Las voces del lenguaje místico en la lírica de Jit Manuel Castillo

Por Bruno Rosario Candelier

A la doctora Nina Bruni,

luminoso cauce de lo divino.

   Llama la atención el hecho de que un poeta asuma la palabra con el aliento, el entusiasmo y la espiritualidad como lo hace el sacerdote franciscano, poeta interiorista y escritor místico Jit Manuel Castillo de la Cruz en una obra de poesía en la que, para entender y profundizar el sentido trascendente que plantea, hay que disponer no solo de formación literaria, sino de una capacidad espiritual y una sutil sensibilidad trascendente y que, desde luego, al tratarse de una creación especial, como es la poesía mística, requiere una mayor disciplina de la conciencia para disfrutar, en el plano de la palabra, en el plano de la estética y en el plano de la espiritualidad, lo que un poemario de esta categoría revela desde el centro mismo de las apelaciones espirituales.

Una clave de la poesía mística es acudir a términos contrapuestos de realidades contradictorias para lograr que se armonicen bajo la llama del amor ante el aletazo del misterio y la iluminación del sentido, para lo cual hace falta que el autor tenga una alta intuición y, sobre todo, posea lo que san Juan de la Cruz llamaba “inteligencia mística”, que supone compenetrarse con el sentido espiritual en la dimensión sagrada de fenómenos y cosas, que son las señales de la Divinidad. Este poemario se inscribe en la tradición poética de la lírica mística. En nuestro país tenemos autores que han sido dotados de una especial sensibilidad espiritual para canalizar el don de la palabra poética a la luz de la mística.

En la década de 1940 surgen en nuestro país dos poetas dominicanos que cultivan el sentido estético y místico en una obra poética que los convierte en precursores de la lírica mística en las letras dominicanas. Me refiero a Martha María Lamarche y Máximo Avilés Blonda.

Y en la década de 1970 el sacerdote-poeta Freddy Bretón Martínez asume el cultivo de la creación teopoética con cuya obra se convierte en el introductor de la poesía mística en las letras dominicanas. Posteriormente emprenden el cultivo de la lírica mística los presbíteros dominicanos Tulio Cordero, Fausto Leonardo Henríquez, Roberto Miguel Escaño y Jit Manuel Castillo, autores de una luminosa creación teopoética, a la que hay que sumar la poesía mística de las dominicanas Teresa Ortiz, Gloria Nolasco y Rocío Santos.

Pues bien, el título del libro de Jit Manuel Castillo, En la voz del silencio, tiene dos palabras que dan cuenta de su onda mística: “voz” y “silencio”. Y cuatro voces poéticas con las cuales nuestro poeta aborda y despliega poéticamente su vivencia mística.

En primer lugar, el poeta le pone atención a su voz personal. Vamos a identificar la primera voz como la voz que testimonia al sujeto contemplador. Quiero aclarar que se trata de una voz poética, es decir, de alguien que asume el mundo con actitud contemplativa, pues lo asume de una manera diferente, porque contempla la realidad sensorial para nutrirse y crear a partir de esta sustancia interior con que su espíritu se alimenta cuando se pone en contacto con la realidad. Todos los seres vivientes estamos en contacto con la realidad y en ese contacto establecemos un vínculo, una relación que nos proporciona los datos sensoriales de las cosas. El contemplador asume la realidad, se nutre de ella y trata de entenderse a sí mismo, de descubrir su propio ser y su propia voz, porque él va a testimoniar lo que captan sus sentidos. Él va a articular con la palabra lo que percibe su sensibilidad, que valora su inteligencia y hace una combinación adecuada de lo que aporta la sensibilidad y pauta la inteligencia para tratar de entenderse a sí mismo y entender el mundo. En la página 37 de esta obra se percibe claramente la voz de quien escribe:

Engendrado en ternura

germiné como el óvulo

de un amor seminal

en el útero de la tierra.

Sé de una promesa:

quien floreció ayer

fructificará mañana.

Si no viene un sembrador

vendrá una abeja

una mariposa o el viento

para fecundarme con su hurto.

Creo, amo, espero

entre gemidos interiores

que yo mismo desconozco.

   Son “gemidos interiores” subyacentes en el hondón de la sensibilidad del poeta, gemidos que nacen como una expresión de ese contacto con el mundo, y entonces fluyen el amor, la sabiduría, la percepción que el poeta tiene desde el alma de su propio ser sobre el alma del mundo.  Como poeta que asume la palabra con una intención estética, el escritor trata de plasmar lo que siente, y tiene una voz singular y diferente de la voz común, de la voz que tenemos todos, y esa voz la usa para testimoniar su hermosa percepción del mundo desde la óptica de su sensibilidad espiritual, desde la onda de su formación cristiana y desde la pauta de su orientación teológica.

