CÍRICA – SIRIK – SIRICA
Con respecto a la voz “sirik” se entiende que es un haitianismo. Consta como tal en la obra “Haitian-English dictionary” de Freeman y Laguerre, 2000, La explicación o acepción que trae este diccionario es: “cangrejo de agua salada; persona avara”.
En el título se ha escrito “círica” porque así lo consignó Rodríguez Demorizi en su obra “Del vocabulario dominicano”, 1983. Él también considera que es un haitianismo y lo define como: “jaiba o cangrejo de mar”.
La tendencia del autor de estas reflexiones es escribirlo con ese (S) y considerarla palabra llana: sirica. Los motivos para hacerlo del modo expuesto es que esa es la pronunciación que se ha oído de labios de personas que atrapan el crustáceo y lo comen.
Los haitianos describen el animal como un cangrejo más achatado que los demás de su género que habita normalmente en las zonas rocosas de las costas.
Esta es una de las pocas voces de origen haitiano que ha pasado al español dominicano. Esta voz es una excepción porque la mayoría de los términos haitianos que han pasado al español dominicano lo han hecho a través de las prácticas del vudú o similares creencias.
UNTARSE
Lo que se persigue en esta sección es demostrar que en el español dominicano existe una acepción para el verbo untarse que no es conocida de los demás países hispanohablantes.
El verbo se ha hecho constar en el título en funciones pronominales o reflexivas porque de esa manera es como se le conoce en el habla dominicana.
En el sentido en que se trata de rescatar en esta sección no es el verbo untar en el sentido de “untado”, ungido de protección por medio de actos de poderes sobrenaturales.
Casi en todas las ocasiones en que se detectó el uso del verbo comentado y que se recuerda de modo vívido se usaba el verbo untarse de forma negativa.
Era de uso en el nivel familiar para recordarle a alguien que no se “entrotara”. “No te untes que no vas”. Con esta u otra frase parecida se detenían los aprestos de alguien que no había sido convidado a un paseo, viaje o excursión y que sin embargo se preparaba.
Se hace propicia la ocasión para aventurar una explicación con respecto al origen del uso del verbo untarse en un caso como el citado. Cuando una persona decide que desea participar en un proyecto agradable casi siempre comienza por acicalarse.
Como parte de los afeites están las cremas que en otros tiempos se conocían con el nombre de unturas o “untiñas”. Quien se disponía a formar parte sin ser invitado hacía sus aprestos mejorando su apariencia física, de allí el “no te untes. . .”
Esta sección va dirigida a tratar de rescatar el uso del verbo de una manera que parece que ha ido desapareciendo en el habla cotidiana. Es probable que en este caso como en otros parecidos la utilización vaya en decadencia en los centros urbanos, a pesar de que en los predios rurales se mantenga como vestigio de usos pasados.
LIBERAR
“. . .uno de los trabajadores LIBERADOS con paga para trabajar en la comisión del sindicato fue descubierto en un puesto de votación anticipada de. . .”
Hay que tener en cuenta que en realidad lo que sucede es que los redactores de los diccionarios tratan de captar los límites del uso por medio de una acepción que resume hasta ese momento el uso de los hablantes.
La definición a que se contrae una entrada en un diccionario no obliga a los usuarios de la lengua a solo emplear el término de acuerdo con lo que las circunstancias de la redacción imponen en el diccionarista.
La utilización obedece a los casos específicos y en muchos casos -la mayoría de ellos- termina por emplear los vocablos con arreglo a las necesidades del habla.
Una de las circunstancias que obliga al uso de uno u otro de los verbos es la específica con todos los detalles que la acompañan. Así es como en el caso del verbo liberar no se puede prescindir del entorno para descartar otros verbos en hipótesis como las de la cita.
Las consideraciones anteriores son pertinentes para que se entienda la labor de los diccionaristas y la realidad de los usos de los hablantes de una lengua. Una vez leída estas reflexiones se entenderá mejor la discrepancia que se nota entre las dos actividades antes mencionadas.
A los trabajadores que solicitan una “licencia” para dedicarse a labores diferentes de las propias de su posición no se les “libera” para que se dediquen a aquellas, sino que se les dispensa una licencia.
A esos trabajadores o empleados se les concede una licencia para que puedan dedicar su tiempo al desempeño de otras actividades ajenas a su trabajo durante las horas presumidas de labores.
Esa licencia puede ser de varios tipos. Hay dos que son las más conocidas. Una de ellas es la que se concede con disfrute de sueldo y la otra sin éste.
Lo que el periodista desavisado define con los términos “liberados con paga” es lo que en otras latitudes se conoce como “licencia con disfrute de sueldo”. Nótese de inmediato que en ambos casos tanto la “paga” como el “disfrute” traduce una situación de ejercicio del español americano.
La “paga” y el “disfrute” son dos nombres formados por el uso a fuerza de la repetición continua que ha impuesto el habla y que ha aceptado la profesión jurídica para sus menesteres.
