Metafísica de la personalidad en la poesía de José Rafael Lantigua

Por Bruno Rosario Candelier

 

A Rafaela Joaquín,

voz inspiradora del aliento que ilumina. 

 

“Íbamos descalzos/sobre las piedras sangrantes/y los rostros áridos./Era fiesta la noche/y el día/un ruido fragoso de cristales/En la pálida aurora de los abrazos/se colaba la piedad y el desafío/y al entrar en el tumulto/una sobria desnudez/una errancia de estrellas/coronaba el regazo en los relámpagos” (J. R. Lantigua, Los júbilos íntimos).

 Voy a iniciar mis palabras con una evocación, lo que indica que me voy a trasladar al pasado, en una etapa de la niñez de José Rafael Lantigua. Voy a retrotraerme al año de gracia de 1957 y me voy a ubicar en la sacristía del templo del Sagrado Corazón de Jesús, en Moca. En esa sacristía conocí a José Rafael Lantigua, donde ambos éramos monaguillos y, desde entonces me llamaba la atención la presencia de José Rafael Lantigua por un detalle muy peculiar: él era un imberbe de 9años y, desde esa edad, tenía la distinción de sobresalir por su porte elegante, muy bien vestido, con ropa impecable y limpia, unos zapatos bien lustrados y una personalidad definida.

Un día sucedió un acontecimiento que para mí fue una fuente de sorpresa y envidia, porque estando en el presbiterio de la iglesia ante la presencia del presidente de la República, Rafael Trujillo, quien fuera a conocer el impresionante templo tiempo después de su inauguración, los monaguillos fuimos convocados para recibir al Jefe, y después de hacer un recorrido por los laterales del interior, se acerca a nosotros y en un momento determinado pone sus manos sobre la cabeza de José Rafael Lantigua, y desde entonces todos nosotros comenzamos a mirarlo con envidia.

Para esa fecha José Rafael Lantigua no sabía, ni tampoco yo, que él se iba a consagrar al cultivo de las letras; ni sabíamos entonces que existía una cosa hecha de palabras llamada “poesía”; y sucede que hoy día tenemos en José Rafael Lantigua a un consagrado autor de poesía, y quien les habla es un estudioso y un intérprete del fenómeno poético.

Cuando yo estudiaba filosofía, le oí decir al padre Francisco José Arnaiz que para entender el pensamiento profundo había que sentir y entender la creación poética. En ese entonces no me interesaba la poesía porque no la entendía y, tras ponderar el criterio del distinguido sacerdote, me dispuse a leer y conocer la poesía mediante el estudio del lenguaje poético y su técnica para descifrar el sentido de sus imágenes que entonces eran para mí, como lo es para la mayoría de los lectores, una cifra enigmática y secreta, y cuando fui descubriendo la clave del trasfondo y la significación estética y espiritual de ese arte del lenguaje, comencé a escribir estudios valorativos de la creación poéticas con mis interpretaciones iniciándome en la crítica literaria. Entender el sentido de las figuraciones que los poetas expresan en su lírica para encauzarla dimensión de su intuición estética, la voz interior de su conciencia o la voz universal de la conciencia cósmica, es una operación del intelecto similar a la de la creación. Por eso decía Platón que los intérpretes y filólogos tienen, al igual que los poetas, el don que distingue a los vates del lenguaje, singular dotación que viene de lo Alto.

José Rafael Lantigua es un producto de la tradición literaria de Moca, donde nació, creció y recibió su primera formación intelectual durante su etapa de estudiante del nivel secundario de la escolaridad, y en Moca inició su obra de creación y su labor de promotor cultural. En su condición de crítico e intérprete literario, Lantigua conoce las técnicas y los recursos compositivos del arte de la creación poética.

En toda obra literaria hay un tema con sus variaciones en cada una de su creación. Ese tema tiene varias modalidades de plasmación. El autor con voz propia tiene un acento peculiar y una perspectiva temática que define su creación, su estilo y su cosmovisión.

