La Santa Cena según la visión de Reynolds Jossef Pérez Stefan
Por Bruno Rosario Candelier
“La Santa Cena fue un punto de reunión en el aposento alto, donde Jesús convidó (latín invitare) a compartir a su alrededor su más fieles colaboradores o discípulos, justamente tenía que celebrarse bajo la centralidad del Yahweh manifiesto por medio del Espíritu Santo, derramado ricamente con inyección de poder y consolación para quien le esperaba el Calvario. También se celebró esta ceremonia final bajo los principios fundamentales de la Sagrada Escritura contenida en la Torá, que se leyó esa noche y además bajo la centralidad universal y planetaria de la ciudad eterna de Jerusalén” (Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, 182).
Desde el fuero de la espiritualidad teológica, Reynolds Jossef Pérez Stefan, acrisolado intelectual vegano conocido en su comunidad como Jochy Pérez, ha dado a la estampa una nueva cosecha de sus fructíferos estudios sobre nuestra cultura, plasmada a la luz de su formación teológica, su visión religiosa y su vocación espiritual. Se trata de la obra de ensayo La Santa Cena de Nuestro Señor Jesucristo (1), amplio texto de ponderada reflexión histórica, teológica y religiosa sobre uno de los acontecimientos medulares del Cristianismo, como fue la Última Cena de Jesús de Nazaret, celebrada en la noche del jueves previo al día de su crucifixión.
Esta nueva y valiosa obra de Reynolds Jossef Pérez Stefan confirma el activismo cultural que la actual generación de intelectuales veganos está propiciando para recuperar el prestigio que en el pasado escritores y artistas veganos dieran lustre y esplendor a la sociedad de La Vega.
Aunque tiene mucho de inspiración, esta obra de investigación es fruto del estudio y la reflexión de varios años de trabajo intelectual del galeno vegano. Su autor siempre ha tenido inclinación por las cosas de Dios y, para la materialización de esta obra, dedicó varios años a la lectura y la investigación de ensayos y publicaciones relacionados con la Última Cena, uno de los grandes episodios que protagonizara el Hijo del Hombre en su paso por la tierra por la significación teológica y mística de ese ágape sagrado.
Al nacer no solo recibimos vida y conciencia, sino capacidad de pensar, talento para intuir y don para crear con la preciosa dotación del Logos que nos distingue de plantas y bestias. Supongo que El código da Vinci, de Dan Brown, debió ser una fuente de motivación para Jochy Pérez. Obviamente, es asaz complejo estudiar y analizar una cultura tan antigua y un tema tan secreto con una trascendencia relevante y profunda en el orden espiritual, religioso y teológico, pues al tratar aspectos de esta naturaleza hay que evitar generalizaciones vagas, consideraciones supuestas o invenciones de la fantasía. Ya sabemos que la ciencia, la teología y la mística se auxilian recíprocamente y que cada una necesita de las otras para abordar temas y aspectos vinculados con el conocimiento profundo, libre de la especulación metafísica o de un compromiso confesional. Una cosa es la fe del cristiano, diferente de la fe científica, por lo cual en el texto bíblico se dice que “bendito aquel que cree sin ver”. Desde luego, hay claves sobre teología bíblica, el pensamiento cristiano y la teología patrística, que nos impiden, como lo entendiera Reynolds Jossef cuando se dispuso a investigar para darle forma y sustancia a esta obra que tiene abundantes huellas del conocimiento histórico, lingüístico y literario de la sabiduría humana.
La investigación científica implica una serie de condiciones para adentrarse en el estudio de un tema como el de la Santa Cena, sobre todo cuando se vinculan actitudes espirituales de creencia, de fe y de honda espiritualidad para redactar una obra que podrían leer personas que requieren determinada demostración, como sucediera con santo Tomás, que tuvo que tocar para creer.
Esta obra de Reynolds Joseef Pérez Stefan no es una novela, aunque pudo haber sido una obra de ficción porque podría ocurrir que alguna vez su prestante autor se anime a usar sus conocimientos científicos, bíblicos, teológicos, lingüísticos y literarios para articular una narración con la sustancia para una novela y no un libro de ensayo, como es este estudio sobre la Santa Cena, obra que presenta en la portada el cuadro de Leonardo da Vinci sobre la Última Cena y, en la contraportada, la creación de un artesano vegano hecha con hojas de plátanos sobre el mismo tema.
