La presencia sutil en la lírica de Gustavo González Villanueva
“Quien conoce su alma tiene
prados azules y cielos en las tardes”.
(Gustavo González Villanueva)
A Ekaterina Zamyshliaeva,
fulgor viviente con la gracia encarnada.
Gustavo González Villanueva encarna la voz lírica más alta de Guatemala y una de las voces poéticas más eminentes de las letras americanas en lengua española. Continuador de la tradición literaria de los excelsos cultores de los clásicos españoles, en la alforja de sus valiosas creaciones florece la huella de una antigua sabiduría y la onda de una línea estética y espiritual con un alto grado de edificación y paradigma.
La convicción de que en nuestro interior profundo subyace una luz que ilumina o una verdad que edifica, señal de que algo especial y trascendente pauta la inteligencia y la sensibilidad, permite asumir, desde la base de la propia conciencia, un ideal de vida basado en lo que alienta la más alta condición humana, meta que concita nuestras inclinaciones intelectuales, morales, estéticas y espirituales, fuente del goce que entraña SENTIR EN EL ESPÍRITU la llama que embriaga con hermosura y encanto.
La energía interior inherente al Logos que nos conforma, en virtud de nuestro vínculo entrañable con la Fuerza Superior de lo Viviente, explica el hecho de que todos formamos parte del Todo y, en consecuencia, un singular destino nos convoca en cuyo derrotero cada uno tiene, a su modo y manera, una singular vía con su peculiar rayo de luz para formalizar su meta establecida.
“Toda cosa es pregunta”, dice Gustavo González Villanueva en “Esperaba la tarde” (1). En “Ante el pálido lienzo de la tarde”, el poeta guatemalteco siente que el mundo se le ofrece con su esplendor jocundo:
Cuántas tardes han muerto
después de una mojada:
mas, esta tarde pálida,
húmeda y encorvada,
me halló a mí
en su camino
y me ofrece sus dalias,
sus geranios, con lágrimas
de todas esas tardes
que ya había olvidado.
(Esperaba la tarde, p. 3)
El hecho de que en nuestra ruta podamos coincidir en alguna vereda del camino hacia el destino final que a todos nos aguarda, indica que podemos compartir, en lo personal, material y espiritual, parte de los dones recibidos para canalizar nuestro trayecto en busca de la Luz. Impregnado de intuiciones y vivencias, Gustavo González Villanueva se ha prevalido de conocimientos y sabiduría, de andaduras fértiles y enriquecedoras, de contactos fecundos con la tierra y el hombre para amasar, como efectivamente ha amasado, las experiencias que fecundan su creación poética.
Humaniza el poeta la tarde, asignándole la angustia metafísica de saber que ha de perecer en virtud de su condición fugaz y pasajera (“La angustia de ser tarde/con las horas contadas”). A la condición transitoria de lo viviente, el poeta opone el advenimiento de la luz, índice de la esperanza redentora:
Poco a poco, trazo a trazo,
en el hombre se devela la trama
de su angustia de tarde
que le anuncia la noche
con la luz de un lucero.
En su pecho se he muerto
esta tarde mojada,
se le ha hecho de noche,
pero ahora es lucero.
(Esperaba la tarde, p. 4)
Nuestro poeta se ha empapado de los fluidos de la Naturaleza, de los efluvios de la Creación, es decir, de los datos sensibles y suprasensibles del Cosmos cuyo hondo perfil despliega su lírica en virtud de su fecunda sensibilidad trascendente cuyas antenas perceptivas captan la sustancia que fundan su creación y sus vivencias.
Como visionario del sentido subyacente en las cosas que pasan, el poeta desplaza en la tarde el anhelo del vate que aguarda la voz honda de la Creación. Se trata de apuntar y aludir a una singular Presencia subyacente en la lírica del poeta guatemalteco con la gozosa convicción de su alto designio, que nuestro poeta plasma mediante el poético procedimiento del desplazamiento calificativo (2), una manera de ver poéticamente el mundo y, desde luego, de canalizar el secreto susurro que alienta su espíritu:
La tarde esperaba
la voz,
la del novio,
llamándola queda,
como en un susurro:
-no se entere el viento,
no se entere el fuego,
tan solo se entere
quien debe enterarse.
