José Rafael Lantigua: aporte de Enriquillo Sánchez
Enriquillo Sánchez es una de las grandes figuras intelectuales de ese segmento crucial y emblemático de nuestra historia literaria que va del año 1966, cuando ha ocurrido ya ese destello de osadía guerrera que fue la guerra patria de abril de 1965, hasta finalizar el siglo veinte.
Durante poco más de treinta años, Sánchez teje, con extrema unción –valga el término- una personalidad de cuatro facetas distintivas que son las que sirven hoy para evaluar su trayectoria como creador literario y como intelectual, propiamente dicho. Cuatro facetas que enhebran un quehacer al que se dedicó en cuerpo y alma, pero del cual, al mismo tiempo, parece como que siempre intentaba renegar. Esas facetas son la del narrador, la del poeta, la del ensayista y la del articulista de prensa.
Sánchez es el más joven de los escritores emergentes al finalizar la contienda civil abrileña, cuando apenas tenía diecinueve años de edad. Es probable que, desde un tiempo anterior que no podemos precisar, digamos entre los dieciséis y dieciocho años, ya estuviese forjando sus primeras creaciones literarias, pero es entrando en los diecinueve cuando ingresa a El Puño, el grupo literario del cual surgen los principales representantes de esa época –y los que construirían una obra mayor en las décadas siguientes- formado por los poetas y narradores Miguel Alfonseca y René del Risco Bermúdez, el narrador, poeta, ensayista y antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, el narrador y crítico de cine Armando Almánzar Rodríguez, el actor y dramaturgo Iván García, y el poeta y ensayista literario Ramón Francisco.
Aunque construyó una obra poética muy personal y, sin dudas, trascendente, Enriquillo Sánchez se abre al campo literario como cuentista. En ninguno de los dos casos hizo una obra realmente extensa, pero sí –como ya he dicho en otro lugar- densa y profunda en el caso poético, y ahora señalo que experimental, innovadora y contrastante, en el ejercicio de la narrativa breve. En ambos casos, Sánchez es un autor con características muy particulares. Como cuentista, que fue su oficio literario primigenio, no publicó nunca su obra en libro, y como poeta, a pesar de escribir poesía desde que era un veinteañero, es en 1983, casi dos décadas después de iniciarse en la literatura, cuando publica su primer libro. Tenía ya 36 años de edad.
Su producción cuentística está formada por 26 cuentos: sólo 13, justo la mitad, los publica en vida –en suplementos culturales y en antologías varias, pero nunca los recoge en libro- y los otros trece cuentos vienen a ser publicados dos años después de su muerte, o sea en 2006. De manera que, si nos atenemos a la información que nos ofrece el bibliógrafo Miguel Collado, la obra cuentística de Enriquillo Sánchez dada a conocer entre 1962 y 2002 –cuatro décadas- es de apenas trece cuentos. Eso es lo que se conocía de él hasta su muerte, ocurrida en julio de 2004. Otros trece cuentos se entregan póstumamente para que aparezcan en el volumen Rayada de pez como la noche, con sus relatos completos, publicados por la Biblioteca Nacional en 2006.
Enriquillo parecía casi siempre desestimar su obra, fundamentalmente la narrativa: “Antiquísimas narraciones breves, ésas que andan por ahí sin que yo apenas las recuerde”. Empero, es con el cuento por donde inicia su camino literario, obteniendo a los diecinueve años de edad, en 1966, dos menciones de honor en el que hemos denominado mítico concurso del grupo La Máscara, marcador de toda la pauta narrativa que se ofertaría en los años siguientes y hasta nuestros días. En ese certamen, Sánchez daría a conocer sus dos primeras producciones cuentísticas: “Epicentro de la bruma” y “Flor de los sepulcros”. De ahí en adelante, el escritor se hizo un habitué de concursos y suplementos culturales; algunas antologías comenzaron a reconocerlo como un narrador relevante, al tiempo que su carrera como poeta, director del suplemento Palotes de la revista ¡Ahora! (suceso indiscutible de la vida literaria de aquel momento histórico) y, en el último tramo de su vida, como ensayista y articulista de luces notables y paradigmáticas, mostraban a un intelectual diverso, profundo y controversial. ¿Cuáles son las características que distinguen a este importante escritor como cuentista? Enumeramos cinco razones que merecen ser consideradas al momento de enjuiciar este aspecto del ejercicio literario de Sánchez:
El demiurgo narrador. Lo denominamos en otra parte “el esqueleto demiúrgico dentro de una prosa narrativa solemne y confluyente”. Enriquillo Sánchez inserta los trazos poéticos en su narrativa, los hace confluir en el entramado de su narración con una fortaleza hierática que irrumpe con propiedad en la misma, otorgándole un giro muy propio. La entidad poética penetra la narración para abrillantar y consolidar su objetivo, sosteniendo el argumento bajo una dialéctica que dinamiza el nivel de significación del relato.
