Temas idiomáticos

Por María José Rincón

 

TRES DÍAS EN MADRID. TERCERA JORNADA

Tres días en Madrid. Tres días con las palabras. Tercera jornada. Con el buen sabor de boca que me dejó la visita a la sede de la Real Academia Española, sigo metida en harina lingüística. Le llega el turno a la investigación. Desde que vivo en la República Dominicana me he interesado por sus diccionarios. No son muchos, pero desde luego tienen mucha tela que cortar. En mi última jornada madrileña la UNED me acoge para presentar los resultados de la investigación que he venido realizando en los últimos años sobre el tratamiento del léxico de los dominicanos tanto en nuestros propios diccionarios como en los diccionarios que se dedican a registrar el léxico de toda la América de habla española.

En una intensa sesión se van desgranando uno a uno los diccionarios que alguna vez han descrito nuestras palabras, desde aquella deliciosa Tabla de Fray Pedro Simón de 1627 hasta el todavía pipiolo Diccionario del español dominicano, publicado en 2013. Repasar cómo están hechos los diccionarios, cómo funcionan, qué palabras contienen y qué nos dicen sobre esas palabras son tareas esenciales para los lexicógrafos. Por supuesto, no solo se trata de analizar los diccionarios contemporáneos, sino de conocer al dedillo de qué diccionarios venimos, cuáles son sus aciertos y cuáles son sus puntos débiles. El conocimiento de la historia de nuestra lengua nos ayuda a evaluar el contenido de los diccionarios; el conocimiento de la historia de nuestros diccionarios nos ayuda a mejorar nuestra técnica. No es solo una cuestión académica o investigadora: a mayor conocimiento de la lengua y a mejor técnica lexicográfica, mejores diccionarios. Y recuerden que los diccionarios no se construyen para los académicos, sino para los hablantes; para que los hablantes los consulten y, si es posible, para que les sean útiles a diario. Con este objetivo en la mira, un puñado de lexicógrafos nos reunimos en Madrid para compartir conocimientos y hallazgos que nos permitan hacer lo que más nos gusta hacer: diccionarios.

03 JUL 2018

CURIOSA EVOLUCIÓN

Las palabras más coloquiales, aquellas que los buenos hablantes reservan para la conversación informal, suelen hacernos dudar a la hora de escribirlas. Esas mismas dudas ortográficas nos dificultan a veces su localización en el diccionario.

Sirvámonos de un sabroso ejemplo sobre el que me consultaron en estos días. Un lector se preguntaba por qué la palabra ruyío no aparecía en los diccionarios académicos.

En primer lugar, si vamos a buscar un participio o un adjetivo terminado en -ado o -ido, debemos tener en cuenta que en el diccionario no los vamos a encontrar sin la -d- intervocálica. Que nos comamos esta -d- cuando hablamos no quiere decir que nos la podamos comer también cuando escribimos. Es verdad que, acostrumbrados como estamos a ver este adjetivo sin ella, parece que no lo reconocemos si se la restituimos en la escritura: ruyido.

El verbo ruyir y el adjetivo ruyido no son exclusivos de la República Dominicana; se usan también en Canarias, México o Venezuela, donde han desarrollado diferentes acepciones. Alvar aclara su procedencia de roír, una forma peculiar del verbo roer, al que, en algún momento de su historia, los hablantes le introdujeron una -y- para deshacer el hiato, dando lugar a una evolución como esta: roer > roír > royir > ruyir. En algunos diccionarios lo encontrarán también con la variante ortográfica rullir.

La acepción dominicana del adjetivo se deriva de la acepción general del participio roído: ‘mordido o gastado superficialmente’. Despectivamente se aplica a la persona que está en una mala situación económica o de salud.

Con el dominicanismo ruyido hemos recordado un par de trucos para buscar en el diccionario. Para empezar, no se coman la -d-; y recuerden que los diccionarios, generalmente, no registran los participios. Si no encuentran el participio, prueben a buscar el infinitivo.