La tarde esperaba
desde hacía siglos
la voz,
que llegara,
que le diera aliento
y que le dijera:
-Terminó tu espera.
Ya en el horizonte
no escrutes más signos
ni cuentes los días…
(Esperaba la tarde, p. 7)
El poeta guatemalteco tiene plena conciencia de que su capacidad de sentir le fue dada para articular la obra con la sustancia que edifica y el esplendor que engalana el buen decir. Por eso el “dolorido sentir” de lo viviente, como intuyera Garcilaso de la Vega en los genuinos poetas, forma parte de su talante expresivo. La realidad no le ha pasado sin pena ni gloria: lo vive todo, lo disfruta todo, lo sufre todo…y, entonces, puede escribir sobre los aspectos vitales de las cosas y enfocar el sentido de hechos y fenómenos, por lo que sabe consignar lo que impacta el hondón de su sensibilidad y su conciencia.
Con el eco insonoro y la huella fecunda de la estirpe aureosecular de las letras hispanas al modo de Quevedo y Góngora, el poeta centroamericano lo dice a su aire lírico, estético y místico: “Penumbra sí/mas no de ocaso”. Entonces, en su discurrir traslaticio y simbólico desgrana esta verdad poética que su intuición devela:
Cálida, sí, como inefable,
dulce y tibia la luz
que a todo hombre que nace
le acompaña
a su sitio de honor
en el gran Cosmos.
Lucero le hace, estrella le hace,
y brillar, justo en su puesto
que nadie le puede quitar
porque es su puesto.
La tarde espera
la luz intermitente
de tu nueva estrella.
(Esperaba la tarde, p. 9)
En el contenido profundo de su lírica entrañable percibo el SENTIDO MÍSTICO subyacente en su valoración del amor y la piedad universal, nivel de espiritualidad que revela, no solo la belleza de sus sentimientos, sino la hondura a que llega su interior profundo al conectar la inclinación de su sensibilidad interior con la llama misma del Amor supremo, faceta que enaltece sus maravillosos dones. Su obra lírica forma parte de la exquisita legión de autores que la llama espiritual distingue. ¡No se puede ignorar a quien sabe concitar tan inmensos efluvios trascendentes!
En efecto, nuestro admirado poeta se compenetra con la tarde, esa instancia del tiempo en que cada día reverdece la luz y la esperanza, hasta sentir que la tarde, cada tarde, propicia una suerte de coparticipación con lo viviente, signo y cauce de la sensibilidad mística del lírico antigüeño. Por eso, al sentirse uno con lo existente, como la tarde que lo convoca a cantar su fluir viviente, advierte el aura de lo divino mismo:
Luminosidad
no deslumbrante
ni brillante,
sino cálida y suave,
cálida y suave
como la caricia
de la madre
cuando besa a su infante.
¿Quién besa la tarde
con tanta suavidad,
tanta ternura?
¿Eres tú?
¿Alfa y Omega,
cercano Dios lejano?
(Esperaba la tarde, p. 14)
La metafísica deslumbrante se deja provocar: aflora con su poliedro de luz en la sombra, bajo el decir lírico y estético de nuestro singular poeta: “Pedrería en el río/con la luz de la tarde”. Y se amuchan las emociones. Y se anonada el alma ante la vaporosa presencia del Misterio. Y crea frases que desconciertan por la antítesis implicada o la paradoja soterrada: “El eco de los silencios/es más profundo y vibrante…”.
El agraciado poeta centroamericano tiene en su haber un caudal lírico que hereda de las alforjas centenarias de las letras hispanas y enriquece con el aliento de las cosas singulares de su tierra y la singular huella de la Presencia invisible que atiza su sensibilidad profunda, caudal que suma a su vigorosa sensibilidad estética, a su fecunda sensibilidad cósmica y a su portentosa sensibilidad mística. Tiene nuestro poeta la dicha de percibir la gozosa Presencia del más grande aliento que el espíritu humano puede sentir, lo que se convierte en una razón profunda para cantar desde la nueva armonía que concita su lira y su entusiasmo:
Esta tarde renazco
con el suave y tierno verdor,
con el aroma.