En la página 19 de esta obra leemos la motivación que concitó la vocación creadora de Reynolds Jossef Pérez Stefan: “Después de pedirle a Dios este rayo de luz tan poderoso como el que cegó temporalmente al apóstol Pablo y si a Él le place en su gracia y benevolencia otorgarla a un mortal lleno de limitaciones, imperfecciones y debilidades humanas -solo me queda arrodillarme con la mayor reverencia- para luego humillarme en actitud de adoración para tributarle gratitud y toda la honra del Universo”. Eso significa que el autor estaba consciente de la tremenda empresa literaria en la que se embarcaba. Es decir, tuvo la suficiente humildad intelectual, lo que se infiere al pedirle a la Divinidad esa iluminación. Cuando hice ese comentario, en el conversatorio que organicé con la presencia del autor y el suscrito en una reunión con los poetas interioristas del Ateneo Insular en el Santo Cerro, Hochy Pérez expresó: “Sí, porque muchas veces cuando escribimos, aunque sea con buena intención, si eso no es agradable a Dios, en vez de educar desde el punto de vista teológico a la gente, podemos deformar y llevarle conceptos teológicos que no son agradables al Señor” (2).
En otro pasaje de esta grandiosa obra, leemos lo siguiente: “La Santa Cena no fue una invitación de Jesucristo a sus discípulos simplemente para compartir alimentos un jueves en horas de la noche, en un aposento alto de una casa elegida de último minuto en Jerusalén, ni tan solo fue para llenarles sus vientres de alimentos y bebidas; no era un bacanal (latín bacchanalis) romano; ya que fue más importante la llenura del espíritu y del alma, que la del cuerpo. Esta es una tricotomía, que es una posición o enfoque teológico que describe la naturaleza y estructura del ser humano como espíritu, alma y cuerpo. Este principio se fundamenta en la Biblia en el libro de Hebreos 4:12 y 1Tesal. 5:23” (3).
Es decir, el estudioso bíblico hace aquí el planteamiento de que ese glorioso ágape no tuvo como objetivo fundamental el mero hecho de comer, sino que tuvo una motivación de mayor trascendencia. La fiesta de pascua era muy diferente a la que en nuestro tiempo celebramos en Navidad, advierte el autor. Esa fiesta celebraba la salida del pueblo judío de Egipto y entonces era una cena suculenta, que se celebraba el 14 del mes del Nisán, un mes del calendario judío que está entre marzo y abril. Entonces esa cena, en la interpretación de Jochy Pérez, era de alta significación, porque para entonces se hacía turismo religioso: “Si usted era un judío que vivía en Macedonia o en Asiria, dos o tres meses antes la gente emigraba para Jerusalén en esa fecha a juntarse con sus familiares. Entonces la cena era un recordatorio de la salida del pueblo judío de su esclavitud en Egipto, que llaman Pésaj”. Para el pueblo judío, explica el autor de esta enjundiosa obra, “su padre de la patria era Dios, y no hubo que coger una espada para lograr independencia, y vemos el fenómeno de Duarte en Dominicana, de José Martí en Cuba, de Simón Bolívar en Latinoamérica, donde quiera hubo sangre y supimos encontrar los esqueletos de ellos, porque tenemos un panteón, pero el esqueleto de Jesús está resucitado. El único pueblo que tiene un padre de la patria, un Dios que lo libertó, que lo sacó de la esclavitud, que lo llevó al desierto por cuatro siglos, que lo purificó en la sequedad del desierto para mejorarlo en una molienda. Si usted recorre, por ejemplo, el desierto de Sinaí en un camello, usted lo pasa en un mes o en mes y medio; sin embargo, ellos nunca encontraron la salida porque estaban en una especie de molienda espiritual y pasaron 40 años dando vuelta en el desierto y Dios les proveía. Dios se convirtió en panadero, porque Dios les daba el maná y también les daba codornices y se los daba justamente para el alimento de ese día, no para el otro día porque si lo guardaban cogían gusano, para que creyeran en ese Dios, que era un Dios suplidor”, nos dijo el autor de la obra en un interesante conversatorio con el suscrito celebrado en Santo Cerro (4).
La raza judía, poseedora de la más alta inteligencia entre los humanos, fue la elegida por Jesús para habitar entre nosotros. En tiempos del divino Maestro de Galilea se hablaba hebreo, latín, arameo y griego, como se pudo apreciar en la película La pasión de Cristo, que muestra el uso de esas lenguas antiguas en diversas escenas del mártir del Gólgota. Se entiende que el arameo era la lengua que hablaba Jesús.