El juego de la metáfora. Sánchez juega con los redaños de sus narraciones. Los hace girar, moverse, aclimatarse, centellear, bajo el ritmo lúdico de sus historias. La articulación de sus argumentos tiene en la metáfora del signo su presencia predominante. El narrador formula una semántica argumental que se busca y encuentra en los contrapuntos eficaces de una imaginación pertinaz.
La trama existencial. Sánchez no es un cuentista anecdótico, de puras recreaciones vitales ni de escritura originada en los asuntos simples de la memoria. Aunque se sustente en realidades o en trasuntos de época, las suyas son narraciones que se vigorizan tras un discurso existencial dramático o de secuencia onírica. El narrador crea una complejidad tensionante en la medida en que nomina el suceso y posibilita su aprehensión. Sánchez no es un cuentista al uso, es un narrador que desplaza su historia sobre una visión de absurdos, creando una marca de identidad que atraviesa la psiquis del lector para horadar su entendimiento y sus convenciones sobre el arte cuentístico.
La narración posmoderna. Sucede que Sánchez es hijo del boom narrativo sesentista. Su carrera se inicia justo cuando irrumpe la cuentística de Cortázar, Rulfo, Onetti, Donoso, García Márquez y demás oficiantes de aquella década prodigiosa. Alguno entre ellos habrá de influenciar su ejercicio narrativo, presumo que, sobre todo, Cortázar – a quien incluso rinde homenaje en uno de sus cuentos- de forma directa, por lo que resulta evidente la etiqueta cortazariana en varios de sus relatos. Empero, alcanzo a ver una distinción en la obra cuentística de Sánchez, y es su desenvolvimiento tonal y estilístico que intenta contraponerse al cuento del boom –que, valga señalarlo, transmite una inviolable herencia al cuento dominicano de los sesenta- y, en consecuencia, comunica un sentido de modernidad ajeno a la especificidad literaria de la época, y más bien reaccionando de algún modo contra la misma, aunque –valga repetirlo- sin dejarse de ver, aun fuese a contraluz, en el espejo cortazariano que tanto invade sus narraciones. En este orden creo que si el boom define la modernidad en la cuentística hispana, Enriquillo Sánchez se sobrepone a la heredad y formula un rito posmoderno en su tratamiento y valoración.
La sentencia en el carril vernáculo. Sánchez recorre un círculo de distancias y acercamientos en su narrativa, moviéndose entre la conceptuación y los arquetipos populares. Es un estado recurrente en su obra, porque se sitúa igual en la creación poética y lo deja traslucir incluso en el ámbito ensayístico. El concepto como voz sentenciosa que enuncia un registro narrativo, y el lenguaje popular, nativo, que libera la narración de su configuración social o ética para provocar un efecto de contrapunto, entre el decir ficcional y el tráfico de vocablos o ideas de corte criollo.
Enriquillo Sánchez dejó una obra cuentística breve, pero sumamente relevante. Junto a su poesía y a su ensayística (incluyendo en esta última parte sus memorables artículos de prensa), constituye una obra original, en permanente búsqueda de su identidad temática y estilística, enriquecida en su conjunto por la perspicacia poética del autor y su bien definida estela estética, y por el diestro y penetrante manejo de trama y personajes, a los cuales pone a jugar con sus abalorios narrativos, con su impronta lúdica y firmemente contrastante. Aún así, sostengo el criterio de que Enriquillo fue mucho más que sus libros. Fue el intelectual más brillante y completo de su generación y de generaciones posteriores. Su amplia cultura, su dominio de la lengua, su estilo literario, sus conceptualizaciones vigorosas, sus haberes intelectuales, son valores de un legado que han de sobrevivir en nuestra historia cultural por encima de ignorancias, despropósitos y extravíos.
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