Un airecillo frío
agita, como dedos de arpista
las cuerdas
de una nueva armonía.
Es tarde.
Entre las hojas secas
tímidamente broto.
¡Nueva armonía!,
cuerdas del corazón,
piano,
forte,
forzal de sentimientos:
fortísimo, pianísimo…
(Esperaba la tarde, p. 21)
La belleza de su lírica interior cautiva el alma. Fascina esa manera dulce y elocuente de decir las cosas con la emoción pura y diáfana de sentir lo que los espíritus sutiles saben percibir. Ahí radica el encanto y la fascinación de la creación poética de Gustavo González Villanueva. Todo su ser parece experimentar un júbilo entrañable al sentir la presencia inmaterial de un aliento iluminado, presencia intangible que recrea bajo el requiebro de la luz y el fulgor de la encendida llama de la dolencia divina. ¿Cómo puede lograr esa forma sutil que hace sentir lo inalcanzable? Si tuviera que describirlo como lo entiendo, podría decir que el poeta guatemalteco es un ser impregnado de una energía secreta con la llama de lo divino mismo.
Como es la persona lírica, así el mundo, el ambiente, la tarde. Ensimismado en su dintorno, despliega hacia el exterior lo que sus sentidos captan y lo que cautiva su alma, conciliación de actitudes y sentires bajo la fragua de la luz y de la Presencia secreta:
Empapada de silencio,
la tarde acurrucada
está en el vano
de mi puerta.
Yo, también, ¡silencio!,
acurrucándome estoy
en mi silencio:
oración.
(Tarde de azahar, p. 34)
A veces, en la mirada subjetiva de las cosas, lo que está delante de los ojos no es como es, sino como lo percibe el contemplador. Entonces las cosas son como las interiorizamos en la conciencia. ¿Visión deformada de la realidad? No, visión tamizada por la actitud del visionario. Por eso ante la valoración de las cosas afloran dos posiciones: la verdad de juicio y la verdad de hecho, que suman la percepción y la estimación de lo existente. Por eso la importancia de entender la actitud lírica y estética:
El espíritu infunde
a la pálida tarde,
un aliento de gozo,
de esperanza, de vida,
y la tarde se torna
pentagrama glorioso,
sinfonía a mil voces
de criaturas que cantan,
instrumentos que suenan;
y la música sacia
a los niños hambrientos;
da coraje al migrante,
y al náufrago lo salva
y al condenado a muerte
nueva vida le alcanza.
El espíritu sopla
donde quiera que hay alguien
que tiene alma y que ama:
ni cárceles ni jaulas,
ni radares ni armas
lo cautivan o matan…
Es amor, y no muere.
(Tarde de azahar, pp. 42-43)
Las cosas fluyen con su tozudez impertérrita. Y no podemos alterar el derrotero de lo que ha pautado el ordenamiento de lo viviente, con su asignado curso. Ya los antiguos taoístas enseñaban que hay que proceder según el fluir del Tao y dejar que las cosas procedan. “Dios hace que las cosas sean”, decía Pierre Teilhard de Chardin. El padre Gustavo lo dice a su modo lírico y estético:
Déjala ir, déjala ir.
Ni tus ojos ni tus manos
podrán, nunca jamás,
retener la flor de hoy
ni la de ayer.
(Tarde de azahar, p. 48)
Su versificación pone magia en la imaginación y alas a sus palabras. Su diseño formal concita el hechizo de lo viviente bajo la fragua de su sensibilidad encendida y luminosa. Sus vivencias tienen un sentido y, de alguna manera, una peculiar empatía con la Fuerza Espiritual del Cosmos. Ese rasgo de su sensibilidad existe y de momento le inspira pensamientos, intuiciones y vivencias, al tiempo que abre el cauce de su creatividad de manera entusiasta y positiva. Ese sentimiento hace que quiera inyectar en sus palabras la apelación por el sentido de la vida sintiéndola en todas sus formas, colores y facetas.