José Rafael Lantigua enfoca su propia identidad a la luz de su personalidad y, en consecuencia, aborda lo singular, distintivo y peculiar de cuanto concita su sensibilidad y su conciencia para testimoniar el sello que lo distingue. Su poesía busca la identificación emocional, psicológica y espiritual de su propia interioridad. Es decir, su creación poética explora, perfila y revela su personalidad metafísica a la luz de sus vivencias entrañables.

En su condición de intelectual y crítico literario, José Rafael Lantigua conoce el lenguaje de la poesía. Y como creador plasma y fragua en su creación el lenguaje del arte poético. Desde luego, cuando él comenzó a escribir poesía probablemente no tenía el conocimiento que tiene ahora, fruto de 50 años de labor intelectual, de lecturas, de estudios y de escritura.

Eso naturalmente conforma un sólido bagaje cultural en quien se dedica con rigor, disciplina y sentido profesional al cultivo de las letras.

El hecho de asumir la creación poética como medio de expresión, que fue la motivación inicial en la vocación creadora de José Rafael Lantigua, indica en sí una alta valoración de lo que es la poesía, de cuanto entraña la creación poética, que es la más alta expresión de la intuición de la conciencia, hallazgo que suele canalizarse a través de la poesía.

A través de la creación poética se formaliza un conocimiento único del mundo y de la realidad sensorial y metafísica de lo viviente, razón por la cual la creación poética siempre se ha anticipado a todas las grandes creaciones y las grandes intuiciones de los creadores que en el mundo han sido y, justamente por el hecho de que se trata de un aporte de la intuición de la conciencia, que es el más alto poder creador del ser humano, explica la alta significación de ese singular producto de la cultura humanística llamada poesía. Ese poder interior de la conciencia da cuenta de todo cuando crea el hombre en el arte y en la ciencia, no solamente en poesía. De hecho, las manifestaciones artísticas y científicas tienen como base inspiradora y como aliento germinal a la intuición de la conciencia.

Quien asume la palabra con un propósito creador, como la ha asumido José Rafael Lantigua, naturalmente tiene que enfrentarse a la realidad, asumir su propia realidad y el ámbito de inspiración que atiza su conciencia, y cada poeta asume su propia realidad, la realidad que perciben sus sentidos, la realidad que toca su sensibilidad y su conciencia; porque a cada uno se nos da una realidad peculiar, única, exclusiva y singular para tener nuestro contacto con el mundo, para enriquecer nuestra sensibilidad y nuestra conciencia. Entonces, como la realidad es inmensa, los contenidos y los temas son también inmensos, pero cada poeta elige una parcela singular de ese caudal infinito de sensaciones e irradiaciones cósmicas que nutren el caudal de la creación; y la persona que asume la palabra poética con un propósito creador y con una genuina inspiración, identifica esa parcela de la realidad con la que logra una cabal compenetración sensorial, afectiva, intelectual, imaginativa y espiritual; y entonces ese caudal de intuiciones y vivencias conforma la sustancia de su creación, que la poesía formaliza en su lenguaje especializado.

Fíjense que dije al principio que me llamó la atención la personalidad de Lantigua, siendo él un mozalbete de 9 años. Ahora les digo que en la lectura que he realizado de los cinco libros poéticos publicados por el poeta mocano, me llamó la atención la valoración que él le da a su propia personalidad, actitud y visión que él no asume como una expresión egoísta para darse a conocer y proyectarse a sí mismo, sino que lo hace como una forma de identificación de la personalidad que tiene cada ser humano. Él identifica su propia personalidad y la canaliza en su creación poética como evidencia de lo que acontece en cada uno de nosotros.

León David dijo en su exposición que en la poesía de José Rafael Lantigua hay la expresión de un autoconocimiento, y es cierto. Ese autoconocimiento, esa búsqueda de su propia personalidad, esa identificación de sí mismo, lo hace nuestro poeta para mostrar la identidad del ser humano, para enfocar y privilegiar la personalidad metafísica que nos caracteriza a cada uno de nosotros y, entonces, como persigue canalizar, identificar y testimoniar lo que distingue la esencia de la personalidad, se vale de los factores que determinan el meollo de la personalidad, factores que tienen que ver con la propia personalidad, ya que implican la expresión de lo que somos interior y espiritualmente.

