Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

TORRES, CASTILLOS Y PESTILLOS

La buena lectura es un buen método, pero no el único, para aprender nuevas palabras. También es divertido y productivo dejarse atrapar por sus redes. Las palabras nunca están aisladas. Se entrelazan por su origen, por su historia, por su significado, por su función, por su gramática, por su ortografía… Tejen y entretejen relaciones que nos llevan de unas a otras. La semana pasada fuimos recorriendo las que se mueven por el tablero de ajedrez. Algunas se mantienen ahí; otras han desbordado los límites del juego para adquirir acepciones aplicadas a la vida diaria.

Ya sabemos que cada una de las casillas del damero se denomina escaque. ¿Qué hay más cotidiano que tratar de eludir nuestra participación en una tarea o en un compromiso compartido? Si nos queremos referir a ello coloquialmente, tenemos el precioso verbo escaquearseCada vez que hay que limpiar el patio se escaquea; No te escaquees y aporta en el serrucho.

Los hay que se escaquean y los hay que se enrocan. En el ajedrez hay un movimiento en el que el rey y la torre (o roque) del mismo color cambian de posición simultáneamente. Es el único movimiento en que el roque levanta los pies del suelo, y lo hace para proteger al rey; así decimos que el rey se enroca. Cuando pasamos del tablero a la vida, podemos enrocarnos en nuestra opinión sin considerar las razones divergentes, como si eligiéramos una posición defensiva detrás de la torre. Podemos encastillarnos en nuestro parecer, como si nos encerráramos en un castillo para hacernos fuertes. Podemos empestillarnos, trancarnos con nuestro punto de vista detrás de una puerta y echar el pestillo. La obstinación debe ser una actitud frecuente; no hay más que repasar las opciones preciosas que la lengua nos proporciona para referirnos a ella.

 

NATURALEZA HÍBRIDA

Cuando conocemos a alguien que está aprendiendo español, solemos compadecernos de él. ¡Ay, los verbos! Y no nos falta razón. La conjugación verbal de nuestra lengua es compleja y cuesta dominarla con maestría; incluso a los que la hablamos como lengua materna. Ni siquiera es fácil para las formas del verbo que no se conjugan, las llamadas formas no personales del verbo (el infinitivo, el gerundio y el participio) que, aunque no se conjuguen, tienen también sus periquitos a la hora de usarlas correctamente.

Centrémonos en el infinitivo. Como nos describe la Nueva gramática de la lengua española, su marca formal es la terminación en -r precedida de la vocal correspondiente a cada conjugación (-ar, primera; -er, segunda; -ir, tercera). No cambia de persona, ni de tiempo, ni de modo, ni de aspecto, ni de número, pero eso no lo simplifica.

El interés del infinitivo es que funciona, como nos dice Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, como sustantivo y como verbo a la vez. Observemos cómo funciona el infinitivo leer en esta frase: Al leer el cuento, María recordó su infancia. Su significado es el de un verbo: ‘comprender la significación de lo escrito’. Va introducido por una preposición y un artículo como los sustantivos: al leer; y, como ellos, funciona en esta frase como complemento. Como verbo tiene sujeto (María) y objeto directo (el cuento). Comparen, si no, con el verbo, este sí conjugado, de la oración principal (María recordó su infancia): sujeto, María; objeto directo, su infancia.

Una estructura paralela en las dos proposiciones nos ayuda a darnos cuenta de la naturaleza híbrida de nuestro infinitivo. El hecho de que no se conjugue no le quita ni pizca de su complejidad.

 

HASTA EL ÚLTIMO SUSPIRO

 ¿Qué significa ampliar nuestro vocabulario? La respuesta parece sencilla: aprender nuevas palabras que se sumen a las que ya conocemos. Lo que no resulta tan sencillo es comprender lo que lleva aparejado este aprendizaje. El complejo camino que tenemos que recorrer parte de reconocer los sonidos que forman la palabra (en la lengua hablada) además de su ortografía (en la lengua escrita). Pasa por la comprensión de su significado (o de sus significados, que ya sabemos que las palabras nos reservan muchas sorpresas) y por su adopción para nuestro propio uso.

Con esto no hemos llegado al final de nuestra ruta. Para aprender adecuadamente una palabra nueva hay que comprender también sus características gramaticales, que permiten que la utilicemos en nuestra expresión oral o escrita; hay que saber cuáles son las relaciones, morfosintácticas y de significado, que establece con otras palabras. Por si esto fuera poco, como con las personas, hay que conocer sus valores; en el caso de nuestras amigas las palabras, sus valores connotativos y sociales (si son vulgares, despectivas, jergales, formales, locales, urbanas…). Estos valores, que condicionan su uso tanto o más que su propio significado, no se los asignan los diccionarios. Los usuarios las tiñen con ellos; los diccionarios los registran para ayudarnos a usarlas (o a descartarlas) correctamente. Añadir una nueva palabra en nuestras árganas léxicas significa que la reconocemos, la adoptamos y sabemos usarla en los contextos lingüísticos y sociales correctos en todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana. Nuestra relación intuitiva y espontánea con el español, nuestra lengua materna, debe completarse y profundizarse en nuestra etapa escolar (¡tan importante!) con una relación analítica. Sin embargo, no olvidemos, que el camino no se acaba en la escuela. Nuestro recorrido sigue; no en vano nuestra lengua nos acompaña hasta el último suspiro.

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