Máximo Vega dicta conferencia sobre "El extranjero" de CamusE

 

En el marco de la Tertulia Literaria “Letras de la Academia”, que coordina la Dra. Ofelia Berrido, el escritor Máximo Vega dictó la conferencia titulada “El extranjero, de Albert Camus: vigencia o antigüedad”.

Máximo Vega es un reconocido novelista, ensayista y promotor cultural residente en Santiago de los Caballeros. Dirige una de las instancias culturales más importantes en esa ciudad cibaeña.

Ofelia Berrido dio inicio a la actividad haciendo una breve reseña biográfica de Máximo Vega. Ha sido premiado en varios concursos nacionales en los renglones de cuento y de ensayo, y su obra ha formado parte de antologías nacionales e internacionales, traducidas al inglés, al alemán, al francés y al italiano. Ha aparecido en antologías literarias en Puerto Rico, México, Italia, España, Colombia, Estados Unidos, Venezuela y la Rep. Dom. Publicó el volumen de ensayos El Libro de los últimos días, editado por el Ministerio de Cultura. El Banco Central de la República Dominicana editó una recopilación de sus cuentos publicados, titulada Era lunes ayer. Es fundador del Taller de Narradores de Santiago.

Antes de empezar su conferencia, Máximo Vega dijo: “Debido a que se ha escrito mucho acerca de Albert Camus y de esta obra en particular, con sus múltiples interpretaciones filosóficas y existenciales, tendrán que permitir en mí simplemente un acercamiento impresionista a la novela, lo que podría traer alguna clase de novedad puesto que, si soy rigurosamente sincero, mi visión de lector es única”. Agregó que si nos cuestionamos acerca de la influencia de Camus en la literatura latinoamericana, tendríamos de inmediato que pensar en el uruguayo Juan Carlos Onetti o en el argentino Ernesto Sábato, y en nuestro país en Ramón Lacay Polanco o Andrés L. Mateo, quien es un discípulo de Onetti. Subrayó que cuando Onetti escribió El pozo, su primera novela, que ya contaba con fuertes coincidencias con el mundo de Camus, debemos aclarar que aún el escritor francés no era conocido, y no había publicado El extranjero (puesto que El pozo fue publicado anterior a la novela de Camus, en 1939), por lo que podríamos referirnos a coincidencias, no a influencias de uno en el otro. En cuanto a Ernesto Sábato, sí podríamos hablar directamente de influencias, sobre todo en El túnel, título de extraña correspondencia con El pozo, novela en la cual las ideas de Camus influenciaron profundamente al escritor argentino.

Máximo Vega destacó que la obra El extranjero fue publicada en 1942. Narró que el protagonista de la novela se llama Meursault, un empleado normal, de clase media, que vive su infancia solo con su madre. Aquí corroboramos la ausencia del padre. Al principio del libro, la señora Meursault muere de vejez en un asilo en Argelia, a donde ha ido a descansar los últimos años de su vida. Su hijo acude a cumplir con el consabido rito de enterrarla, pero en él no hay más que indiferencia y ausencia de dolor verdadero. Meursault continúa con su vida rutinaria. Luego, en una playa, es atacado por un argelino armado con un cuchillo; se defiende y asesina al individuo con cinco disparos. De nuevo, no hay más que indiferencia y ausencia de arrepentimiento. Meursault es detenido, condenado a muerte, y es ejecutado en la guillotina.