Hay algunas personas que no están de acuerdo con la existencia histórica de Jesús, pero no tienen fundamento para negar su existencia, como tampoco lo tienen quienes niegan su Divinidad o, peor aún, quienes niegan la existencia de Dios. En este tiempo de la vigencia de la ciencia de la física cuántica el ateísmo no se justifica. Quienes creemos en Dios, admitimos que Dios es el Padre de la Creación y, en tal virtud, aceptamos que domina todas las cosas y que todo cuando existe es una emanación de la fuente primordial de lo viviente.
En su libro, como en el testimonio de su vida, Reynolds Jossef simple y llanamente confirma la grandeza de Dios, hecho del que hay múltiples manifestaciones en la historia de la salvación humana, y en esta misma obra del escritor vegano, como el fenómeno del mar rojo cuando se abrió según el relato bíblico, que la energía divina permitió que se abriera cuando pasaron los judíos y se cerrara cuando llegaban los egipcios, hecho que puede interpretarse como un milagro. Y el milagro no es sino una súbita alteración de las leyes de la naturaleza.
En la página 56 hay una información donde nuestro acucioso investigador sostiene que los discípulos de Jesús, excepto Juan el discípulo amado del divino Maestro, tuvieron una muerte trágica. Todos los apóstoles murieron trágicamente. ¿A qué atribuye Pérez Stefan esa circunstancia a favor de Juan? Su opinión es la siguiente: “No tengo una respuesta. Sé que todos murieron trágicamente: ahorcados, etc. La verdad es que Juan es el más joven de todos ellos y el que más años duró, y Jesús tuvo una actitud paternal hacia él. Fíjense que en esa época cuando el hombre se casaba les llevaba muchos años a las mujeres. Cuando a Jesús lo crucifican, según se puede constatar en diversas películas, especialmente en La pasión de Cristo, que la Iglesia Católica validara como real, ustedes no ven la figura de José acompañando a María, viendo a su hijo morir en la cruz, porque José había muerto para esa época. Entonces Juan cuida a María hasta su muerte, y de ahí en adelante no se sabe lo que pasó, pero él no murió trágicamente. Juan era un muchacho que siempre estaba muy cerca de Jesús y la virgen María, y por ser tan joven la gente no lo reconocía como uno de los apóstoles” (5).
En esta obra de investigación histórica y bíblica, Pérez Stefan explica en un glosario final algunos vocablos especializados, que define y describe muy bien, y es oportuna esa faceta lexicográfica de nuestro autor porque un trabajo de este tipo implica el uso de voces especializadas, palabras técnicas, expresiones arcaicas propias de disciplinas como la teología, los estudios bíblicos y la vida de Jesús. Veamos un ejemplo al respecto: “No quiero cerrar este capítulo sin antes hacer un análisis histórico, teológico y evolutivo del verdadero significado de la palabra Dios. La misma procede del latín “Deus”, sin más, constituyendo una excepción de palabra que procede de un nominativo y no de un acusativo, como es habitual, debido a que a Dios se le invocaba con el nominativo. Esta etimología está tan extensamente probada por todos los escritos latinos tardíos y protorromances medievales, que es increíble defender otras posibilidades. Cualquier otra cosa es un puro invento. El latín “deus”, no procede en absoluto del griego Zeus. Lo único que sucede es que ambas palabras derivan de una raíz indoeuropea común dyeu-/dyu, que significa “luz diurna”, variante de la raíz indoeuropea deilw– (brillo, luz). y en efecto la palabra latina “deus”, así como la variante “divus” (que están ambas en la base de nuestro término “Dios”), que significan “ser de luz”, pues así era entendido los dioses en los orígenes, como seres hechos de la materia de luz y nimbados de ella. Lo que sucede es que el nombre Zeus (Dyeus) tiene el mismo origen indoeuropeo. Este origen, también está en la base del nombre Júpiter (en genitivo “lovis”, procedente de “Dyeuis”), solo que en el nominativo se le invocaba como padre (en indoeuropeo pitar/piter), así Dyu=piter” (6).
