El banquete, Platón, introito

Por Sélvido Candelaria

Siempre habré de recordar cuando, en los albores de mi vida, bajo las noches enracimadas de estrellas, mi padre nos convocaba a la tertulia familiar. Era el momento lúdico del día y jugó  un papel importante en mi formación como ser humano. En ese momento, aquel narrador innato, cubría el espacio que hoy avasalla la televisión o el internet. Las historias narradas siempre eran escogidas para cautivar nuestras mentes infantiles pero, también, para dejarnos alguna enseñanza. Y  si hubiera sido solo por las ficciones, quizás  yo hubiera borrado de mi memoria, o mantuviera en un estado muy difuminado esos momentos, pues estoy consciente de las narraciones pero no puedo decir que se haya grabado en mi ninguna en especial.  Lo que si conservo vívido en mi mente, son las exposiciones con que se epilogaban esas noches. Éramos cuatro los hermanos y después de los primeros treinta minutos los pequeñines comenzaban a dormirse. A la hora, ya solamente quedábamos dos personas: él y yo. Y entonces venía lo gordo. Lo que ha perdurado. De una forma que aún no puedo explicarme, mi progenitor, quien solo hizo el tercer grado de la escuela básica, relacionaba algo de una historia recién contada, con la vida de un personaje histórico. Y sus personajes preferidos para eso, eran los filósofos. Y entre los filósofos, Platón. No creo que llegara a leer mucho de su obra, pero hablaba con una seguridad sobre él, que parecía un estudioso de su vida. Y yo, una cantera virgen, ávido de conocimientos, me embelesaba escuchándolo, mientras proyectaba en el horizonte algún momento en que, quien pudiera hablar de Platón en aquella forma fuera yo mismo.

Deseo cumplido.  Esta honrosa asignación que se me ha hecho para la ocasión, me brinda en bandeja de plata la oportunidad de cumplir ese proyectado sueño y he de aprovechar la ocasión para, con este modesto trabajo sobre El Banquete, honrar póstumamente la memoria de mi padre quien seguramente ha de sentirse satisfecho al haber sembrado en mí el placer por lo trascendente.

Cuerpo.

En pleno siglo XXI, después de las transformaciones lingüísticas que han hecho evolucionar el arte literario hasta el estadio en que hoy se encuentra, comenzar a leer esta obra, causa impacto. La forma tan desenfadada que utiliza Platón para introducirnos el tema abordado en ella, sigue teniendo una vigencia artística envidiable. No puede ser menos que plausible, la idea genial de inventarse una historia como la narrada, en el formato en que se presenta, muchos siglos antes de que a los críticos se les ocurriera dividir las producciones literarias en géneros, pues ya, en esta, el autor deja establecido el fundamento de lo que vendría a ser una novela. Cito el primer párrafo de El Banquete.

(Habla Apolodoro dirigiéndose a Glaucón) –Me parece que sobre lo que preguntas estoy preparado. Pues precisamente anteayer subía a la ciudad desde mi casa de Falero cuando uno de mis conocidos, divisándome por detrás, me llamó desde lejos y, bromeando  a la vez que me llamaba, dijo: –¡Eh!, Tú, falerense, Apolodoro, espérame. Yo me detuve y le esperé. Entonces él me dijo: –Apolodoro, justamente hace poco te andaba buscando, porque quiero informarme con detalle de la reunión mantenida por Agatón, Sócrates, Alcibíades y los otros que entonces estuvieron presentes en el banquete, y oír cuáles fueron sus discursos sobre el amor. De hecho, otro que los había oído de Fénix, el hijo de Filipo, me los contó y afirmó que también tú los conocías, pero en realidad, no supo decirme nada con claridad. Así pues, cuéntamelos tú, ya que eres el más adecuado para informarme de los discursos de tu amigo. (1)

Este párrafo puede ser la envidia de cualquier destacado novelista, aun en nuestros días, para comenzar una novela. No habrá  lector que ante tal provocación no se interese por esa historia que se anuncia, tanto por los personajes que involucra como por el velo de misterio que se percibe en la abrupta forma de iniciarla. Ese recurso de iniciar una obra con el recuento de algo ya pasado, ha sido explotado por todos los grandes novelistas de la historia. Veamos un solo ejemplo. Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde    remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. (2)

Pero aparte de este engarzador recurso, el genio creativo de Platón se manifiesta en otra forma elocutiva que ha sido aprovechada también, con las variantes que los tiempos y lugares demandan, por maestros de la narración. Se trata de exponer acciones extemporáneas donde participan personas fallecidas pero que, de pronto, el autor los hace cobrar vida. Pero antes dime, ¿estuviste tú mismo en esa reunión o no? Y yo le respondí: –Evidentemente parece que tu informador no te ha contado nada con claridad, si piensas que esa reunión por la que preguntas ha tenido lugar tan recientemente como para que yo también haya podido estar presente. –En efecto, así lo había pensado–dijo. –¿Pero cómo pudiste pensar eso, Glaucón?, Le dije. ¿No sabes que, desde hace muchos años, Agatón no ha estado aquí,  en la ciudad, y que aún no han transcurrido tres años desde que estoy con Sócrates y me propongo cada día saber lo que dice o hace? (3)

