñez Asencio y este servidor, acompañados de nuestras respectivas esposas, fuimos al aeropuerto a recibir al ilustre visitante, quien también vino acompañado de su consorte. Era la alta noche del último sábado de febrero, y en el cielo rutilaban deslumbrantes las estelas de las altas estrellas.
En la ruta del aeropuerto al hotel de la Ciudad Colonial de la capital dominicana, tanto al director de la RAE, como al autor de este artículo, nos impresionó el jolgorio de centenares de jóvenes de ambos sexos que celebraban, con el desenfado propio de la edad juvenil, el fin de semana encendido con bebidas y música, bailes y juergas en la extensión del malecón oriental, atizados con la euforia del desbordante entusiasmo nocherniego.
Desde su arribo a nuestra tierra apreciamos en don Santiago Muñoz Machado su “don de gente”, su trato afable y su capacidad de sintonía con las corrientes epocales, científicas y artísticas, quien además posee una singular sensibilidad para el fuero de nuestro idioma, por lo que eligió un texto de Benito Pérez Galdós para celebrarlo con sus colegas de la Real Academia. Y esa sintonía con el genio de nuestra lengua explica también su alta ponderación de nuestro idioma y su uso ejemplar de la palabra, que enaltece con su ejercicio intelectual, académico y profesional.
En su trayectoria laboral fue profesor de la Universidad Complutense de Madrid, y ha ejercido como jurista y abogado en la capital española, donde reside. Trabajó en la Presidencia del Gobierno de España y en la elaboración de la Constitución española. Sobresaliente cultor de la palabra, valora con cuidadoso esmero el cultivo del lenguaje parejo al celo profesional que con singular empeño y pertinente disciplina ha puesto en su carrera como jurista y especialista en derecho administrativo y derecho constitucional. Por su brillante carrera y su aporte al pensamiento jurídico ha sido distinguido con el doctorado por varias universidades españolas y americanas. Entre sus muchas y valiosas publicaciones sobresalen Hablamos la misma lengua, El español en la historia de América, Informe sobre España y Diccionario del español jurídico, que amplió en el Diccionario panhispánico del español jurídico, obras que le merecieron el Premio Nacional de Historia, el Premio Nacional de Ensayo y el Premio Nacional de Literatura.
En su memorable visita a nuestro país, Santiago Muñoz Machado presentó el Diccionario panhispánico del español jurídico en el acto que tuvo lugar en la sede de nuestra corporación, cuya presencia aprovechamos para designarlo miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua.
El DPEJ se publicó el año 2017 en Salamanca, en cuyo acto participó Fabio Guzmán Ariza en representación de la Academia Dominicana. En la ADL, Muñoz Machado explicó el proceso de elaboración de esa obra, inspirada en la versión del Diccionario del español jurídico, publicado en el 2016. Según explicó el jurista, hasta entonces no se había compilado el lenguaje del derecho, y señaló que “existen muchos diccionarios y enciclopedias jurídicas que se han editado en los últimos dos siglos, pero se trata siempre de selecciones de conceptos para exponer su significado dogmático e institucional”. El proceso, en el que participaron profesores universitarios y juristas de diversas especialidades, llevó tres años y al tener ese trabajo como base, se fue “corrigiendo y mejorando lo ya hecho, y ampliándolo con léxico procedente de todos los países hispanohablantes” y juristas de todas las naciones del mundo hispánico. El director de la RAE comentó que, de todas las obras editadas a lo largo de su vida, este diccionario ha sido “la tarea intelectual más compleja y fascinante que ha emprendido” como escritor de asuntos jurídicos.