 10 JUL 2018

 

UN ARSENAL DE GOLPES

Como muchos lectores alrededor del mundo, ando enfrascada en la relectura compartida del Quijote en Twitter (búsquenla con la etiqueta #Cervantes2018). En el capítulo 24 de la primera parte don Quijote llama bellaconazo a un personaje de sus idolatrados libros de caballerías. Disfruté del regusto dominicano de este uso cervantino del aumentativo; placeres de la lectura de un clásico del siglo XVII desde una isla antillana en pleno siglo XXI.

El sufijo -azo no es exclusivo del español dominicano, pero quizás por aquí se le añada una sabrosura particular que adereza todas sus posibilidades expresivas. Si leemos el artículo que le dedica el DLE podremos reconocerlas.

A su valor aumentativo puede añadírsele uno apreciativo, en ocasiones difícil distinguir: ¿un carrazo es un carro grande o un carro que admiramos, independientemente de su tamaño? También recurrimos a este versátil sufijo si queremos añadir cierto tono despectivo, como el que imprimimos al sustantivo cuando hablamos de humazo o aceitazo, o un matiz afectivo, como el de padrazo o madraza.

Sin embargo, el sufijo -azo no se restringe a la expresión de estos matices. Interviene en la formación de nuevas palabras, todas ellas pertenecientes al campo semántico de los golpes. A veces forma voces que designan un golpe dado sobre la parte expresada por la palabra a la que se une; un espaldarazo no es más que un golpe dado en el espaldar, como aquel que le daban con la espada a los que se armaban caballeros, como el mismo don Quijote. Otras veces añadimos el sufijo -azo a la palabra que designa el objeto que da el golpe; de estos tenemos toda una galería en el español dominicano: macanazomascotazochuchazoyaguazobambinazobatazofuetazocacazocorreazococotazocorrientazo. ¿Por qué será que nuestra creatividad se desborda con esto de los golpes? Será cuestión de darle mente.

17 JUL 2018

 

BALONES Y FEMENINOS

El Mundial de fútbol nos mantuvo un mes atentos a veinticinco hombres en calzones corriendo detrás de un balón. A simple vista un deporte sencillo que logra suscitar pasiones en todo el planeta.

La imagen de la presidenta croata apoyando a su selección, que llegó a ser subcampeona del mundo, revivió las dudas acerca del femenino del sustantivo presidente. Nada resulta más refrescante y alentador que tener la oportunidad de resolver dudas sobre la formación y el uso del género femenino en la lengua. Significa que las mujeres adquieren protagonismo y visibilidad por sus acciones y que la lengua debe poder expresarlo; expresarlo correctamente, por supuesto.

El sustantivo presidente, como muchos de los terminados en -nte, procede de un participio activo latino (praesidens, -entis). La mayoría de estos sustantivos funcionan normalmente como comunes en cuanto al género. Designan a personas de uno u otro sexo y solo podemos distinguir a qué sexo se refieren gracias a la concordancia con los determinantes o los adjetivos que los acompañan en la frase: el presidente electo/la presidente electa.

Sin embargo, el uso ha generalizado, incluso entre los buenos hablantes, la alternancia de género mediante el cambio de desinencias: presidente/presidenta. La utilización del femenino presidenta es mayoritaria. Y no crean que es una cosa de ahora: la forma ya está registrada en la edición de 1803 del Diccionario de la lengua española de la RAE. La misma regla, por supuesto, siguen las palabras que se forman a partir de presidenta: vicepresidenta, expresidenta, copresidenta.

No hay por qué alarmarse. Algo similar sucedió con infantaclienta o tunanta. Los hablantes las asumieron hace tanto tiempo que ya no nos sorprenden. Uso, tiempo, norma, todo tiene su punto de protagonismo en la lengua.

24 JUL 2018

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