Una buena brújula

Una incursión reciente en una librería (en las que confieso que pierdo el rumbo más de lo que debería, sobre todo por el precio de los libros) me deparó un precioso tesoro: Lo que callan las palabras. Mil voces que enriquecerán tu español, de  Manuel Alvar. Ya saben que el español es para mí un patrimonio preciado, así que no pierdo oportunidad para enriquecerlo.

En sus páginas me topo con la palabra gringo, para la que he escuchado las etimologías más descabelladas. He oído hablar de un batallón norteamericano, uniformado de verde, al que su comandante ordenaba Green, go!  durante la Guerra entre México y los Estados Unidos a mediados del XIX. Hay muchas propuestas más. En esto de las etimologías la inventiva no tiene límites.

Sin embargo, las investigaciones sobre el origen de las palabras nos obligan a rastrear siglos atrás en la historia de la lengua. No es un asunto baladí; al contrario, en las mayoría de los casos es peliagudo navegar el mar de las palabras sin perder el rumbo. Busco orientación en don Manuel, y no me falla.

La palabra gringo se registra por  primera vez en el diccionario de Esteban de Terreros en 1787 (casi un siglo antes que la dichosa guerra, por cierto): «gringos llaman en Málaga a los extranjeros, que tienen cierta especie de acento, que los priva de una locución fácil, y natural castellana». La palabra gringo no es más que una deformación fonética de griego, que coloquialmente se ha usado en español para llamar a una lengua considerada incomprensible y, de ahí, a las extranjeros con dificultades a la hora de hablar nuestra lengua.

Les animo a interesarse por la raíz de las palabras y por su historia; pero háganlo siempre con una buena brújula. El mar de las palabras es ancho y oculta muchas sorpresas.

© 2016, María José Rincón.

Cortesía

El origen de nuestro pronombre personal usted es curioso. El tratamiento castellano vuestra merced se utilizaba como forma de cortesía y respeto; el Corpus diacrónico de la RAE lo documenta en una traducción de las Cantigas de Santa María de 1284.  A lo largo de su historia fue experimentando cambios (vuesa merced, vuarced, vusted) hasta llegar al usted que hoy usamos. Esta es la razón de que en un pasado no tan lejano se usara Vd. como su abreviatura.  En la actualidad lo recomendable es utilizar Ud. La cortesía, el respeto o, incluso, el distanciamiento se demuestra en el uso de la tercera persona para referirnos a nuestro interlocutor, en contraste con el uso de tú, pronombre personal de segunda persona.

De aquí que, a pesar de que ambos pronombres se refieren a la misma persona, el pronombre de confianza , segunda persona, concuerde con el verbo en segunda persona (tú sabes) mientras que el pronombre formal usted, tercera persona, concuerda con el verbo en tercera persona (usted sabe).

En el uso del plural (ustedes) nos distinguimos americanos, andaluces y canarios: para nosotros el ustedes no distingue la cortesía o la formalidad de la confianza o la familiaridad. Cualesquiera que sean nuestros interlocutores nos dirigimos a ellos con el pronombre personal ustedes. En el resto de las zonas donde se habla español se mantiene la diferencia entre vosotros/ustedes.

La historia de nuestra lengua se decantó por el usted; otras voces no corrieron la misma suerte y tienen un uso muy restringido, hasta el punto de que solo los encontramos ya en obras antiguas. La mayoría de los hablantes tendrán que acudir al diccionario para entender el usía (de vuestra señoría), el vuecencia o vuecelencia (de vuestra excelencia). El tiempo y el uso de los hablantes tienen la palabra.

© 2016, María José Rincón.

Variantes admitidas

Para los hispanohablantes que seseamos las diferencias entre s, z y c (ante e, i) son solo gráficas. Para nosotros estas tres letras representan el mismo sonido. La elección del grafema adecuado está regida por nuestras normas ortográficas, convencionales y que deben ser seguidas por todos los hablantes que aspiren a usar correctamente su lengua. Sin embargo, existen palabras que muestran variantes gráficas  que conviven en distintas zonas y cuyo uso está admitido en cualquiera de sus formas. Dos ejemplos clásicos son biznieto y bizcocho, que pueden escribirse también bisnieto y biscocho.  Si las buscan en el Diccionario, encontrarán ambas formas. Incluso tres, como en el caso del arabismo sábila (o zábila, o incluso zabila).

