Mester de la academia: seis excelentes escritores

 

Por María Antonieta Ferro


Los mesteres de la Academia Dominicana de la Lengua son intelectuales de alto nivel, vinculados al ámbito literario, político, social y económico del país.

El Grupo Mester de Narradores de la Academia, creado por don Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, es la joya de la corona de la literatura dominicana. La vida me regaló el honor y el placer de conocer personalmente a todos los mesteres, compartir con ellos y hasta traducir al italiano algunas de sus obras. Fue una gran dicha la que me tocó. En la imaginación común, los académicos se ven como personas inalcanzables, trancadas en su mundo de elucubraciones y pensamientos, lejanas, casi fantasmas con rasgos humanos que sólo aparecen para pontificar sobre asuntos teóricos.

Déjenme decirles que no es así. Por lo menos, no son así los mesteres.
Ellos son intelectuales de muy alto nivel, rotundamente vinculados a la realidad literaria, política, social y económica de la República Dominicana y proyectados en el universo entero. Quien quiere saberlo todo sobre la obra de estos seis escritores, tiene a su disposición el libro de Bruno Rosario Candelier. Quien quiere conocer algo sobre estos seis seres humanos siga leyendo…

A Manuel Salvador Gautier, el coordinador del Grupo Mester, le llamamos Doi. Este apodo es la síntesis perfecta de la generosidad propia de su naturaleza. Aclaro el concepto: Doi se pronuncia igual que doy, o sea la primera persona del indicativo presente del verbo dar. Y aquí está la llave de lectura de mi teoría: Doi siempre da. Él da su sabiduría al mundo, él da buenos consejos y sugerencias a sus amigos, él da cariño a quien lo rodea, él da enriquecimiento espiritual a los lectores de sus novelas. Igual como decían los latinos: nomen omen. La viveza de ingenio y el sentido del humor que caracterizan a Rafael Peralta Romero alegran los conversatorios con él y hacen de sus enseñanzas sobre la lengua castellana un verdadero deleite. Yo le debo mucho, por haberme corregido definitiva e indeleblemente un error que los extranjeros cometen con frecuencia hablando en español: confundirse con el uso de los verbos traer y llevar. Vale la pena narrar la anécdota. Estábamos disfrutando una comida de bufé, compartiendo con varios amigos. Rafael y Doi estaban sentados a mi lado, respectivamente a mi izquierda y a mi derecha. Noté que el vaso de cerveza de Doi estaba vacío y le pregunté amablemente: Doi, ¿quieres que te lleve una cerveza? Sin darle tiempo para contestar, Rafael me miró a los ojos y sonriendo me dijo: “Si se la traes, ¡él estará más contento!”.  Nunca más me equivocaré entre los dos verbos… El poeta Solano es un gran filósofo. Con su mirada atenta y desacralizadora él capta los misterios del mundo y los desvela a los simples mortales. Fiel a su teoría según la cual la vida es goce, él vive su cotidianidad derramando sonrisas y serenidad, soplando igual que el viento entre las ramas de los desafíos, alejando las adversidades, regalando paz. Casi diría que Solano es el Sol que alumbra el camino de quien se le acerca.

Cada vez que me tomo un café pienso en Emilia Pereyra. No solamente por el hecho de que ella tiene una fuerte personalidad, una energía descomunal y la capacidad de transmitirla a los demás, sino también porque el más sabroso café de mi vida lo he tomado en su casa en el campo. Además de ser una destacada creadora, Emilia es una perfecta anfitriona. No se me olvidan los días que pasé con ella y los demás escritores en las lomas. Sin embargo, espero que ella haya olvidado que me tomé una greca entera de café (aproximadamente diez tazas) o que, al menos, me haya perdonado.

Y por últimas, pero no menos importantes, las dos flores que perfuman el jardín de la literatura dominicana: las poetisas y narradoras Ángela Hernández y Ofelia Berrido. La característica que tienen en común, o sea, la formación científica (en ingeniería química y medicina, respectivamente), constituye en mi opinión un valor añadido a sus creaciones literarias, que podríamos definir como vivisecciones de los sentimientos humanos, reconstrucciones del ADN de las emociones universales, transposiciones narrativas de la evolución espiritual de los seres vivientes. Quizás por esa misma razón Ángela y Ofelia contribuyen de manera sustancial a la vida social del país y al desarrollo de su cultura. Un verdadero ejemplo para todas las mujeres del mundo.

Finalmente, no está demás subrayar que varios miembros del Grupo Mester de la Academia han sido galardonados con importantes premios literarios. Son Premio Nacional de Literatura (el máximo galardón de las letras dominicanas): Ángela Hernández (2016) y Manuel Salvador Gautier (2018). En 2008 fue Premio Nacional de Literatura el fundador del Grupo, don Bruno Rosario Candelier. Puedo decir, sin miedo a que me contradigan, que el Grupo Mester de la Academia bien se merece estos éxitos, por su dedicación a las letras, su labor de creación y por las calidades humanas de cada uno de sus miembros. Mi auspicio es que en el porvenir reciban el Premio Nacional de Literatura también Emilia Pereyra, Miguel Solano, Rafael Peralta Romero y Ofelia Berrido, para que el Grupo Mester de la Academia se convierta en el Olimpo de las letras dominicanas.

Testimonio de una trayectoria

Por Manuel Salvador Gautier

Académico de la lengua

 

Ante todo, mi agradecimiento al jurado, compuesto por el presidente de la Fundación Corripio, don José Luis Corripio (Pepín), quien creó el Premio Nacional de Literatura; el ministro de Cultura, don Pedro Vergés; los magníficos rectores de las universidades, UNPHU, PUCMM, INTEC y UCE, y el director de la Academia Dominicana de la Lengua, Dr. Bruno Rosario Candelier, por haber considerado mi obra literaria merecedora de este Premio Nacional de Literatura.

Quiero dedicar este premio a mi padre Manuel Salvador Gautier González (Flon), y a mi madre, María Josefa Castellón (Maricusa), por educarme para que, con capacidad y éxito, yo haya podido ejercer la profesión de arquitecto y producir esta obra literaria. Asimismo, quiero dedicarlo a mis hermanos Josefina y Tabaré, José y Daisy, y Milagros y Orlando, porque siempre nos mantuvimos unidos, y deseamos lo mejor para cada uno de nosotros. Quiero hacerlo, también, a todos mis sobrinos, por ser tan afectuosos conmigo, dándome un respaldo familiar que me produce gran satisfacción.

A mi sobrina, la historiadora y profesora María Josefina Álvarez. Deseo también agradecer a varios intelectuales que, de una manera u otra, contribuyeron a que esta obra literaria tuviera la calidad que hoy se premia. Al cuentista y novelista Virgilio Díaz Grullón, a quien entregué mi novela recién terminada para que la evaluara y me dijera si tenía algún valor literario. Virgilio la leyó (era un legajo de unas 1,800 páginas). Cuando terminó, me llamó y me dijo que la novela era muy larga, y que yo tenía que reducirla lo más que pudiera. “No te voy a decir lo que debes quitar; eso tienes que hacerlo tú”, me advirtió. Tampoco me dijo si la obra tenía valor literario, pero yo entendí que me estimulaba a seguir escribiéndola. La reduje a 1,200 páginas, quitando pasajes que me parecían muy buenos, pero que no tenían relevancia para la historia principal. Al poeta, cuentista, novelista y ensayista José Alcántara Almánzar, mi primer asesor literario, quien me indicó una serie de medidas narrativas a tomar, tales como rehacer pasajes para que dieran mayor sentido a lo que se decía, y demás. Al poeta y publicista Juan José Ayuso. Cuando ya yo tenía la novela diagramada para publicarla, se la entregué a Ayuso con el fin de que me trazara una estrategia de publicidad. “La obra es muy larga; poca gente va a comprarla para leerla”, me dijo. “Tiene cuatro partes; divídela en cuatro novelas”. Así surgió la tetralogía Tiempo para héroes. La obra trata sobre la expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, que, en 1959, desembarcó en el país para derrocar al dictador Rafael Trujillo. Mi sobrina trabajaba con el historiador Emilio Cordero, a quien conozco desde que éramos niños. Su hermano, José, murió mientras combatía en Maimón y Estero Hondo. Por eso, cuando mi sobrina le contó a Cordero que yo iba a publicar una novela sobre esa gesta, este le señaló que quería leerla, porque, si no servía, me lo iba a decir. Le entregué el primer ejemplar que salió del taller. Cordero lo leyó y me mandó un mensaje, donde me recomendaba que inscribiera la tetralogía en el Premio Nacional de Novela Manuel de Jesús Galván de ese año, porque yo lo iba a ganar. Fue el primer reconocimiento a la calidad de mi obra. En ese momento, yo no sabía que ese premio existía; pero inscribí la obra y ganó, como predijo Cordero.

Al ensayista, crítico literario y novelista Dr. Bruno Rosario Candelier, presidente de la sociedad literaria Ateneo Insular Internacional y director de la Academia Dominicana de la Lengua. Soy miembro del Ateneo Insular desde 1995, donde, en las reuniones mensuales que se convocan, el Dr. Rosario Candelier expone sus orientaciones sobre la poesía y la narrativa. En las obras que realicé a partir de entonces, les incorporé un cierto sentido poético que les han conferido un carácter de mayor trascendencia.

A todos los miembros del Ateneo Insular, en especial a los poetas Carmen Pérez Valerio, Pedro José Gris y Ramón Antonio Jiménez, quienes, con sus participaciones, mantuvieron mi interés en los temas que se trataban en esa sociedad. Al poeta, cuentista, novelista y ensayista José Acosta, por su amistad. Acosta reside en Nueva York y ha contribuido a que mi obra sea leída en esa ciudad.

A los miembros del Grupo Mester de Narradores de la Academia Dominicana de la Lengua, los escritores Ángela Hernández, Emilia Pereyra, Ofelia Berrido, Rafael Peralta Romero y Miguel Solano, por su compañerismo. Al presidente de la Editorial Santuario, Isael Pérez, y a su esposa, Oneida, por haber difundido mi obra literaria, de manera que se conociera en todo el país. Al Arq. Eugenio Pérez Montás. Fuimos condiscípulos y amigos en la carrera de arquitectura, en la Universidad de Santo Domingo, de 1950 a 1955, y hemos mantenido esa amistad desde entonces. A todos ustedes, público presente, que han venido a celebrar esta premiación junto conmigo.

Cuando en 1986, a los 56 años, comencé a escribir ficción, no imaginé que mi obra literaria tendría éxito alguno. Me dediqué a escribir porque sentí una compulsión a hacerlo, una necesidad para satisfacerme y sentirme completo. No era la única vez que lo intentaba. A los catorce años traté de escribir mi primera novela. Estábamos en 1944, a finales de la Segunda Guerra Mundial, y salió en la prensa que un submarino alemán averiado había buscado refugio en las playas de Puerto Plata. La noticia me interesó. Pensé que era una situación que podía generar conflictos entre alemanes y dominicanos, ya que habíamos declarado la guerra a Alemania. Redacté algo sobre el asunto, y ahí se quedó. Más tarde, mientras ejercía mi profesión de arquitecto, en varias ocasiones lo intenté de nuevo, hacía algunas notas, pero no las seguía. En 1986, sin embargo, aproveché que dispuse del tiempo necesario para iniciarla y continuarla. En la oficina no había trabajos, y yo me entretuve con eso. Cuando llegó trabajo, ya yo no podía abandonar el proyecto de novela, como otras veces. Sabía que podía seguir adelante y lograr lo que tantas veces quise. Para no descuidar mi trabajo profesional y la redacción de la novela, me levantaba en la madrugada, le dedicaba unas cuantas horas a la escritura y luego, a las siete de la mañana, me iba a trabajar. No fue agotador, como parecería ser. Estaba disfrutando con las dos cosas. Al cabo de un año y medio, tenía redactada la primera versión de Tiempo para héroes. No esperé. Continué con otra novela, La mala maña; la terminé; inicié otra, Toda la vida, y siguieron las demás. Así somos los escritores. Nos apasiona lo que hacemos, y no nos detenemos nunca. Comencé a escribir sin ninguna preparación académica literaria. La tetralogía Tiempo para héroes es una obra espontánea que se iba formando según la escribía, aunque sí tuve un propósito para hacerla: contar la historia de los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo. Al darme cuenta de que quería dedicarme a escribir narrativa, decidí conocer más sobre la manera en que esta se redactaba. Estudié algunos libros que lo indicaban; asistí a cursillos de literatura. Supe de las distintas maneras en que se prepara una novela y de las nuevas técnicas que habían surgido a principios y mediados del siglo XX, como las desarrolladas por Franz Kafka, James Joyce y William Faulkner, entre otras. Determiné que yo podía adoptar estos conocimientos a mi obra. A Serenata, la novela sobre las relaciones entre la poeta Salomé Ureña y su esposo, el político Pancho Henríquez y Carvajal, que publiqué en 1999, la organicé en varias partes, cada una de las cuales se inicia con un monólogo del personaje principal, Pancho, y sigue con un episodio narrativo; cada episodio trata una historia completa y tiene un narrador distinto. Utilicé técnicas postmodernas como las de relatar en dos tiempos a la vez y, también, cambiar el tiempo gramatical del verbo en un mismo párrafo. Estos aspectos de organización y redacción literarias los continué aplicando en las siguientes novelas que trabajé. En esos 32 años en los cuales me he dedicado a escribir, he publicado dieciséis novelas, cuatro libros de ensayo y un libro de cuentos. He sido incansable en mi producción literaria, y he sido recompensado con una serie de premios literarios.