Una obra de esta naturaleza, primera en su género escrita por un dominicano, implica realizar estudios de teología, geografía y lingüística, y sin duda el autor tuvo que investigar, entre otros aspectos, cuáles eran las monedas que existían en esa época, porque se hablaba de que a Jesús lo vendieron por unas monedas de plata; y cuáles eran las diversas etnias y culturas concurrentes en Judea en tiempos de Jesús, así como las implicaciones políticas bajo el dominio del Imperio Romano. Por ejemplo, el denarius, de donde procede el vocablo español “dinero”, era la moneda romana de esa época, pero había también una moneda judía, que tenía cierto valor pero la imposición imperial la subyugó en ese momento. El concepto judío puede entenderse como una raza o como una religión. Cuando Abraham salió de la tierra de Ur y se fue a la tierra que Dios le había prometido, en esa época fueron a la tierra de Canaán, y Abraham venía de una tierra de la paganidad, de muchos dioses, a una tierra donde iban a tener un Dios único. Como bien explica Jochy Pérez en este edificante libro, en la antigüedad bíblica había pueblos que adoraban dioses diversos y muchas cosas paganas, dioses hechos de barro. El papá de Abraham, por ejemplo, tenía una tienda de ídolos y un día se fue y dejó a su hijo encargado para que cuidara esa tienda, y cuando retornó, encontró todos los ídolos rotos y el padre le llamó la atención y Abraham le dijo: “Papá, fue que ellos se pelearon entre sí y se destruyeron”; y le dice el papá a Abraham: “Pero si esos tienen ojos y no ven, tienen boca y no hablan, tienen oídos y no oyen, tienen manos y no se articulan ni mueven sus piernas”. Entonces le dice Abraham: “Eso quería yo que tú supieras papá. Estás construyendo dioses paganos”. Entonces los rompió con un palo.
El afortunado autor de esta obra, quegoza de ascendencia judía, procede de una familia nacida en la cercanía de Belén y, por consiguiente, lleva en su sangre genes de ese privilegiado pueblo que convivió con Jesús. Belén es un vocablo judío y sus habitantes originales eran también judíos, como lo fue Jesús. De hecho, el antiguo templo de los judíos, que denominan sinagoga, era visitado por Jesús, quien discutía con los letrados de la Torá. Más aún, cuenta la Biblia que una vez, siendo Jesús un imberbe, se les perdió a sus padres y, tras una larga búsqueda, lo hallaron predicando en el templo de Jerusalén, donde estaban los expertos rabinos, discutiendo sobre teología. Y el joven Jesús discurseaba contra los fariseos, una religión que engañaba al pueblo. Entonces se hablaba de fariseos, saduceos, zelotes, judíos y esenios. ¿Tenía Jesús vínculos con los esenios? Los esenios eran una escuela mística que se aislaban en el desierto para su contemplación espiritual.
Según el autor de La Santa Cena hubo un pastor árabe a quien se le perdió una de sus ovejas, y hay muchas cuevas cerca de donde vivían los esenios, y entonces para no tener que entrar de cueva en cueva buscando sus ovejas, el pastor acostumbraba tirar piedras, y un buen día, cuando tiró una piedra, oyó un sonido timpánico, como de barro, y cuando entró encontró intacto el libro de Isaías, el mismo que está en el Antiguo Testamento. Ellos fueron los preservadores de los antiguos documentos testamentarios de la Torá. Los esenios lo preservaron y lo guardaron, porque cuando vinieron los romanos en el año 70, en tiempos del emperador Tito, hablaban de “la pax romana” (que no era la paz con z, sino con x), “la paz de la desolación”, dice Jochy Pérez. Ellos destruyeron todo, no dejaron piedras sobre piedras.
