Intuición metafísica en Lupo Hernández Rueda

Por Bruno Rosario Candelier

 

En su condición de académico de la lengua, poeta, escritor y abogado, amén de su admirable testimonio humano, Lupo Hernández Rueda dio variadas notaciones de una singular vocación humanizada, literaria y espiritual.

Bajo la inspiración de Lupo Hernández Rueda, los integrantes de la Generación del 48 decidieron crear una revista literaria, que denominaron Testimonio, para dar a conocer la producción poética y ensayística de sus miembros, incentivar la vocación creadora y promover el conocimiento y la valoración de la literatura. Y la abrieron a todas las corrientes del pensamiento literario y la creatividad artística.

Hernández Rueda fue no solo un grandioso creador sino un valioso intérprete y promotor de la creación literaria. Él fue el inspirador de la revista de su grupo liteario y durante varios años se editó aquí en Santo Domingo y, naturalmente, cumplió con el rol que le correspondió ejercer como órgano de promoción de las artes y las letras. Si contásemos con suplementos literarios y revistas de literatura, contribuiría a la difusión del saber literario y a incentivar nuevas vocaciones creadoras. Entiendo que se hacía más fácil motivar el talento para la creación en función de la motivación de los intelectuales y aspirantes a escritores porque encontrábamos en las revistas y los suplementos literarios el testimonio textual de los creadores, su idea del mundo, su orientación intelectual y su inclinación espiritual. En ese sentido Lupo Hernández Rueda ejerció un gran papel como promotor del saber y como entusiasta forjador de la creación poética. Esa inclinación de su sensibilidad y su conciencia lo convirtió en el líder intelectual de la Generación del 48.

Lupo Hernández Rueda era un creador ejemplar. Asumió su formación académica con rigor, seriedad y disciplina. No había doblez en su conducta, ni pose vana en sus actitudes. Consagrado a la creación, hasta sus últimos días de vida laboró en la composición de poemas. Y entendía que debía procurar el bien de los demás. Por eso era un hombre justo, noble y bueno. Y un cultor de los más altos valores de la conciencia.

Hay, además, otro aspecto importante en Lupo Hernández Rueda, y era su singular distinción como ser humano. Quizás el atributo personal más importante en Lupo era la armonía que irradiaba y la simpatía que sembraba entre sus relacionados, en los integrantes de su grupo y en los miembros de las diferentes generaciones literarias y promociones grupales. Quizás el rasgo más representativo de la Generación del 48 fue justamente el sentido de armonía entre sus socios, y esa vocación de empatía, que se plasmaba en una disposición de solidaridad entre sus integrantes, era el toque de distinción de Lupo Hernández Rueda. Ese singular atributo distinguió a la Generación del 48 entre las agrupaciones literarias del siglo XX.

¿Saben ustedes quien fue la persona que sembró en la Generación del 48 esa actitud de armonía y solidaridad, de compañerismo y de genuina amistad? Fue Lupo Hernández Rueda. Su vocación humana, su actitud de servicio hacia los demás era fruto de un singular amor que ese gran poeta experimentaba y, desde luego, fue la manifestación de una vocación de entrega para ayudar a los demás. No solamente lo demostró en el plano material ayudando a otros cuando tuvo las condiciones materiales para hacerlo. También en el plano profesional, intelectual y literario dio señales de su generosidad y grandeza. Su casa era frecuentada por muchos jóvenes en busca de una orientación literaria que él sabía compartir, porque siempre hizo de la literatura no solo una fuente de creación y de expresión de su propio talento creador, sino un vínculo de relación y fraternidad, ya que aspiraba a hacer de la literatura un vínculo de hermandad entre los creadores que se valen de la palabra y la dimensión estética del lenguaje para contribuir a enaltecer la condición humana.

Otro aspecto importante que quiero subrayar era la dimensión trascendente de la palabra. Esa dimensión era la expresión de la idea que Hernández Rueda tenía de su visión del mundo, ya que entendía que la palabra era capaz de materializar, cuando la asumimos como la expresión de la más alta condición humana, los ideales que elevan la conciencia. Por eso en su creación se evidencia la asunción de la vertiente sensorial de lo viviente, el testimonio de su intuición del sentido de las cosas y el reflejo de su percepción de los efluvios de la Creación.

