Talego – infligir – cabilla

TALEGO

Talego es un sustantivo masculino conocido desde hace largo tiempo en la lengua corriente. En su significado internacional más conocido es un “saco largo y estrecho fabricado de material resistente”. Posee otras significaciones: sirve para designar en argot la prisión o cárcel y una porción de hachís.

La voz talego en el español dominicano es una bolsa, del dominicano funda, que según el Diccionario del español dominicano, es generalmente de papel.

A pesar de lo ya anotado aquí, en el español dominicano la palabra talego posee otro valor. Talego sirve para expresar “grande, de gran tamaño, alto, de gran estatura”. Por lo general se aplica a persona.

Es, o fue muy frecuente oír en español dominicano que alguien admirado del desarrollo de un adolescente, se maravillara de su talla y exclamara: “Mira que talego se ha hecho”. “Ese muchacho es un talego”.

No hay que sorprenderse de que en el idioma dominicano esta voz alcance ese significado, cuando se tiene en cuenta que en otros países de América expresa “montón, gran cantidad de cosas”.

Este uso en el español dominicano no está fuera de lógica, pues el talego más conocido es el saco largo y estrecho. No es raro oír en español dominicano que una persona al referirse a la talla de otra por su estatura física la llame de “largo, a” para destacar con ello que la persona así descrita es “alta y delgada”.

Antes de cerrar esta sección es bueno que se mencione que este talego no está debidamente asentado en las recopilaciones de voces dominicanas. La Real Academia consigna un talego que contradice al dominicano en su descripción, pues es ‘persona poco esbelta y muy ancha de cintura’.

 

INFLIGIR

“Las leyes económicas premiaron esta arrogancia INFLINGIENDO realidades económicas tras realidades económicas”.

Antes de concentrar el estudio en el centro de atención, que es el verbo infligir, se hace preciso poner el asunto en contexto haciendo mención de algunas observaciones válidas en este caso.

Infligir no es un verbo de todos los días. Es lo que a algunas personas se les ocurre llamar de “palabra dominguera”, es decir, palabra cuya utilización se deja para ocasiones especiales.

Estas palabras denominadas del modo en que se hizo antes son menos conocidas que las comunes, se sacan a relucir en ocasiones especiales para tratar de impresionar a los circundantes. El peligro que acompaña a estos vocablos es el que se presenta en el caso de la cita. Por este ser un verbo de uso restringido, con frecuencia se cae en el error de conjugarlo de modo errado. Es más, es muy posible que la persona que redactó el artículo en el periódico impreso en tinta haya incurrido en un error al utilizar este verbo. Las dos hipótesis antes mentadas se examinarán en el cuerpo de esta sección.

El verbo infligir no lleva la letra ene /n/ después de la segunda letra /i/ como escribió el redactor del artículo. La única ene /n/ que pertenece en este verbo es la primera, que se sitúa entre la primera letra /i/ y la efe /f/. Todos los modos, tiempos y personas se conjugan sin esa ene /n/ intrusa.

Precisamente por estos equívocos es que Fernando Carr y Moralinda del Valle en su Diccionario de términos de escritura dudosa (2014) han incluido los dos verbos, infringir e infligir, en esa obra, pues la similitud en la pronunciación se presta a confusiones. Estos autores insisten sobre todo en los significados de los dos verbos.

Con respecto a la propiedad del uso en el contexto, esa es otra historia. Lo que debe hacerse en casos como este es “aplicarle la prueba del agua tibia”. Con esta expresión se alude a la modalidad de reemplazar la palabra enjuiciada por una equivalente.

Infligir vale para comunicar “imponer, causar, aplicar”. Una vez sabido esto, trate de cambiar el verbo en el texto por uno de los equivalentes mencionados. ¿Qué sucede? Que no le confiere sentido a la frase.

Existe una posibilidad muy “flaca” de que el redactor haya tratado de escribir “infringir” en uno de los sentidos que este verbo posee en el español común, “quebrantar”, con el sentido de “transgredir”. Esta hipótesis es más plausible.

Ahora bien, ¿cómo queda el redactor? Queda muy mal parado. Tan mal parado que no se sostiene en pie alguno, de modo que no queda de pie, sino derrotado por su propia impericia.

Al final de esta sección, ¿a qué se atribuye el error? Más que a cualquier otro asunto al atrevimiento de lanzarse al empleo de vocablos rebuscados o de menor uso. Si él hubiese permanecido fiel a sus palabras diarias, es muy probable que no hubiera incurrido en error.

 

CABILLA

“La respuesta que recibimos del gobierno fue caernos a palo con CABILLAS durante una conferencia sobre propiedad y derechos en. . .”

El examen de este pasaje es muy interesante desde el punto de vista semántico. Primero porque hay una locución y luego una voz utilizada con un valor semántico propio de un país.

La locución es “caer(le) a palos” que equivale a golpear con un palo u otro objeto duro cualquiera. La expresión se usa también en el béisbol para dar a entender que el equipo a la ofensiva ha bateado de modo inmisericorde en una entrada los lanzamientos del pícher.

En el caso de la cita no hay palo alguno, sino cabilla, que en el español de Cuba es una ‘barra de hierro de diferente longitud y grosor’. Así la define el Diccionario del español de Cuba (2000). Esta barra se usa en las construcciones, es corrugada y sirve para armazón de obras de concreto. El cabillero es la persona que se ocupa de armar las cabillas para que luego sea vaciado sobre ellas el concreto y formar lo que se llama de “concreto armado”. Esa persona en República Dominicana se conoce con el nombre de “varillero”.

En Venezuela emplean la misma palabra -cabilla- para la ‘varilla de hierro usada en la construcción’. Así consta en el Diccionario del habla actual de Venezuela (1994).

No puede dejarse de mencionar que en Cuba de manera metafórica se utiliza la palabra “cabilla” para mencionar el pene. Según parece la mente del hombre cubano ha descubierto alguna clase de participación de las particularidades de la primera en el segundo, o, lo hace para reflejar así el deseo de que exista tal semejanza. De allí que el cubano diga “dar cabilla” para fornicar, lo que el dominicano expresa con “dar e(s)tilla”.

© 2015, Roberto E. Guzmán.