Cratilo, de Platón: el libro de los nombres

Por Rafael Peralta Romero

  En esta jornada dedicada al pensamiento de Platón en la que el doctor Bruno Rosario Candelier pone a uno a competir fuera de su liga, como se diría en el beisbol, me corresponde comentar el libro Cratilo, original del sabio de Atenas que vivió entre 428 y 347 antes de la Era Cristiana.

Hay libros de los que previo a su lectura, conocemos parte de su argumento, hemos escuchado a otras personas hablar de ellos e incluso podemos haber aprendido alguna frase para citar, pero otros textos nos llegan como la visita que no tocó el timbre, sin referencia alguna. Una experiencia similar, queridos amigos,  me acaba de ocurrir con Cratilo,  una magnífica compilación  de ideas que para mí, hasta hace unos días, permanecía inédita, por no decir desconocida.

Esta obra ha sido desarrollada  a partir de la técnica del diálogo, recurso  mediante el cual la literatura platoniana ha recorrido el mundo y ha marcado su impronta en todas las filosofías, desde la antigüedad griega hasta nuestros días.

He examinado la primera edición, correspondiente a la colección Griegos y latinos de la Editorial Losada, Buenos Aires, 2006. La traducción es obra de Claudia Mársico, quien  además  ha escrito una aguda introducción y las valiosas notas al pie de página.

Las personas o personajes que intervienen en estos coloquios son Sócrates (Atenas, 470 a.C. – id., 399 a.C), Hermógenes  (siglo V a. C., discípulo de Sócrates. Uno de los maestros de Platón),  y Cratilo (un filósofo griego de finales del siglo V a. C).

La cuestión fundamental  se centra en el nombre de las cosas, pero con dos vertientes: naturalismo y convencionalismo. Las conversaciones giran en torno a si la forma de nombrar las cosas y a las personas parte de la naturaleza de esos entes y una presunta relación entre la palabra que los nombra y la esencia de los mismos o si la denominación se produce por una acción racional que es producto de una convención.

Platón empieza por un diálogo  aparentemente trunco entre Crátilo y Hermógenes en el que este último pregunta: “¿Quieres, entonces, que consultemos también a Sócrates, que está aquí, acerca de este argumento?”

Se le plantea el asunto a Sócrates, incluyendo el detalle de que Hermógenes cree que Crátilo se burla de él por la analogía que hace de su nombre. En su respuesta, Sócrates incluye la idea de que  “…el de los nombres no  resulta ser un pequeño tema de aprendizaje”.

Cratilo había  dicho a Hermógenes que ese no podía ser su nombre, dado su fracaso  para la obtención de bienes materiales, ya que Hermógenes  significa “de la estirpe de Hermes”, y esa deidad estaba asociada a la suerte y actuaba  como protectora de la obtención de riquezas. (Mársico, nota 9, p. 85).

Al respecto, Sócrates apunta lo siguiente: “Sin embargo, como antes decía, es difícil saber respecto de este tipo de asunto, así que tras ponerlos en común, es preciso investigar si es como dices o como dice Cratilo”. (p. 85). La preocupación de Hermógenes por el significado de su nombre y lo que al respecto piensa Cratilo, aparecerá de nuevo casi al final del libro. Sócrates le responde: “En rigor, parece que Hermes es algo relacionado con el lenguaje, al menos en un punto, pues al ser hermeneuta (hermeneús), mensajero, artificioso y engañoso en sus argumentos y también comerciante, toda esta actividad es una capacidad basada en el lenguaje. Entonces, como decíamos  también anteriormente, ‘hablar’ (eírein) es utilizar el lenguaje…Por ambas cosas el nominador nos colocó a este dios como si fuera el que piensa el decir, esto es el lenguaje: ‘Hombres, quien pensó el hablar (eírein emésato) podría ser llamado con toda justicia por ustedes Eiremés’. Pero ahora nosotros, embelleciendo el nombre, según creemos, lo llamamos ‘Hermes’” (p.141).

En el fondo está la idea de la “adecuación de los nombres”, de acuerdo con la cual conocer  los nombres permite conocer las cosas. El Cratilo  contradice esa posición y Claudia Mársico, la traductora, asegura que de este modo despeja “…el terreno para el desarrollo de la Teoría de las Formas, señalando que el lenguaje puede servir para mostrar lo real, pero también es habitualmente vehículo para el error”. (p. 11).

Conviene acotar que la Teoría de las Formas  es una cuestión propia  de la filosofía de Platón. Parte  de la existencia de  un mundo de cosas sensibles, (mundo sensible) y otro que no se puede percibir por medio de los sentidos (mundo inteligible) donde habitan las ideas.

En el mundo de las ideas, considera Platón en su obra Fedón,   no existen la dualidad ni el cambio; es el mundo de lo que realmente es. En oposición a éste nos encontramos el mundo sensible, o realidad aparente, la cual es reflejo del primero y en el cual nos hallamos.