Algunos de nuestros indigenismos se han establecido en nuestra lengua con variantes gráficas que reflejan las vacilaciones que experimentaron en su proceso de hispanización. Muy cotidianos para nosotros son el casabe (o cazabe), el ceviche (o seviche) y el zapote (o sapote). Aunque ya los encontramos cada día menos, por nuestras calles pregonan maniseros (o maniceros). Y también encontramos, cada día más, zonzos  (o sonsos) y zamuros  (o samuros). La variante gráfica más extendida en el español dominicano es la primera, pero no podemos olvidar que en otras zonas también se utiliza la que leemos entre paréntesis y que es igualmente correcta. Un pequeño consejo: a la hora de escribir un texto, elijamos una de las variantes y mantengamos siempre la misma si tenemos que repetir la misma palabra.

Estamos acostumbrados a que la ortografía sea tajante en sus reglas; si no fuera así, acabaríamos por socavar la unidad de nuestra lengua, una  de las principales riquezas del español. Las variantes históricas tienen también cabida en ella. En caso de duda, sirvámonos del diccionario, que es además autoridad ortográfica.

© 2016, María José Rincón.

Pasión y seriedad

Los buenos hablantes dominicanos estamos de enhorabuena. Hemos asistido al lanzamiento de Fundéu Guzmán Ariza. Muchas de las consultas y de las quejas que recibimos en la Academia Dominicana de la Lengua están relacionadas con la utilización del español en los medios de comunicación, que cada día, y gracias al auge de las redes sociales, están más presentes en nuestra vida diaria. Desde 2005 la Fundéu BBVA impulsa un uso correcto de nuestra lengua entre los comunicadores en España, con el auspicio de la Agencia Efe y el banco BBVA y la asesoría de la RAE. Con su apoyo la Fundación Fundéu Guzmán Ariza se ha puesto manos a la obra; y qué obra: el impulso y la valoración de un uso correcto y prestigioso de nuestra lengua entre nuestros comunicadores. Nuestra propia Fundéu.

Responder a sus consultas y resolver sus dudas con presteza serán el principal objetivo de Fundéu Guzmán Ariza. Si usted es comunicador, o incluso si no lo es, y está interesado en conocer sus recomendaciones, esta se las hará llegar; para eso están el correo electrónico, las redes sociales o la página electrónica (www.fundeu.do). De esta forma el equipo de nuestra Fundéu GA se pone a su servicio, como hablante interesado en mejorar el uso de nuestra lengua. Un equipo de periodistas, correctores, lingüistas y lexicógrafos están dispuestos a aportar sus conocimientos para que nuestra lengua luzca como merece y con la celeridad que la profesión periodística necesita.

Doy fe de que la Fundéu Guzmán Ariza asume este reto con pasión y seriedad. Sin duda, tiene el sello de Fabio Guzmán Ariza, académico de número,  y de su fundación Pro Academia Dominicana de la Lengua, que no ceja en su empeño de ponernos a trabajar, como debemos, al servicio de nuestra lengua y de los dominicanos.

© 2016, María José Rincón.

Arroz con mango

Finalmente decidí renunciar a la ensalada y a las tapas. Nada de compartir un bocado para ir abriendo boca. Ya el hambre pica. Pasemos al plato fuerte.

Si el restaurante homenajea a la gastronomía de un país, es lógico que su carta refleje, con medida, los nombres autóctonos. Pero entonces hay que ser selectivos y, sobre todo, respetuosos con la ortografía: una fideuá no puede ser una *fideúa y un queso o una morcilla de Burgos pierden enjundia sin son *queso y morcilla de burgos. Si nos equivocamos por dejarlas de poner, mucho más nos equivocamos colocándolas hasta en la sopa: junto a una correcta empanada de res nos ofrecen una *empanada de Bacalao. Es cierto que el bacalao es delicioso, pero eso no le gana la condición de nombre propio.

Y si en la cocina se lleva la fusión, en la lengua suele ser fuente de disparates; no es otra cosa la propuesta de un plato denominado crispy fish penne pomodoro. Un arroz con mango lingüístico que parece amenazarnos con uno gastronómico.

A estas alturas, me rindo y solo me queda confiar en el poder de un postre delicioso para endulzar cualquier mal sabor de boca. Hemos encontrado todo un muestrario de faltas ortográficas y de extranjerismos innecesarios; y, a pesar de que un menú suele ofrecer una sencilla enumeración de platos, también nos topamos con frases que renunciamos a calificar: *una variedad de postres que su paladar no le será suficiente evitarlos. ¿Qué? Aunque parezca una perogrullada, es importante que se entienda lo que escribimos. Creo al final me voy a quedar con un cafecito. Espero no encontrarme con un *cafesito.