Cuando en esta obra de singular aporte su agraciado autor habla de que Dios en el Sinaí alimentó a los hebreos con codornices y maná, usa la palabra correcta, porque en hebreo antiguo maná alude a una interrogación, algo así como ¿qué es esto? Eso quiere decir que ellos se sorprendían con lo que les llegaba de lo Alto. Según Pérez Stefan, el maná era como una hojuela, una especie de carcha, que no era lo mismo que el tipo de pan que comemos hoy. El pan que se usa en la Santa Cena es un pan sin levadura, que se dice ázimo en hebreo. Fíjense que cuando se le pone levadura al pan, el pan crece, explica. Para la celebración de la fiesta de pascua se barrían las casas, se limpiaba todo, porque para ellos era una ofensa encontrar una semilla o una basura en el piso. En la fiesta de la pascua se juntaba toda la familia, comenzaba por la tarde donde mataban al cordero de tres a seis de la tarde, justamente hacia la hora en que se crucificó y murió Jesús. Explicaba el autor de La Santa Cena que los celebrantes tenían una ceremonia ritual que la dirigía el papá o el mayor de la familia. Si la mujer era viuda, tenía que adherirse a la familia y participar en la ceremonia. Ellos tomaban una copa de vino tinto diluido y tomaban especias amargas, entre esas especias había verduras, y cuando eran muy amargas los niños le preguntaban al papá: ¿por qué tomamos esto?, y entonces él decía: “Porque la amargura que estuvimos viviendo en el pueblo judío en Egipto fue de mucho dolor”. Entonces cada paso tenía un significado y entre paso y paso se iban cantando los salmos del 113 al 118. Por eso en esta obra su autor consigna: “El vino convencional del jugo de la vid, es un buen antioxidante para las arterias, evitando o reduciendo los riesgos de las afecciones propias de la ateroesclerosis en el hombre; pero el vino de Yeshúa es el más perfecto y magnífico antioxidante, ya que nos quita el verdadero óxido que nos corroe íntimamente, es el que está en nuestra mente, en nuestro corazón, en nuestro espíritu y en nuestra alma, donde el vino de la cava o bodega más exquisito no puede tener dicha bondad terapéutica. El vino divino ingerido en La Santa Cena en memoria de Yeshúa, nos condiciona y nos proporciona el sendero de la salvación y de la vida eterna en representación de su sangre derramada en el Calvario, por medio de la evocación y la memoria de su sacrificio en la cruz de tipo expiatorio” (7).
La Última Cena, la Santa Cena o la Cena del Señor fue una especie de despedida. ¿Qué pasó en esa cena? -le pregunté al distinguido ponente. Y me respondió: “Se celebró en un aposento alto, se ve que era de una gente de clase media o alta, porque la casa de gente pobre no tenía aposento alto. Era una zona fresca y estaba Jerusalén intramuros, no fue en una casa cualquiera. La literatura deuterocanónica dice que “ruscha” fue en la casa que lo hicieron, pero la Biblia no lo dice. Inclusive, es un anónimo la persona que Jesús manda a buscar con Juan y Pedro para que con un cántaro de agua fuera a buscar el agua a la casa donde se iba a celebrar la cena y dice “de fulano”, no dice a nadie. En esa celebración de la Santa Cena no se sabe quién asistió, si fueron la esposa del dueño de la casa, las hijas, no dice que María Magdalena y su madre María estuvieron presentes. Si yo estoy haciendo una cena y mañana me van a crucificar, yo quisiera que mi esposa y mis hijos tuvieran y mi papá y mi mamá, si estuvieran vivos, estuvieran. Sin embargo, María no estuvo, ni María Magdalena tampoco, que tuvo un papel protagónico”, comentó JochyPére.
Advertí que entonces no se invitaban a mujeres para esas cosas, pues la cultura judía era predominantemente masculina. En esa última cena solo participaron los apóstoles, es decir, los escogidos por Jesús. Leonardo Da Vinci, sin duda uno de los intelectuales más grandes con una mente prodigiosa, era científico, artista y un gran místico, además de pensador, pintor e inventor.
¿Qué pasó esa noche?, porque era de noche y, al parecer, fue una cena oculta. Según Pérez Stefan, en esa cena lo que hubo fue solamente pan y vino. Fue una cena oculta, modesta, de gente pobre, pero según el autor de esa singular obra de amor, hay un error desde el punto de vista pictórico de Leonardo da Vinci. Él pone en la mesa muchas copas y muchos panes, y solamente se utiliza un solo pan que representa el Cristo de un solo cuerpo partido, porque él mismo lo partió y repartió a los discípulos; y una copa de vino, que se pasó a cada uno de los participantes para que probaran el vino. Al pan se le untaba una especie de aderezo. “Otro de los errores que tiene Leonardo da Vinci, según el escritor vegano, es que la santa cena no se hizo en una mesa, sino en un triquino, que era una especie de una meseta en forma de c y la gente se sentaba en el suelo. Había unos cojines atrás, porque el judío cuando saludaba, lo hacía con la mano derecha, no te daba la mano izquierda porque es la mano de saludar y limpiar los genitales. Si tú le pasabas comida a un judío con la mano derecha, tú lo estabas irrespetando, porque le estabas dando la mano contaminada. Entonces, por eso cuando ellos se sentaron para la santa cena, tenían un poco de reclinación y comían; por eso es que Jesús dice que “quien está recostado sobre mí es quien me va a traicionar”, porque cada uno le correspondía recostarse en el hombro del otro. Lo único que yo tengo claro por deducción lógica es que Juan y Judas están sentados al lado de él, después las otras posiciones serían conjetura” (8).