Con el Premio Nacional de Literatura culmina la comprobación del valor de mi obra literaria completa. Tras haberlo ganado, he pensado mucho en dos intelectuales, Virgilio Díaz Grullón y Manuel Rueda. Díaz Grullón es Premio Nacional de Literatura (1997), y yo lo admiraba por haber escrito una obra literaria con la cual obtuvo este reconocimiento. Desde que me ayudó en la redacción de mi primer trabajo, consideré que era mi deber asistir a todos los actos públicos en que se conmemoraba su obra. Él iba a las tertulias que se daban los sábados en la mañana en la Librería Trinitaria, de doña Virtudes Uribe, y allá me dirigía yo. En otra tertulia, supe que Díaz Grullón también era poeta, aunque su poesía nunca la dio a conocer al público. Manuel Rueda también es ganador del Premio Nacional de Literatura (1994). Rueda me conoció como literato después de él participar en un homenaje que le hizo el Ateneo Insular en Montecristi, donde yo presenté su novela Bienvenida y la noche. A partir de entonces, actuó consecuentemente para promoverme a mí y a mi obra literaria. Me invitó a las tertulias que él organizaba con varios intelectuales en el edificio del periódico Hoy; me incluyó en la comisión que determinó cuáles habían sido las mejores obras literarias del siglo XX, en América Latina; me invitó a su casa, donde leyó una obra teatral sobre un momento en la vida de Eduardo Brito. Siempre he considerado que, en la segunda mitad del siglo pasado, la República Dominicana tuvo por lo menos dos genios de la literatura universal: Manuel Rueda y Virgilio Díaz Grullón. Para terminar, les voy a leer un fragmento del episodio titulado: “La revelación sin nombre”, del Capítulo 1, de mi novela El asesino de las lluvias: “Yo continué en línea recta hacia el recodo del río. Pisé flores azules, amarillas, blancas. Toqué un árbol alto y frondoso con una sombra oscura que opacaba el aire verde. Era el primero de un grupo tupido que penetré volando como un barrancolí, pequeño y confiado, tan inmerso en su recorrido que desdeñaba el entorpecimiento de la oscuridad. Llegué hasta el río, rugiente y huidizo, con sus músculos acuosos y retorcidos. Me embriagué de olor a hojarasca disuelta en la tierra y de humedad fermentada. Recogí una pomarrosa que flotaba cerca de la orilla y la llevé a los labios. Algo inexplicable impidió que la mordiera y me obligó a notar las sombras que me arropaban. Tiré la pomarrosa al río para que prosiguiera su viaje inútil, y me agaché a recoger una flor pequeña, incolora, campanita de pétalos, tejido de luna en la maraña de la oscuridad. La flor se abrió y me enseñó su pistilo cuajado de partículas de polen, que se prendieron como soles diminutos para iluminar el espacio en que me hallaba, un lugar sin dimensiones, donde nada y todo era real. Sentí un efluvio de paz, un deseo de amar todo lo que me rodeaba, de disolverme en lo impredecible. El aire cambió de un color negruzco a otro violáceo; se hizo espeso, de una viscosidad irrespirable. Me empujaba una fuerza desconocida a la cual me acogí. El río se perdió en la inexactitud del espacio; solo oía su sonido, insistente, intermitente. Pensé que me movía, pero sabía que estaba estático, clavado en el mismo lugar. De improviso entendí que orillaba el hueco de la vida y de la muerte. Era redondo, amenazador, y tuve miedo; sin embargo, no pude evitar acercarme a su borde hasta alcanzarlo. Allí me asomé a su misterio. En el fondo no había nada, ni siquiera una luz, como yo esperaba. El peligro de su atracción me sofocó. Sabía que en cualquier momento me lanzaría en sus profundidades. Entonces apareció a mi lado un ser idéntico a mí, solo que insubstancial como mi aliento. Entró en mi cuerpo y respiró conmigo. “Disuélvete en mí, no tengas miedo; la vida soy yo y la muerte eres tú”, dijo por mi boca. En ese momento no capté su significado. No estaba preparado para desentrañar ese misterio metafísico. Me distrajo el ser paralelo. ¿Quién podía ser… mi ángel?, fue la incógnita que me preocupó, condicionado como estaba a mi mentalidad de niño. Más tarde, cuando comencé a poetizar y a evocar esta visión, lo denominé mi musa o el espíritu de la vida. El incidente fue una iniciación. Para ser poeta, hay que estar iniciado y fui iniciado por ese ser paralelo, el dios que soy yo como ente maravilloso de la naturaleza. Nací a la existencia de la poesía en ese momento; entré a la sensibilidad de una herencia ineludible que descodifica la palabra. Pero los iniciados no siempre tienen éxito en su primer periplo. Mi ser paralelo me reveló la verdad; mas no la reconocí enseguida. No existía en mí en ese momento. Debí esperar otra revelación para completar mi iniciación. Me desperté en los brazos de papá, que corrió tras de mí y vio cuando me interné entre los árboles.

“¿Qué te ocurre, mi hijo? ¿Estás bien?”

“Estoy bien, papá; solo que me caí”.

Lo abracé refugiándome en su preocupación. Le mentí, no quise explicarle lo que había pasado. Tampoco se lo conté a Lili, a quien había dejado de adorar, a pesar de su hermoso pelo, sus orejas rosadas y los dos lunares en el cuello. Sin embargo, se lo relaté a Santico al día siguiente, mientras nos acompañaba en el paseo a caballo por la finca. Quería impresionarlo para que se diera cuenta que Lili había escogido mal y que yo era el mejor de los dos. Yo iba en el mismo caballo que seguí en el episodio del potrero. Santico me lo trajo y me ayudó a montarlo en una silla demasiado grande para mí. “Este potro es muy manso, usted tiene buen ojo”, me dijo para confortarme, y lo fustigó en las ancas provocando que el animal diera un brinco hacia delante y comenzara un trote al desgaire.
Sentí una inestabilidad abrupta, una sensación de abismo inminente; mas logré dominarme. Me equilibré; controlé con las riendas la marcha del animal como me habían enseñado, presionándole la boca con el bozal para obligarlo a seguir mis instrucciones. Sonreí a Santico a mi lado; le di las gracias por su ayuda y entonces, sin más preámbulos, le hablé de la florecita transparente. Le expliqué cómo se abrió en mis manos, lanzando lucecitas que iluminaron la oscuridad. “En sueños no importa, pero en la realidad nunca tome una de esas florecitas en sus manos; hacen daño”, me dijo. “¿Cómo pueden hacer daño, si alumbran para guiar en las tinieblas?” Santico me miró con ojos mansos. “Solo sirven para conducirlo al infierno”, dijo, y espoleó su caballo. Rechacé el comentario del vaquero. ¿De qué infierno hablaba? ¿Del infierno en que vivimos todos nosotros? ¿Del día a día desalentador y atroz en el que debemos rezar a Dios para que nos proteja y nos conduzca al Cielo? ¿O del otro infierno, absorbente, transportador, el del poeta, el del visionario, el del místico, el infierno de quien engendra otra realidad con las palabras y da sentido a lo absurdo de la vida y a lo inefable de la inmensidad cósmica?

Santo Domingo, Teatro Nacional, 20 de febrero de 2018.

Exaltación de Manuel Salvador Gautier, Premio Nacional de Literatura

Por Emilia Pereyra

Académica de la lengua

 

Señor ministro de Cultura, Pedro Vergés

Señor José Luis (Pepín)  Corripio, presidente de la Fundación Corripio

Señor Manuel Salvador Gautier, prestigioso galardonado

Miembros del jurado: Ministerio de Cultura, universidades UNPHU, PUCMM, INTEC, UCE, UASD y UCSD, Academia Dominicana de la Lengua y la Fundación Corripio

Escritores e intelectuales, profesores, familiares de nuestro galardonado, señoras y señores:

Difícilmente se encuentre a un integrante de la comunidad literaria dominicana que no se sienta regocijado con la elección de Manuel Salvador Gautier como Premio Nacional de Literatura 2018, con el que se reconoce una trayectoria resplandeciente y una vocación fructífera. Gautier y su celebrada obra narrativa son un caso excepcional en los anales de las letras dominicanas. Y una de las razones es que el autor empezó su carrera literaria en la madurez, a una edad en la que muchas personas se disponen a retirarse de las actividades productivas y a disfrutar del merecido descanso. Sin embargo, poseído de mucha energía y deseos de encarar desafíos en un  territorio nuevo y complejo, Gautier cerró una larga etapa  en la  que trabajó como arquitecto y docente, logrando respeto y reconocimiento,  y,  tras pasar esas páginas,  empezó  a concretar su  aspiración creadora. Mientras su interés por la literatura permanecía aparentemente aletargado, el hombre vivía, con todo lo que esto implica,  acumulaba experiencias y hacía reflexiones que habrían de servirle en el futuro para modelar al escritor  deslumbrado con el oficio que esta noche  aplaudimos.

Resuelto a transitar el camino elegido, el narrador comenzó a escribir  su obra con gran disciplina, al punto de que en la actualidad cuenta con 16 títulos  publicados en algo más de  20 años, y muchos de ellos  han  sido reconocidos en concursos nacionales y extranjeros. Su entrega al ideal de la creación, como medio de realización personal  y desarrollo intelectual, aporta a la sociedad un valioso ejemplo  y es para  la  comunidad literaria  aleccionadora,  ya que  contrario a lo que suele pensarse  se pueden obtener muchos beneficios en la tercera edad,  en el campo del pensamiento y la escritura, que requieren madurez y perseverancia.

Volviendo a sus inicios, debemos resaltar que la firmeza  con la que Gautier empezó sus andares en la literatura dio muy pronto grandes frutos. Al principio él  tocó  puertas, para buscar sugerencias de  los más acreditados autores y tras el lanzamiento de su tetralogía “Tiempo para héroes”  fue reconocido con el Premio Anual de Novela 1993, galardón que lo situó como un autor que debía ser tomado en cuenta y le abrió  otras oportunidades y espacios a este campeón de los lauros, lo cual se confirma con creces esta noche. Gautier ha sustentado su carrera sobre densos pilares. Se ha ocupado de profundizar en los estudios literarios y en la lectura de grandes obras de autores nacionales y extranjeros. Además, posee una alta valoración de la lengua española y la cultura nacional.

A sabiendas de que todo escritor es un memorioso, ya sea del pretérito, de lo que sucedió hace poco o de  lo que se vive ahora, Gautier  fijó su atención en el pasado y le aportó a la novelística  obras como la  ya mencionada tetralogía,  acerca de un tramo de la lucha contra el  régimen de Trujillo,  y ha seguido recurriendo a la  cantera de la historia,  para producir relatos, lo cual  lo ha llevado a hacerse de  una bibliografía sólida y profundamente  vinculada a  la nación y a la idiosincrasia dominicana, por lo que estamos ante un prosista que ha encontrado iluminación donde otros solo han visto rancios sucesos.

