La corrección en el decir o en el escribir no se puede medir en términos absolutos. La expresión correcta debe adecuarse, en primer término, a las normas gramaticales. Nuestros tiempos no son muy propicios al sometimiento a reglas establecidas. No nos gusta que nos digan cómo tenemos que hacer las cosas. Oímos frecuentemente decir que, aunque no sea correcto, si se entiende, es mejor dejarlo así. Los que siguen esta máxima como hablantes o escribientes se resignan a un empleo bajo mínimos de una extraordinaria herramienta expresiva: la lengua española. Los que estamos sometidos como oyentes a esta teoría del mínimo esfuerzo lingüístico nos vemos obligados a convivir con un uso mediocre, cuando menos, de nuestro patrimonio expresivo.
El español, como instrumento de comunicación compartido, exige de sus hablantes una adecuación respetuosa a sus normas, comunes a millones de seres humanos. Normas que no se inventaron ayer. Normas que hemos recibido como herencia de siglos de todos los que, antes que nosotros, hablaron la misma lengua.
La creatividad, tan valorada siempre, es un componente importante de la expresividad pero deja de ser efectiva cuando se sustenta en una expresión incorrecta. En este año 2010, en que estrenamos nuestra Nueva Gramática de la Lengua Española, no estaría de más que los hispanohablantes tomáramos conciencia de la importancia que para la expresión y comunicación personal y colectiva supone un uso correcto de nuestro mayor valor cultural: la lengua materna.
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© 2010 María José Rincón