Temas idiomáticos

MÚSICA

01 / 10 / 2019,

La pianista Catana Pérez

Hoy la lengua y la ortografía me van a servir como excusa para rendir un homenaje humilde a Catana Pérez, musicóloga, pianista, ensayista y divulgadora, fallecida hace unas semanas. Catana Pérez era música; y lo era en varias de las acepciones que este hermoso sustantivo de origen griego tiene en nuestra lengua.

En la Edad Media las primeras letras del alfabeto latino servían para nombrar las notas musicales. El monje benedictino Guido de Arezzo cambió sus nombres para siempre a comienzos del siglo XI. Se sirvió de un himno dedicado a san Juan Bautista cada uno de cuyos versos empezaba con una nota musical superior a la del verso anterior. El monje utilizó la primera sílaba de cada verso en latín para denominar las notas musicales: Ut queant laxis/Resonare fibris/Mira gestorum/Famuli tuorum/Solve polluti/Labii reatum,/Sancte Ioani. Más tarde cambiamos el nombre de la primera nota en la escala musical por el italiano do.

Las notas musicales son extraordinarias; sin embargo, los nombres que las designan (do, re, mi, fa, sol, la, si) son sustantivos comunes y, como tales, deben escribirse con minúscula inicial; son además sustantivos monosílabos y, por lo tanto, deben escribirse sin tilde.

Catana era música, esa mujer que conoce el arte de la música o lo ejerce. Hacía ambas cosas de tal forma que compartir con ella su pasión nos acercaba a la música, a la que el Diccionario de la lengua española dedica una de sus más bellas definiciones: ‘arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente’.

En efecto, en esa obra la autora refleja no solo su dominio teórico de las áreas de las ciencias del lenguaje. Entre otras: lingüística, filología, gramática, ortografía, literatura clásica y moderna. Ella muestra, por encima de todo, que es una usuaria cabal de la lengua española, requisito indispensable para todo aquel que se precie de educador o escritor.

De la eñe a la zeta es una obra muy bien concebida, elaborada en base a los artículos publicados en Diario Libre en la columna semanal Eñe, durante unos ocho años. En su lectura impacta favorablemente el contraste entre el habla culta, académica y conceptual de los argumentos que sostienen los temas y el estilo llano y coloquial de las ejemplificaciones, seleccionadas y situadas con gracia y simpatía, a veces con extremada sencillez, en contextos concretos facilitadores de aprendizajes.

Así, el artículo “Con el pío de los pollitos” sobre la onomatopeya permite acercarse a las dos imágenes que el libro refleja de la autora a lo largo de sus 446 páginas: la especialista y la comunicadora.

Aquí habla la académica:

Las onomatopeyas son palabras que imitan un sonido que, curiosamente, es representado de distintas formas en diferentes idiomas. Incluso estas palabras especialmente sonoras tienen su ortografía en nuestra lengua.

Aquí, la comunicadora:

Los cuentos infantiles están plagados de ellas. Son la especialidad de los que leen cuentos a sus niños ¡quién sabe cuántos guau, miau y quiquiriquí pueblan nuestros anocheceres! Si el sonido es continuado, nos servimos de repetición de las palabras (pío, pío, cua, cua), y, en ese caso, las separamos con comas, o del alargamiento de las vocales: beeee, muuu.

Los objetos que nos rodean emiten sus propios sonidos, aunque este cambie con los tiempos. Los teléfonos hacen cada día menos ring y los relojes menos tic tac, aunque desafortunadamente los disparos siguen haciendo bang y las bombas bum.

Los seres humanos no nos quedamos en silencio: lloramos (bua), estornudamos (achís), y hablamos sin parar (bla, bla, bla). Cuando nos reímos lo hacemos con gran variedad de matices, que dejo a su interpretación: ja, ja; je, je; ji, ji; jo, jo.

Ese texto es solo un ejemplo del valor de esta obra en una página, que se extiende a los cientos de artículos, puesto que cada página es un artículo. Veamos al azar otros títulos tan atractivos y sencillos como el ya indicado: “Otra pareja dispareja”, “Como cada febrero”, “Resuena el acordeón”, “Vaya trío”, “Préstamos chivatos”.

Y, claro, los textos no aluden a asuntos comunes como aparentan esos títulos. Consistentemente, en la obra se exponen temas gramaticales y ortográficos, principalmente, desarrollados con propósito de divulgación y sustentados en una formación e información actualizada, producto de la lectura y la investigación continuas.

Son temas del español general y del español dominicano relacionados con la literatura, la cultura y la idiosincrasia del pueblo dominicano; y siempre acordes con las normas y recomendaciones de las obras que orientan el mejor uso de la lengua: la nueva Gramática de la Lengua española, la nueva Ortografía, el Diccionario de americanismo y de la autoría de Rincón González, publicado por la Academia Dominicana de la Lengua, el Diccionario del español dominicano.