El escritor agregó que la novela es perfectamente lineal, escrita en primera persona con frases cortas y secas; este estilo, que se corresponde con una narración antidramática, y la simpleza de la historia, resultan ideales para el planteamiento reflexivo del autor a través de su peculiar personaje. Manifestó que sirve, además, para que entendamos la aridez interior de Meursault. Por cuanto Camus no cuenta historias, por lo menos no cuenta historias muy complicadas, sino que transmite ideas. Meursault, al principio, acude al entierro de su madre, está cansado y tiene sueño, así que lo que desea es que todo acabe rápidamente para irse a dormir. Quiere a su madre, “como todo el mundo”, nos dice, pero eso no significa que deba sufrir por su fallecimiento. La novela empieza precisamente con esa muerte porque, cuando el protagonista es juzgado por el crimen que ha cometido, se le acusa de ser insensible al dolor, al dolor de la muerte de su propia madre. Todo lo que leemos ha pasado por el cedazo de la percepción del protagonista, por lo que, cuando manifiesta esta indiferencia, no la consideramos extraña, peculiar. Estamos dispuestos a darle la razón: el entierro, tal como él lo cuenta, es una actividad pueril, sin ninguna importancia. Esta muerte, y los actos funerarios, son importantes desde el punto de vista narrativo por cuanto el propio Meursault se convence de que ha sido condenado sencillamente porque no lloró en el entierro de su madre. No haber cumplido con un acto cultural lo ha condenado: lo ha condenado no haber demostrado sufrimiento.

También resaltó que Camus escribe su obra en medio de toda la frustración, el dolor, la desesperación y la destrucción que significaron los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, años en los cuales Europa pretendía renacer sobre millones de muertos. Europa se reconstruía físicamente, pero también buscaba reconstruirse moral y espiritualmente. Cuando Camus publicó la novela, aún la guerra no había terminado. El mundo sin valores de la época es transmitido en toda la novela, en donde cada hecho cotidiano no hace más que reflejar una angustiante trivialidad. La ausencia de valores de Meursault le hace preguntarse: ¿para qué llorar en el entierro de su madre si no tiene deseos de hacerlo? ¿Para qué aparentar delante de los demás? ¿Para qué cumplir con las apariencias, demostrar un dolor físico que no siente? El protagonista no entiende esta lógica social, y no solamente no la entiende sino que no le interesa, y ahí precisamente se encuentra su peculiaridad y su condena.

El escritor contó que para Camus hay salvación en la alegría de la muerte y del odio, nunca en la indiferencia. Y, entonces, por primera vez, al final del libro, lo explica todo, y entendemos. “Por primera vez”, nos dice Meursault, “por primera vez, después de tanto tiempo, pensé en mamá. Creí comprender por qué al final de su vida se había echado un novio, por qué había jugado a recomenzar. Allá, también allá, en torno a aquel asilo donde las vidas se extinguían, la noche era como una tregua melancólica. Tan próxima a la muerte, mamá debió de sentirse liberada de ella y dispuesta a revivirlo todo. Nadie, nadie tenía derecho a llorarla. Y también yo me sentí dispuesto a revivirlo todo. Como si esa gran cólera me hubiese purgado del mal, vaciado de esperanza, ante esta noche cargada de signos y de estrellas que me abría por primera vez a la tierna indiferencia del mundo. Al encontrarlo tan semejante a mí, tan fraterno, sentí que había sido feliz y que lo era todavía. Para que todo sea consumado, para que me sienta menos solo, no me queda más que desear en el día de mi ejecución la presencia de muchos espectadores que me acojan con gritos de odio”.

Es así como Máximo Vega sintetiza esta obra. Al finalizar, agregó: “Camus quiere que sintamos lástima por su personaje condenado, quiere que lloremos por él, que nos identifiquemos con él. Y lo hacemos, porque él es como todos nosotros, él mismo lo repite constantemente en toda la novela. Meursault es un pobre ser humano, perdido en medio de un mundo que no entiende. No puede haber falsas esperanzas, y Camus lo sabe, y no las ofrece. El nihilismo puede ser un punto de partida, como el autor declaró persistentemente, pero no puede ser una actitud definitiva. Todos podemos ser hermanos en el amor, pero también lo podemos ser en el odio. Y eso lo demostró la Segunda Guerra Mundial: millones de personas se hermanaron en el odio y la destrucción. Si Meursault no pudo ser amado por el resto de la humanidad en vida, por lo menos lo alegra el hecho de que en su muerte provocará un sentimiento colectivo: el odio”.

Al finalizar su charla, el expositor Máximo Vega tuvo la oportunidad de responder las inquietudes del público.

Santo Domingo, ADL, 15 de julio de 2014.