Ortoescritura
Por Rafael Peralta Romero
¿QUÉ HACER EN ESPAÑOL CON LAS PALABRAS EXTRAÑAS?
La primera recomendación frente a los vocablos extranjeros es evitarlos. Pero cuando éstos resultan indispensables, o al menos necesarios, procede recibirlos y buscar la forma de adaptarlos al perfil de nuestro idioma. Un vocablo se hace necesario porque representa un objeto, una circunstancia o una acción que no ha sido nombrada en español.
El extranjerismo podría expresar también una cualidad para la cual no se tiene palabra en lengua de castellana. Es decir palabras que encierran una valoración sobre personas, cosas, animales o situaciones.
Si nos vamos a quedar con un vocablo procedente de otra lengua, la actitud más prudente es sustituir grafías ajenas al sistema ortográfico del español, de manera que el vocablo se aproxime a las características del español.
Pongamos por ejemplo que como en español la letra –q (cu) solo tiene uso con el dígrafo –qu, o lo que es igual: seguida de las vocales –ue (queso, querer, quemado) y –ui (quiero, quizá, quimera), el nombre del país árabe debe escribirse Catar y no Qatar, como prefieren algunos.
Incluso, voces procedentes del latín pero que no forman parte del patrimonio léxico del español han presentado dificultades por su grafía ajena al sistema ortográfico castellano, específicamente con la letra -cu, sin formar el dígrafo qu, y la pretensión de unos hablantes de emplearla con el sonido de –k (ca).
La Ortografía de la lengua española, publicación oficial 2010, apunta al respecto que: “Este uso autónomo del grafema q en representación del fonema /k/, como ya se ha señalado, contradice los intentos por regularizar y simplificar la escritura del español promovidos por la ortografía académica, que ya en 1815 determinó que se escribieran con cu+vocal todas las palabras en las que la secuencia gráfica qu se correspondiese con la secuencia fónica /ku/, con independencia de la etimología”. (OLE, pág. 615).
Por lo antes expresado es que las voces latinas exequatur, quadrivium y quorum es preferible escribirlas con –cu: execuátur, cuadrívium y cuórum.
La voz inglesa “whisky” entró al español y no parece que vaya a desaparecer, pues el elemento que representa ha calado muy hondamente fuera de la cultura escocesa. Esta palabra presentó un problema de adaptación, dado que la –w (uve doble) no existía en el alfabeto latino y por tanto no hay palabras, propias del español, que lleven este signo. Del inglés y del alemán, sobre todo, llegaron vocablos iniciados con –w que fueron adaptados con los sonidos –gu o –v . Ejemplos: welf (alemán) devino en güelfo y wagon (del inglés) se acuñó como vagón.
Güelfo es un adjetivo y se define así: “1. adj. En la Edad Media italiana, partidario de los papas y enfrentado a los gibelinos, defensores de los emperadores de Alemania”.
Siguiendo ese patrón, los académicos recomendaron adaptar la voz whisky con la grafía güisqui, y así aparece en el Diccionario. Pero más adelante a la uve doble (doble ve y mal llamada doble u) se le dio carta de ciudadanía en nuestro idioma y se está reconsiderando la escritura del nombre que identifica al licor británico. Wiski es la forma considerada más acorde con su etimología, pero aún no la recoge el Diccionario académico.
La voz “kangourou”, procedente del francés se adaptó al español como canguro, mientras zink (del alemán) quedó en zinc o cinc.
Hemos de repetir que el uso de extranjerismos es necedad cuando se trata de voces que tienen equivalente en español, pero cuando no ocurre esto, procede acuñar la palabra extraña y someterla al orden de nuestra lengua.
Del Japón nos llegó un juego llamado /yudo/, pues escribamos yudo, yudoca y Asoyudo. ¿Por qué escribir “judo” si leemos yudo?
ADAPTACIÓN DE EXTRANJERISMOS AL ESPAÑOL
Ninguna lengua se ha formado de un día para otro. Más bien es resultado de una serie de interacciones entre sujetos que practican el comercio, la guerra, las migraciones, la dominación de unos sobre otros o un tipo de relación que implique comunicación e intercambio.
El español se ha formado a partir del latín. Este se extendió por la península ibérica a partir del siglo III antes de Cristo y se impuso a las lenguas prerromanas. De ese latín con influencia de las lenguas de la región procede la base léxica del español. Es lo que se denomina léxico heredado o patrimonial.
El latín siguió predominando en Europa y fue la lengua de cultura por excelencia. Las lenguas romances recurren a ella para cubrir necesidades expresivas. A través del griego llegaron, sobre todo, los términos cultos, propios de la ciencia: biología, filosofía, ortografía, pedagogía.
Hoy el español es una lengua adulta, hablada por más de quinientos millones de personas, solo superada por el mandarín, idioma de los chinos. El contacto del español con otras lenguas (árabe, italiano, inglés, francés, indígenas americanas) atrajo términos de las mismas para originar el léxico adquirido.
El comercio, la tecnología, la persistencia de las migraciones, los intercambios artísticos y deportivos, los nuevos hábitos de consumo e incluso las relaciones políticas, facilitan el ingreso de términos de otras lenguas que se tornan necesarios en la nuestra.
Se ha llamado préstamo lingüístico a la adquisición de una palabra procedente de otra lengua. Es recomendable recurrir previamente al acervo lexicográfico del español y localizar el vocablo indicado, por su valor semántico, para sustituir la voz extraña.
De modo que es preferible decir computadora personal en lugar de “personal computer”; disco compacto y no “compact disc”, cedé y no cidí (CD), gestor o manejador de redes, en vez de “comunity manager”, restaurante y no “restaurant” o “restorán”..
Algunas palabras y expresiones extranjeras carecen de equivalentes para la traducción o el que aparece dificulta apreciar el sentido de lo que se quiere expresar. Es entonces cuando se procede a la acuñación del neologismo. Ese neologismo adaptado asumirá un comportamiento propio de un vocablo del español, tanto para formar el plural, como el diminutivo o someterse al accidente de género (femenino, masculino).
Algunos de estos vocablos procedentes del inglés pudieron ser traducidos, pero los hablantes del español prefirieron aceptarlos por el sonido de su lengua de origen, y los académicos recomiendan escribirlos de este modo: beisbol, fútbol, líder, mitin, blíster, eslogan, estrés, escáner, estándar…).
Del francés hemos adaptado coñac (en francés cognac), champán (champagne), chofer (chauffeur), garaje (garaje).
Estos ejemplos del italiano: espagueti (spaghetti, plural de spaghetto), yacusi (yacuzzi), lasaña (lasagna).
Lo que dice la Ortografía de la lengua española: “Las voces extranjeras deben escribirse siempre en los textos españoles con una marca gráfica que destaque su condición de palabras pertenecientes a otra lengua: preferentemente en cursiva en la escritura tipográfica (siempre que el texto base esté escrito en redonda; pero en redonda, si el texto base está escrito en cursiva) y entre comillas en los textos manuscritos, donde no es posible establecer la oposición entre la letra redonda y la cursiva. Esta marca gráfica estará indicando que el término en cuestión es ajeno a nuestra lengua y que, debido a ello, no tiene por qué atenerse a las convenciones ortográficas españolas ni pronunciarse como correspondería en español a esa grafía”. (pag. 601).
El préstamo o adaptación de términos extraños es una vía de enriquecimiento del español. Eso sí, esto requiere respeto para el perfil de nuestra lengua
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