El asunto principal de esta sección se centra en que el redactor no debió emplear el verbo liberar para referirse a los empleados dispensados de acudir a trabajar en sus labores regulares.
En materia laboral casi siempre se recurre a la terminología preconizada aquí, vale decir, a las licencias que se conceden con o sin disfrute de sueldos o salarios.
Para resumir: los empleados a los que se refiere la reseña no son “liberados”, sino que reciben “licencias” para dedicar su tiempo al desempeño de otras actividades.
De la misma forma en que se ha hecho en ocasiones anteriores, aquí el meollo del asunto se contrae a utilizar las palabras que son las más adecuadas. En una situación de tipo laboral lo que se espera del redactor es que emplee los términos convenientes. La misión del redactor es mantenerse, con sus vocablos, lo más próximo del objeto de su descripción.
JUGADOR
“Se mantendrá fabricando crisis que obliguen a incluirlo como un JUGADOR indispensable en la conducción política y social del país.”
Hace rato largo ya que los redactores del español se han dedicado a dilatar el campo de acción del verbo jugar. En el caso del texto reproducido el ensanchamiento se manifiesta con respecto a la persona que desempeña su acción, es decir, el jugador.
Es fácil de adivinar que el jugador es el que juega, el que tiene el vicio de jugar; el que tiene especial habilidad y es muy diestro en el juego.
Lo que acontece en el caso de la cita es que no se trata de juego alguno, sino de maneras de actuar de una persona destacada de la palestra pública que por sus acciones obliga a las demás a tenerla en cuenta en lo que se refiere a la conducción política y social del país.
No cabe duda de que aquí el jugador es una persona que influye con sus actuaciones en la orientación política y social del país a que se refiere. No se trata de un caso de conducta aislada, sino de actuación adrede y sostenida.
Las manifestaciones intelectuales acerca del concepto jugador se mantienen muy apegadas a las nociones elementales de la acción del agente. El jugador es la persona que se dedica profesionalmente a jugar, o bien, es la persona muy aficionada a los juegos de azar o muy hábil en ellos.
Sin lugar a dudas el verbo jugar del inglés equivalente del mismo verbo en español posee una gran cantidad de sentidos que su homólogo en español no tiene. Son muchas las expresiones a las que da lugar este verbo en inglés que no son conocidas en lengua española.
Así como sucede en inglés, otro tanto ocurre en francés. El verbo jugar desempeña funciones que son totalmente desconocidas en la lengua española. En grado aún mayor el verbo en francés alcanza a desempeñar funciones que su igual del español es incapaz de igualar.
Nada en las lenguas extranjeras permite que por imitación se llegue a utilizar la palabra jugador “del modo y manera” en que lo hace el redactor del pasaje citado.
Este uso del vocablo jugador y el empleo semejante que del verbo jugar se hacen en español son extensiones a las acepciones de la lengua que hay que evitar porque constituyen vicios que corrompen las buenas costumbres de la lengua común.
DESESPERO
Hay términos en el español a los que corresponde un concepto cierto sin titubeos. Hay otros, en cambio, a los cuales el uso en algunos países le ha otorgado una coloración particular.
La voz del título, desespero, en muchos de los diccionarios solo representa un equivalente del concepto más elevado de la desesperación.
En la realidad de los hechos, valga el rodeo, el desespero de los americanos es algo menos complicado que la desesperanza que los diccionarios ofrecen como correspondiente del sentimiento experimentado por el americano.
Como un ejemplo de la ligereza con que se toma el desespero americano se puede citar la acepción del Diccionario Clave que entiende que desespero es desesperanza. Esta es una simplificación que demuestra el etnocentrismo peninsular de ese diccionario.
El desespero que conocen mejicano, hondureño, nicaragüense, cubano, puertorriqueño, colombiano y venezolano es de una índole diferente a la ibérica. Es una desazón, una intranquilidad o impaciencia con la que hasta el hablante dominicano se ha identificado mediante su expresión oral.
Se recuerda muy claramente las frases empleadas por los dominicanos en muchos momentos de la vida en los que tipificaban el desasosiego que los atizaba cuando utilizaban el vocablo desespero para describir el estado de ánimo que los embargaba.
Con toda certeza no se trataba de desesperanza sino de lo otro, de la inquietud, de la perturbación, agitación, ansiedad, preocupación y hervor. Téngase en cuenta que cuando esta palabra estaba en su apogeo el concepto de ansiedad no estaba tan generalizado como lo está en la actualidad.
La terminación –ero en desespero le confiere a la voz así formada menos categoría intelectual que su semejante terminada en -ción la que así terminada es más culta, más elevada, de mayor categoría abstracta. La primera tiene orígenes más humildes que la segunda.
La desesperación primera -peninsular- expresaba la pérdida total de la confianza. En América el desespero es una forma verbal sustantivada que expresa un estado de ánimo cuyos componentes no guardan relación con el absoluto de ese concepto. La noción americana es más bien un estado de agitación y no de postración.
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