Respecto a Tiempo para héroes, José Alcántara Almánzar expresó que “pocas veces se ha logrado plasmar en una novela dominicana  una imagen tan vívida y humana del déspota (Trujillo)  y su era”, lo que indica que nuestro autor  ha  recreado con pericia  una de las etapas más oscuras del devenir nacional.

En 1995 el escritor recibió el Premio Anual de Novela por Toda la vida, que abarca un largo tramo del siglo recién pasado y  proyecta el drama de una generación que pese a su empeño  no alcanzó sus metas. Años después, Gautier  volvió a inspirarse en un lapso prácticamente  inexplorado por la historiografía. Me refiero a la estancia en Europa del héroe Juan Pablo Duarte, que lo motivó a escribir  la novela Dimensionando a Dios, Premio Feria del Libro Eduardo León Jimenes 2011, narración que esboza lo que pudo acontecer en la vida del prócer. Dejándose cautivar por el pasado, Gautier divulgó la obra Serenata,  sobre la poetisa Salomé Ureña y los hermanos Henríquez Ureña, relevante familia de intelectuales.

De acuerdo al crítico literario Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua, en este texto Gautier consigue una proeza narrativa, pues mediante el recurso epistolar conoce a un clan y a través de este ausculta a la sociedad y explora el corazón de una rama de gran importancia.  En  Balance de tres, con que logró el Premio de Novela de la Universidad Central del Este en el 2001, Gautier  halló el cauce para adentrarse en  la invasión norteamericana de 1916, y explorar, a través varios planos narrativos, el lado íntimo de tres personajes de ficción, que terminan decepcionados ante el fracaso de sus utopías. Con el hermoso título Historias para un buen día,  el  prolífico narrador  nos sumerge en la dinámica de otro grupo familiar del siglo XIX, que produce un vicepresidente de la República y destacados médicos e ingenieros. Acerca de  esta narración,  el poeta  Juan Freddy Armando escribió que el autor sumó a sus vivencias familiares, sociales y políticas, el conocimiento del alma y de su país.

 El asesino de las lluvias, relatada en primera persona, es una de  las novelas en que Gautier ha centrado la atención en la contemporaneidad. También en este texto, publicado en el 2008,   profundiza en la lucha entre la condición humana, que a su juicio envilece al ser, y su anhelo de sobreponerse y alcanzar la trascendencia. En esta narración, inspirada en el recuerdo de  Franklin Mieses Burgos,   que el destacado vate José Mármol ha llamado “la novela de la poesía”,  subyace el sentido cósmico, en vista de que el autor ausculta en las dimensiones metafísicas, antropológicas y sicológicas, con refinada prosa. Esta ficción, de claro perfil interiorista, movimiento literario creado por Bruno Rosario Candelier, del que el autor es militante, realza el don de la creatividad del ser humano. Posteriormente, el imbatible Gautier volvió a encontrar aliento en la modernidad para bosquejar La fascinación de la rosa, intensa novela en la que plantea la necesidad del hombre actual de sumergirse  en su interior y encontrar las verdades que le rodean. Es un  texto  lineal, de estructura sencilla y planteamientos introspectivos, de corte interiorista.

En las novelas Tres cosas te ofrezco y El misterio de la corbata verde, divulgadas posteriormente,  nueva vez nuestro narrador reveló, con el vigor propio de su pulso, que lo cautivan temáticas del tiempo que le ha tocado vivir y que  sabe moverse con destreza y construir tramas sobre el espionaje, las investigaciones policiales y los bajos fondos. En su  novela La mala maña Gautier volvió a explorar los recovecos de la historia y ofreció a sus lectores  un fresco literario de la época conocida como “La España Boba”, donde igualmente se vale de la ficción para reflejar el drama de entonces.

A finales de diciembre de 2017, se dio a imprenta, aunque todavía no circula, El pacto de los generales, obra en la que el autor regresa al  ayer dominicano para relatar entresijos de la Revolución de Moya, desde tres perspectivas que colocan en relieve el aspecto humano de los protagonistas. La carrera literaria del  creador  fue  enaltecida en el 2007 cuando ingresó como miembro correspondiente a la Academia Dominicana de la Lengua, y disertó sobre la narrativa criolla  y las expresiones del idioma. Con el hermosísimo título de Un árbol para esconder mariposas, publicó en el 2010 una novela cuyos  protagonistas son un hombre y a una mujer de razas distintas, quienes experimentan confrontaciones raciales y sociales, con varios trasfondos como son las creencias mágico religiosas, la matanza de Palma Sola y la vida de los inmigrantes en New York. Esta obra  se inscribe en la posmodernidad y explora  problemáticas actuales que no solo atañen a la nación y a sus diásporas sino también a diversos países que enfrentan conflictos causados por los desplazamientos humanos  y los antagonismos étnicos y culturales. Sin embargo, no solo la narrativa ha interesado al versátil autor. Además,   ha cultivado el  ensayo y merecido reconocimientos en este género, ya que con el título  “La fatalidad no está en un campanario de París” recibió en el 2002 el Premio “Víctor Hugo en la Historia” y  posteriormente volvió a triunfar con el Hechizo en las palabras, al obtener el Premio Anual de Ensayo Pedro Henríquez Ureña 2015.

Antes, en  el 2010, este dominicano dio a la estampa el libro  Gautier visto por Gautier, con lo que  ha hecho lo que no suele hacerse en el ámbito intelectual nuestro: autoanalizar la creación personal y  examinar  motivaciones. La obra, presentada por el narrador Luis R. Santos, recoge las palabras que el autor ha pronunciado sobre sus libros, y en algunas de las cuales expone sus teorías sobre la escritura, su aproximación a la poesía y sus niveles de consciencia escriturales. Gautier publicó su libro más personal, y mostró, según Santos, sus vetas humorísticas y hasta narcisistas, dejando ver que es profundamente humano. Yo añado que Gautier  demostró además la seguridad que posee en sí mismo y en lo que sabe, su fuerza interior, su sensibilidad  y espíritu de superación.

Dominio de la lengua, amplia cultura, inagotable curiosidad,  fascinación por la escritura, certera intuición, disciplina monacal  y prudencia son cimientos en los que este hombre, hechizado con el maravilloso oficio de contar historias, ha hecho una importante  bibliografía  con la que hoy cosecha el más sustancial reconocimiento concedido en nuestro país a la trayectoria literaria. Es Gautier un cultor de la fantasía que abreva en el pasado y en la actualidad. Sabe que lo fantaseado  puede incluso llegar a tener mayor peso que lo real, y por eso sus novelas, inspiradas en episodios pretéritos y en hechos y fenómenos actuales, han sido aderezadas con la imaginación y la exploración interior, infaltables en una buena trastienda literaria. Como todo escritor notable, él  posee la habilidad de tejer ilusiones y seducir lectores. Conoce el potencial simbólico de las imágenes y las aplica  armoniosamente en sus obras. Además, sabe que no hay creación literaria  sin alma, sentimiento y razón.

Ha navegado victoriosamente en la memoria colectiva  y en sus recodos y a la vez ha abierto las puertas a la actualidad y a la reminiscencia personal en varias de sus obras, dotándolas de intimismo, persuasión  y sensibilidad. Sabe Gautier que  remembranza y fantasía van unidas. Y como bien ha dicho Juan Marsé, admirado autor  catalán,  al recibir el Premio Cervantes en el 2009, un escritor no es nada sin imaginación, pero tampoco sin memoria. Y no puede hacer nada significativo, sostengo yo, si no persigue la belleza expresiva, que se trabaja con conciencia y  a pulso haciendo magia con la  reflexión y  el lenguaje, amando, puliendo y respetando las palabras… como lo hace paciente y gozosamente nuestro galardonado, modelo de caballerosidad, nobleza,  disciplina,  amor por las letras y reinvención existencial.

Queda, pues, demostrado por qué Manuel Salvador Gautier y su escritura son un caso excepcional en las letras criollas y por qué el  Premio Nacional de Literatura 2018 ha sido concedido justicieramente a un grande que enaltece a la República Dominicana y a su cultura, con quien tenemos el privilegio de compartir espacio y tiempo.

Santo Domingo, Teatro Nacional, 20 de febrero de 2018.

 

 

El Premio Nacional de Literatura a Manuel Salvador Gautier

Por Pedro Vergés

Ministro de Cultura y académico de la lengua

Llegamos hoy a la vigesimoctava edición del Premio Nacional de Literatura, que este año ha recaído en la figura del escritor y amigo Manuel Salvador Gautier. La convocatoria anual de este prestigioso galardón, que se otorga a la obra literaria de toda una vida, contó el año pasado con un par de novedades que, por lo recientes, conviene que recordemos esta noche.

La primera fue la justa incorporación de la Academia Dominicana de la Lengua y la segunda la creación de un comité de preselección que asegurara un mejor y más rápido escrutinio y a la vez facilitara la labor del Jurado, compuesto, como ustedes saben, por la ya mencionada Academia y por los señores rectores de las prestigiosas universidades Autónoma de Santo Domingo, Nacional Pedro Henríquez Ureña, Católica Madre y Maestra, Central del Este, Católica Santo Domingo y el Instituto Tecnológico de Santo Domingo. Creemos de verdad que ambas decisiones, tomadas de común acuerdo entre el Ministerio de Cultura y la Fundación Corripio (nuestra inseparable compañera en la tarea), fueron convenientes y atinadas y que el premio que hoy concedemos ha ganado, con ellas, más objetividad y más firmeza.

Pero el empeño de realizar cada vez mejor esa labor conjunta no termina ahí. Este año también hemos querido enriquecerla (y nunca mejor dicho), aumentando su dotación, que ha sido duplicada y que, por lo tanto, ascie+nde a la cantidad ya nada desdeñable de dos millones de pesos. Los que nos movemos en el mundo de la cultura, y más concretamente en el de las letras, sabemos bien que un premio que alcance dicha suma pasa a ser otra cosa. No es que, por eso, aumentemos el prestigio de la obra premiada, que sigue siendo el mismo, pero no cabe duda de que, con eso, la valoramos más. La generosidad de la Fundación Corripio, en la persona de su presidente, ha querido, además, que esos dos millones se entreguen en la presente edición, lo cual me proporciona una doble alegría, la de decírselo a todos ustedes y la de que el amigo Manuel Salvador Gautier sea el primero en cobrarlos.

Dicho eso, conviene que añada lo que todos sabemos, que no hay un prototipo de escritor. Al margen de corrientes, modas, estilos epocales, ideologías, etcétera, todos los escritores son en cierto modo únicos e incomparables. Lo son, naturalmente, en su manera de concebir las cosas (eso que llamamos la realidad) y también en su forma de expresarlas. Hay, sin embargo, una trayectoria más o menos idéntica o predecible en casi todos.

El lector tiene una idea bastante aproximada y uniforme de la figura de ese transformador del mundo y espera que se cumpla en la biografía de cada uno de ellos. Es casi, diría yo, una visión biológica de su proceso de nacimiento, crecimiento y muerte que, la verdad sea dicha, no suele variar mucho de uno a otro. Pero hay escritores que rompen el esquema, que se nos escapan de las manos, sea por su actitud frente a sus propias creaciones, o sea por la particular asincronía del conjunto de ellas con respecto a esa imagen predecible o preconcebida que de su persona se hacen los lectores.

