El sentimiento de lo divino En la obra de Jalil Gibrán
Por Bruno Rosario Candelier
“Sólo regresarán a la Eternidad
los que en la tierra la buscaron”.
(Jalil Gibrán)
“Más allá de todo, el Absoluto”(BRC)
A
Oscar de León Silverio,
buscador del Todo en su poetizar.
Orígenes de Alejandría, quien naciera en el año 184 de nuestra era cristiana, es el primer teólogo de la Iglesia Católica, y ese celebrado pensador cristiano murió en el año 253 en el Líbano, donde sembró su última semilla, y en esa agraciada tierra del Oriente su siembra espiritual fructificaría siglos después en uno de los místicos del Catolicismo oriental con el nacimiento en 1883de quien sería narrador, poeta y ensayista conocido en el mundo de las letras con el nombre de Jalil Gibrán.
Este valioso escritor representa en las letras árabes una singular vertiente de la mística oriental. Jalil Gibrán nació en el Líbano el 6 de enero de 1883 y murió en New York, Estados Unidos de América, el 10 de abril de 1931. En su medio siglo de de vida publicó una docena de libros donde revela una clara valoración de lo Absoluto en obras como El loco, La tempestad, El profeta, Arena y espuma, El Hijo del Hombre y El vagabundo.
Los místicos se distinguen por un hondo sentimiento de lo divino que se traduce en una valoración de lo sagrado, una empatía hacia todo y una ponderación de lo viviente como signo y cauce de lo Eterno, vocación que canalizan en la búsqueda de lo Absoluto mediante la contemplación de fenómenos y cosas. Y expresan una mirada amorosa hacia los demás con una genuina actitud afectiva y espiritual de comprensión y piedad. Ese talante emocional, intelectual y espiritual lo reflejan los escritores místicos en sus cuentos, novelas, dramas, poemas y ensayos, como lo constatamos en las narraciones, poemas y reflexiones de Jalil Gibrán, así como en sus edificantes parábolas literarias, tan típicas de la cultura oriental, y también en sus hermosas Cartas de amor.
El místico está transido de un sentimiento de amor por todos los seres y las cosas. Nuestro poeta entendía que el amor divino se formaliza en una vida consagrada al cultivo de la espiritualidad. Así lo comprendió Jalil Gibrán y así fue su vida, que la consagró a la búsqueda de lo Absoluto mediante el cultivo de lo divino. Las personas con elevadas inclinaciones espirituales suelen tener una conciencia del “más allá”, signo, fuero y cauce de la vocación trascendente (1).
La búsqueda de lo divino, que es una tendencia natural en el místico, se expresa en cada individuo de acuerdo con su peculiar talante. La nostalgia de Dios se atiza ante el esplendor del Cosmos o ante el fulgor de la belleza, que sacude nuestra sensibilidad y el fondo oculto de nuestra interioridad. Esa singular apelación acontece de un modo especial en los narradores y poetas, que están dotados de una sensibilidad profunda y de una capacidad para expresar la belleza y el sentido de fenómenos, cosas y hechos, pues como dice Gibrán en “El poeta” este “es un árbol regado por el río de la Belleza,/ dador de los frutos que anhela el corazón hambriento./ Es un ruiseñor que alivia el espíritu/ abatido con sus bellas melodías./ Es una blanca nube que surge tras el horizonte/ asciende y crece para colmar la faz del cielo./ Entonces cae sobre las flores en el territorio de la vida,/ abriendo sus pétalos para que penetre la luz” (2).
La sensibilidad estética y espiritual de Jalil Gibrán se percibe en sus cuentos y poemas. Se trata de una sensibilidad inclinada a lo trascendente, como se aprecia en unas composiciones que tienen como objetivo transmitir un mensaje de amor, una valoración de la vida y una reflexión sobre la existencia humana:
En lo profundo de mi alma
hay una canción sin palabras:
una canción que reside
en la semilla de mi corazón.
Se resiste a mezclarse
con la tinta del pergamino.
Encierra mi cariño
en un hálito transparente
y vuela, pero no sobre mis labios
(“Canto del alma”).
En este poeta árabe la emoción estética se convierte en fuente de revelación del ser. Es decir, la poesía le sirve a este escritor libanés para filosofar, hacer una teología de lo viviente, y sentir y vivir el sentimiento de lo sagrado. Y se ve a sí mismo como la expresión de una potencia superior que la refleja en su creación. En “Canto del alma”, expresa:
Cuando contemplo mis ojos interiores
veo la sombra de su sombra.