© 2016, María José Rincón.

A la mesa

Vamos guardando nuestro clavito, aunque a veces puede que se nos quede corto. Con la suma de los impuestos siempre invitamos a un comensal extra con el que no contábamos. Elegimos un día. Sobrellevamos algún que otro tapón. Y, al fin, nos sentamos con unos amigos a la mesa de un restaurante. Los que somos de buen comer disfrutamos de la experiencia. Los que somos además de buen hablar tenemos que pasar por el trago amargo de leer la carta.

Empecemos por una ensalada, fresca y saludable. Se nos atraganta la rúcula; una simple esdrújula que encontramos escrita en el mismo menú *rucula y *rucúla, y eso porque solo tiene tres sílabas. Dejamos a un lado la rúcula y nos decantamos por un rollo, o enrollado. No sabemos si atrevernos porque resulta ser un chicken lettuce wrap. Parece que pollo y lechuga envueltos en una tortilla adquieren cierta categoría si lo decimos en inglés. Un poco desencantados ya observamos cómo el tradicional aliño o el clásico aderezo se han transformado en un hortera dressing.

Ya no queremos ensalada. Pasemos a los entrantes, los entremeses, el castizo tapeo o la criolla picadera. Nada de nada. Si no está dispuesto a atragantarse con un sampler de appetizers, se quedará con hambre; incluso si el plato se compone de chorizo, morcilla y longaniza. ¿Les parece que alguno de estos manjares casa con lo de sampler? A estas alturas no sé si saltarme los entremeses y seguir leyendo el menú o echar mano de un bolígrafo rojo y empezar a corregir.

© 2016, María José Rincón.

Un puntito de sal

Nuestra forma de hablar dice mucho de cómo somos, de nuestra procedencia, de nuestra formación y de nuestra vida. Siempre me ha gustado adivinar de dónde procede una persona por su forma de hablar: a veces es la entonación, a veces la pronunciación, a veces la elección de una palabra o de una expresión. El mundo hispanohablante es tan ancho que no me faltan oportunidades para ejercitar este particular pasatiempo, en el que reconozco que juego con ventaja, la que me dan los muchos años que llevo dedicada a estudiar qué nos une y qué nos diferencia a los que hablamos español.

En ocasiones percibimos las diferencias a simple ¿vista? Mejor, a simple escucha. ¿Han notado este detallito que nos diferencia a los hablantes de una y otra orilla? Las secuencias ir a por, salir a por, venir a por, son habituales en el español de España para expresar un sentido de ‘en busca de’. Déjenme poner un ejemplo del refranero: ir a por lana y volver trasquilado. Por rara que nos pueda parecer, esta secuencia preposicional es completamente normal. Parece tratarse del resultado de un cruce de la idea de movimiento entre una expresión de dirección (ir a un lugar, ‘ir hacia un lugar’) y una expresión de finalidad (ir por una cosa o por una persona, ‘ir en busca de algo o de alguien’). Esta combinación de preposiciones no es moderna y está documentada desde antiguo en español.

Los hablantes preocupados por el buen uso de nuestra lengua (que haberlos, haylos) suelen consultar esta duda. Si ustedes no usan esta combinación, no se preocupen; si la usan, tampoco. Es uno de esos pequeños rasgos que nos caracterizan y que hacen que nuestra lengua, ancha en territorios y profunda en historia, tenga su puntito de sal.

© 2016, María José Rincón.

Instrucciones de uso

La capacidad de formación de nuevas palabras en nuestra lengua es extraordinaria. Podemos crear nuevas palabras, por ejemplo, por derivación (hacer/deshacer, charla/charlista, asma/asmático) o por composición (sacacorchos, bocacalle, cierrapuertas). Y, a veces, podemos deducir su significado del significado de los elementos que las componen.

Uno de los casos más claros son los adverbios formados con -mente. Basta con añadir -mente a un adjetivo en femenino y nos resulta un adverbio que significa ‘de manera’ más el significado que aporta el adjetivo: gratamente, ‘de manera grata’, gráficamente, ‘de modo gráfico’. Algo similar sucede con los prefijos anti– ‘opuesto’ o mini- ‘pequeño, corto’: antiadherente, antibacteriano, minibar, minifalda.