Kafka quería que a su muerte se destruyeran todos sus escritos y, si no llega a ser por su amigo Max Brod, que desoyó el consejo, hoy tendríamos una visión bastante mostrenca de su genio. Hilde Domin, la poetisa alemana que vivió entre nosotros, que se puso Domin en honor a nuestro país, y que se hizo después tan conocida, la esposa del gran estudioso de nuestro patrimonio, Edwin Walter Palm, escribió su primer poema aquí, en Santo Domingo, siendo ya muy adulta y cuando ni se le ocurría que pudiera servir para ese menester. Me lo contó ella misma, en Berlín, así que doy fe del testimonio. Italo Svevo recibía clases particulares de un genio, James Joyce, y se sentía en esa extraña categoría intermedia entre un escritor fracasado y un aficionado, hasta que le dio a leer a Joyce uno de sus escritos. Animado por este, que se las sabía todas en el terreno de la literatura, terminó escribiendo La conciencia de Zeno, una de las novelas más importantes del siglo XX europeo. Edouard Dujardin publica una novela mediocre, Les lauriers sont coupés, en la que, sin embargo, inventa el “monólogo interior” que se convertiría en una de las técnicas esenciales de la novela del siglo pasado y de este. Y, si no, que se lo pregunten al Joyce ya mencionado. Y así por el estilo.

Iba a incluir en la lista a Rimbaud, cuyo caso resulta tan igualmente extraño y singular, pero mejor no sigo rememorando nombres en este que no puede ser un discurso muy largo. La lista, en todo caso, me ha venido a la mente por la figura del galardonado de esta noche, el escritor Manuel Salvador Gautier, que es, no cabe duda, un raro. Digo raro, que conste, en el sentido literario del término, no en ningún otro. ¿O no lo es quien, a lo largo de más de seis décadas, nos lleva a creer que estamos frente a uno de nuestros mejores arquitectos y de pronto se interna en el complejo mundo de la narrativa con nada menos que una tetralogía compuesta por las novelas El atrevimiento, Pormenores del exilio, La convergencia y Monte adentro? Coincidirán ustedes con quien ahora les habla que, a la edad de 63 años, no suele comenzarse una carrera literaria, y el ejemplo de Manuel Salvador Gautier llama por eso la atención y hasta diría que despierta nuestra curiosidad. Se lo dice a ustedes quien, en su momento, asistió sorprendido a la contemplación, casi digo descubrimiento, de los cuatro manuscritos o borradores, aun sin publicar, de dichas novelas, debidamente colocados, para no sé qué concurso, en una caja de cartón. De eso hace ya muchos años, casi veinte, más de veinte y, desde entonces, para nuestra sorpresa y regocijo, Manuel Salvador Gautier, el buen amigo Doy, ha tenido el coraje de demostrarnos que no se trataba ni de un golpe de suerte ni de un desahogo producto del recuerdo y la experiencia. Muy en la línea del recuento de episodios históricos con los que algunos escritores (Palma, Galdós, Penson) han pretendido recuperar los capítulos más significativos de una época, o de todas las épocas, Manuel Salvador Gautier ha emprendido un camino en el que todavía se halla y que ha ido dando productos cada vez más acabados, como Dimensionando a Dios, sobre Juan Pablo Duarte, y Serenata, sobre la familia de Pedro Henríquez Ureña. Tales esfuerzos se ven hoy compensados por este Premio Nacional de Literatura, que se suma a galardones anteriores y con el que el jurado ha querido reconocer no solo sus bien ganados méritos, sino también su ejemplo de infatigable trabajador y de ser humano bondadoso, solidario y defensor de las mejores causas de la nación. Exaltemos, pues, la rareza, la singularidad, la calidad literaria de nuestro Manuel Salvador Gautier, con el deseo y la esperanza de que podamos seguir beneficiándonos de su sabiduría y su dominio artístico.

Santo Domingo, Teatro Nacional, 20 de febrero de 2018.

Ponderación de Manuel Salvador Gautier como Premio Nacional de Literatura

Por José Alcántara Almánzar

   Es un verdadero honor para quien les habla darles la más cálida bienvenida a este acto y dirigirles unas breves palabras en nombre de la Fundación Corripio Incorporada, con ocasión de entregarse esta noche el Premio Nacional de Literatura 2018, que ha sido otorgado al escritor Manuel Salvador Gautier Castillón, “Doi” para todos, por sus contribuciones a las letras dominicanas a través de una obra narrativa de indudable trascendencia, y que él ha realizado con una entrega y una fecundidad impresionantes desde que inició su recorrido en 1993 con la publicación de la tetralogía Tiempo para héroes. En total veinticinco años de recorrido en el fascinante mundo de la creación literaria. Don José Luis Corripio Estrada, presidente de la Fundación Corripio, me ha encomendado agradecer en público a los señores miembros del jurado: el ministro de Cultura, los rectores de las seis universidades comprometidas en el veredicto y el director de la Academia Dominicana de la Lengua; a todos por su valiosísima labor de selección en bien de las letras nacionales al escoger, entre todos los nominados cada año, a quien reúna un fehaciente número de atributos literarios. Nuestro galardonado de este año, Manuel Salvador Gautier Castillón, es un hombre de una cultura vasta y exquisita, con una formación de la que pocos podrían ufanarse, ya que era un prestigioso arquitecto, urbanista y catedrático cuando dio sus primeros pasos como escritor. De manera que tenía un bagaje humanístico que le ha permitido acortar distancias para entregarse en cuerpo y alma al ejercicio de la literatura, su vocación profunda, y lo ha hecho sin detenerse ni siquiera para respirar, pero sin llevarse de encuentro a nadie ni cerrarles el paso a los demás, como suele suceder, sino más bien dotado de ese «don de gentes» que le caracteriza y le ha ganado tanta admiración y afectos en nuestro medio cultural como su propia obra, labrada con una prosa que brilla por su equilibrio y su transparencia, y por esa encomiable facultad de llevar a la ficción episodios capitales de nuestra historia para recrearlos con una mirada escrutadora y nueva que saque a relucir aspectos inéditos de gran significado para la dominicanidad.

Entre todos los géneros literarios, la narrativa tal vez sea el que requiere de mayor dedicación y tiempo. Escribir una novela pocas veces es producto de un rapto, de unos cuantos meses febriles de trabajo agotador para crear personajes y estructurar una historia verosímil y cautivante. Por lo general el narrador trabaja a fondo, creando con el lenguaje mundos imaginarios que sin embargo revelan las engañosas apariencias de la realidad, porque el cuento y la novela no intentan demostrar nada ni ganar acólitos como ocurre en el discurso político, tan dado al arte de la prestidigitación. «La literatura», como ha dicho el escritor español Javier Cercas al hablar de la responsabilidad del intelectual, «no debe proponer nada, no debe transmitir certezas ni dar respuestas ni prescribir soluciones; al revés: lo que debe hacer es formular preguntas, transmitir dudas y presentar problemas y, cuanto más complejas sean las preguntas, más angustiosas las dudas y más arduos e irresolubles los problemas, mucho mejor. La auténtica literatura no tranquiliza: inquieta; no simplifica la realidad: la complica. Las verdades de la literatura, pero sobre todo las de la novela, no son nunca claras, taxativas e inequívocas, sino ambiguas, contradictorias, poliédricas, esencialmente irónicas». Manuel Salvador Gautier conoce bien estos principios básicos del arte de novelar, muchas veces ignorados o desdeñados por quienes tienen en sus manos la responsabilidad de desentrañar las verdades de los seres y las cosas a través de las palabras. A propósito de este Premio Nacional de Literatura, el más importante que se confiere en nuestro país a un hombre o mujer de letras, me permito citar aquellas memorables declaraciones del gran poeta español y universal Vicente Aleixandre cuando recibió la noticia de que había obtenido el Premio Nobel de Literatura en 1977: «La gloria no es el premio», dijo Aleixandre, «no es el homenaje, no es el ruido. La verdadera gloria del poeta es que después de muerto todavía su voz resuene en algunos pocos corazones afines. Que después de muerto no sea un libro cerrado, sino que palpite, se oiga y se repita». Queremos, por último, expresarle al amigo Doi Gautier nuestro regocijo y nuestros más sinceros parabienes por este triunfo con el que estamos seguros no culmina su carrera de escritor, sino que marca un nuevo hito que lo estimulará a continuar su obra con renovados bríos.

  

Informe de la academia dominicana al equipo del «Diccionario fraseológico panhispánico»

 Por Bruno Rosario Candelier

   En este mensaje les remito el comentario de la Academia Dominicana de la Lengua al texto de los Lineamientos Generales, propuesto por el equipo coordinador del Diccionario fraseológico panhispánico.

Estimo que los detalles consignados para el ejemplo de ilustración, en la macro y la microestructura del diccionario, es una labor que debe realizar la comisión redactora del diccionario fraseológico. Es decir, sugiero que cada Academia remita los ejemplos como deben aparecer en el diccionario.

Cuando en la Academia Dominicana de la Lengua trabajamos en la confección del Diccionario fraseológico del español dominicano seguimos la siguiente pauta normativa, que para su conocimiento y ponderación les transcribo a continuación:

  1. La entrada o palabra clave, con letras en negritas y en minúsculas, se consigna una vez para todos los ejemplos. Usamos la tipografía de Book Antiqua, no. 12 (pero en el Diccionario de refranes la cambié a Times New Roman, no. 12).
  2. La unidad fraseológica, idiolexía o frasema se escribe en minúsculas y en negritas.
  3. La clasificación de la unidad fraseológica (loc. vb., loc. adj., loc. sust., loc. adv., fr. col., fr. pop., adg., prov., máx., sent., ref., giro), correspondiente a locución verbal, locución adjetiva, locución sustantiva, locución adverbial, frase coloquial, frase popular, adagio, proverbio, máxima, sentencia, refrán y giro, comprende de las idiolexías y se escriben en letras normales, en minúsculas, al lado de la correspondiente unidad fraseológica.
  4. Se describe o formaliza la definición de la unidad fraseológica.
  5. Se consigna la numeración de las acepciones (si hay más de una), precedidas de los números, que se escriben en negritas.
  6. Se pone entre comillas el ejemplo de ilustración. Si no aparece la fuente del ejemplo, indica que es una creación de los redactores.
  7. Se resalta la frase en versalitas dentro del ejemplo donde aparece.
  8. Se pone entre paréntesis el nombre del autor (en el siguiente orden: inicial del nombre, los apellidos, el sustantivo que identifique el título de la obra, en cursivas, la numeración de la página donde aparece; si es de un periódico, el nombre del autor (con el mismo procedimiento), la inicial del periódico, la fecha consignada en día, mes y año de la siguiente manera: 18/10/15/3 (que equivale a 18 de octubre de 2015, p. 3).
  9. Cada nueva acepción, precedida de la numeración correspondiente en negritas, se define de acuerdo con la clasificación de dicha unidad fraseológica: la loc. vb., con un verbo en infinitivo; la loc. adj., con un adjetivo; la loc. adv., con un adverbio o equivalente; la frase y el adagio con el verbo “indica” o “se usa para…”; el giro con la indicación “Dicho”, “Fórmula” o “Se usa para…”.

Con relación a las dos preguntas formuladas en los Lineamientos Generales (si se van a incluir las locuciones que se usan en el mundo hispánico con sus variantes y si se recogerán unidades locales o regionales), estimamos que sí, que se deben incluir locuciones de uso en todo el mundo hispánico, incluidos ejemplos de uso en las comunidades de hablantes del español ubicadas en Asia y África; y también deben recogerse unidades fraseológicas locales, especialmente las que tienen notable significación por su originalidad.

A continuación va un ejemplo de una locución verbal que ilustra una forma de presentación, sugerida para la confección del Diccionario fraseológico panhispánico:

Unidad fraseológica: darle para/pa’bajo.

Significado 1: Asesinar o dar muerte a alguien.

Significado 2: Copular, tener sexo un hombre con una mujer.

Categoría gramatical: loc. vb. (locución verbal)

Construcción: (alguien) le da para/pa’bajo a otro

Ejemplo: «A los delincuentes hay que darles pa´ bajo porque si no nos arropan a todos” (MISoldevila, «Secuestrados “, L. D., 1/06/14/A).

Clasificación temática: comportamiento social

País: República Dominicana

Valoración: baja

Registro: nivel sociolingüístico popular

Fuente de información: periódicos nacionales (María Isabel Soldevila, “Secuestrados”, Listín Diario, Santo Domingo, 1/06/14/A).