Los estudiosos de la filosofía han  estimado que el Cratilo corresponde a la etapa de la transición hacia madurez de su autor, previo a  la escritura de su célebre obra “Política”. Algunos asocian la época de composición de estos diálogos con el juicio que llevó a Sócrates  a la muerte (399 a C.), esto a propósito de la cita de Eutifrón  en el parlamento 396d (pág. 115)  y una segunda alusión en el 399ª (pág. 120).

En la primera de estas intervenciones, Hermógenes advierte que Sócrates  profetiza como los posesos. Sócrates responde: “Realmente, Hermógenes, hago responsable a Eutifrón Prospaltio de que esta sabiduría  me sobreviniera, porque desde el amanecer he estado mucho con él y le presto oídos. Me temo, entonces,  que  estando él poseído, no sólo me haya llenado los oídos de sabiduría demónica, sino que también haya cautivado mi alma. Me parece, entonces, que debemos actuar así: hoy la usamos e investigamos  el resto acerca de los nombres, y mañana, si están ustedes también de acuerdo, la conjuraremos tras encontrar a alguien hábil para purificar estos asuntos, ya sea alguno de los sacerdotes o de los sofistas”.     (pág. 115).

Sin embargo, las conjeturas en torno a este asunto son muchas. Válido es el criterio de que a través de Cratilo Platón critica a otros filósofos y que esta obra guarda conexión con sus libros “Protágoras” y “Fedón”. En resumidas cuentas, el tema de los nombres y en consecuencia, la función del lenguaje para la comunicación, es el asunto predominante en estos diálogos, reforzado mediante la  controversia naturalismo/ convencionalismo.

Hermógenes, no obstante aceptar los razonamientos de Sócrates, no puede convencerse –dice- de que la “…la adecuación del nombre sea otra cosa que convención y consenso, porque me parece que si alguien le coloca el nombre a algo, ese es el adecuado”. (pág. 85).

En el naturalismo cada cosa tiene un nombre,  mientras en el convencionalismo los nombres se consideran parte de procesos más complejos y amplios.

“El nombre es parte del decir, porque los hombres dicen sus argumentos nombrando”, explica Sócrates, quien se vale del método dialéctico para que sus  interlocutores descubran la razón de su argumentación. (pág.93). Veamos este ejemplo:

SÓCRATES: Y al que sabe preguntar y responder ¿lo llamas de algún otro modo que dialéctico?

HERMÓGENES: No, sino que así lo hago.

SÓCRATES: Por lo tanto, la labor del carpintero es hacer un timón supervisado por el piloto, si es que el timón va a ser de buena calidad.

HERMÓGENES: Evidentemente.

SÓCRATES: Y, según parece, la del nominador es hacer el nombre con la supervisión del hombre dialéctico, si es que  va  a imponer bien los nombres.

HERMÓGENES: Eso es.

SÓCRATES: En consecuencia, es posible que no sea algo vulgar, como tú crees, la imposición del nombre, ni propio de varones vulgares ni improvisados”. (pág. 101).

A propósito de estos parlamentos, Claudia Mársico apunta lo siguiente: “Acercándose al corolario del argumento, se plantea que no cualquiera puede poner nombres y se adelanta un punto que  será útil contra el naturalismo: la nominación depende del conocimiento de lo real, de modo que de haber adecuación entre lenguaje y realidad, de todos modos hace falta el dialéctico». (Nota 35, pág. 101).

Cratilo es un libro clave para conocer el pensamiento de Platón, como para apreciar su particular forma de escribir, con la que atribuye a otros pensadores las ideas que desea expresar sobre el asunto de que se trate: “Es posible, en todo caso, querido Hermógenes, que los primeros que instauraron los nombres no fueran mediocres, sino meteorólogos y hombres sagaces” (pág. 127).

Como lo que he preparado es más un informe de lectura que cualquier otra cosa, en vez de conclusión tiene un final. He invitado a Jorge Luis Borges para que me preste su voz. De su  poema  El Golem, inspirado en el Crátilo, de Platón,  leo tres estrofas. Helas aquí: 

 

EL GOLEM

Jorge Luis Borges

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
El nombre es arquetipo de la cosa,
En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
En el Jardín. La herrumbre del pecado
(Dicen los cabalistas) lo ha borrado
Y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
No tienen fin. Sabemos que hubo un día
En que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
En las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
Sombra insinúan en la vaga historia,
Aún está verde y viva la memoria
De Judá León, que era rabino en Praga.

*Un golem es, en el folclore medieval y la mitología judía, un ser animado fabricado a partir de materia inanimada (normalmente barro, arcilla o un material similar). Normalmente es un coloso de piedra. En hebreo moderno, el nombre proviene de la palabra «guélem» (גלם, … Es más, la primera existencia del golem se remontaría a los orígenes ..WIKIPEDIA

(Palabras de Rafael Peralta Romero sobre el libro Cratilo, de Platón, leídas en el encuentro del Movimiento Interiorista, efectuado el 17 de junio de 2017, en Santo Cerro, La Vega, Rep. Dominicana).