En el DPEJ, confeccionado bajo la dirección de Muñoz Machado, fluye el conocimiento jurídico en su dimensión académica de quien fuera catedrático de derecho administrativo y constitucional. En esta edición del Diccionario panhispánico del español jurídico participaron filólogos y lexicógrafos de la RAE y de las academias americanas, así como juristas de las facultades de derecho y representantes de tribunales y cortes supremas de los distintos países hispanoamericanos. Como resultado de esa participación de reconocidas figuras del derecho, esta obra satisface la necesidad de juristas, empresarios y administradores oficiales que necesitan manejar conceptos jurídicos compartidos por los hispanohablantes de cualquier país. De ahí la publicación de este diccionario, que recoge el léxico jurídico usual en España y las particularidades léxicas de los países de habla hispana con vocablos del derecho compartido en el mundo hispánico.
En el acto celebrado en la Academia Dominicana, en mi condición de director de la ADL le entregué a don Santiago Muñoz Machado el diploma acreditativo de miembro correspondiente. En dicha presea consigné lo siguiente: “La Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, fundada el 12 de octubre de 1927, con su lema “La Lengua es la Patria”, en atención a sus méritos lingüísticos y literarios, su aporte al estudio del derecho administrativo, la investigación lexicográfica del español jurídico y el impulso a las tareas académicas de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, esta corporación designa a don Santiago Muñoz Machado en la clase de miembro correspondiente y, para que así conste, se expide el presente diploma, firmado por el director y refrendado por el secretario con el sello de la institución. Dado en Santo Domingo, República Dominicana, 1 de marzo de 2020”.
La memorable visita de Muñoz Machado tuvo para nosotros una alta significación ya que era la primera vez que un director de la Real Academia Española nos visitaba. En esos días, el prestante Director de la RAE inició una gira de visitas a las Academias de Centroamérica y el Caribe, y justamente concluyó su periplo en la Academia Dominicana.
El acto de recibimiento tuvo lugar en el remodelado salón de la ADL, donde se presentó el Diccionario panhispánico del español jurídico, en acto público celebrado la mañana del domingo 1 de marzo de 2020. (Casualmente, ese fue el último acto público celebrado por la Academia Dominicana previo a la aparición de la infausta pandemia del Covid-19, que ha aún mantiene la paralización de las actividades presenciales para evitar contagios del tan temible virus, aunque ha propiciado la celebración de encuentros virtuales con mediación telemática para remediar la limitación impuesta por el azote viral).
En el acto académico en honor al director de la RAE, nuestra distinguida lexicógrafa, la doctora y académica de número María José Rincón González, dijo de nuestro ilustre visitante: “Santiago Muñoz Machado es andaluz, cordobés, hablante de una de las variedades históricas de la lengua española, esa que hablamos más de quinientos millones de personas a lo largo y ancho del mundo. En un mundo en el que cada día debemos aspirar a “hablar con discurso”, como los memorables Cipión y Berganza cervantinos, que don Santiago evocaba en su discurso de ingreso a la Real Academia Española; en un mundo en el que se nos hace más esencial la libertad de palabra, las Academias de la lengua española y, hoy, la Academia Dominicana de la Lengua, nos felicitamos al contar entre nosotros con un profesional de la palabra como don Santiago Muñoz Machado”, expresó oronda y satisfecha la señora Rincón González.
Esa fresca mañana con aire primaveral don Santiago Muñoz Machado habló sobre el diccionario jurídico que ese día presentamos en la capital dominicana ante la presencia de académicos de la lengua, renombrados juristas, intelectuales y escritores eminentes y una representación del público que habitualmente respalda con su presencia las convocatorias de la institución.
El salón de conferencias de la ADL, remodelado gracias a la iniciativa de Vivian Saladín de Guzmán, lo apreciaron y disfrutaron los académicos que honraron con su presencia la visita del ilustre jurista y académico español don Santiago Muñoz Machado, como fueron Federico Henríquez Gratereaux, Fabio Guzmán Ariza, María José Rincón González, Andrés L. Mateo, Tony Raful Tejada, Ana Margarita Haché, Manuel Núñez Asencio, José Enrique García, Rafael Peralta Romero, Juan José Jimenes Sabater y el autor de esta crónica, Bruno Rosario Candelier. También participaron varios miembros correspondientes, como fueron los narradores, ensayistas y poetas Tulio Cordero, Cérvido Candelaria, Ofelia Berrido, Miguel Solano, Emilia Pereyra, Ruth Ruiz, Luis Quezada y Juan Ventura.