Manera como debe aparecer el ejemplo en el texto fraseográfico:

 dar para/pa’abajo. loc. vb. 1. Asesinar o dar muerte a alguien: “Darle pa´bajo es lo que va ahora” (D. L., 12/12). «A los delincuentes hay que darles pa´ bajo porque si no nos arropan a todos” (MISoldevila, «Secuestrados “, L. D., 1/06/14/A). 2. Copular, tener sexo un hombre con una mujer: “Lo que quieren los hombres es darme pa´bajo, advirtió ella para justificar su negativa”.

Les adjunto el prólogo del suscrito al Diccionario fraseológico del español dominicano. De todas maneras, aguardamos sus sugerencias en materia fraseológica, con una muestra o ejemplo de guía para nuestra labor de redacción del Diccionario fraseológico panhispánico.

Reciban mis saludos afectuosos mi cordial estimación.

Bruno Rosario Candelier

Director

La contemplación estética en la gestación de la sensibilidad

Por Bruno Rosario Candelier

 

A

Alexandra Borbón,

fulgor que atiza el sentido.

 

La naturaleza de la sensibilidad

La sensibilidad es la facultad para sentir. Tenemos experiencias sensoriales, que son las vivencias de los sentidos. Y sentir es el poder sensible de captar y expresar lo que capta esa dimensión del organismo que llamamos sensibilidad.

En griego “estética” significa ´expresión, marca, huella o impacto de la realidad en nuestros sentidos. A esa huella llamamos sensaciones. Nuestros sentidos físicos son las antenas de nuestro cuerpo y, en tal virtud, son sensibles ante cualquier manifestación de la realidad. Cuando los sentidos corporales entran en contacto con alguna manifestación sensorial de lo real, experimentan una sensación. Cuando esa sensación es agradable se le llama sensación estética. Como normalmente la belleza produce una grata sensación, nuestra cultura lingüística asocia la palabra belleza a estética. El vocablo “estético” viene del griego aisthêsis, que equivale a la percepción sensorial, es decir, a la sensación que experimentan nuestros sentidos corporales cuando entran en contacto con los datos sensoriales de las cosas. En ese tenor, estético es el impacto susceptible de percibirse por los sentidos. Los sentidos entran en alerta cuando perciben algo llamativo, hermoso o bello, o ante el influjo de un dato sensible que genera una percepción sensorial.

Dije percepción sensorial, pues hay también percepción espiritual, ya que los sentidos físicos captan las sensaciones objetivas, y los sentidos interiores o sentidos metafísicos captan ondas transensoriales, como es la dimensión interior o la vertiente espiritual de las cosas.

La dimensión física genera una emoción estética y la dimensión metafísica concita una emoción espiritual, a la que llamo “fruición”; por esa razón, el arte y la literatura cumplen una función estética y una función espiritual, de tal manera que cuando contemplamos lo bello o cuando apreciamos un objeto artístico su belleza genera una reacción física y espiritual en nuestra sensibilidad.

La experiencia estética está vinculada a los sentidos físicos y los sentidos metafísicos. La experiencia estética aborda el placer de los sentidos, porque los sentidos experimentan satisfacción y gusto. Cuando comemos un manjar grato al paladar produce un placer sensorial; cuando escuchamos una música serena y armoniosa sentimos una grata sensación sensorial y espiritual; cuando vemos algo agradable genera una sensación estética, ya que el fulgor de los colores llama la atención, como también el aliento del aroma, la armonía de los sonidos, la delicia del paladar, el deleite de las formas, todo esto produce una sensación estética, función sensorial que en cada sujeto opera naturalmente porque es una función que realiza la sensibilidad. No hay que darle una orden a los sentidos para que sientan ya que las antenas sensoriales de la sensibilidad siempre están abiertas, activas y alertas en su tarea de percepción para sentir y experimentar las señales que los fenómenos y las cosas generan.

La emoción estética es el sentimiento que experimenta la sensibilidad ante la contemplación de las señales sensibles o ante la contemplación de cualquier manifestación que produzca un deleite o una emoción. La fruición espiritual es el gozo que experimenta la sensibilidad ante la contemplación de la belleza o ante cualquier señal que convoca la atención de los sentidos. Lo estético se funda en la percepción de los sentidos, no solo en la sensación de la belleza, sino en toda manifestación sensible. En vista de que la belleza depende del gusto del contemplador,  la percepción de la belleza  es subjetiva.

El sentimiento estético es subjetivo; por tanto, independientemente de nuestra percepción de las cosas y de nuestra valoración de la belleza, cada uno tiene una ponderación diferente por la subjetividad inherente a la sensación o la percepción de la belleza. Entonces, podemos hablar de la dimensión subjetiva de nuestra percepción estética de lo viviente. La dimensión estética genera una reacción física y espiritual que experimentamos ante el influjo sensible de las cosas. Quiere decir que lo estético se siente, se percibe y se proyecta a través de los sentidos cuyos datos sensoriales percibe la sensibilidad cuya información sensorial procesa el procesador de nuestro cerebro. En consecuencia, la estética implica sentir, es decir, experimentar una sensación ante cualquier realidad. La reacción que genera está sujeta al talante del contemplador. El arte y la literatura se fundan en el sentir, de tal manera que Rainer Maria Rilke, el gran poeta alemán, decía que lo más importante para un escritor es sentir, indispensable para hacer arte y crear literatura.

En mi libro Lo popular y lo culto en la poesía dominicana hago un planteamiento que tiene que ver con este aspecto, ya que en esa obra sostengo que lo polisémico, centrado en una referencia abierta, tiene un carácter plurivalente, formal y conceptual. El sentido poético refleja una significación asociativa y polisémica, constituida por variadas significaciones. La significación inteligible de las palabras, con los conceptos y las imágenes, con sus significaciones formales y las más misteriosas significaciones de las relaciones musicales de las palabras entre sí. Ahora bien, no todos los sujetos están dotados del poder de la contemplación artística fundamentada en el factor objetivo de la obra de arte, que es distinta de la efectuada mediante el elemento asociado; por consiguiente hay una contemplación artística simple, la que descansa en el factor objetivo de la obra de arte; y una contemplación artística profunda, basada en el factor asociativo que realiza el contemplador. La contemplación estética radica en el primer estadio, base que no supera quien carece de formación intelectual, propia de la percepción popular, y la que se fundamenta en la percepción asociativa, propia de los individuos dotados de un mayor desarrollo intelectual, propio de la percepción culta.

En primer lugar, la dimensión estética tiene que ver con la percepción de los sentidos, lo que indica que la realidad de las cosas hay que tenerla presente, porque la dimensión estética no es una cosa aérea, no es un asunto abstracto, no es algo imaginario, ni es algo de la fantasía. La estética siempre está vinculada a la realidad sensorial de las cosas. Todas las cosas se manifiestan para nuestros sentidos; quiere decir, que nosotros estamos en capacidad de entrar en relación con las cosas. Entonces, el sujeto que contempla es el primer aspecto; la realidad que se contempla es el segundo aspecto; y la relación que se establece entre el sujeto que contempla y la realidad contemplada es necesaria para la vivencia del sentimiento estético y para la realización de la creación artística. Es importante tener claro este criterio, de que el concepto de lo estético (y la estética en general), siempre va vinculado a la realidad, a la percepción de la realidad, no a la subjetividad, ni a la imaginación, ni a la fantasía.

En segundo lugar, el impacto que la realidad produce en la sensibilidad y la conciencia es clave para la creación; si nosotros no experimentásemos el impacto que las cosas producen en nuestro interior, no podríamos crear; es indispensable, por tanto, que se produzca ese impacto en la sensibilidad y la conciencia. Las cosas producen una huella en nosotros en virtud de nuestros sentidos, que nos ponen en comunión con las cosas. Entonces, la obra que contemplamos o la obra que producimos, la podemos realizar por la relación que establecemos con la realidad sensorial o con la cosa misma, pues el vínculo que se produce entre el sujeto y la cosa, es lo que genera el sentimiento estético; si no hay un vínculo entre el sujeto contemplador y la realidad contemplada, no habría sentimiento estético y, por consiguiente, tampoco habría obra artística.

La clave para producir el sentimiento estético es sentir. Se siente estéticamente, es decir, se pueden experimentar las sensaciones que las cosas producen en nuestra sensibilidad, pero para eso hay que sentir lo que las cosas proyectan. Para lograrlo, debe darse una actitud abierta, espontánea, libre, fluyente, natural en la percepción de la realidad para que los efluvios de la misma realidad y los fluidos de los fenómenos y las cosas penetren en nuestros sentidos físicos y metafísicos. Las cosas emiten fluidos, señales, irradiaciones, ondas, susurros, que no se ven, pero se sienten. Todo emite ondas o señales perceptivas, y es lo que implica que podemos sentir una simpatía o un rechazo por algo o por alguien. Se trata de ondas electromagnéticas que producen las cosas y los seres humanos, y que explican nuestra reacción ante las personas y las cosas. Constantemente emitimos ondas electromagnéticas, que la realidad también las emite, y esas ondas llegan a la sensibilidad, y la sensibilidad las capta y, al captarlas, las pasa al cerebro que las procesa. Quien tiene sensibilidad trascendente o sensibilidad caudalosa y empática puede sentir los flechazos de las cosas ya que todo tiene un efluvio, una emanación, una irradiación que se expresa como una onda en el aire, el agua o la luz en diferentes fluidos sensibles. De ahí que no podemos ser indiferentes a las cosas.

En la persona humana hay una actitud fundamental que genera el sentimiento estético. Esa actitud es emocional, pues se necesita una disposición afectiva del sujeto y un estado de contemplación para entrar en sintonía con las cosas. Es una actitud de contemplación desinteresada para que la realidad penetre en nosotros, pensando en alguien que quiera ejercitar su facultad creadora. Tengan presente que la relación que establecemos con las cosas, no es intelectual, ni imaginativa, ni volitiva; es una relación emocional y espiritual, afectiva y psicológica, es decir, una relación íntima de nuestra sensibilidad con la realidad de las cosas, y esa relación nos sirve de motivación para experimentar el sentimiento estético.

El sentimiento estético es la emoción que el sujeto experimenta ante la contemplación de un objeto, sea un paisaje, una persona, un cuadro. Si contemplamos un objeto y esa contemplación sacude nuestra sensibilidad, ese sacudimiento genera una emoción o un sentimiento, y ese sentimiento es estético.

El abordaje de la sensibilidad

La estética es la huella que una cosa produce en la sensibilidad, pero es una huella agradable como la belleza, que concita no solo la emoción estética, sino un sentimiento espiritual, una belleza profunda, una conmoción interior tanto de tipo físico como espiritual.

Los antiguos iluminados creían que la belleza conduce a la elevación del espíritu, ya que no genera solamente una sensación física, sino una emoción espiritual que produce una elevación del espíritu del contemplador, es decir, el sentido estético genera el aliento espiritual de la belleza sutil, ya que no consideramos la belleza solo en su aspecto físico, sino en la dimensión espiritual que se despierta en nosotros, como siempre ha ocurrido entre los contemplativos. Por esa razón, la doctrina de la contemplación estética enseña que hemos de contemplar entrañablemente la cosa para captar su esencia y su sentido. Una manera de decir que hay que profundizar en la vertiente estética para llegar a la verdad, para llegar al bien, para llegar a la espiritualidad. La experiencia mística es probablemente el estadio más elevado a que puede llegar la sensibilidad humana, y la experiencia mística existe cuando el sujeto tiene una vivencia entrañable y profunda con la fuente de la Divinidad, que puede llegar a un momento de éxtasis, de arrobo ante lo divino mismo, y hay quienes tienen la dicha de lograr un momento de fusión con la misma deidad. Eso no se da siempre cuando se busca, porque se trata de un don divino que se recibe cuando se nos da. La música, por ejemplo suele producir una emoción, la música elevada produce esa sensación, una sensación sublime, de arrobo espiritual. La pintura también puede producir esa emoción, como la produce todo gran arte.