Su primer libro tiene como título Como naciendo aún. En esta obra encontramos el testimonio del creador que siente que nace al mundo, que permanentemente se está renovando en su contacto con la realidad, porque él tuvo la capacidad de ponerse en sintonía con fenómenos y cosas, con la dimensión esencial y trascendente del Universo, y para lograr ese vínculo intelectual, imaginativo, afectivo y espiritual con lo viviente, supo vincularse con el hombre, con la dimensión sensorial de las cosas y con las emanaciones cósmicas. Esa disposición de su intelecto era también parte de esa sensibilidad, conforme lo que el poeta español Garcilaso de la Vega llamaba el “dolorido sentir”. Decía Garcilaso que todo genuino creador experimenta un dolorido sentir, es decir, una capacidad de integración y comprensión de la cosa de tal manera que, en atención a esa sensibilidad caudalosa, empática y abierta, lo sufría todo, lo vivía todo t disfrutaba todo; y Lupo era así, tenía esa sensibilidad abierta hacia el Cosmos; una sensibilidad honda y caudalosa desde la cual entraba en conexión con la esencia de lo viviente; y una dotación espiritual que le permitía sintonizar las manifestaciones suprasensibles del mundo.

En uno de los más importantes poemas de su primer libro dice: “El árbol al que canto es apenas una tenue llama”. Él no se refiere al árbol común y corriente que apreciamos en la naturaleza. “Árbol” en su lenguaje tiene una connotación simbólica y por consiguiente podemos decir que esa palabra podría aludir al ideal, al aliento de vida, al sentido cósmico, a todo lo grande y hermoso que podemos experimentar en nuestro contacto con lo viviente.

Esa dimensión profunda de lo viviente, que Hernández Rueda intuía con su inteligencia sutil, era una llama intensa de cuya comprensión él sabía que apenas revelaba una tenue llama.  Él tuvo consciencia de la grandeza que lo distinguía y mantuvo siempre la humildad a pesar de saberse dotado de la más alta dotación intuitiva que un ser humano puede experimentar en función de los dones y atributos que ha recibido a través de la palabra: “El árbol que yo canto es una tenue llama”, cantaba nuestro poeta en “Definición del árbol”.

En efecto, “El árbol que yo canto es una tenue llama”, aparece en una de las obras fundamentales de Lupo Hernández Rueda, Como naciendo aún, que ese ilustre poeta oriundo de Santo Domingo publicara en 1953 en la capital dominicana, pero para entender cabalmente la dimensión profunda implicada en ese y otros versos de nuestro creador habría que explicar el sentido trascendente al que alude, cifrado en una imagen y un símbolo plasmados en esa creación poética cuya obra ponderamos por su grandeza, la trayectoria ejemplar de su creador y su encomiable manera de testimoniar su enaltecedora condición humana.

Como hombre dotado de alta sensibilidad espiritual y estética, Lupo Hernández Rueda vino al mundo con el don de la creatividad justamente para poder testimoniar lo que su alma visualizaba y su inteligencia intuía para dar el testimonio de sus percepciones profundas y, sobre todo, para canalizar estética y espiritualmente lo que sentía y percibía a la luz de su inteligencia metafísica.