La segunda voz que aprecio en esta obra es la voz objetiva que testimonia lo contemplado, es decir, la voz que refleja lo que el poeta percibe, la realidad que lo ha motivado. La realidad es una, pero la realidad tiene múltiples manifestaciones y laderas, de tal manera que cada ser humano, instalado en la misma realidad, tiene una percepción diferente en atención a su percepción singular y peculiar; cada uno puede testimoniar el ángulo del Universo que percibe, el punto de contacto que su sensibilidad conecta con una faceta de lo viviente, y eso es hermoso saber que es así. Siempre hay nuevas manifestaciones de la realidad que cambian, y fluyen las emanaciones que parten del centro mismo de la Divinidad, y esas emanaciones divinas se concretizan en realidades materiales y se formalizan en las palabras, de tal manera que esas realidades sensibles nos van a alimentar. Por eso cada día es hermoso y elocuente; cada día sentimos la luz del mundo como una luz nueva; por eso podemos siempre percibir cosas nuevas en el Universo de lo viviente y testimoniar esas realidades con un sentido estético, con un sentido poético y un sentido místico, y es lo que hace Jit Manuel Castillo de la Cruz en esta obra que la escribe justamente para dar a conocer su percepción del Universo:

Me desprendo del sueño de una hoguera

que quiere nombrarse a sí misma.

Desvivido en la luna

logro integrar mis tinieblas:

pronuncias mi nombre:

ardiendo vives y me haces vivir.

   En medio de las tinieblas, en medio de las sombras que impiden una percepción lúcida de las cosas, nuestro poeta percibe un rayo de luz, una luz que viene de la Divinidad, porque los poetas místicos no solo ven el mundo poéticamente, sino que ven el mundo místicamente y, en tal virtud, pueden percibir del conjunto de las manifestaciones de lo viviente la señal que empata la vinculación del mundo al centro mismo de la Creación, a la fuente primordial de todo lo viviente, y eso es parte de lo que distingue la singularidad de un autor que asume la poesía como testimonio místico de su visión del mundo.

La tercera voz en este poemario es la voz mística que Jit Manuel asume para aproximarse al fuero del Contemplado, es decir, la señal de que la realidad del Universo, siendo una realidad infinita, es la expresión cabal y reveladora de la Lumbre de la Divinidad.

Como poeta, el creador asume la palabra y trata de plasmar lo que su sensibilidad percibe y, sobre todo, lo que su intuición aprecia. Los poetas son los autores que usan la palabra con un sentido estético a través del cual canalizan sus intuiciones y vivencias. Entonces, pueden sintonizar no solo las manifestaciones sensoriales de lo viviente, sino las dimensiones suprasensibles de la realidad cósmica. Como poetas han desarrollado en su sensibilidad un circuito que les permite establecer una singular conexión con la dimensión incorpórea del Universo en virtud de unas condiciones interiores de su inteligencia sutil y de su intuición profunda, porque cuentan con unos mecanismos de la conciencia para ponerse en contacto con el mundo de lo no visible.

Todos nosotros tenemos la posibilidad de ponernos en contacto con el mundo de lo visible, porque para eso contamos con los sentidos sensoriales; pero los poetas pueden ponerse en contacto con dimensiones suprasensibles ya que profundizan en la dimensión trascendente de la realidad mediante los sentidos metafísicos, que son los sentidos interiores, y pueden acercarse al mundo del misterio, al ámbito de la trascendencia y acceder a lo que los antiguos griegos llamaban el Numen, refiriéndose a ese caudal del Universo que registra la sabiduría acumulada a lo largo de la historia, porque todo está acumulado, y el Cosmos tiene una sabiduría, y los poetas tienen los dispositivos intuitivos del cerebro para entrar en conexión con ese nivel profundo, con esa capa profunda del Universo donde está todo archivado, conforme ha enseñado la ciencia de la física cuántica, de que todo está registrado; pero lamentablemente no todos podemos tener acceso a ese caudal de la sabiduría cósmica.

A través de las imágenes y de símbolos, los poetas formalizan sus misteriosas percepciones de ese mundo sutil ya que pueden entrar en conexión con ese ámbito misterioso del Universo, asumir esa sabiduría secreta y traducirla para nuestra comprensión mediante el arte de la poesía. Además los poetas, especialmente los poetas místicos, tienen otro don singular y sorprendente; un don que no tienen todos los hombres, sino solo los poetas místicos y los santos, como es el don de poder subir más alto y llegar a la región del Nous.