Ese aspecto de la contemplación es una inclinación de la sensibilidad que tienen los niños, quienes aun estando con otros poseen la capacidad de apartarse del mundo real, abstraerse y evadirse para entrar en su mundo interior o vivir determinadas vivencias con cualquier realidad; pueden lograr una compenetración especial, en virtud de un fenómeno singular que se da en los niños, los poetas, los místicos y los locos. Ellos suelen tener un tipo de convivencia con la realidad circundante, y logran establecer una compenetración afectiva, emocional y espiritual con las cosas, de tal manera que durante esos momentos intensos de su vivencia, abstraídos de la realidad externa o de la realidad circundante, pueden experimentar un estado emocional, imaginativo y espiritual tan singular que, por ejemplo, mientras se encuentran contemplando una flor, como les sucede a los poetas, llegan a sentir como la flor, se identifican con la flor y a veces sienten que son la misma flor.

Una vez me contó Nidia Caro, la reconocida cantante boricua y mujer de una alta sensibilidad mística, que en una ocasión, mientras llovía, ella se puso a contemplar el árbol que se veía desde la ventana de su dormitorio y, en momento determinado, al ver que el agua caía sobre las ramas, se extasiaba contemplando cómo las gotas de agua caían sobre las hojas de los árboles, y al rato ella sentía que el agua que caía sobre las hojas estaba chorreando sobre sus espaldas, pero ella no estaba afuera mientras llovía, sino dentro de su habitación, y desde la ventana de su alcoba contemplaba la caída de la lluvia. Ese fenómeno de compenetración sensorial lo viven los contemplativos, los niños y los poetas en determinados momentos de sus vivencias, durante el estadio de una honda contemplación estética.

El sentimiento estético es una expresión de la sensibilidad que lo experimentan todos los seres humanos, en todos los niveles y en cualquier circunstancia; pero sucede que es diferente en una persona sin formación escolar o en quien tiene disciplina intelectual, con una alta escolaridad y, sobre todo, si esa persona tiene desarrollada la sensibilidad poética. El que ha desarrollado su sensibilidad poética despliega al más alto nivel el sentimiento estético, pero conviene advertir que una ama de casa común y corriente cuando está limpiando, cuando pone un adorno en la pared de su casa, cuando cultiva el jardín en el patio de su vivienda, eso es expresión del sentimiento estético, del goce estético, pues en la limpieza, en el adorno, en la organización o distribución del moviliario casero refleja también la valoración por la belleza.

En los creadores, artistas y poetas, el sentimiento estético tiene otro nivel, porque revela un estadio de la creatividad, ya que no solamente busca la expresión de la dimensión estética en las cosas, sino que hace de su creación una forma de exaltar una función estética y espiritual.

Hay personas que tienen una potencia sensitiva tan poderosa que experimentan dolor ante una emoción estética, ante una vivencia sensorial, ante una realidad estremecedora. Hay creadores y, sobre todo poetas, que al crear experimentan un dolor similar al dolor del parto, y sufren una angustia terrible, de tal manera que si no escriben o pintan o componen, es decir, si no se desahogan con la palabra, el pincel o el instrumento musical lo que sienten, hasta se pueden enfermar en virtud de su alta sensibilidad.

Garcilaso de la Vega hablaba del “dolorido sentir” que distingue a los genuinos poetas. Ese celebrado poeta español decía que los creadores experimentan un “dolorido sentir”, ya que viven todo, sufren todo y lo gozan todo, pues no son indiferentes a nada, como generalmente les sucede a los creadores de alta sensibilidad. Todo el mundo tiene sensibilidad, pero en algunos esa sensibilidad parece muy elemental, pues son indiferentes a muchas cosas, insensibles a las grandes manifestaciones del arte, la literatura, la música, la pintura, desde luego, a la filosofía, la teología o la mística. La dimensión de la alta cultura, de la cultura humanística no cuenta para ellos, porque su sensibilidad está en su mínima expresión; pero cuando se tiene una caudalosa sensibilidad en su máxima expresión, los sujetos dotados con ese nivel profundo en su sensibilidad no son indiferentes a nada, y tienen que valerse de algún arte para canalizar lo que mana de su interior, porque tienen una sensibilidad altamente potenciada, y si no canalizan sus sentimientos se pueden enfermar. Entonces, hay que verter hacia afuera lo que la sensibilidad experimenta dentro, no solo para sentir, no solo para sentirnos bien, sino sobre todo para crear. De ahí el alcance y la función de la sensibilidad y la potencia creadora de nuestros talentos.

Cauce creativo de la sensibilidad

La palabra es el mejor mecanismo de desahogo, la mejor herramienta de expresión, el mejor instrumento para verter todo lo que experimentamos en el hondón de nuestra sensibilidad. La palabra libera, ya que mediante la voz de la creación expresamos angustias y obsesiones, liberamos tensiones y ansiedades, canalizamos miedos y traumas, y, por supuesto, plasmamos nuestro poder creador. Tanto la palabra, como el poder de reflexión, intuición y creación, constituyen el signo del Logos, el más alto atributo que hemos recibido de Dios. Con el don de la palabra, que es lo mismo que decir, el don del Logos, encauzamos los talentos de nuestra interioridad.

La sensibilidad capta las señales de la realidad material, pues la realidad emite constantemente señales, vibraciones, fluidos, efluvios o manifestaciones sensoriales que captan nuestros sentidos físicos, y manifestaciones suprasensibles que perciben nuestros sentidos metafísicos. El poder intelectivo de nuestra mente descifra la realidad de las cosas, su función y su significado. Nuestra sensibilidad capta la realidad, pero nuestra sensibilidad no la descifra; es nuestra inteligencia, el intelecto de nuestra mente o el poder intuitivo de nuestra conciencia la que procesa y descifra el significado de la realidad; por esa razón Aristóteles decía que nada llega al intelecto si antes no pasa por los sentidos, porque nuestros sentidos corporales son los canales que encauzan las señales de la realidad. Los sentidos son las antenas de percepción de nuestra sensibilidad a cuyo través captamos las señales de la realidad y que la inteligencia interpreta. Lo que hace la sensibilidad es captar las señales de la realidad. Lo que hace la inteligencia es procesar e interpretar esas señales sensibles. Desde luego, la percepción de los sentidos funda los conocimientos que tenemos de las cosas, porque nosotros tenemos un conocimiento del mundo, conocimiento que nos llega por el contacto de nuestros sentidos corporales con las señales sensoriales de las cosas; y esas señales son las que hieren nuestra sensibilidad a través de los sentidos, y son la base para nutrir la sensibilidad estética y la sensibilidad espiritual. Por esa razón la estética está vinculada con la sensibilidad, ya que la estética es la expresión artística del sentir.

Vamos a enfocar la dimensión estética de la realidad y la manera de abordarla ya que no se trata de un objeto físico, aunque proviene de la dimensión material de la realidad.

En primer lugar, tenemos la belleza sensorial de lo viviente que las cosas reflejan y que, desde la perspectiva de nuestra percepción de la realidad, descubrimos los datos sensoriales de las cosas que captan nuestros sentidos corporales o sentidos físicos. Ahora bien, a la luz de la de la obra de creación podemos enfocar los aspectos que generan una fascinación o un deleite, que comúnmente llamamos el placer de los sentidos. Es decir, se trata de dos aspectos diferentes: la dimensión estética de la realidad sensible y la dimensión estética de la obra creada por el hombre.

En segundo lugar, podemos observar la dimensión sensorial en dos aspectos diferentes: las sensaciones  y los sentimientos. Sensaciones son las reacciones de nuestros sentidos corporales ante el influjo de las cosas; sentimientos son las reacciones de nuestra interioridad ante lo que perciben nuestros sentidos corporales. El sentimiento se vincula con el alma y con nuestros sentidos metafísicos, vínculo que genera el encanto espiritual que las cosas suelen despertar en nuestro interior.

En tercer lugar, podemos hablar de la huella, el efecto de la belleza o la dimensión estética de las cosas en la creatividad porque la dimensión estética genera en nuestra sensibilidad determinadas reacciones que concitan o despiertan nuestro talento creador. Tenemos estimulaciones sensibles (visuales, gustativas, olfatorias, auditivas y táctiles), que generan las sensaciones corporales placenteras o dolorosas. Y también concitan las emociones anímicas, que pueden ser gratas o desagradables. Pues bien, el talento creador, en el ámbito de la sensibilidad, se manifiesta en la creación de obras de arte vinculadas con las sensaciones de los sentidos físicos: visuales (pintura, decoración, fotografía), auditivas (música, ópera, parábola), gustativas (gastrosofía, arte culinario, repostería), olfativas (velas aromáticas, perfumería, incensario), táctiles (escultura, artesanía, dibujo) o combinadas (cine, danza, coreografía).

Conviene establecer la diferencia entre la REALIDAD SENSORIAL, la REALIDAD ESTÉTICA y la REALIDAD METAFÍSICA, determinantes en la fragua de la sensibilidad. La realidad sensorial es la faceta material, objetiva y tangible de las cosas, que comprende las sensaciones percibidas mediante los sentidos físicos. La realidad estéticaes el caudal interior de lo vivido y lo sentido mediante intuiciones, experiencias, visiones, conocimientos y recuerdos amasados en el fuero de la conciencia. Y la realidad metafísica es el ámbito de lo intangible, dimensión a la que llega la sensibilidad trascendente mediante la percepción de estelas, susurros, irradiaciones, sueños, ondas y revelaciones sutiles.

El impacto de la belleza, tanto de la realidad sensorial como de la realidad metafísica, tiene variadas manifestaciones y efectos diversos. La belleza concita la sensibilidad, especialmente la sensibilidad estética y espiritual, de tal manera que los místicos, entre ellos Platón y san Juan de la Cruz, sostenían que la belleza culmina en Dios. Eso confirma que además de la sensibilidad física hay una sensibilidad espiritual, es decir, que podemos apreciar el sentido sensorial y espiritual de lo estético, el efecto de la belleza en nuestra sensibilidad y en nuestra conciencia, especialmente en contemplativos y creadores.

También se puede enfocar la realidad estética como cauce y fuero de los sentidos. Eso implica que podemos valorar la fascinación que algo nos produce, es decir, las sensaciones y las emociones que una determinada realidad genera en la sensibilidad y la conciencia.

Cuando hablamos de expresión estética, no siempre tiene que la dimensión de la belleza, sino con alguna manifestación que hiera los sentidos. Normalmente, la estética implica la belleza, pero comprende también todo lo concitado por los sentidos, que no siempre es lo bello de las cosas. Por consiguiente, se puede describir la manifestación estética de cualquier faceta sensorial de la realidad. Se puede describir lo que está sucediendo, lo que nuestra sensibilidad percibe de la realidad, sea por cualquier dimensión de los sentidos corporales a través de la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. También se puede apreciar la vertiente afectiva o la faceta espiritual que la realidad produce en el interior del sujeto, lo que es otra dimensión de la consideración estética, pero el impacto afectivo, psicológico o espiritual que lo real provoca en la sensibilidad, es decir, el goce o el dolor que genera en el espectador o contemplador es también una dimensión de la vertiente estética. Igualmente se puede valorar la fruición de índole espiritual que la realidad genera en el interior del sujeto. De igual manera se puede enfocar la intuición de lo estético, porque una realidad puede ser asumida y sentida por varias personas que la contemplen, y esa realidad influye de manera diferente en la sensibilidad estética de cada contemplador. Se podría apreciar un mundo de sensaciones y emociones en los contempladores, y en otros no inspirar nada. Es decir, cualquier realidad sensorial puede ser una chispa que atice o encienda la capacidad estética del contemplador; eso indica que en un determinado contemplador hubo una sintonía con algún dato de la realidad ya que pudo sentir algo de esa realidad, porque para emocionarse hay que sentir, y para crear hay que sentir, y para vivir hay que sentir, pues nadie vive, ni se emociona ni crea si no siente. Por eso decía Rainer María Rilke que lo más importante es sentir, como lo experimentó el famoso poeta alemán. La mayoría de las personas sienten, pero no saben cómo expresarlo, porque no han desarrollado la capacidad expresiva para plasmar lo que viven y sienten. Pero los poetas, como dijera William Blake, saben “ver un mundo en un grano de arena”. El ilustre poeta inglés pensó en el tigre, y escribió uno de los poemas más hermosos sobre esa temible fiera de la selva. El poema de William Blake es el siguiente: “Tigre, tigre, que te enciendes en luz/ por los bosques de la noche./ ¿Qué mano inmortal, qué ojo / pudo idear tu terrible simetría? /¿En qué profundidades distantes, en qué cielos /ardió el fuego de tus ojos?/ ¿Con qué alas osó elevarse?/ ¿Qué mano osó tomar ese fuego?/ ¿Y qué hombro, y qué arte /pudo tejer la nervadura de tu corazón?/ Y al comenzar los latidos de tu corazón/¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?/ ¿Qué martillo? ¿Qué cadena?/ ¿En qué horno se templó tu cerebro/ en qué yunque? ¿Qué tremendas garras osaron sus mortales terrores dominar?/ Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas/y bañaron los cielos con sus lágrimas/ ¿sonrió al ver su obra?/ ¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?” (William Blake, Ver un mundo en un grano de arena, Madrid, Visor, 2009, p. 195).