Los académicos almorzaron en el restaurante de la Torre Acrópolis de la ciudad capital con don Santiago Muñoz Machado, a quien nuestra Academia le ofreció un espléndido almuerzo en cuya sobremesa comentamos, en un ambiente de amena y fraterna cordialidad, la colaboración lingüística de nuestros académicos a los proyectos lexicográficos y gramaticales de la RAE, así como las tareas idiomáticas de la ADL sobre el español dominicano y las actividades lingüísticas y literarias en la sede de la institución y en centros docentes y culturales de Santo Domingo y otras poblaciones del interior del país para incentivar en nuestros hablantes el estudio de nuestra lengua y el cultivo de las letras.
En la crónica de esa celebrada visita a la Academia Dominicana de la Lengua reprodujimos también la entrevista que la periodista y académica de la lengua, la prestigiosa narradora Emilia Pereyra, le hiciera al director de la RAE y presidente de la ASALE al día siguiente en la oficina de Diario Libre de la capital dominicana (1).
Bajo su mandato le ha correspondido a don Santiago Muñoz presidir dos congresos internacionales -el Congreso de la Lengua Española celebrado en Córdoba, Argentina; y el de las Academias de la Lengua Española, que tuvo lugar en Sevilla, España-, que ha dirigido con espléndido dominio de la palabra y con la brillantez intelectual de su talento en sus exposiciones.
Aun los que somos legos en derecho sabemos que todo tiene un protocolo establecido derivado del orden cósmico, y que la disciplina jurídica, que pautaron los antiguos romanos como enseñara Ireneo Marrou, el derecho tiene una reconocida prosapia normativa en la que ha descollado Muñoz Machado. Recuerdo que el doctor Milton Ray Guevara, presidente del Tribunal Constitucional de la República Dominicana, cuando acompañamos al director de la RAE en la sala de reunión del pleno de los magistrados dominicanos dijo en alabanza de nuestro ilustre presidente que él se había formado jurídicamente con varios textos de Santiago Muñoz Machado, a quien llamaba Maestro, apelación respetuosa indicativa del dominio del derecho administrativo y constitucional de nuestro admirado visitante.
Santiago Muñoz Machado y Benito Pérez Galdós en la RAE
En el prólogo a La conjura de las palabras de Benito Pérez Galdós, que presentara en la cena navideña que anualmente celebran los académicos de la RAE para compartir entre colegas al término del año, Santiago Muñoz Machado consignó: “La mentada tradición tiene mucho valor para los académicos pero creo que, sin estorbarla, podría enriquecerse con la edición de textos breves, sean artículos, discursos, cartas, poemas o cuentecillos, elegidos entre los escritos de nuestros compañeros de años o siglos atrás. Serviría de evocación y de convocatoria a compartir la sobremesa con nosotros los académicos vivos” (2).
Benito Pérez Galdós, quien fuera uno de los grandes narradores decimonónicos de las letras españolas, fue el autor escogido por Santiago Muñoz Machado para festejar su primera cena como director de la RAE con sus colegas académicos.
Justamente el propio Muñoz Machado, cuando vino a la República Dominicana, nos obsequió un ejemplar del opúsculo La conjuración de las palabras, editado con sobriedad y primor por la Real Academia Española en diciembre de 2020 con motivo de la susodicha cena navideña de los académicos en una convivencia que ya es una tradición que comparten con el Director de la RAE.
La escogencia del texto de Pérez Galdós pauta el inicio de una novedad introducida por el actual director del Templo de la Palabra cuya sede está en Madrid desde su fundación en el año de gracia de 1713. Afortunada idea para enaltecer con un fino toque intelectual una reunión festiva que los académicos de la RAE celebran en las fiestas navideñas con un ágape fraterno en una cena en la que comparten alegrías y distensiones en un ambiente relajado sin la rigidez del protocolo de su junta ordinaria. Y un detalle singular de ese encuentro de fin de año denominado “Almuerzo del Director” es la presentación de una charla tras las anécdotas y lecturas de cuentos y poemas.