En la disciplina que estudia las manifestaciones espirituales de Universo se habla del Nous como la capa que está más allá de lo visible, más allá del ultramundo. Platón le llamaba a ese ámbito de la realidad metafísica “El mundo ideal”, al que solo llegan los poetas metafísicos. Pero más allá del “mundo ideal” hay el ultramundo del Nous, donde solo pueden acceder los místicos y los santos. Allí reside, en ese ámbito misterioso y lejano, el fuero más cercano a la Divinidad, el ámbito de donde proviene la sabiduría divina a la que los poetas místicos pueden acceder en virtud de la condición especial de su conciencia ya que tienen una alta sensibilidad, honda y profunda, que nosotros, los que no somos poetas, no entendemos y nos desconcierta, y nos preguntamos: ¿cómo es posible que los poetas místicos pueden decir esas verdades sublimes? ¿Cómo es posible que puedan canalizar verdades de muy antiguas esencias de la alta espiritualidad divina? ¿Cómo es posible que puedan articular en palabras o en imágenes complejas esa realidad misteriosa del Universo, que parece provenir de la fuente misma de la Divinidad? Ese es un don que tienen los poetas místicos y que, poseedor de ese atributo divino, lo tiene también nuestro admirado poeta interiorista Jit Manuel Castillo de la  Cruz. Este agraciado varón vino al mundo dotado de esa gracia, con esa elevada dotación espiritual, signado por ese singular aliento divino, porque es una gracia proveniente de la alta prosapia divina. Jit Manuel Castillo tiene la gracia sacerdotal, que quizás sea la más alta gracia que un ser humano puede recibir. Tiene también la gracia estética en virtud de la cual puede canalizar la creación poética. Y tiene la gracia mística, que es otra gracia elevadísima que lo distingue. Por eso tenemos que inclinarnos respetuosos y reverentes ante la presencia de Jit Manuel Castillo. Su poemario En la voz del silencio revela el sentido místico de lo viviente bajo la onda espiritual y trascendente de la entonación amorosa de su sensibilidad profunda:

Gustar la palabra

en el silencio de todas las lenguas.

Aquella que ni se pronuncia

 ni se escribe.

La que balbucea el misterio

y lo hace presente.

   En la alta literatura se habla de la existencia de un protoidioma: es el lenguaje de la creación, una especie de pre-verbo, expresión a la que nosotros, hablantes ordinarios y simples mortales, no tenemos acceso, pero los seres privilegiados, como los místicos, los iluminados y los santos, conocen la voz “que balbucea el misterio y lo hace presente”.

¿Pueden ustedes imaginar lo que implica ese poder y lo que esa gracia entraña para un sacerdote, un poeta o un iluminado?

   Balbucir el misterio y hacerlo presente”, es decir, sentirlo y revelarlo, como lo ha hecho Jit Manuel: testimoniar lo que percibe del más allá, canalizar los efluvios de la Creación y formalizarlos en hermosas imágenes y reveladores símbolos. Permanentemente hay unos efluvios que emanan de la fuente primordial de la Vida, que es la Divinidad. Millones de emanaciones divinas esperan por la palabra para comunicarnos un mensaje de muy antiguas esencias; pero si no tenemos la inteligencia mística o la alta sensibilidad espiritual para entender el significado profundo en su más alta dimensión, según captan y entienden los poetas místicos y los iluminados, no podremos percibir el luminoso caudal de una sabiduría de estirpe divina.

La cuarta voz que revela Jit Manuel es la voz universal, es decir, la voz cósmica que testimonia al Contemplado. Hay un poeta español que vivió un tiempo en Puerto Rico llamado Pedro Salinas, quien escribió un poemario con el título de El Contemplado, refiriéndose a Dios. Ese hermoso poemario es un canto al Contemplado, es decir, una loa a la Divinidad. Eso hace peculiar y distintivo a ese singular poema místico porque canta el sentimiento de amor a lo divino que el poeta siente y canaliza cuando expresa lo que vive, y eso mismo sentimiento le da un signo de distinción a este poemario de Jit Manuel Castillo de la Cruz, quien testimonia la huella del Contemplado a la luz de su experiencia mística.

“Plegaria”, poema que refleja la alcurnia de lo divino, proyecta las connotaciones de una singular visión mística de lo viviente:

Déjame sin mí

puéblame contigo.

A solas con el solo

en mi soledad todos entran.

¿De dónde esta presencia

que me deja tan ausente?

Tu claridad me refleja

como espejo de tu sombra.

 

En ese hermoso, profundo y extraordinario poema fluye un soplo de lo Alto, y ese soplo, que los hebreos llaman ruah, baja a la tierra y halla en esta criatura privilegiada que encarna Jit Manuel Castillo la voz que lo capta y testimonia para dicha de nuestra literatura, para el desarrollo de nuestra tradición poética y para una cabal realización de lo que entraña la lírica mística, como la que cultiva nuestro agraciado poeta: una poesía inspirada en la llama de lo divino.

Para hacer una poesía inspirada en lo divino, hay que sentir esa vinculación con la potencia de la Creación, desde el hondón de la sensibilidad, con el aliento de lo divino mismo, y experimentar esa entrañable apelación desde el fuero de la conciencia para captar y vibrar con la esencia de la Llama que nos vincula al centro mismo de la Divinidad.

Esta hermosa obra de Jit Manuel Castillo encarna atributos estéticos y espirituales de una singular huella de la estirpe divina.

Bruno Rosario Candelier

Coloquio sobre En la voz del silencio

Santo Domingo, ADL, 15 de septiembre de 2018.

 

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