Con las cartas encima de la mesa
Varias amigas nos reunimos con frecuencia a tejer y, con las manos ocupadas, charlamos sobre lo divino y lo humano. Una de estas expertas tejedoras, con una gracia especial para expresarse, relajaba una tarde acerca de la frecuencia con la que los que reclaman en la radio o la televisión usan exigen que “se tomen cartas en el asunto”. Su comentario me llevó al diccionario y descubrí que, solo en el Diccionario de la Real Academia (RAE), encontramos 61 expresiones en las que aparece la palabra carta.
Existen las cartas abiertas, dirigidas a alguien en concreto pero cuyo objetivo es que su contenido sea de conocimiento público; existe la carta pastoral, a la que acuden los prelados para instruir a sus diocesanos, y existen las cartas credenciales, que presentan los embajadores para ser reconocidos como tales por el país que los acoge.
Hay quien se cree con carta blanca para cualquier cosa y quien cree en lo que le dice su carta astral sobre la influencia de la posición de los planetas en el momento de su nacimiento. Con más criterio, los marinos confían en sus cartas náuticas, o cartas de marear (hermosa palabra también), para sortear los escollos del suelo marino o de la costa. La carta magna establece normas fundamentales para que entre todos sorteemos otro tipo de escollos.
Hay veces que nos lo jugamos todo a una carta y hay ocasiones en que no sabemos a qué carta quedarnos. Para acabar con la indecisión siempre ayuda poner las cartas boca arriba. Cada vez las usamos menos (por desgracia para los que nunca han recibido una carta de amor) pero siguen muy presentes en nuestras expresiones de cada día. Y, si no, que se lo pregunten a mi colega de agujeta, tejedora y comunicativa a carta cabal.
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