Cuando a Leonardo da Vinci le hicieron el encargo del cuadro, pasó mucho tiempo buscando figuras que les parecieran a los personajes bíblicos, porque no encontraba la figura de Judas, se sentó en la plaza, y espera y espera y no aparecía el muchacho, que era una mezcla de ojos de santidad pero con hipocresía en el fondo. Entonces de los doce discípulos tenía once, faltaba Judas, y en la plaza encontró por fin la figura de Judas. Finalmente lo convenció, lo sentó en una banqueta en la misma plaza, lo pintó y cuando él terminó el joven le dijo: “Maestro, usted me había pintado hace muchos años como Jesús”. Ese hombre se había corrompido, le había cambiado la fisiología. En realidad, dijo Jochy Pérez, “la cara es un reflejo del alma y la mirada es también un reflejo del alma”.
En este momento no podemos saber en realidad cómo era Jesús y cómo eran sus apóstoles, pero Dios mediante en este siglo XXI se sabrá cómo era Jesús, porque hacia mediados de la presente centuria van a inventar un aparato que va a viajar al pasado, que podrá identificar la cara de Jesús, y si en verdad ocurrió la ultima cena, cómo fue que lo torturaron, azotaron y crucificaron hasta morir y qué relación tuvo con María Magdalena y qué predicó en el Sermón de la Montaña y cómo fue su Resurrección. Todo se va a ver y ese aparato se va a descubrir, Dios mediante, en este mismo siglo. Parece que están trabajando en esa herramienta para identificar los misterios del pasado, no solo respecto a Jesús, sino a todos los personajes de la historia. Esa va a ser la gran revolución que va a transformar la visión del mundo y a enmendar mitos, leyendas e historietas. Se esclarecerán muchas especulaciones. Y como dijera el discípulo amado de Jesús, se cumplirá la sentencia de que “La verdad os hará libres”.
A la pregunta de qué llevó a Reynolds Jossef a escribir específicamente de la Santa Cena, el autor de la obra dijo que hay muchos temas conexos que obedecen a curiosidades de la sensibilidad y la inteligencia, sin descartar el aporte que pueda hacer el lector tras su lectura, porque sin duda la vida de Jesús, aunque fuera breve en cuanto al tiempo, fue intensa y luminosa. Insistimos: ¿por qué el tema de la Santa Cena? El grosor del libro, de unas 600 páginas, evidencia que el autor tuvo que investigar mucho y también mucho que decir. La Santa Cena tiene el subtítulo de Temas paralelos, porque fue un acontecimiento que sucedió con otros eventos desde el punto de vista político, social, religioso y teológico en la época en que Jesús vino al mundo. Es un tema que el autor investigó durante muchos años, más aún en una lengua, como la española, en la que hay pocos libros sobre dicha temática, lo mismo en la bibliografía teológica de la Iglesia Católica y la evangélica.
Según nuestro teólogo vegano, Jesús dejó dos legados básicos, como fue el bautizo en la Santa Cena y, desde la perspectiva teológica, la prédica del Evangelio. Sin embargo, en el cielo, según san Juan en el Apocalipsis, se va a seguir celebrando la Santa Cena con el mismo Jesús. Prácticamente las dos ceremonias que son obligadas y repetitivas desde el punto de vista cristiano, la Santa Cena trasciende a lo espiritual, a la nueva Jerusalén, que es la Jerusalén que vivirían los genuinos cristianos. Se supone que la Última Cena la celebró Jesús como una despedida de sus discípulos predilectos, sabiendo que se iba a morir, porque él debió saberlo.