Es interesante hacer notar que esta obra aparece por el año 380 a. c. y Sócrates había muerto en el 399, es decir 19 años antes. Pero no solo Sócrates; prácticamente todos los personajes mencionados en El Banquete, habían desaparecido para la fecha en que se escribe o no habían existido nunca. Algo parecido se explota, 23 siglos después, en otra maravillosa obra narrativa cuando un personaje creado por Juan Rulfo se encuentra con una señora a quien su madre, fallecida años antes, le ha dado la noticia de que le tuviera un cuarto preparado porque vendría ese día.

Pero el cuarto que le he reservado está al fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. ¿De modo que usted es hijo de ella? —¿De quién? —respondí. —De Doloritas. —Sí, pero ¿cómo lo sabe?  —Ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy. —¿Quién? ¿Mi madre? —Sí. Ella. Yo no supe qué pensar. (4)

Imagino que esa misma sería la actitud (el no saber que pensar) de alguien que leyera este libro cuando apareció. Y todavía hoy ha de crear cierta confusión en quien lo lea por primera vez sin enterarse antes de la cronología que envuelve acción y personajes. Es este, a mi entender, el primer gran aporte que hace Platón a la literatura universal con esta obra, el dejar sentadas las bases para una forma elocutiva amenamente perturbadora.

El segundo, y todavía más importante, es la forma magistral que utiliza para adentrarnos en la esencia del ser humano a través de su cualidad más excelsa: la de amar. Y lo hace, estableciendo parámetros inéditos de lo que es el amor, definiéndolo con una precisión tal que deja establecido un marco de referencia obligado  para todos quienes, en la posteridad, se les ocurriera tratar el tema, ya que lo hace desde diferentes ópticas, sostenido por diferentes conceptos. Bajo el argumento de un banquete celebrado para agasajar al poeta Agatón, (hago notar aquí que, El Satiricón, reconocida como la primera novela occidental, de acuerdo a los criterios modernos de clasificación genérica, tiene como argumento un banquete, y se le concede su creación a Petronio, que vivió unos cuatro siglos después de haber aparecido El Banquete) el autor convoca a diferentes personajes para que se expresen  sobre el amor.  No vale la pena, Apolodoro, discutir ahora sobre esto. Pero lo que te hemos pedido, no lo hagas de otra manera y cuéntanos cuáles fueron los discursos. –Pues bien, fueron más o menos los siguientes… Pero mejor intentaré contárselos desde el principio, como Aristodemo me los contó. Apolodoro: Me dijo, en efecto, Aristodemo, que se había tropezado con Sócrates, lavado y con las sandalias puestas, lo cual éste hacía pocas veces, y que al preguntarle adónde iba tan elegante le respondió: –A la comida en casa de Agatón. Pues ayer logré esquivarlo en la celebración de su victoria, horrorizado por la aglomeración. Pero convine en que hoy haría acto de presencia y ésa es la razón por la que me he arreglado así, para ir elegante junto a un hombre elegante. Pero tú, dijo, ¿querrías ir al banquete sin ser invitado? Y yo, dijo Aristodemo, le contesté: –Como tú ordenes. (5)

En ese agasajo se conviene sustituir la tradicional bebedera en que los griegos convertían estas ocasiones, por la participación de escogidos invitados para elogiar al dios Eros. Y desde aquí comienza la genialidad. Porque Platón no escoge al azar. Ubica y pone a hablar en un orden ascendente, a personajes cónsonos con las variantes que quiere dejar manifiestas sobre la forma en que los humanos conciben el amor. Y así pone a hablar a Fedro, Pausanias, Aristófanes, Agatón, y Sócrates(quien a su vez utiliza el personaje de Diotima para expresar sus juicios), en la parte preestablecida, pero hace cerrar con Alcibíades,  un inusitado y tardío allegado que viene a poner en entredicho, todo lo establecido anteriormente, como una forma excelsa de exponer que los conceptos elaborados en base a nuestros conocimientos y percepciones, siempre son pasibles de ser cuestionados por las acciones en que nos vemos envueltos.