Los poetas sobresalen por estar dotados de un singular don mediante el cual pueden desplegar su sensibilidad y su conciencia para sentir y entender el mundo como efectivamente lo sienten y lo entienden desde la raíz profunda de sus manifestaciones sensibles y suprasensibles con la huella de su sensibilidad estremecida y el impacto de su conciencia trascendente. Lupo Hernández Rueda fue un ser altamente privilegiado por la palabra, prestigiado por una honda sensibilidad y dotado por una profunda inteligencia, y en tal virtud puso su palabra, su sensibilidad y su inteligencia al servicio de un elevado ideal en conexión directa con la esencia del mundo y el sentido de las cosas. Nuestro agraciado poeta logró ponerse en conexión con la dimensión profunda de fenómenos y cosas porque los poetas pueden dar con el sentido subyacente que hay en las manifestaciones de la Creación, y entonces con esa capacidad que tuvo, nuestro poeta se dio cuenta de que estaba en conexión con algo mucho más profundo que la simple realidad circundante, no solo con la manifestación de la realidad material a la que nos conectamos, sino con esa dimensión profunda de la realidad sutil a la que solo llegan los poetas, los iluminados y los místicos desde sus particulares condiciones en atención a esa singular conexión especial con la esencia del Cosmos.

Hay un circuito del cerebro, que es un tramo especializado de la conciencia, que desarrollan los poetas y los místicos para percibir, en función de esa conexión con la dimensión profunda de lo viviente, las irradiaciones cósmicas en sus peculiares estelas, sonidos e imágenes cuando entran en sintonía con las facetas ocultas de lo suprasensible en virtud de una peculiar dotación para establecer una conexión profunda, y por esa vinculación, que se produce con el más allá, pueden los poetas metafísicos, los místicos y los iluminados captar muy antiguas esencias de la sabiduría cósmica y verdades profundas del Numen del Cosmos. Por eso escribió Lupo Hernández Rueda: “El árbol que yo canto es una tenue llama”, porque él sabía de donde le venía esa luz y de donde procedían las verdades profundas de muy antiguas esencias que enriquecen el trasfondo conceptual de su lírica. Esa conexión profunda con el más allá es una conexión real, sentida y vivida desde el hondón de la sensibilidad hasta experimentar un estremecimiento de conciencia mediante una experiencia cardinal no ya con las señales sensoriales del mundo material, la realidad social o la realidad histórica, sino con la realidad metafísica del Cosmos y, sobre todo, con las irradiaciones profundas vinculadas a la fuente misma de lo que existe. Con esa profunda sensibilidad poética pudo nuestro distinguido poeta entrar en conexión con la dimensión profunda del Cosmos y pudo también lograr la dimensión de un alto nivel metafísico, simbólico y trascendente, y, desde luego, pudo desarrollar su sensibilidad metafísica en función de esa dotación poética a través de una conexión entrañable con la esencia cósmica. Cuando el poeta entraba en sintonía con la esencia del Cosmos y el sentido de lo viviente, a su ser llegaban las irradiaciones cósmicas con estelas, ondas, susurros, señales, imágenes y símbolos de las más extrañas simbologías del inconsciente colectivo y de la sabiduría espiritual del Universo.

Ya los antiguos griegos hablaban del Numen para referirse a la sabiduría metafísica del  Universo, y a ese estadio trascendente de la sabiduría establecen una conexión desde su sensibilidad profunda los poetas metafísicos, los poetas místicos, los iluminados y los santos. Lupo Hernández Rueda tuvo esa dotación profunda que enaltece a los genuinos poetas y, en consecuencia, tenía la capacidad de poder entrar a la dimensión metafísica de lo viviente y acceder, como efectivamente accedió, a la sabiduría espiritual del Numen, razón por la cual pudo captar verdades profundas que plasmó en su poesía como conocedor de la palabra y, como hombre sensible vivió, experimentó y comunicó con palabras simples y comunes, con un lenguaje sencillo y sugerente esa dimensión profunda y trascendente. Por su singular dotación pudo revelar el nivel superior de las imágenes y los símbolos que su percepción traducía al lenguaje de la poesía para canalizar verdades provenientes de las altas regiones donde mora la esencia de la sabiduría cósmica.