En el proceso de creación, la memoria sirve para nutrir con base firme la sustancia de la creación. No solo registra y guarda nuestras intuiciones y vivencias, sino que alimenta todo lo que podemos crear, recordar y evocar,  todo lo que hemos sentido y vivido, porque la memoria va a ser la generadora de lo que en literatura se llama “realidad estética”. La realidad estética es el caudal de intuiciones, vivencias y experiencias, de conocimientos acumulados que se van registrando y que se guardan en un sitio de la mente, en un archivo que tenemos dentro de la conciencia. De la misma forma, en el Universo hay también un archivo de cuanto ha acontecido a lo largo del tiempo. Por ejemplo, lo que nos ofrece la computadora es una imagen de la computadora del Universo. Todo lo que se archiva se guarda en un registro cósmico. Antes de que existiera la computadora todo ha estado guardado en un lugar del Universo y no lo sabíamos; pero hay poetas que lo intuyeron, y hay iluminados y místicos que intuyeron esa realidad antes de que lo descubriera la ciencia. Por eso los antiguos místicos hablaban del Numen, que es la memoria de la sabiduría espiritual del Universo. Sabemos que el Universo tiene una sabiduría, así como cada uno de nosotros puede crear su propia sabiduría. Los primeros que intuyeron el inconsciente colectivo fueron los poetas. Luego fue certificado por psicólogos y psiquiatras. Cuando Freud habló por primera vez de la existentica del inconsciente colectivo los intelectuales lo felicitaron por ese gran acierto, pero el psiquiatra alemán advirtió que no había sido él el descubridor del inconsciente, pues según sus palabras, ya lo habían descubierto los poetas al plasmar el conocimiento de esa realidad psíquica en sus imágenes y símbolos del inconsciente. Es decir, antes que Freud, lo intuyeron los poetas, sobre todo los poetas metafísicos y místicos que abordan la realidad en su hondura metafísica y simbólica con la capacidad de penetrar en esa zona misteriosa, sagrada y secreta del Universo, porque poseen un cordón umbilical en sus neuronas cerebrales para sintonizar la sabiduría secreta del Numen, y en tal virtud tienen el poder que los conecta con esa energía sagrada, con la energía cósmica y con la Divinidad. Entonces, hay una intuición de la belleza sutil, que es la belleza espiritual, sublime y divina, como también puede lograrse una valoración de la verdad y la belleza, o ver en la belleza una expresión de la Verdad sublime y del Bien universal.

La huella de la realidad metafísica, como la elevación mística y la creación artística, conducen al ascenso espiritual. De ahí la valoración del arte y la belleza como un camino hacia lo divino. En la concepción espiritual de alta estirpe el ideal de belleza siempre ha concitado un sentido espiritual porque se percibe como algo inherente a la armonía cósmica. Y eso obedece al influjo de muy antiguas esencias que desde la sensibilidad profunda han inspirado la inclinación espiritual de pensadores, iluminados y estetas.

® Bruno Rosario Candelier

 

Cajoneca, monda y lironda/*honda y lironda, pro bono, exiliar

Por Roberto E. Guzmán

CAJONECA

El poder de inventiva de los dominicanos no conoce límites. Ese es un recurso muy bien explotado por la inteligencia dominicana. El ingenio dominicano crea palabras que se avienen  muy bien con las circunstancias. Esta del título que se expondrá en el cuerpo de esta sección es una muestra de lo dicho más arriba.

Muchas personas se preguntarán, ¿qué es eso de cajoneca? Es una voz de escasa circulación en el español dominicano; sobre todo en los últimos tiempos en que los avances científicos han dejado en el olvido muchas cosas.

La voz del título tiene relación con la palabra caja, o cajón; pero no es una colección de cajas, o puede serlo, pero eso no es lo que designa la voz.

Se hace necesario agregar a lo ya escrito que la voz cajoneca se utiliza en la mayoría de los casos en un tono jocoso, festivo, divertido.

Con la voz cajoneca se refiere el dominicano a su magra colección de libros que todavía no ha adquirido el carácter de biblioteca, y que sobre todo reposa en cajones; es decir, no están los ejemplares colocados en libreros. En otras palabras, es una colección de libros que no ha alcanzado la categoría de biblioteca y que permanece en cajas o cajones, de allí el nombre.

 

MONDA Y LIRONDA – *HONDA Y LIRONDA

“. . . porque la realidad *HONDA Y LIRONDA es que. . .”

Los sonidos juegan malas pasadas a algunas personas. El instinto del ser humano es identificar un sonido con algo que es conocido. Eso parece que fue lo que sucedió en la frase que consta a manera de ejemplo de empleo errado.

La honda que el dominicano conoce es el tirapiedras, es decir, es la horqueta con material elástico que sirve para lanzar piedras. Es el tirachinas del Diccionario del español dominicano (2013:659).

La palabra monda puede ser una conjugación del verbo mondar, que en el español dominicano corresponde al verbo pelar, sobre todo para referirse a frutas, hortalizas y tubérculos. La monda puede ser la cáscara que se retira de los antes mencionados cuando se pelan. Además, puede ser el sustantivo que corresponde al verbo mondar. La monda es también la persona que causa mucha risa. En el registro coloquial es el colmo.

Mondo, da y lirondo, da es una locución adjetiva que se usa para significar que algo es limpio, sin añadidura alguna. Cuando el sentido de mondo se refuerza con lirondo, se acentúa el grado de mondo, esto es, limpio (¿liso?). Limpio, libre de cosas añadidas, superfluas, mezcladas o adherentes.

Por su condición de locución no admite un cambio del tipo que se hizo en la cita, pues esta intromisión saca la locución fuera de su sentido original.

 

PRO BONO

“. . .envió suministros humanitarios PRO BONO. . .”

Este pro bono es un latinismo de poca circulación en español. Es más conocido en lengua inglesa. En su condición de expresión latina, es considerada como latinismo que no se ha incorporado a la lengua española y debe escribirse en cursiva o entre comillas.

Se considera latinismo la palabra o expresión latina que se utiliza en una lengua extranjera al latín, que en este caso es el español. Anteriormente los latinismos pertenecían a la lengua culta, al léxico científico. En la actualidad muchos de ellos se han incorporado a la lengua internacional española. Una vez que se incorporan pueden dejar de escribirse en cursiva y algunos adquieren tildes para marcar la sílaba de mayor énfasis.

Puede ser considerado latinismo también un giro privativo de la lengua latina. El latinismo es un préstamo procedente de la lengua latina a una lengua extranjera.

No debe confundirse el nombre latinismo con latinajo, que es una voz de índole despectiva usada en el registro coloquial. En puridad debería guardarse la palabra latinajo para el latín malo; es decir, incorrecto.

La expresión latina pro bono sirve para denominar un trabajo o labor generalmente profesional que se realiza sin percibir pago o indemnización. En la mayoría de los casos en inglés la usan para las defensas que asumen algunos juristas sin recibir emolumentos. Es un trabajo que se hace gratis.

En el caso de la cita el latinismo está mal empleado. En este caso se ha empleado para “suministros”, que no es un trabajo, sino una contribución en especie. Este tipo de error ocurre en los casos en que los escribientes trasladan conceptos de una lengua a otra.

 

EXILIAR

“Soplaron tan fuertes que lo EXILIARON de sus responsabilidades. . .”

Desde el inicio debe aclararse que el verbo soplar aquí está usado en sentido figurado, por lo tanto no hay que sorprenderse. No ha de tomarse este verbo en sentido literal, estricto.

El centro de atención en este apartado es la forma en que el redactor de la frase utiliza el verbo exiliar. Esta es la primera vez que se encuentra ese verbo usado de esta forma, por eso llama la atención.

En tanto verbo transitivo exiliar es condenar al exilio. Exiliarse es verbo que puede tomar la forma de intransitivo pronominal. En esa función es “marcharse una persona de su país por razones políticas”.

El exilio es la “separación, voluntaria o forzosa, del propio país, por razones políticas”. Diccionario del español actual (1999:2067).

En algunos casos hay personas que utilizan una palabra y lo hacen de modo metafórico. En los casos en que no son tropos usuales es un riesgo que corre quien así escribe, sobre todo si es una metáfora literaria como la llama D. Fernando Lázaro Carreter, que él define así: “que pertenece al habla, como modalidad individual de un escritor o un hablante”. Diccionario de términos filológicos (1962:275).

En poesía los tropos son muy frecuentes. En literatura hay tropos que están prácticamente fosilizados, es decir, que a fuerza de repetirlos son conocidos por lo menos por los lectores cultos. Claro, cuando esto hace un literato hay que tomar este recurso como una libertad reconocida.

© 2018, Roberto E. Guzmán

Nublazón, forzar el mingo, ejido/*egido, apretuje

Roberto E. Guzmán

NUBLAZÓN

“. . . y gastar sumas de fábula en una NUBLAZÓN propagandística. . .”

Ocurre a veces que el deseo de comunicación de quien escribe no se cumple. O si se cumple, lo hace de modo muy confuso, de suerte que el lector tiene que recurrir a un ejercicio de desciframiento. Eso que se acaba de exponer es lo que ha sucedido en la frase que se copió más arriba. A continuación se analizará el asunto para desenredar la madeja.

Para comenzar se hace necesario recordar que la voz nublazón no es reconocida por todo el universo de hablantes de español.  En Cuba, México y República Dominicana posee el significado de nubosidad. En Cuba también tiene el significado de  “opacidad en la vista”. La opacidad de esta definición ha de entenderse por falta de claridad o borrosidad. La nubosidad que se mentó antes es la abundancia de nubes; que indica que algo está cubierto de nubes.

Salta a la vista que las sumas gastadas en propaganda no cubren de nubes el mundo, por mucho dinero que en ello se invierta. Para llegar al meollo del mensaje hay que llegar a este por medio de inferencias.

Cuando en el cielo hay nublazón, se presume que eso entorpece la claridad, que oscurece el día porque el sol no puede penetrar a través de estas con la misma intensidad.

Así puede presumirse que la idea es que la dimensión de la propaganda fue tal que oscureció el entorno de modo que no permitía hacer un juicio certero acerca de lo que existía en la realidad de los hechos.

No cabe duda de que este ejercicio para entender la frase fue más largo de lo acostumbrado. Una de las cualidades que se resaltan en las redacciones de todo tipo es la claridad expositiva. Aquí se falló al no lograrse ese propósito como quedó demostrado.

 

FORZAR EL MINGO

“. . .FORZANDO EL MINGO de las primarias abiertas. . .”

La expresión que se encuentra en la cita es de uso muy frecuente en el habla de los dominicanos. A pesar de su origen no solo se la oye en el ámbito de los salones de billar.

El mingo es la bola de billar que se pone en cabeza de la mesa para abrir una partida de billar. Hasta donde la memoria alcanza esta es de color blanco.

El verbo que acompaña la locución verbal -forzar- hay que recibirlo en las funciones de ejercer presión, obligar a que se haga algo, hacer que la voluntad o la conducta de otros varíen en un sentido previamente establecido. Es una acción sobre la voluntad ajena para lograr determinados propósitos.

El Diccionario fraseológico del español dominicano (2016:318) asienta que la locución vale para expresar, “persistir en obtener o lograr algo sin el resultado esperado”. La segunda acepción es “extralimitar los recursos para conseguir algo”.