Hay cinco factores o vertientes de la personalidad metafísica de la persona, conforme voy a detallar en la presentación de la poesía de José Rafael Lantigua, ya que su creación se funda, según mi estimación, en la expresión de ese fenómeno de la interioridad.

 

  1. LA MEMORIA como fuero, cauce y expresión de la propia identidad personal. Ese primer factor que aprecio en la lírica de José Rafael Lantigua es el cultivo y la ponderación de la memoria como centro, señal y distinción de la personalidad. La memoria asumida como expresión de la identidad espiritual. La memoria asumida como signo y cauce de nuestra singularidad individual. Ahora nosotros podemos valorar mucho más que antes el rol de la memoria cuando podemos contactar la realidad existencial, cuando podemos valorar la existencia y advertir el impacto social de una terrible degeneración llamada Alzheimer, que liquida o anula la memoria. Quien pierde la memoria deja de ser lo que es, ya que pierde su propia identidad, no reconoce a nadie, ni se reconoce a sí mismo. Entonces, para Lantigua como para los que estudian la personalidad, la memoria es la primera expresión de la conciencia que nos identifica. En Cuaderno de sombras escribe nuestro poeta:De lo que pueda decir el corazón/te hablaré mañana./Uno se dice: lo haré,/voy a escribir el poema de las altivas/rutinas de cada día,/la rutina de la gente que sueña/que se estremece/que se enrolla en la tentación/de la codicia de cada mañana,/como quien dice, de cada amanecer,/entonces comienzo a escribir ese poema/y resulta que adultero su composición,/la composición de las altivas rutinas/de cada día,/porque el poema no pudo prever/que hay una memoria oculta/una misteriosa memoria oculta/en la grave sinfonía de la cotidianidad/de la gente que sueña/que se estremece/que se enrolla en la tentación/de la codicia de cada mañana,/como quien dice, de cada amanecer,/entonces uno le da vuelta al poema/para abordar –eso dije- la estridencia/de un espacio tembloroso/donde es posible alimentar la piel…” (1).

 

2.El LENGUAJE como signo, fragua y expresión de nuestra personalidad metafísica. El lenguaje como expresión de la personalidad es la señal que nos distingue porque nosotros tenemos, en virtud del Logos de la conciencia, la capacidad para reflexionar, intuir, crear y hablar, y ese poder permite identificar lo que somos, ya que pauta nuestra naturaleza distintiva ante las demás criaturas de la creación. Entonces, para nuestro poeta el lenguaje es clave en la identificación de la personalidad, y por eso, en La fatiga invocada, podrán ustedes apreciar que su autor busca la palabra apropiada  para sentir lo peculiar de cada cosa, elemento o criatura: “Quería decir un nombre pero no lo alcanzo/Un nombre para pronunciarlo sobre las cuestas y tras los rieles de la tarde/Pero no lo grito/Un nombre como de alborada/Un nombre como el nombre de un lúbrico suspiro/Pero no lo reconozco/Un nombre como de brisa errante/Como de memoria melodiosa/Como de sonata de estaciones melancólicas/Pero no lo esbozo/Quiero decir un nombre de lluvia/Desnudo/Mojado/Pero no lo cubro/Un nombre que me arranque palabras como tesoros ardientes/Que me estremezca/Entre las encendidas laderas de mis turbulencias/Un nombre que deseo nombrar/Pero no lo encuentro/Como si durmiera entre las sombras/En la gruta oscura donde habita la innombrable sensación del olvido” (2).

