Jorge Juan Fernández Sangrador: León, el pianista

Aunque nació en el seno de una familia de judíos emigrantes del Este de Europa, no era ésta de aquellas que habían sido distinguidas con antepasados notoriamente dotados para la música y con instrumentistas afamados por su virtuosismo. Fue su madre, Bertha, la que tuvo la idea de comprar un piano. Le parecía a ella que, al igual que les había sucedido a muchos inmigrantes en los Estados Unidos, esa podía ser la puerta de acceso a una vida mejor para sus hijos.

En realidad, el piano se adquirió para el mayor, Raymond, que tenía por entonces 9 años de edad, el cual, en cuanto acababa la clase de música, que un profesor le daba en el domicilio de los Fleisher, salía inmediatamente de casa a jugar y se olvidaba del instrumento. Mientras que el pequeño, León, quien, desde el sofá, seguía atentamente las explicaciones, se sentaba al piano cuando éste quedaba libre y trataba de poner en práctica lo que de la lección recién impartida había logrado retener. Tenía solo 4 años. Y así comenzó su carrera como pianista León Fleisher, quien falleció, a causa de un cáncer, el domingo pasado, en Baltimore.

Del currículum académico de León hay que destacar el hecho de que Artur Schnabel lo admitiera como discípulo siendo aún un niño, pues el maestro no recibía a alumnos principiantes, pero el chiquillo daba muestras de poseer un talento extraordinario. León Fleisher entró así a formar parte de un linaje de músicos que se remontaba, a través de Schnabel, Theodor Leschetizky y Carl Czerny, al mismísimo Ludwig van Beethoven.

Es preciso decir que León había tenido en San Francisco, y cuando contaba solo 6 o 7 años de edad, un magnífico profesor de piano, Lev Shorr, junto al que adquirió la técnica, al estilo de los rusos, que lo habilitaría para ser «la trouvaille pianistique du XXe siècle» (el hallazgo pianístico del siglo XX), que fue lo que el director de orquesta Pierre Monteux dijo acerca de él.

Y llegó a ser el gran músico que todos auguraban, hasta que, después de cumplir los 36, León comenzó a sentir que los dedos meñique y anular de la mano derecha giraban hacia abajo y hacia adentro, haciéndosele imposible tocar el piano. Le diagnosticaron distonía focal. Y aunque esta es una disfunción cerebral, él atribuyó su mal al desgaste producido por las muchas horas que diariamente dedicaba a practicar sobre el teclado.

Todo lo que había logrado levantar durante casi cuatro décadas de exitosa actividad musical se derrumbó en un santiamén. Leon quedó sumido en un estado de postración anímica del que no fueron capaces de alzarlo ninguno de los traumatólogos, neurólogos y psiquiatras que visitó. Sin embargo, nadie es desgraciado él solo. Tampoco en esto. Y no era el único en el mundo que se veía súbitamente imposibilitado para la ejecución pianística por la parálisis de una mano. Le había sucedido también a Paul Wittgenstein.

Este, que era un gran pianista y hermano de Ludwig, el pensador y autor del “Tractactus logico-philosophicus”, había perdido una mano en la Primera Guerra Mundial. En vez de desanimarse, se empleó en hacer arreglos en piezas musicales o en encargarlas a compositores famosos, como Richard Strauss, Erich Wolfgang Korngold, Paul Hindemith, Serguei Prokofiev, Maurice Ravel o Benjamin Britten, con el fin de poder seguir tocando, aunque fuese con una mano sola, el instrumento en torno al cual giraba su vida entera. De éstas, la más famosa fue la que escribió para piano y orquesta Maurice Ravel: “Concierto para mano izquierda en re mayor”.

Y así, León, siguiendo el ejemplo de Wittgenstein y de otros músicos con hándicaps en las extremidades superiores, se atuvo al repertorio que podía interpretar con una mano y continuó dando conciertos. Comenzó, además, a impartir clases de piano. Era lo que había hecho con él su profesor Lev Shorr, que también padeció una larga y severa noche oscura, pues tenía un problema serio en la vista. León se sometió, años más tarde, a un tratamiento experimental con bótox y recuperó la movilidad de los dedos atrofiados, tornando a los conciertos en los que tocaba el piano con las dos manos.

El caso era no rendirse, ser útil a los demás y perseverar en esa suerte de sacerdocio de la belleza que es la consagración al cultivo de las artes en la forma en la que a uno le sea dado realizarlo, sin sucumbir jamás ante las adversidades. De ahí el que, en el tuit en el que Julian Fleisher, hijo de León, comunicó la noticia del fallecimiento de su padre, lo definiese en estos términos: «He was a monk who toiled away in the Church of Music» (Fue un monje que trabajó duramente en la Iglesia de la Música).

Y si es vistosa la estela de conciertos y de grabaciones que León deja tras su paso por este mundo, lo es mucho más el ejemplo de fortaleza, resiliencia y afán de superación que les lega, para que no se desalienten ante las contrariedades, a las generaciones venideras.

 

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