Poemas de Andrés L. Mateo y Bruno Rosario Candelier
“AL MARGEN DEL VENERABLE HERÁCLITO”
Por Andrés L. Mateo
Lo único perpetuamente estático es la nostalgia.
Dicho esto, por supuesto,
al margen del venerable Heráclito.
Contra el tiempo se diluyen las cosas.
“En la vida todo es ir a lo que tiempo deshace”
-dijo el poeta-.
Regresas y ha cambiado lo que antes era tuyo
menos en la nostalgia
en la que igual las cosas permanecen
a pesar del círculo implacable que el vivir arrasa.
Todavía la luz sucede a la luz.
Cuando vuelvo al viejo barrio
ha pasado algún tiempo.
Pero soy todavía el niño cruel que cazaba mariposas,
Y hasta que el ángel venga esperaré sonreído
en una esquina del barrio San Juan Bosco,
ardiendo de inquietud con mi rama en la mano.
¡Fui implacable!
Jamás tuve más cierto en mi memoria
las batallas ganadas
el día ardiente del verano
lejano y próximo en el cual fui el rayo de tinieblas
que mataba mariposas y era feliz.
Y me veo regresar en la nostalgia
no como el que ahora soy
sino como el que fui.
Bajé desde mí mismo
encontrando aquel niño de tenue corazón
de alborozado rostro que con su rama desflecaba
las durezas de una tierra en la cual
el mal no estaba escrito todavía.
Ha pasado algún tiempo.
Cambia todo
hasta la rancia sentencia del venerable Heráclito.
Menos en la nostalgia donde no hay antes ni después
y el olvido nunca construye su morada.
Y nada puede transformar lo dado, lo vivido.
Al margen del Venerable Heráclito.
“EL ÁGAPE INMORTAL”
Por
Bruno Rosario Candelier
A
Andrés L. Mateo
La luz alumbra porque relumbra,
fuero y cauce de un designio establecido.
Si la rosa “florece porque florece”,
el estiércol repugna por lo que tiene.
Entre la A y la Z cabe todo,
tanto del mundo sutil,
como de la prosaica galera.
Y todo vuelve a su origen,
como intuyó el presocrático cuando vio
que el río fluye incesante hacia su fuente.
Lo que permanece es el ágape,
el ágape sagrado y divino
al que nos convocan.
Ya lo dijo Heráclito en su día:
“Todo viene del Todo, y todo vuelve al Todo”.
Nada cambia, si el amor preside la mirada,
mientras la vida pauta el rumbo
con sus señales secretas.
Lo que la luz revela es el halo
que perfila el sentido.
A la luz sucede otra luz,
la que despliega el manto
inconsútil del misterio.
En nosotros pervive el niño que con su enigma
aflora desde el fondo ignoto del pasado.
En el poema late el miedo que troquela
circuitos y neuronas
como vestigio de una culpa irredenta
o como el látigo inclemente
que señala, acusa o recrimina.
Un soterrado miedo o un trauma secreto
con su larvada culpa
o su inmarcesible llama hacen al poeta.
No es la nostalgia la que inspiran los dolientes versos,
ni la palabra que retrata, cuestiona o curcutea.
Es la fragua de una pasión insumisa y traviesa
del niño que con dolor recuerda
una gozosa crueldad contra inocentes mariposas,
que no puede revertir
porque lo hecho, como lo dicho,
irremediablemente queda detenido en el tiempo,
a pesar del transcurso de los días y las penas,
a merced de la distante y lumbrosa luna,
o a despecho de las impertérritas
y calladas piedras.
Desde el fondo de ti
late el reclamo de lo que no muere.
Lo que fue, lo que se hizo o dijo,
no cambia con el tránsito de las noches,
porque nada pierde su esencia y su sentido.
El venerable Heráclito lo supo,
como tú lo presientes compungido,
pues ni la secreta nostalgia,
ni el olvido cómplice,
cortejan las cosas que suceden,
sino el ágape inmortal
que las redime.
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