En ese fluir de lo viviente las cosas se engullen unas a otras por un ordenamiento del Creador del Mundo. El poeta de Guatemala crea una hermosa imagen con un valor indicador del simbolismo que sugiere:
El caracol mira la playa.
La playa lo mira a él.
Las espumas de las olas
bordan instantes de playa
y el caracol, ¡casi piensa!,
casi piensa, que es playa
no caracol.
La playa bebe la espuma
¡y el caracol!,
el caracol ya no está.
(Tarde de azahar, p. 48)
Nuestro poeta tiene el don para intuir lo que las cosas esconden en su secreta alforja. “Ver un mundo en un grano de arena”, decía el poeta inglés William Blake. Con hondo sentido de su mirada trascendente, el poeta antigüeño deja correr estos sentidos versos:
Lavara yo la herida de la lanza,
con la lágrima viva de la madre.
Lavara yo la herida del costado,
si tuviera su llanto.
(Tarde de azahar, p. 50)
El poeta curcutea en la memoria lo que subyace de las vivencias idas. No solo ve lo que las cosas son, sino que ausculta lo que esconden:
Recordar es pasar
por donde ya pasamos,
buscando encontrar
lo que, entonces, no hayamos.
(Tarde de azahar, p. 51)
La sensorialidad aflora en la expresión poética de González Villanueva con el fulgor de lo viviente. Tiene la sensibilidad del poeta la capacidad para vibrar ante el encanto de colores, sabores, olores, sonidos y texturas que sus sentidos corporales atrapan y convierten en imágenes y epítetos para el buen decir de su lenguaje ardiente, sonoro y luminoso. Un dato relevante y significativo en la lírica del poeta guatemalteco es la identificación emocional de la persona creativa con la sustancia que activa su capacidad creadora. El poeta contempla el mundo y, atrapado por los fluidos sensoriales de las cosas, termina siendo uno con ellas en una suerte de compenetración visceral y afectiva:
No puedo quedarme aquí:
esperar lluvias y sol
junto a los árboles;
no puedo ser ciprés
porque yo lloro
y escucho las preguntas;
siento roces de manos
como siento miradas
y casi adivino lo que dicen
porque la luz el día
ya no la veo con los mismos ojos
desde la altura del encino.
Caído entre la hierba
comienzo a ser fontana
en borbotones de lágrimas
y sangre, mías, muy mías,
aunque tan ajenas.
(Poema del sueño y del viaje de la mamá buena, poema 7)
El poeta se siente una esponja que lo capta todo, lo vive todo y le conmueve todo. A nada es indiferente porque vive en consustanciación con lo viviente. No es una entidad o un individuo separado del mundo, sino compenetrado, comprometido, conmiserado con todo. Esa es la más genuina señal de quien se sabe copartícipe de la Creación en virtud de su sensibilidad empática y fecunda. Se trata de una permanente y caudalosa afinidad con todo, en todo y por todo. Tanto se ha condolido el poeta (3) que “arruga del corazón es mi (su) escritura”:
Conmigo lloras y conmigo ríes;
eres la vida al lado de la muerte.
Yo no quiero fingir
pues no hay motivo:
también quiero reír, llorar, contigo;
pero no quieras preguntarme,
no quieras que te cuente
porque no sé qué contestarte
ni sé, si he de contar, cómo contarlo.
Adivina, si puedes, y camina a mi lado.
Gracias. No tengas pena
que ya soy sombra,
incapaz de reclamar ternura,
de entretejer cariños con claveles
y proyectar amores del futuro.
Arruga del corazón es mi escritura.
Cicatrices mis dichas.