 

  1. LA TRADICIÓN como huella y expresión del pasado que encarnamos. Se trata de un elemento clave en la identificación de la personalidad metafísica. La tradición como expresión del pasado que heredamos. Todos somos la continuación del pasado que supervive en el presente. La tradición no es más que lo que traemos del pasado y le damos continuidad en el presente porque forma parte de nuestra esencia, porque conforma e identifica nuestra personalidad, es decir, nuestra manera de ser y de sentir, de reaccionar y de pensar, con ese talante peculiar y distintivo que tiene cada ser humano. De ahí la importancia que le da Lantigua a la tradición en su libro Territorio de espejos: “Salí a buscar un símbolo/una diadema/una perla/y alcancé a ver la presencia de unas manos/que parecían cocer sobre la piel sangrante/el rostro húmedo/el cuerpo vacilante/la adúltera belleza del desamparo./Salí a buscar el símbolo/la diadema/la perla/y observé sobre el hueco de una complicidad agrietada/la mirada abstraída/casi fugaz/casi frágil/de los ojos virulentos del estruendo./Salí a buscar el lento fluir del símbolo/la brillante luz de la diadema/la riqueza de la perla/y encontré un agujero de labios/un volumen de aullidos/trazos del tiempo sumergido/del tiempo alucinado/del tiempo furioso/de la furia descarnada./Salí a buscar el símbolo/y perdí la certeza informe del espejo/la diadema que cubre la testa recrecida/la perla del pasado que regresa/y entonces supe que la criatura no precisa de símbolos/que ella se cobija bajo las arcadas de la impureza/que ella se enfrenta al ojo del olvido/que ella se diluye en la fragua del cuerpo” (3).

 

  1. LA PASIÓN como expresión de la energía secreta y entrañable de la personalidad. Lo que somos y hacemos en la vida nos proporciona una presencia en el mundo, con una significación en el medio donde nos desenvolvemos, sea en el oficio o la profesión que ejercemos o en el ideal que asumimos, y es posible porque lo activa una pasión, es decir, algo con que toda persona se identifica tan entrañablemente que se vuelve parte de su ser y que canaliza en lo que siente, piensa, hace, vive y disfruta, y esa energía secreta y profunda hace posible que realice todo lo que anhela, sobre todo, su propia vocación por la pasión que subyace en sus realizaciones, como se aprecia en los creadores de poesía y de ficción, pero también en todo creador de cualquier arte o ciencia, de cualquier actividad humana. Sin la pasión nada es posible, y José Rafael Lantigua tiene conciencia de eso, por lo que aprecio en los siguientes versos de Sobre un tiempo de esperanza donde la huella de la pasión atiza su personalidad: “Nunca olvidaré/como se fue el verano aquella tarde,/como de pronto,/surgiendo inesperado,/apareció el invierno frío y largo/largo y frío/tremendamente largo y frío/frío y largo…/Nunca olvidaré/como al unir nuestros espíritus/las manos me ardían/y mi carácter tornábase vehemente./Nunca olvidaré/su cabellera larga/su cuerpo bronceado/su franca risa/y su torso descubierto,/el rubor de sus labios agridulces/y el temblor de mis rodillas/y el palpitar de mi pecho…/Nunca olvidaré/el amor/mientras subsista en mí/aquel recuerdo tan sublime,/mientras permanezca/por sobre el tedio de la evocación/aquella figura/limpia y fresca,/limpiaré los caminos de la reminiscencia/para tener la frescura de su acento/sobre mi acento/y escribir/muchas veces si es preciso/un poema de amor/un poema de amor al recuerdo/simplemente./Nunca olvidaré/cómo fue posible/que el verano partiera aquella tarde/y que, desde entonces,/haga frío/-un frío largo-/y que el invierno permanezca/así/como nada” (4).

 