En el prólogo al opúsculo de Pérez Galdós, Muñoz Machado escribió: “El nuestro se distingue porque, al término del ágape, a la hora de los postres, los académicos que libremente lo soliciten recuerdan anécdotas y sucedidos o leen a sus compañeros textos de su cosecha, como sonetos, coplas, décimas, ovillejos, microrrelatos, o cualquier otra composición preparada para la ocasión o recuperada de algún cajón en que yacía olvidada. Este momento de los postres es singular” (3).
Con el susodicho opúsculo, el director de la RAE optó por editar un cuento de Pérez Galdós cifrado en el rol de las palabras, como podrá apreciar el lector que se interese en leerlo, razón por la cual lo reproduzco en el presente Boletín de la Academia Dominicana de la Lengua en este marzo conmemorativo de la visita de Muñoz Machado.
En el centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós era oportuno elegir una obra de ese autor, una de las figuras eminentes de la narrativa española. Devoto de Dickens y de Balzac, el novelista, dramaturgo y periodista español, en el cuento escogido por Muñoz Machado, “rebosa ingenio, soltura técnica e intención política”, según afirma el prologuista. Como cuento alegórico, el texto tiene una intención abierta y crítica de un comportamiento de la sociedad de su tiempo (último tercio del siglo XIX en España). Con un cuestionamiento al uso inadecuado de las palabras, el prestante escritor cuestiona el empleo inoportuno de términos afrancesados por parte del estamento social culto, como es el de los escritores, llamado a ser ejemplo de propiedad, belleza y corrección en la elección de los vocablos y en la denominación de conceptos e imágenes de su obra literaria.
En La conjuración de las palabras, Pérez Galdós les da categoría de personajes de ficción a las palabras del diccionario con la finalidad de criticar, mediante un cuadro narrativo, a los intelectuales indiferentes a la savia patrimonial de la herencia castellana con cuya actitud desprecian el valor originario de las voces propias de nuestra lengua.
La palabra no es solo la expresión de una imagen y un concepto, sino el medio de nuestra comunicación, el cauce de nuestra creación y el eco, rotundo y elocuente, de nuestras intuiciones y vivencias que ya Heráclito de Éfeso, entre los antiguos pensadores presocráticos, consignara en el Logos de la conciencia como sede del pensamiento y fuero de nuestra visión del mundo mediante el uso de esa enaltecida dotación sagrada.
Benito Pérez Galdós personifica las palabras y, al personificarlas, las convierte en personajes con los que encauza una crítica, constructiva y edificante, a una realdad nefasta que su sensibilidad de usuario ejemplar de la lengua castellana rechaza al condenar la adopción de formas y vocablos ajenos a nuestra esencia idiomática. Para nuestro escritor la narrativa literaria no es solo expresión de una forma con sentido en sus usos y figuraciones, sino valoración de un contenido con trasfondo conceptual, social, moral, estético y espiritual. Y la palabra, concebida y perfilada en el texto de Galdós, es el instrumento de una crítica histórica al comportamiento irreflexivo de grandes figuras de su época en el uso de las palabras. De ahí la pertinencia de la elección de ese cuento para la susodicha cena.
Todo pasa, excepto el Todo que lo atrae. Y también las palabras que reproducen su sentido y su mensaje. Eso lo han comprendido los académicos y escritores, incluido el grandioso narrador cuyo texto sirvió de comodín al Director de la RAE para amenizar el ágape navideño con sus colegas de las letras. Y le sirvió al narrador oriundo de Las Palmas de Gran Canaria (1843-1920) para encauzar una crítica al sector culto de su tiempo, pensando, como efectivamente pensaba, que las palabras no solo testimoniaban lo que acontece en el mundo, sino también los ideales, sueños y aspiraciones de los pueblos que los narradores recrean y formalizan en el arte de la creación verbal.