Según nos dice Lorena Rojas Parma, de la Universidad Católica Andrés Bello, de Venezuela, El amor de Sócrates y Alcibíades es una de las historias más controvertidas e intensas para disertar sobre el amor y para aproximarnos a Sócrates1. El Banquete de Platón es la fuente más importante sobre la relación de su maestro con el bello político de Atenas… Salvo honradas excepciones, por lo general este tema del diálogo se aborda de una forma «sublimada» o graciosa y, de una u otra manera, Sócrates mantiene a toda costa lo que presuntamente deberíamos entender como su «integridad moral», suponiendo que cualquier relación no intelectualizada –incluso en lo amoroso– sería para él inaceptable. Sin embargo, si leemos los textos sin preconcepciones fijas e inamovibles, esto es, con intención de dialogar con ellos, y si dejamos de «salvar» a Sócrates de cualquier rasgo de pura humanidad, nos encontraremos con un perfil y un actuar amoroso mucho más fecundo humana y filosóficamente hablando. La eterna pregunta sobre el comportamiento de Sócrates en las escenas que narra Alcibíades de forma desvergonzada en el Banquete se ha respondido tradicionalmente viendo a un Sócrates sumido en la contemplación de la «Belleza en sí» –como el iniciado que ha descrito Diotima–, a un Sócrates que no puede, en su calidad de filósofo, someterse a los deseos del cuerpo, o a un Sócrates cuyo comportamiento constituye la prueba de que no tuvo nada que ver con el homoerotismo, la pederastia o la bisexualidad de la Antigüedad griega. (6)

Entiendo que Platón alcanza, en las conclusiones a que llegan sus personajes, desde los ardientes y sensuales pronunciamientos del joven Fedro hasta la madura y sopesada sabiduría de Sócrates, pasando por el enfoque científico de Arixímaco, la exuberante elocuencia de Aristófanes, y el idealismo poético de Agatón, eleva el concepto del amor a los más altos linderos de la metafísica y, él mismo, en el esfuerzo de abstracción que hace para llegar a esas conclusiones puestas en boca de otros, penetra sin dudas al dominio de lo místico y deja establecidas las bases conceptuales de cómo llegar a ello.

Entonces Sócrates, concentrando de alguna manera el pensamiento en sí mismo, se quedó rezagado durante el camino y como aquél le esperara, le mandó seguir adelante… La meditación extática de Sócrates, en la que se supone se concentra en la idea de Belleza, cuando se dirigía a la casa de Agatón suele considerarse histórica. Esto es una expresión irónica, humorística: La gracia está en que Aristodemo, que no había sido invitado, se ve solo en la puerta sin Sócrates, el invitado.  Del interior de la casa salió a su encuentro de inmediato uno de los esclavos que lo llevó a donde estaban reclinados los demás, sorprendiéndoles cuando estaban ya a punto de comer. Y apenas lo vio Agatón, le dijo: –Aristodemo, llegas a tiempo para comer con nosotros. Pero si has venido por alguna otra razón, déjalo para otro momento, pues también ayer te anduve buscando para invitarte y no me fue posible verte. Pero, ¿cómo no nos traes a Sócrates? Y yo –dijo Aristodemo–me vuelvo y veo que Sócrates no me sigue por ninguna parte. Entonces le dije que yo realmente había venido con Sócrates, invitado por él a comer allí. –Pues haces bien, dijo Agatón. Pero, ¿dónde está Sócrates? –Hasta hace un momento venía detrás de mí y también yo me pregunto dónde puede estar(7).

Y si este ejemplo no es lo suficientemente convincente para inducirnos a pensar en el misticismo de Platón, podríamos mencionar el efecto que sus enseñanzas ejercieron en los místicos que le sucedieron, directamente o a través de sus discípulos inmediatos y posteriores, según se puede deducir por el giro que dio la vida de San Agustín, quien llega a ser ejemplo de misticismo después de haberse puesto en contacto con las doctrinas de Plotino, el más reconocido promotor del neoplatonismo.

Miches, 18 de junio de 2017.

1.-Platón,  El Banquete, edición digital, p 15

http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf05285.pdf

2.-García Márquez,  Cien años de soledad, Madrid, edición conmemorativa, Real Academia Española, Asociación de Academias de la Lengua Española, Alfaguara, pág. 9

3.- 1.-Platón,  El Banquete, edición digital, p 18

http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf05285.pdf

4.- Juan Rulfo, Pedro Páramo, edición digital, pags. 8 y 9

http://vivelatinoamerica.files.wordpress.com/2014/05/pedro-pc3a1rramo-de-juan-rulfo.pdf

5.Platón,  El Banquete, edición digital, p 20

http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf05285.pdf6.- Lorena Rojas Parma, De amore: Sócrates y Alcibíades en el Banquete de Platón, De amore: Socrates and Alcibiades in Plato’s Symposium, edicion digital, ensayo.

http://www.scielo.org.pe/scielo.php?pid=S1016-913X2011000100007&script=sci_arttext)

7.- 3.- 1.-Platón,  El Banquete, edición digital, p. 24, http://www.filosofia.org/cla/pla/img/azf05285.pdf