Influencia de Hostos en Pedro Henríquez Ureña

Por Miguel Collado

   En el Ideario de Pedro Henríquez Ureña… se pueden observar las huellas de Eugenio María de Hostos, especialmente cuando Pedro exalta valores tan emblemáticos en la obra hostosiana como la moral, la justicia, la bondad, el trabajo y el honor

Pedro Nicolás Henríquez Ureña, el más brillante de los intelectuales dominicanos de todos los tiempos, nació el 29 de junio de 1884 en la ciudad de Santo Domingo y falleció el 11 de mayo de 1946 en Argentina. Considerado por Jorge Luis Borges un Maestro de América. ¡Era un humanista!

El pensamiento humanístico del prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos (1839-1903) dejó huellas profundas en la obra espiritual de los Henríquez Ureña. Es por lo que no ha de extrañarnos ese influjo en la obra de pensamiento del más ilustre de esa honorable familia: Pedro Henríquez Ureña.

Fue su hermano Max Henríquez Ureña — antes que el puertorriqueño José Ferrer Canales («Pedro Henríquez Ureña y Hostos», publicado en la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, 4 [7]: 69-75, enero-junio de 2003)— quien primero identificó esa influencia espiritual-intelectual del Gran Maestro en Pedro Henríquez Ureña. Él dice, en su artículo «Maestro y discípulo», publicado en el periódico Listín Diario del 7 de abril de 1967: «[Son] dos altas figuras de la intelectualidad antillana que vale la pena destacar, fueron en vida maestro y discípulo: Eugenio María de Hostos y Pedro Henríquez Ureña».

Max nos explica sabiamente esa relación de maestro-discípulo de Hostos y Pedro del siguiente modo:

«El magisterio ejercido por Hostos en algunos países de nuestra habla y, ante todo, en Santo Domingo, ha tenido y tiene tan intensas proyecciones sobre la América toda, que sus discípulos no fueron siempre, necesariamente, los que oyeron sus lecciones desde un banco de la escuela; muchos de los ardientes defensores de sus doctrinas pedagógicas —continua diciendo Max— fueron, más que otra cosa, seguidores de su ejemplo o lectores apasionados de sus lecciones escritas y recogidas en volumen».

Y he aquí lo interesante, y que le da fundamentación a lo planteado por nosotros en torno a la influencia de Hostos sobre Pedro. Max, el tercer hijo de Salomé Ureña de Henríquez y Francisco Henríquez y Carvajal, afirma: «Así uno de los propagadores de su obra —de la obra de Hostos—, Pedro Henríquez Ureña, aunque formado desde temprano en las ideas de Hostos a través sus lecturas y de las informaciones y comentarios de sus progenitores […] apenas si asistió en 1900 a algunas lecciones dictadas por el Maestro».

Y Max arriba a la siguiente conclusión: «Contados son, sin embargo, aquellos que han dado a conocer, como él —es decir, como Pedro—, las enseñanzas del insigne pensador, a quien no oyó dictar más de quince o veinte lecciones de Sociología».

En su ensayo sobre Hostos titulado «Ciudadano de América» (La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 1935), Pedro Henríquez Ureña expresa su profunda admiración hacia Hostos:

«[El] ansia de justicia y libertad lo enciende para la misión apostólica. […] Pero su ansia de justicia y libertad —ansia humana, física…— se convierte en pensamiento cuyo norte es el bien de los hombres…Vive […] entregado a su meditación filosófica y a su acción humanitaria, embriagado de razón y de moral. Su carácter se define: estoico, según la tradición de la estirpe; severo, puro y ardiente, sin mancha y sin desmayos».

Y al referirse al retorno de Hostos a Santo Domingo en 1900 Pedro confiesa, como corroborando a su hermano Max: «[Lo]conocí entonces: tenía un aire hondamente triste, definitivamente triste. Trabajaba sin descanso, según su costumbre. Sobrevinieron trastornos políticos, tomó el país aspecto caótico, y Hostos murió de enfermedad brevísima, al parecer ligera. Murió de asfixia moral.».

En el Ideario de Pedro Henríquez Ureña que compilamos y editamos en el año 2002 ―publicado bajo el sello editorial de la Feria Internacional del Libro organizada por el Ministerio de Cultural de Rep. Dom.― se pueden observar las huellas de Eugenio María de Hostos, especialmente cuando Pedro exalta valores tan emblemáticos en la obra hostosiana como la moral, la justicia, la bondad, el trabajo y el honor. Veamos:

Bondad. «La bondad vale más que la verdad, aunque, en el cielo de las ideas puras, manen de la misma fuente».

Justicia. «El ideal de justicia está antes que el ideal de cultura: es superior el hombre apasionado de justicia al que sólo aspira a su propia perfección intelectual».

Son de honda preocupación tanto para Pedro como para Hostos temas de indudable trascendencia universal: la cultura, la educación, la civilización y el porvenir:

Cultura. «Sigo impenitente en la arcaica creencia de que la cultura salva a los pueblos. Y la cultura no existe, o no es genuina, cuando se orienta mal, cuando se vuelve instrumento de tendencias inferiores, de ambición comercial o política, pero tampoco existe, y ni siquiera puede simularse, cuando le falta la maquinaria de la instrucción».

Educación. «La educación no es sólo obra de la voluntad en calculado ejercicio frente al medio exterior, sino que en ella intervienen elementos psicológicos imprevisibles. Uno sobre todo: el amor».

Civilización. «El ideal de la civilización no es la unificación completa de todos los hombres y todos los países, sino la conservación de todas las diferencias dentro de una armonía».

Porvenir. «El problema del porvenir inmediato es poner la riqueza al alcance de todos. La fórmula del porvenir, que es deber de la Sociología esclarecer, será la «socialización de la naturaleza por la humanidad».

Como Eugenio María de Hostos, Pedro Henríquez Ureña también fue un sembrador de saberes, pues en su itinerante vida, residiendo y enseñando en numerosos lugares del continente americano, sus ideas germinaron a través de su prolífica obra intelectual.

Hoy, las tres grandes Antillas (Cuba, República Dominicana y Puerto Rico) con orgullo pueden decir a los cuatro vientos que tres de los más prominentes pensadores de la América hispánica les pertenecen: José Martí (1853-1895), Pedro Henríquez Ureña y Eugenio María de Hostos, respectivamente.

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