De entrada, para facilitarle al lector el estado de la cuestión, el narrador describe en sus detalles sensoriales lo que sus ojos contemplaban al observar el grandioso volumen de un extravagante diccionario: “Formábanlo dos anchos murallones de cartón, forrados en piel de becerro jaspeado, y en la fachada, que era también de cuero, se veía un ancho cartel con letras doradas, que decían al mundo y a la posteridad el nombre y la significación de aquel gran monumento. Por dentro era una maravilla tan curiosa, que ni el mismo laberinto de Creta se le igualara. Dividíanlo hasta seiscientos tabiques de papel con sus números llamados páginas; cada tabique estaba subdividido en tres galerías o columnas muy grandes, y en estas galerías se hallaban innumerables celdas, donde vivían los ochocientos o novecientos mil seres que en aquel vastísimo y complicado recinto tenían su habitación. Estos seres se llamaban palabras” (La conjuración de las palabras, pp. 24-25).
En la composición del cuadro ficticio, las palabras conforman un ejército que se dispone a enfrentar a un peligroso adversario, y, valiéndose de un testigo ocular, que no era sino otro libro formado de palabras, en un ingenioso artificio creador el narrador da cuenta de las clases de palabras de nuestro sistema de signos y de reglas, como ADJETIVOS Y SUSTANTIVOS, cuya referencia le sirve para armar la sustancia de su narración: “Delante venían unos heraldos llamados artículos, vestidos con relucientes dalmáticas y cotas de finísimo acero: no llevaban armas, y sí los escudos de sus señores los sustantivos, que venían un poco más atrás. Estos formaban un número cuasi infinito, y estaban todos tan vistosos y gallardos, que daba envidia el verlos. Unos llevaban resplandecientes armas del más puro metal, y cascos en cuya cimera ondeaban plumas y festones; otros vestían lorigas de paños de Segovia con listones de oro y adornos recamados de plata; otros cubrían sus cuerpos con luengos trajes talares, a modo de senadores venecianos. Unos iban, caballeros, en poderosísimos potros cordobeses, y otros a pie” (La conjuración de las palabras, p. 27).
Al ponderar la función de los VERBOS, el atildado narrador, diestro en asuntos de lengua y cultor de un lenguaje exquisito, exalta la función operativa de las formas verbales en el ejercicio de las funciones idiomáticas y en el arte de la creación literaria, como se puede apreciar en este pasaje que resalta el rol del verbo en la cadena hablada: “No es posible decir su sexo, ni medir su estatura, ni pintar sus facciones, ni contar su edad, ni definirlos con precisión ni exactitud. Baste saber que se movían mucho y a todos lados, y tan pronto iban hacia atrás como hacia adelante, y se juntaban dos para andar juntos. Lo cierto del caso, según me aseguró el Flos sanctorum, es que sin tales verbos no se hacía cosa a derechas en aquella república, y, si bien los sustantivos eran muy útiles, no podían hacer nada por sí, y eran como unos instrumentos ciegos cuando no los dirigía algún verbo” (La conjuración de las palabras, p. 31).
Chispeante es la presentación de los ADVERBIOS, que juegan un papel secundario pero significativo en el habla de los dialogantes, como subraya con donaire el versado narrador: “Tras estos venían los adverbios, que tenían catadura de pinches de cocina; no servían más que para prepararles la comida a los verbos y servirles en todo. Es fama que eran parientes de los adjetivos, como lo acreditaban viejísimos pergaminos genealógicos, y aun había adjetivos que servían en la clase de adverbios, para lo cual bastaba ponerse una cola o falda en esta forma: mente” (La conjuración de las palabras, pp. 31-32).