De la eñe a la zeta es una obra original, escrita con estilo propio y creatividad. Cuando la leemos, muchas veces tenemos la impresión de que estamos ante un texto literario. Los temas tradicionalmente considerados áridos y difíciles se encuentran suavizados por la elegancia y amenidad del lenguaje; y entonces, más bien se nos parecen consejos amigables y fáciles sobre cosas cotidianas; historietas llenas de coloridos con anécdotas, personajes y ambientes familiares; recuentos de hechos y situaciones usuales de nuestra vida diaria; en fin, imágenes y evocaciones de un mundo, el mundo del lenguaje, descrito con sus zócalos y cornisas, que son los temas gramaticales tratados en la obra.

Esas impresiones se deben a un hecho: Rincón González se da completa en su obra, con sus saberes, sus ideas, sus emociones y sensaciones. A través del entendimiento, expresa su visión de la lengua: ella forma parte de nosotros mismos, de nuestra vida y nuestra cultura y hay que amarla y cuidarla, al igual que hacemos con los bienes más caros que poseemos.

Esa visión se expresa también con la mirada de la autora. Ella ve, observa, fija la atención en las cosas interesantes que nos aporta la lengua. También escucha y nos permite escuchar las voces de los grandes maestros de nuestra lengua y nuestra literatura, como Cervantes.

Ella expresa sus gustos y preferencias sobre los usos de la lengua. Sus sentires tanto como sus conceptos guían los textos de la obra ¡Ah!, pero también la ironía, el humor y el gozo.

Observando todo eso en esta obra fue, quizá, que Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, en el acto de puesta en circulación llegó a expresar que Rincón González era una poeta de la lengua. Y tenía razón. Descubrió en esas páginas amor, creatividad e invención.

Por mi parte, a la acertada apreciación de Rosario Candelier agrego otra, remedando la expresión citada al inicio de estas líneas de Yaqui Núñez del Risco: María José Rincón González en De la eñe a la zeta nos trae filología con galanura, por el rigor y la gracia con tratar los temas académicos y especializados, haciéndolos interesantes y gozosos al público general.

REDUNDANCIA EXPRESIVA

08 / 10 / 2019

Los mensajes publicados por el «Español al día» de la Real Academia Española suelen traer cola. Condensar en un tuit una explicación no es sencillo, pero @RAE informa lo consigue. Otra cosa es cómo los usuarios entienden el mensaje o lo valoran. Somos libres de estar de acuerdo con o de disentir de las recomendaciones de la RAE, pero siempre es más saludable opinar después de interpretar correctamente el mensaje.

¿Por qué se oyen las expresiones sacar afuera, meter adentro subir arriba? Si las analizamos, estas expresiones son redundantes; el adverbio repite una información que ya está contenida en el verbo. @RAE informa responde: «La redundancia expresiva es un fenómeno normal en la lengua. Subir arriba, bajar abajo, etc., son expresiones redundantes pero expresivas, y a menudo útiles, en la lengua hablada. No cabe censurarlas». Un tropel de tuiteros se rasga las vestiduras; ¡ya está la RAE admitiéndolo todo otra vez!

Hagamos una lectura comprensiva del mensaje (¿no es esto redundante?), que nunca está de más. La redundancia expresiva consiste en repetir cierta información para lograr que el mensaje llegue a quien lo recibe. Como el mensaje de la RAE indica, puede ser útil en algunos momentos (no en todos, ¡cuidado!). Permítanme la broma: todas las madres usamos la redundancia expresiva con mucha frecuencia.

Sigamos leyendo; esta redundancia es útil a menudo «en la lengua hablada». Y es que, cuando hablamos, las palabras se las lleva el viento y debemos asegurarnos de que nuestro mensaje llegue, y llegue completo: repetimos, insistimos, pedimos confirmación. Por supuesto, debemos evitar este tipo de redundancia en la lengua escrita, y dejársela a los poetas, a los escritores, aquellos que saben usar los recursos que la lengua pone a nuestra disposición para crear arte.

 

 

¡BÁÁÁJALE!

15 / 10 / 2019

El reguetonero colombiano J Balvin felicitó con el mensaje « ¡Bááájale, Rosalía!» a la cantante española por lograr dos premios MTV con su canción «Con altura». Las dos palabras de este mensaje, causante de una polémica ortográfica en las redes sociales, le bastaron para felicitar a una colega; dos palabras nos bastan para cometer errores ortográficos, pero también dos palabras nos bastan para demostrar que J Balvin no cometió ninguna de las faltas ortográficas que le achacan sus seguidores, y odiadores, en las redes. Los signos de admiración, el de apertura y el de cierre, en el sitio correcto; la coma que debe separar el vocativo «Rosalía» del resto de la frase también. Con un pequeño esfuerzo, muy pequeño, y con algo de conciencia sobre el buen uso del español escrito, podemos evitar estos errores. J Balvin lo hizo.