Todos los ejemplos que he citado hasta ahora se incluyen en el diccionario. Pero no siempre es así con derivados y compuestos. Cada diccionario aplica su propio criterio para estas palabras. El Diccionario de la lengua española de la RAE solo incluye los que registran un uso reiterado. Si buscan los adverbios distraídamente o ansiosamente, no los van a encontrar. Eso no quiere decir que no existan o que sean incorrectos.

El hecho de que una palabra no esté en un diccionario no implica necesariamente que no exista o que sea incorrecta. Tampoco necesariamente que sea correcta. El Diccionario del español dominicano, un diccionario de uso, incluye entre sus lemas el dominicano *casimente, incorrecto donde los haya, pero establecido, me temo que para quedarse, en nuestro español.

Moraleja. Cuando elijan o consulten un diccionario, lean las instrucciones de uso. Le sacarán más partido y se ahorrarán más de una sorpresa.

© 2016, María José Rincón.

Reto léxico

Si la resaca farandulera ya se ha ido apagando, todavía padecemos la bajada de la marea electoral, de mayor enjundia. Están siendo días de contar y recontar; y los que vienen deberían ser días de reflexión y de acción para plantearnos lo que hemos hecho y replantearnos lo que tenemos que hacer. Como en todo en la vida las palabras también han tenido su protagonismo en esta marea. Hemos contado votos (los hemos computado considerándolos unidades, si seguimos la definición académica). También hemos recontado los votos. Contar y recontar son sinónimos en este sentido; pero recontar añade una acepción más, la de ‘volver a contar’.

De los verbos pasamos a los sustantivos. Una cuenta es la acción de contar. Son pocas las ocasiones en que elegimos este sustantivo para referirnos a los votos. Las más de las veces lo hacemos para referirnos a una cuenta regresiva o cuenta atrás: tres, dos, uno… De contar derivamos asimismo conteo. Y este sí que protagoniza las cuentas de las boletas electorales. El conteo de los votos es imprescindible; en él se basa la democracia. Los problemas empiezan cuando el conteo le resta protagonismo al resultado. Entre nosotros llamamos a la cuenta atrás conteo regresivo.

De recontar derivamos recuento, ‘acción y efecto de volver a contar algo’. Los votos son esenciales: los contamos y los recontamos. Y si de contar, conteo; de recontar, reconteo. Llevamos tantos días contando que nos ha dado tiempo a hacer surgir una nueva palabra. No está en el DRAE, no está en el Diccionario de americanismos de la Asociación de Academias de la Lengua, no la he encontrado en los corpus recientes. Todavía debemos analizar si la creación es tal o si es necesaria, teniendo ya el clásico recuento a nuestra disposición. Un accidentado proceso electoral que nos ha dejado, entre otros retos, un reto léxico.

© 2016, María José Rincón.

Resuena el acordeón

Todavía sufrimos la resaca de los Soberanos. Un año más la alfombra roja se ha poblado de *las mejores vestidas y los nominados han hecho gala de los *looks más atrevidos, más convencionales e, incluso, más disparatosos. Un año más nuestros medios de comunicación se han llenado de errores gramaticales, de una pésima selección del vocabulario y de faltas ortográficas.

Un somero vistazo a las noticias de farándula basta para llevarse las manos a la cabeza. La alfombra roja se escribe con minúscula inicial, por muy roja que sea y por muchos *vip que la pisen. Una reina de belleza junto a otra no son dos *reinas de bellezas. Un boche, por grande que sea, no se convierte en un *Boche. En un titular destacado leí: *«La ceremonia abrió con un opening…». Sobran los comentarios; o tendremos que empezar a decir *no comments.

Los errores en la redacción transforman el texto en algo ilegible, superponiendo un error a otro hasta que es casi imposible desenredarlos. Una muestra: *«Por momentos los que miraban el premio desde ese lugar, en varias ocasiones la transmisión no tenía audio, incluso hasta sin video».

La única que se salva es nuestra singular Fefita la Grande. Se salva ella, porque su sobrenombre ha acumulado todas las posibilidades de errores que en él caben. Enhorabuena a Fefita, la preferida de mi hijo, por su soberano y por hacer resonar en sus letras a ritmo frenético lo más auténtico de nuestro español dominicano.

© 2016, María José Rincón.