  1. La INTRAHISTORIA FAMILIAR como expresión de lo vivido y lo compartido Fíjense lo que dice nuestro poeta cuando evoca el pueblo amado, la heredad familiar, el terruño bendito de su Moca natal donde se crio y que, para los que nacimos y nos criamos en esa Villa Heroica, ese singular territorio tiene una alta significación emocional y espiritual ya que asimilamos desde nuestra infancia la lumbre de la Mocanidad. La intrahistoria familiar no es sino lo que ha acontecido en nuestro hogar, lo que marcó nuestra existencia desde que nacimos, lo que vivimos, sufrimos y gozamos, lo que conocimos y experimentamos, el influjo de nuestros padres, hermanos y amigos, la huella del ambiente donde nos criamos. El hogar es clave en el desarrollo de nuestra personalidad metafísica pues lo que nos transmiten durante los primeros años de nuestra vida es fundamental para el desarrollo de la sensibilidad y la conciencia. Yo recuerdo vivamente a la madre de José Rafael, llamada Lolita, una mujer ejemplar, desvelada por la crianza de su hijo, por la preparación y el cuidado de su criatura amada, y sus vivencias en ese hogar fue un hecho clave en la forja espiritual, emocional y psicológica de José Rafael Lantigua. Lo que nosotros vivimos en nuestra infancia y en nuestro hogar nos marca para siempre: lo bueno y lo malo, los traumas y las desventuras, las vivencias entrañables y las menos agraciadas. Todo influye en la conformación de la personalidad, que es motivación y clave temática en la creación poética de José Rafael Lantigua. Nuestro poeta evoca el ambiente que lo acunó en sus años mozos en su Moca natal, heredad que conserva en las alforjas del recuerdo y que revive para sentir la huella del pasado que fecunda su personalidad metafísica: “Tierra que albergó la mirada/un lirio de mayo/una sonrisa sin edad/La huella/el ascendiente/la grey que busca afuera/su desmesurado sosiego./Gritos de marchantas en mañanas sin sueño/pan de juancito a la caída de la tarde/moroco tila el malévolo/Barrio de añoranzas intrépidas/vertientes de ciudad transida/vecindario de cuitas/Marolas y teresas/ Mirthas y juanitas/Glorias y titases/Papá monnaná mamá mora Sinencia /Heredades que cruzan la memoria/y la dominan/enhebrando apremios./Convite de auroras/Mañanitas de diciembre/Jenjibre pendencia/Amores que festejan/tiempos innombrables” (5).

Esos tiempos no son innombrables ya que están en la alforja de la sensibilidad del poeta y se prolongan en el hondón de su ser porque están vivos. Esos recuerdos fluyen, laten y fecundan nuestro espíritu y lo harán siempre. Lo que se vive en la infancia crea un núcleo espiritual fecundo, raigal, indeclinable porque conforma parte sustantiva de la personalidad metafísica y, a mi juicio, tras leer los poemas de Lantigua, percibo que como poeta, como auscultador de su propio mundo y de su propia realidad, es fundamental en él esa identificación afectiva y espiritual. Entonces, llego a la conclusión de que José Rafael Lantigua es el poeta dominicano en quien el alma de sí mismo es el alma de su creación y, como dije al principio, él no lo hace para cantarse a sí mismo, sino para decirle al mundo el impacto y el sentido que tiene para cada uno la esencia de su propia personalidad. Por esa razón estimo que la creación poética de José Rafael Lantigua lo convierte en un poeta esencial de las letras dominicanas y, en consecuencia, su obra le asigna un alto pedestal en las galerías de las letras nacionales.

La de José Rafael Lantigua es una poética de la identidad personal, una poética de la personalidad metafísica que centra su creación en esa faceta entrañable de su propia conciencia, con un trasfondo de valiosa trascendencia y alta significación emocional, psicológica y espiritual. Poética y metafísica de la personalidad, que también lo es de la conciencia profunda de la condición humana.

 

Bruno Rosario Candelier

Presentación de José Rafael Lantigua

Santo Domingo, ADL, 19 de junio de 2018.

Notas:

  1. José Rafael Lantigua, Cuaderno de sombras, Santo Domingo, Ediciones Centeno, 2015, p. 61.
  2. José Rafael Lantigua, La fatiga invocada, Santo Domingo, Ediciones Centeno, 2014, p. 38.
  3. José Rafael Lantigua, Territorio de espejos, Santo Domingo, Ediciones Centeno, 2013, p. 24-25.
  4. José Rafael Lantigua, Sobre un tiempo de esperanzas, Santo Domingo, Editorial Santo Domingo, 1986, p. 19-20.
  5. José Rafael Lantigua, Los júbilos íntimos, Santo Domingo, Amigo del Hogar, 2003, p. 30-31.
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