Poetas de la Academia
La muerte del ahora
Por Ofelia Berrido
Silencio inmóvil,
solo el arroyo
se escucha correr entre las peñas.
Palpitas en mi pecho
corazón del cielo,
al impulsar las aguas del torrente
y desplazarte entre los pinos y los cedros.
Vibración sagrada, sagrada vibración,
sostenida en Do
sobre la corriente y el vacío…
Susurra tu secreto en mi oído,
devela tu misterio
y llévame contigo.
Ascenderé por el árbol.
Rama a rama escalaré.
Alcanzaré la corona;
tomaré su último fruto y realizada
habrá muerto el ahora.
No habrá ego. ¡Ya no habrá Yo!
develan los invisibles mundos…
Te aseguro que no habrá lágrimas.
¡Trepa, trepa, hiedra…!
Germina en mi ánima.
En lo alto de la montaña,
en tierra fértil reposan las raíces
del dulce sueño del alma.
En mi vientre florece la savia,
que consume los miedos ancestrales
con fervores de un tiempo eterno…
Marcharé…
Paso a paso por este desierto estéril…
evocando tu imagen,
y deseando tus besos.
El camino es espinoso,
mis piernas endebles, pero en mi pecho
late un corazón ardiente.
Estoy cerca… tendré la dicha de verte.
Solo faltan unos pasos…
Lo sé por la dicha inmensa que me embriaga
y por la danza de mi corazón.
¡Por fin he llegado!
Lo avisto en el brillo de constelaciones de tus ojos.
Es una luz fuerte, intensa, cegadora.
Rayos dorados lo cubren todo…
Solo siento
y aspiro el aliento del gran silencio
y una infinita paz se hace cargo de mí.
Sentada frente al espejo
las sombras se desvanecen,
como el rocío…
sin dejar huellas,
como el murmullo de la inspiración
y la espiración del alma
que sufre y anhela.
Me das señales dolorosas
y aquí estoy, rebelde,
padeciendo esta aflicción.
El entender, no aminora mi sorpresa.
El sentir tu presencia, no suprime el temor.
Ahora que encuentro la paz
me arrebatas todo.
Cuando por fin disfruto el mundo,
lo pierdo todo.
Veo cómo la muerte acecha, pasiva
y la encuentro en todas partes casi dormida.
Recibo tus señales una y otra vez.
Veo tus huellas y no lo puedo creer
Huyo despavorida…
No me preparo para la muerte,
sigo en este mundo de la forma
atada a las pequeñeces.
Me niego a abandonar esta mortalidad
que asfixia y mata.
Cumplo con lo que para mí es sagrado
y sigo equivocada y aprisionada,
inmersa en la nada.
De espalda a la realidad inefable
me apego a esta experiencia.
Abandonar lo inacabado duele
y terminar nunca se puede.
Siento que estas aquí, cerca,
muy cerca y no sé por qué tiemblo
como la hoja última del invierno
que abatida por un soplo
en un instante cae y perece.
Ya, ya mis fuerzas se escapan
y poco a poco me desplomo.
Quiero ceder y no puedo
el deber sale al paso,
invoca, se opone y lo cambia todo.
Temo alejarme de lo conocido,
entonces, me ato a los míos,
a mi luz, mi norte, mis hijos.
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