¿Será entonces la tilde repetida sobre la vocal a? La ortografía académica explica que en nuestra lengua la mayoría de las palabras solo tienen un acento léxico, es decir, una única sílaba tónica. Las palabras que marcan ese acento con un acento gráfico solo pueden llevar, en consecuencia, una tilde. ¿Cómo es posible entonces que el mensaje de J Balvin esté correctamente escrito? También nos lo aclara la ortografía académica. Si repetimos varias veces una vocal con tilde para imitar nuestra expresividad al pronunciar esa misma vocal en el habla, la tilde debe repetirse también.

El servicio de consultas de la RAE así lo explicó a quienes reprochaban al reguetonero su ortografía. Las tildes estaban en su sitio. Escribir bien o mal no depende de las redes o del reguetón. Depende de la formación y del respeto por nuestra lengua: ¡Báááájale, J Balvin!

GRADOS DE TEMPERATURA

22 / 10 / 2019

Ahora que el calor nos da un respiro, no nos sentará mal hablar de temperatura. El Diccionario de la lengua española la define como la ‘magnitud física que expresa el grado de calor de los cuerpos o del ambiente’. Convencionalmente medimos la temperatura en grados. Dependiendo de la escala que utilizamos para esta medición, varía la denominación con la que nos referimos al grado. Si queremos hablar de temperatura, y por estos lares suele ser tema de muchas conversaciones, siempre viene bien repasar estas denominaciones y la forma correcta de escribirlas.

La escala Celsius debe su nombre al apellido de Anders Celsius, quien la definió en el siglo XVIII en relación con la temperatura de congelación (0 ºC) y ebullición del agua (100 ºC). Si medimos los grados en la escala Celsius, hablaremos de grados Celsius (cuyo símbolo es ºC). El nombre propio que forma parte de la denominación de esta unidad de temperatura debe mantener su mayúscula inicial.

Por su parte, la escala Fahrenheit fue establecida por Daniel G. Fahrenheit también a partir de la temperatura de congelación (32 ºF) y ebullición del agua (212 ºF). Si la usamos para medir, hablaremos de grados Fahrenheit, siguiendo la misma regla ortográfica. Debemos prestar atención a que el espacio debe situarse entre la cifra y el símbolo y no entre los caracteres que forman el símbolo de estas unidades de medida.

Aunque la escala Fahrenheit está siendo desplazada por la Celsius y su uso es más habitual en los países anglosajones, a los lectores siempre nos evocará aquella novela de Ray Bradbury, que desgraciadamente no pierde actualidad: Fahrenheit 451. La temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.

UN PENCO DE PALABRA

29 / 10 / 2019

Hay que reconocer que la expresión lingüística de nuestros políticos no da para mucho, aunque de vez en cuando, entre el ruido mediático, llama la atención la elección de una determinada palabra. Las palabras son las piezas más juguetonas del lenguaje. Significan una cosa en este contexto y otra en aquel; significan una cosa en una zona y otra en la zona vecina. Significan una cosa si se construyen así y otra cosa si se construyen de forma diferente. Su sentido puede depender del tono en el que se pronuncien, de quién las pronuncia o de quién las escucha. Y por supuesto, su sentido depende de quién las interprete y de cómo lo haga.

La semana pasada, de una intensidad política inusitada, incluso para nuestro país, tuvo a la palabra penco como protagonista. En una lengua tan antigua como la nuestra es una palabra de uso relativamente reciente. Las primeras apariciones las encontramos en la novela del XIX y entra por primera vez en el Diccionario de la lengua de la RAE en 1884 como sinónimo de jamelgo, ambos términos coloquiales para designar un caballo flaco y desgarbado. El matiz despectivo sirve de base para la creación de una metáfora popular que hace que su significado se desplace para referirse, también coloquialmente, a una persona considerada tosca o inútil. Pero la lengua usa también el mecanismo inverso; aprovecha un término despreciativo para significar exactamente lo contrario. Algo parecido a cuando decimos que alguien es un monstruo o un verdugo para ensalzar sus cualidades. En el español dominicano coloquial la locución sustantiva un penco de tiene un claro valor apreciativo.

No hay duda de que, para interpretar correctamente los mensajes, saludable cuando de política se trata, debemos prestar mucha atención a las palabras.

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