(Poema del sueño y del viaje de la mamá buena, poema 9)
El poeta canta la partida de la madre con el corazón contrito. La evoca y no hace sino recordar que por ella aprendió a contemplar y, bajo la llama excelsa de la contemplación, a saber que hay otro aire y otra onda y una Presencia sublime con el sentido que lo apela a vivir según el ideal de otro signo y otra meta. Desde la evocación de su madre, el poeta describe el caudal de vivencias e intuiciones que un alma buena, pura y generosa le enseñó a experimentar en su interior para ponderar lo que realmente vale y permanece. En versos signados por la connotación de lo viviente da cuenta del mundo interior que concitaba aquella educación y aquella piedad a la luz de la fe:
Esbozada en la sombra
marginal de la luz,
aparece su rostro
y sus ojos me miran
con aquella abundancia
de una vida que invita
a vivir de otra vida
donde siempre se goza
en silencio y en paz.
Me enseñó a contemplar.
En sus ojos brillaban
todas las maravillas
en las cuales vivía
desde niña, arrullada,
mecida,
-a veces me lo dijo:
por el dolor triscada-.
Pero ella sonreía.
Cantaba. Se sentaba a rezar.
(Poema del sueño y del viaje de la mamá buena, poema 5)
En fin, he aquí una lírica impregnada del más hondo aliento de una singular Presencia que los espíritus iluminados, como el del sacerdote y poeta Gustavo González Villanueva, saben otear en el trasfondo de las cosas que delatan el aliento profundo del que Es con la dicha de sentir lo que la vida otorga en dación y gracia.
Bruno Rosario Candelier
Academia Dominicana de la Lengua
Santo Domingo, Ciudad Colonial, 5 de abril de 2013.-
Notas:
- 1. Gustavo González Villanueva, sacerdote y poeta guatemalteco, nació en la ciudad de Antigua, Guatemala, donde se formó intelectual y culturalmente. Doctor en Teología por la Universidad Lateranense de Roma, Italia; doctor en Ciencias de la Educación por la Universidad de Navarra, España; y profesor de la Universidad de Costa Rica, donde reside y hace vida pastoral y literaria. Ha publicado varios libros de poesía, ensayo y novela. Ha ganado varios premios, entre ellos el Quetzaltenango de novela. Director de la Colección Encuentros Mesoamericanos de Promesa, ha sido ponente de varios Congresos de Literatura en la Universidad de La Sabana, en Bogotá, Colombia; de la Universidad de la Santa Cruz, en Roma y de las Jornadas de Escritores Españoles, en Ávila, España, entre otros centros académicos. Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua. Y ha publicado los siguientes libros de poesía: Canción del huésped aguardado (1991), Glosa del amor bien pagado (1991), Una rosa encendida (1991), Almendras de oro (1992), Luna de cristal (1992), Nanas del Adviento (1992), Entre la luz y el viento (1993), Tierra que sufre (1994), El ciprés mecido (1994), La voz y la fuente (1994), Siglo veintiuno: Belén (1995), Loa en la Antigua Guatemala (1995), Razón necesaria (1996), El enigma de la almeja (1996), Cal y canto de la antigua Capitanía (1997), Al aire de tu paso (1998), La pena del tiempo (1998), Cancionero y romancero antigüeño (1999), Loa en la antigua Guatemala: Cavalcavía del tiempo (1999), Canciones del amor bien pagado (2000), Bitácora de la antigua Guatemala (2002), El jardín de los dioses (2006), Antología poética (2006), Las coplas del ciego de la catedral (2007), Tu gozosa presencia (2009), El afán de la palabra (2010), Cuadernos del exilio (2012), Loa en la antigua Guatemala (2012) y Esperaba la tarde (2013).
- 2. Para ahondar en el concepto “desplazamiento calificativo”, véase Carlos Bousoño, Teoría de la creación poética, Madrid, Gredos, 1974, 3ª. edición, pp.169ss.
- 3. Agradezco a la fina poeta colombiana, la profesora de la Universidad de Costa Rica y directora de Promesa, la doctora Helena Ospina Garcés, la petición que me hiciera de escribir este estudio como prólogo del poemario Esperaba la tarde, de Gustavo González Villanueva.
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