Esta es una obra de ensayo. Sin embargo podría servir de inspiración a quien quisiese escribir una novela a partir de los datos y las referencias aquí evidenciadas. El autor de esta obra es un narrador, que ha escrito varios libros y tiene las condiciones intelectuales, estéticas y espirituales para verter en una novela episodios diversos. Tiene un libro inspirado en la vida de Juan Bosch: Memoria de Juanito, con una dimensión narrativa. Igualmente en esta obra, La Santa Cena, se nota que hay un narrador que se niega a hacer ficción, aun teniendo las condiciones para fabular. Su prestante autor no solo leyó a Dan Brown, sino a otros fabuladores eminentes, amén de obras fundamentales del Cristianismo y la espiritualidad. Ejemplo del talento narrador que aprecio en Reynolds Jossef es el estilo ágil y el lenguaje descriptivo del autor de La Santa Cena, como se puede apreciar en el siguiente pasaje que retrata el dinamismo de la urbe donde aconteciera el suceso que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad: “Para la fiesta de la Pascua Judía, época donde se celebró la Santa Cena en el año 33 e.C., entre los meses de marzo y abril, por tradición, la ciudad de Jerusalén se revitalizaba, tomaba más fuerza su estilo de vida capitalino, se dinamizaba el comercio, el bullicio se apoderaba de la ciudad y las personas chocaban hombro con hombro y manto con manto. El polvo producido por tantos animales en marcha por las calles de Jerusalén y tantas sandalias pululando agitadamente, bien aparecía una densa cortina de humo, ya que todas las calles a la sazón no estaban adoquinadas. Todo esto acontecía como una transfusión energizante, siendo el escenario festivo religioso en las calles empedradas de la gran capital espiritual del Judaísmo y el Cristianismo. Los parroquianos y visitantes se preparaban para recluirse en el Templo de Jerusalén o en una sobria intimidad reflexiva y consagratoria en el hogar” (9).
Finalmente, presento esta última cita observada por Jochy Pérez: “Quería comentar algo sobre la Escritura, si bien sabemos algo de la palabra, sabemos que fue lo primero que recibimos, según la Torá; los judíos consideran tan sagrados los primeros cinco libros, que dicen ni siquiera que fue Moisés quien los escribió, sino Dios, y se los entregó a Moisés. La tabla de los mandamientos se escribió con un cincel, porque fue sobre piedras que se cincelaron esos principios morales. Después, como dijo el maestro, se comenzó a escribir sobre huesos, sobre hojas, piel de animales y llegó una forma más evolucionada, era que hacían unos cajones y le vaciaban la cera y esa cera cuando ya se rectificaba escribían sobre ella, pero por el calor del Medio Oriente la acera se derretía, perdía su morfología y la escritura se deformaba. Por eso la gente dice que le hable “sinceramente”, es decir, con claridad. También se utilizó ese término, porque se hacían vasijas que eran traída de la China que era para ser vendidas a través de Venecia y a veces se quebraban con un valor impresionante y los mercaderes le ponían ceras y buscaban pintores renacentistas que la retocaban y cuando iban a comprar una vasija decían: “dámela sincera”. Luego pasamos a la evolución del papiro”.
El impacto de la Última Cena en la vida de Jesús fue abordado por Reynolds Jossef Pérez Stefan con el alcance, la significación y el respeto que dicho acontecimiento tiene en la etapa fundacional del Cristianismo. Al respecto, nuestro autor precisó sin rodeos: “Es interesante destacar un dato muy importante que lo tomamos a la luz de lo revelado en las Sagradas Escrituras. En la Santa Cena en el aposento alto no participaron mujeres, ni siquiera María la madre de Jesús; mucho menos Martha, ni María Magdalena, esta última quien fue la principal obrera evangelística entre todas las mujeres y la más fiel seguidora del Mesías. Todo esto nos demuestra que ni siquiera los lazos familiares en el caso de María, la madre de Jesús, justificaban su presencia, ni tampoco se le dan los créditos falsamente otorgados por las literaturas paganas a María la de Magdala, para participar de esta sagrada ceremonia. Este principio lógico derriba y desnaturaliza la aparente sobreestimación y valoración desmedida que le han querido dar a este personaje, en las innumerables bibliografías profanas de autores heréticos” (10).
En estos tiempos no se tiene una verdadera valoración de la Santa Cena o de la Eucaristía, de la que hace uso la Iglesia Católica: los católicos usan una oblea de pan y en la iglesia evangélica utilizan un pan sin levadura: “No estoy diciendo que una es mejor que otra, solo es para que vean la diferencia, -advierte Pérez Stefan, y añade-: La Iglesia Católica cree en la consustanciación de la carne, y dicen que el pan se convierte en la carne de Jesucristo y el vino en su sangre. En la iglesia evangélica se dice que el pan representa el cuerpo de Cristo y, el vino, la sangre de Jesucristo”, consignó el autor de la obra.