Una vez expuestas las acepciones los lectores quedan en libertad de interpretar en el caso de la cita si se refiere a la persistencia del accionar o a los recursos invertidos.

 

EJIDO – *EGIDO

“Él fue el donante del solar donde se erigió el EGIDO.”

Llama la atención en la frase transcrita que la persona que la redactó incluyera en ella palabras cultas y, sin embargo, cayera en el error de incorporar una voz que no se encuentra recogida en los diccionarios de la lengua española.

*Egido es una voz que no consta en diccionario alguno. Por el sentido de la frase se deduce que el autor de esta quiso colocar allí la palabra ejido que es la reconocida en el español internacional.

Se hace oportuna la ocasión para estudiar el vocablo que sí es de conocimiento del universo de hablantes de español, ejido, pues es interesante, sobre todo si se tiene en cuenta que en República Dominicana posee una acepción que es de uso privativo en esa comunidad de hablantes.

La acepción registrada por las Academias para la palabra ejido es, “campo común de un pueblo, lindante con él, que no se labra, y donde suelen reunirse los ganados o establecerse las eras”.

La palabra ejido es importante en la historia americana. En México tiene una larga historia porque allí es, “Forma de propiedad de la tierra que consiste en la asignación estatal de un terreno  a un grupo de campesinos para su explotación colectiva”. Así se llama también al terreno que funciona bajo este régimen de propiedad. Además, se llama ejido a la sociedad de campesinos copropietarios de un terreno que funciona bajo este tipo de normativa.

Tal y como se anunció, en República Dominicana es, “Territorio que corresponde a la jurisdicción de un municipio”. Esta acepción es compartida con Argentina, donde la palabra pertenece al registro culto.

Así queda probado que ejido es un vocablo importante en la América Hispana. La primera acepción que se consignó es la que registra el Diccionario de la lengua española. Las otras acepciones se encuentran en el Diccionario de americanismos.

 

APRETUJE

“La mujer rubia, alta y de experiencia en el rostro venció el APRETUJE. . .”

Cada día se encuentra una voz nueva que se añade a la lista de las ya conocidas. En la mayoría de los casos estas palabras nuevas salen del pueblo llano y designan de una manera más corta lo que la lengua ya ha denominado con otros vocablos más largos.

Se evaluará aquí el patrón que ha podido observarse en la formación de palabras de este tipo; es decir, de sustantivos que ya tienen antecedentes en la lengua, pero más largos y que son favoritos de los estratos cultos de la población.

En la frase copiada a manera de ejemplo se observa un acortamiento de lo que se supone que es la palabra original en el proceso. Con este tipo de cambio, acortamiento, se cumple con uno de los fenómenos que se observa en las lenguas que es la economía de tiempo y espacio.

En el ejemplo comentado en esta ocasión se observa que no se ha añadido una terminación a un verbo. Quizás lo que se ha hecho va más allá de acortar el sustantivo conocido que es apretujamiento, para acortar el verbo mismo, apretujar e imprimirle así al resultado de esta operación el valor de sustantivo.

Con este apretuje no se añade una de las terminaciones usuales en América, especialmente una de las usadas en Centroamérica, sino un acortamiento que se ha encontrado en otros casos.

De la exposición que antecede puede inferirse que apretuje en la frase transcrita reemplaza a apretujamiento y que la mujer pudo vencer el apiñamiento o amontonamiento de personas y desplazarse entre ellas.

Apretuje se encuentra en el verbo apretujar en el imperativo, que en América se usa para usted. Así mismo está en el presente del subjuntivo, para “yo, usted, él, ella”.

Antes de cerrar esta sección hay que mencionar que el verbo apretujarse, en tanto transitivo pronominal en Puerto Rico se usa para “abrazarse y besarse una pareja de manera prolongada y lasciva”. Quizás logró la rubia alta librarse de este abrazo.

© 2018, Roberto E. Guzmán

«La luz se ha refugiado en el sendero» (Ramón Emilio Reyes, España, Editorial Círculo Rojo”, 2013)

Por Fausto Leonardo Henríquez

Miembro correspondiente de la ADL

La novela La luz se ha refugiado en el sendero está considerada por Giovanni di Pietro y Bruno Rosario Candelier, dos eminentes críticos y conocedores de la literatura dominicana de todos los tiempos, como una de las novelas imprescindibles para comprender y completar la novelística de la época de la dictadura trujillista en la República Dominicana.

La luz se ha refugiado en el sendero y El Testimonio, de Ramón Emilio Reyes, se unen por época y por excelencia, a las obras Judas y El buen ladrón de Marcio Veloz Maggiolo, y Magdalena, de Carlos Esteban Deive. Quien sabe de estos escritores comprenderá que asociar el nombre de Ramón Emilio al de ellos es una clara señal de que estamos, con toda seguridad, ante un escritor de primer orden en la narrativa dominicana.

Después de leer la novela me he hecho estas preguntas: ¿Qué he podido apreciar en mi lectura de La luz se ha refugiado en el sendero? ¿Qué resortes son los más llamativos? ¿Hacia dónde apunta esta novela? Sin pretender ser exhaustivo, ni mucho menos, arriesgo algunas claves para los lectores potenciales.

Se constata en la obra un lenguaje depurado, con una prosa engarzada de imágenes poéticas que hacen atractivo el discurso y la comprensión de presentimientos, sentimientos, emociones, personajes y paisajes. El tono poético eleva el valor de la obra. Esto es, tal vez, junto a la trama y la técnica, y al trasfondo histórico que la envuelve, su mejor logro. Pero no hay que precipitarse, porque hay muchos resortes más, como se podrá ver.

El escritor recurre al mundo de los sueños, las visiones y las profecías. Hay instantes en que se puede palpar la atmósfera de Pedro Páramo de Juan Rulfo. Ese sutil hallazgo de “realismo mágico” permite al autor desvelar secretos mundos del alma humana. Especial acento hay que poner en el influjo que produce una maldición o profecía en la protagonista de la obra.

Para llegar a la visión, a la paz del alma, hay que pasar, así parece para quien nace en la desdicha, por muchas pruebas y dificultades, por muchas amarguras. La protagonista experimenta un mundo de pesadillas. Sin embargo, no se detiene, ella busca la calma, la bondad, la consecución de un ideal simbolizado en la visión, en la alta montaña. Se puede decir que realidad y deseo, onirismo y vía de perfección, cabalgan juntos en el relato.

La luz se ha refugiado en el sendero posee, como ya se ha insinuado, un cierto tono bíblico-profético que me hace recordar a los metafísicos ingleses. Al menos hay un trasfondo con reminiscencias bíblicas apocalípticas que atraviesa transversalmente la novela. Junto a este dato cabe mencionar la importancia que tienen las alegorías. El escritor emplea todos los recursos posibles para trabar bien su discurso y, entre esos recursos las alegorías bíblicas desempeñan un papel significativo. Por ejemplo, la alegoría de las ovejas hermosas y las vacas flacas que devoran a las ovejas; o la alegoría de las espigas maduras y las espigas esmirriadas que devoran a las primeras. Eso es lo que se constata, no lo que significan. Son claves, por otra parte, en la narración el campo, el huerto, el camino, Dios, la agricultura.

El narrador teje una trama con fuertes momentos de ternura y desgarramiento. Tanto, diría yo, que la protagonista queda sicológicamente agotada, hecha polvo. Ella, la protagonista, que es la que cuenta su vida, su historia y su mundo interior repleto de fantasmas y sus miedos, es una mujer con temores a la muerte, a las catástrofes, a los raros sucesos anunciados por una extraña profetisa. Ella se vuelve hacia sí misma. Trata de comprenderse y de verse ante la mirada ajena. Sin duda, es una mujer con el alma atormentada, el autor dice “paradójica”, si leemos bien, estamos ante un perfil de mujer con una alta dosis de bipolaridad sicológica. Sus miedos están relacionados con la muerte cercana de sus padres de edad avanzada, su soledad interior, el recuerdo recurrente y martilleante de anuncios de maldiciones sobre el poblado donde ella vivía. ¿Puede una mujer con ese perfil tener una esperanza? ¿Cuál sería su futuro?

A mitad de la obra, capítulos cuarto, quinto y sexto, el lector se hallará varios mosaicos narrativos de sumo interés. En ellos se verá cómo la protagonista realiza una boda sin noviazgo, una extraña relación con un personaje histórico -en la novela no dice quién- pero se puede conjeturar que se trata del dictador Rafael Trujillo, de quien aún hoy corre la fama de que muchas mujeres pasaron por su tálamo como objetos de placer desechable.

Aquí hay una finísima crítica al seductor hombre de poder y dominio. Ese extraño hombre, “lleno de odio”, “vestido de abandono” despertó los sentidos de la joven mujer del campo. Pero después de encender sus pasiones, la despidió con la misma frialdad con que había despedido a saber cuántas mujeres más.

La experiencia amorosa de la protagonista con el Jefe, fue pasajera. La desazón de sentirse objeto usado y desechado golpeó aún más el corazón atormentado de la joven mujer. Entonces un pozo de desencanto, amargura y culpa la invadió de tal suerte que solamente vino a sentirse viva otra vez al conocer a un nuevo hombre. Pero aun conociendo a este joven, ella seguía con su telaraña mental y emocional. Es decir, ella continuaba con sus visiones, sus paranoias, sus sentimientos de culpabilidad y sus desdichas. En realidad, ella misma era para sí misma su verdadero problema. Surge nuevamente la pregunta, ¿qué puedo pensar de una mujer cuyo mayor problema existencial es ella misma?

La protagonista lucha con sus pensamientos y sus sentimientos que no cesan de aparecer en el espejo de su mente. Su soledad se agiganta con la soledad y abandono de su padre, su madre y su hermana de crianza. Cada quien anda buscando su propia senda, a tientas. Su romance con el joven campesino es lo único que le devuelve a la realidad y le da sentido a su vida. Es esto lo que le da fuerzas para zafarse de las garras de su primer hombre que reaparece fugazmente. ¿Pero se sostendrá ese romance siendo ella esquizoide? Eso se verá en lectura.

Si lo comentado hasta aquí ilumina un poco aquellas preguntas que planteamos al principio, a saber: ¿qué resortes son los más llamativos? ¿Hacia dónde apunta esta novela?, entonces podemos acabar este breve comentario a La luz se ha refugiado en el sendero, señalando los rasgos que, a mi entender, sobresalientes de la obra:

  1. El uso consciente de la palabra poética. Con esto el autor consigue embellecer su prosa cuidada, prueba esta de gran maestría. Si solamente sobresaliera este rasgo en al novela, bastaría para sostenerla de pie. Pero no, hay más.
  2. El uso de recursos bíblicos, proféticos y apocalípticos. Con ellos el autor introduce rasgos de la religiosidad dominicana, pero también servirán para poner de manifiesto el mundo interior de la protagonista, cuyo sentimiento de culpabilidad se acentúa hasta el último instante de la obra. “La definitiva madrugada” es la esperanza última que posee la protagonista para la alcanzar la paz, la calma, la luz de su turbulenta vida interior.
  3. El ruralismo. La atmósfera de la novela se desarrolla en el campo, con sus colinas, sus montañas, sus ríos, sus gentes.
  4. Retrato del dictador Trujillo. El autor aborda sesgadamente las pasiones sexuales, el carácter y personalidad de Trujillo. Prefigura su trágico final.
  5. Manejo de la sicología femenina. Este es otro de los fuertes del autor en esta novela. La aflicción, el desgarramiento interior de la protagonista -que afecta a los que entran en su vida- se contagia en el lector por el magnetismo y tratamiento que el escritor le da a sus estados de ánimo. Este es, seguramente, junto a la poética, el paisajismo rural, su segundo gran aporte de Reyes, el cual demuestra que es un profundo conocedor del alma humana.

Ramón Emilio Reyes deja el buen olor de su valioso trabajo literario. Quienes participaron de la puesta en circulación de esta obra en Barcelona, pueden darse por complacidos al tener delante a uno de los maestros de la novelística dominicana del siglo XX. Leer su obra será el mejor reconocimiento que le podemos dar.