Las PREPOSICIONES y las CONJUNCIONES, en ese ejercicio lúdico de enseñanza gramatical, juegan su rol peculiar en los hechos de lengua, como los reconoce Pérez Galdós en su parábola de las palabras: “Las preposiciones tenían un cuerpo enano; y más que personas parecían cosas que se movían automáticamente: iban junto a los sustantivos para llevar recados a algún verbo, o viceversa. Las conjunciones andaban por todos lados metiendo bulla; y había especialmente una, llamada que, que era el mismo enemigo; y a todos los tenía revueltos y alborotados, porque indisponía a un señor sustantivo con un señor verbo, y a veces trastornaba lo que este decía, variando completamente el sentido” (La conjuración de las palabras, pp. 32-33).
Finalmente aparecen las INTERJECCIONES que, aunque no forman palabras, las acompañan como guardianes de entonación, interrogación y admiración, para que el lector aprecie la actitud del hablante o del escribiente: “Detrás de todos venían las interjecciones, que no tenían cuerpo, sino tan solo unas cabezas con una gran boca, siempre abierta. No se metían con nadie, y se manejaban solas; que aunque pocas en número, es fama que sabían hacerse valer” (La conjuración de las palabras, p. 33).
Exalta el narrador el genio léxico del castellano patrimonial, y a las nuevas voces que reclaman su reconocimiento en el ánfora de las palabras, y al cebarse el conflicto, que articula entre las palabras, aflora la lucha por su prestancia en el fuero entrañable de la lengua española.
Alude el cuento de Pérez Galdós a la penetración léxica que afectó la pureza idiomática de la savia primordial de la lengua castellana, que hasta gallardos escritores sucumbieron ante el empuje extravagante de los invasores y atrevidos vocablos galicistas.
El pleito entre las palabras era interminable, aunque aparecieron sustantivos juiciosos y cuerdos adjetivos que ocuparon el entendimiento y la comprensión de los vocablos en pos de la armonía interior del lenguaje para el desarrollo creciente y fecundo de la potencia lingüística del genio hispánico: “No pudiendo el verbo Ser, ni el sustantivo Hombre, ni el adjetivo Racional poner en orden a aquella gente, y comprendiendo que de aquella manera iban a ser vencidos en la desigual batalla que con los escritores españoles iban a emprender, resolvieron volverse a su casa. Dieron orden de que cada cual se fuera a su celda, y así se cumplió, aunque costó gran trabajo encerrar algunos rezagados que se empeñaban en alborotar y hacer el coco” (La conjuración de las palabras, pp. 44-45).
Las voces de las diferentes partes de la oración acordaron conciliar sus diferencias léxicas para hacer posible el desarrollo propicio de una energía idiomática que daba sustancia y sentido a una lengua llamada a armonizar la esencia de una gallarda lengua destinada, desde su auspicioso origen en San Millán de la Cogolla, a enaltecer la conciencia de sus usuarios desde la pertinencia idiomática de las palabras a la luz de la tradición espiritual emprendida por Gonzalo de Berceo, potenciada por san Juan de la Cruz y los poetas auroseculares, y engrandecida por la obra literaria de una grandiosa creación adobada con el refrescante aliento panhispánico de hablantes de cuatro Continentes, que el cuento de Benito Pérez Galdós se anticipa con ejemplar donaire y prestante resolución.
Santiago Muñoz Machado, prevalido del cuento La conjuración de las palabras, exalta el genio de nuestra herencia hispánica y encomia su mejor cultivo para hacer de las palabras de la lengua española el lábaro sagrado de nuestra hidalga prosapia verbal, cauce de indudable sentimiento panhispánico.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, 19 de marzo de 2021.
Notas:
- La entrevista a Santiago Muñoz Machado, que le hiciera la periodista, escritora y académica de la lengua Emilia Pereyra, fue publicada en el periódico Diario Libre, de Santo Domingo, el 3 de marzo de 2020.
- Benito Pérez Galdós, La conjuración de las palabras, Real Academia Española, 2020, p. 7.
- Santiago Muñoz Machado, Prólogo a La conjuración de las palabras, citado, p. 6.
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