Nuestro afortunado poeta, que fue también un destacado profesional del derecho y la enseñanza, asumió la creación poética como el medio estético y espiritual para canalizar las percepciones de su sensibilidad profunda ya que tuvo como poeta metafísico la capacidad para ahondar en el misterio, y pudo sintonizar lo que los antiguos griegos y los místicos de la India y de otras culturas del Oriente llamaban el Nous. El Nous es esa región del Universo que está mucho más allá de la dimensión sensible a la que llegan los seres privilegiados, sobre todo los poetas metafísicos y los creadores teopoéticos. A esa región del Nous llegó Juan el evangelista desde la cual pudo captar revelaciones profundas que transmitió en el Apocalipsis, en virtud de esa conexión con las capas trascendentes del estadio superior del Universo, con ese estadio de la Creación donde unos pocos privilegiados llegan. Otro singular ejemplo es el de san Juan de la Cruz que, como poeta místico, tuvo acceso a ese nivel superior de la conciencia cósmica y el pensamiento trascendente de la sabiduría mística. Sin duda alguna, Lupo Hernández Rueda fue también un privilegiado de la gracia poética porque en varios de sus poemas, tanto en Como naciendo aun o en Círculo, se puede apreciar esa conexión profunda con la sabiduría metafísica del Universo que nuestro poeta logró atrapar desde su más honda sensibilidad en contacto con la esencia misma de Cosmos, y por eso hay verdades profundas en su obra con las señales de muy antiguas esencias. En virtud de esos altos atributos de su inteligencia sutil en su obra hay no solo una dimensión estética, primer nivel de la creatividad que distingue la creación del lenguaje trascendente, como normalmente se expresan los poetas, sino también una dimensión metafísica con una vertiente simbólica de alta espiritualidad, y por esa razón como poeta pudo Hernández Rueda captar verdades profundas provenientes de la cantera infinita del Cosmos y, en tal virtud, supo captar y expresar las supradichas verdades de muy antiguas esencias,  como son las verdades cósmicas, metafísicas y místicas cuyas imágenes y símbolos conectan directamente con la Divinidad.

Lupo Hernández Rueda tuvo la virtud, como poeta dotado de una alta percepción intuitiva, de atisbar esos espacios siderales y tomar de las irradiaciones metafísicas las enseñanzas que formalizaba mediante el lenguaje de la poesía. Ya he dicho que como persona, Lupo se distinguía por ser un hombre bueno y noble. Nosotros pudimos tratarlo en múltiples ocasiones y pudimos apreciar su talento intelectual, su dotación poética, su condición académica y sus encomiables atributos humanos, y percibimos singulares detalles de su personalidad carismática, como la bondad hecha realidad en su conducta, en su palabra y en su relación con los demás. Él tuvo la conciencia de que, como poeta, contaba con el privilegio de ponerse en conexión con la dimensión trascendente del Universo a la que llegan los grandes creadores, los teopoetas y los iluminados. Él fue uno de nuestros grandes poetas metafísicos, un grandioso creador que dio testimonio con su palabra, su talento y su creatividad de lo que distingue la más hermosa condición humana, condición que ya en la Antigüedad había exaltado el pensador presocrático Heráclito de Éfeso cuando, al crear el concepto de Logos, identificó a los seres humanos como criaturas privilegiadas de la Creación porque mediante el Logos tenemos la capacidad para pensar, el poder para reflexionar, la dotación para intuir y la habilidad para crear. Quienes tienen la dicha de saber activar la palabra, la palabra creadora, la palabra que nos permite canalizar nuestras intuiciones y vivencias con belleza y sentido, como lo hizo Lupo Hernández Rueda, tienen a su alcance la más alta distinción de los mortales.

Su inmensa vocación de armonía y confraternidad, su encomiable disposición para servir y su admirable talento poético los pudimos constatar en las reuniones celebradas en la Academia Dominicana de la Lengua, con su hermoso testimonio de coparticipación y armonía. Así era Lupo Hernández Rueda, con los atributos que lo distinguían como intelectual, como poeta, como intérprete de la literatura y, sobre todo, como ser humano. Esa fue la grandeza de este notable creador que hoy ponderamos por el admirable ejemplo de su conducta, su palabra y su creación.

 Bruno Rosario Candelier

Coloquio sobre Lupo Hernández Rueda

Santo Domingo, Feria del Libro, 20 de abril de 2018

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