Desde el punto de vista espiritual, ¿qué implicaciones tuvo en aquel entonces para los discípulos que participaron en la Santa Cena? En ese momento histórico, según nuestro teólogo, fue algo trascendental, porque no solamente fue la cena de una despedida, pues pronto se sintieron desprotegidos, como un ejército sin general, cuando ellos estaban bajo la sombrilla de la Divinidad, y de repente se quedaron prácticamente desolados. La iglesia cristiana se ha visto asediada a través de la persecución y fíjense que ninguno de los apóstoles pudo permanecer en Jerusalén. Eso trajo como consecuencia una dispersión hacia el Asia Menor hasta llegar a Europa y permitió como consecuencia que el Evangelio tuviera un alto crecimiento.
Los primeros cristianos tuvieron que esconderse en esa época. Hubo un genio anónimo que inventó el símbolo del pez para identificar a los cristianos. Ellos se dibujaban un pez en la mano cuando querían saber si otro era cristiano. Si alguien conocía ese símbolo ya sabía que era cristiano. Es muy singular el origen de dicho símbolo: en griego la palabra “pez” se dice ichthys, y cada letra de esa palabra inspiró un concepto cifrado en la expresión siguiente: IXΘΥΣ: Iota I=Jesús, X=Christos, Theta Θ=Theou(de Dios), Sigma Σ=Soter (Salvador), que significa: “Jesucristo, hijo de Dios, es nuestro Salvador”. Entonces, dibujan el pez, y esa representación implica la idea de que el portador es cristiano.Ese símbolo nació en el primer siglo de la era cristiana. Fue alguien escondido en las catacumbas de Roma, sin duda una gran intuición lingüística de quien inventó ese símbolo para que los cristianos se identificaran entre sí. Los cristianos eran perseguidos por los gendarmes del Imperio Romano, que en los primeros tres siglos del Cristianismo era rabiosamente anticristiano, hasta el siglo IV cuando el emperador Constantino abraza la fe cristiana, oficializa la religión de Cristo como una religión de Estado y entonces dejaron de perseguir a los cristianos, pero quedó el símbolo del pez como representación de la confesión cristiana, que algunos creyentes usan como identificación de su fe católica.
En fin, esta magnífica obra de Reynolds Jossef Pérez Stefan, en su base histórica, tiene una dimensión moral, teológica, religiosa y espiritual. Inspirado en la fe cristiana, movido por el sentido de la verdad y concitado por uno de los acontecimientos ancilares de la humanidad, Pérez Stefan ha escrito un libro que asombra no solo por los abundantes y reveladores datos sobre la vida de Jesús, sino por el rigor metodológico de su investigación, la brillantez de su formalización y, sobre todo, por el amor que revelan sus palabras al abordar el legado del Hijo del Hombre con su martirio y resurrección para que hagamos de nuestra vida un testimonio de edificación, sabiduría y trascendencia.
Bruno Rosario Candelier
Presentación de La Santa Cena
Moca, Ateneo Insular, 30 de marzo de 2018
Notas:
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena de Nuestro Señor Jesucristo, La Vega, Impresora Universal, 2018, 600pp.
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, Santa Cena, p. 19.
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, Santa Cena, p. 50.
- Conversatorio con Reynolds Jossef Pérez Stefan, celebrado durante una reunión del Ateneo Insular en Santo Cerro el 24 de febrero de 2018.
- Conversatorio con Reynolds Jossef Pérez Stefan. De su libro citamos: “De todos ellos, solo Juan, el discípulo amado de Jesucristo, no tuvo una muerte trágica, en el reino de Dios, las pérdidas humanas son ganancias en el banco celestial y, muchas veces, las ganancias terrenales son pérdidas en la libreta de ahorro en el cielo. El ser discípulo es más que creer, es más que predicar el evangelio, es más que seguir los pasos del Maestro, es tan simple como negarse a sí mismo y estar dispuesto a morir por nuestras convicciones y creencias. Aquellos mártires del primer siglo y los demás que se registran en los anales de la historia del Cristianismo, quienes murieron por su fe inquebrantable, también compartirán la resurrección y la vida eterna con nuestro Señor Jesucristo” (Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, p. 56).
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, p. 167.
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, p.98.
- Conversatorio con Reynolds Jossef Pérez Stepan en el Santo Cerro.
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, p. 257.
- Reynolds Jossef Pérez Stefan, La Santa Cena, p. 323.
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