Cuando toco las yemas de mis manos
percibo sus vibraciones.
Las acciones de mis manos
buscan su presencia
como un lago debe reflejar
las estrellas resplandecientes.
Mil lágrimas las revelan
como las luminosas gotas de rocío
revelan el secreto de una rosa mustia.
Es un canto compuesto por la contemplación
y publicado por el silencio
y rehuido por el clamor
y plegado por la verdad
y repetido por los sueños
y comprendido por el amor
y ocultado por el despertar
y entonado por el alma.
Su poema es un canto de amor a las criaturas de la Creación, como lo han sentido los iluminados, místicos y santos de todas las tendencias contemplativas, desde san Francisco de Asís a Carol Wojtyla, pasando por Jalal-Udim Rumi, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, Thomas Merton y Clara Janés. Al sentir que es parte de la Totalidad, los místicos se compenetran con todo, lo sienten todo y lo valoran todo, pues como dijera Heráclito de Éfeso, todo viene del Todo, todo se transforma en Todo y todo vuelve al Todo.
Según una respetable tradición mística, Dios habita en las almas de los hombres, y quienes sienten la llamarada de lo divino buscan la pureza seráfica, se desapegan de los bienes materiales para vivir libres de ambiciones y tendencias que desnaturalizan la condición humana para hacer del barro humano de su cuerpo una vasija digna del soplo divino. El poeta así lo expresa en “El canto de la flor”:
Soy la afectuosa palabra pronunciada
y repetida por la voz de la naturaleza.
Soy una estrella caída desde la azul bóveda
del cielo a la verde alfombra
Soy la hija que los elementos
y el invierno han engendrado;
que la primavera ha dado a luz.
Fui acunada en el regazo del verano
y dormí en el lecho del otoño.
Al alba me uno a la brisa
para anunciar la llegada de la luz.
Al atardecer me uno a las aves
para despedir a la luz.
(…)
Y miro hacia arriba para ver solo la luz
y nunca hacia abajo para ver la sombra.
Esta es la sabiduría
que el hombre debe perseguir.
La búsqueda mística en Jalil Gibrán, como muestran en su vida y en su obra los espirituales del Oriente, procura el conocimiento del bien para sentir el Ser divino en lo viviente. Esa búsqueda se expresa, desde el punto de vista literario, en un uso lingüístico privilegiado en el empleo de determinadas expresiones simbólicas y en una vida cifrada en actitudes y acciones compartidas, como la perseverancia en un ideal y la espera contra toda esperanza, como se vislumbra en la Divina comedia, de Dante Alighieri. En esa búsqueda y en la plasmación de ese ideal, nuestro poeta siente que da continuidad a la realización humana a través de las edades y las mutaciones, como lo testimonió en “El canto del hombre”:
He estado aquí desde el principio
y aquí estoy aún.
Y aquí me quedaré hasta el fin del mundo,
pues no hay final para mi ser
transido de dolor.
He vagado por el cielo infinito
y por el mundo ideal
y floté en el firmamento.
Pero aquí estoy,
prisionero de la medición.
Escuché las enseñanzas de Confucio
y la sabiduría de Brahma.
Me senté junto al Buda bajo el Árbol de la Ciencia.
Sin embargo aquí estoy,
existiendo con ignorancia y herejía.
Estaba en el Sinaí
cuandoYaveh se aproximó a Moisés.
Contemplé los milagros del Nazareno en el Jordán.
Estaba en Medina cuando Mahoma la visitó.
Sin embargo, aquí estoy prisionero del desconcierto.
(…)
Ansío envejecer y alcanzar el momento
de mi retorno a Dios.
¡Sólo entonces mi corazón se saciará!
Insuflado por el fuego de la dolencia divina, Gibrán exhala un entusiasmo por la vida y se llena de amor por criaturas y elementos, comenzando por la naturaleza circundante. En sus poemas, cartas y relatos evoca los cedros del Líbano, los jardines de Bsharret, los arroyos de su tierra natal. Sus loas a la naturaleza los canta al estilo de los salmos bíblicos, que como expresión de la experiencia humana vuelta hacia Dios, constituyen un canto de oración con sus símbolos monosémicos, su tono realista y sus valores melodiosos, como se advierte en “El canto de la lluvia”:
Soy las húmedas hebras de plata
lanzadas del cielo por los dioses.
La naturaleza me lleva
para adornar sus campos y valles.
Soy las bellas perlas,
arrebatadas a la corona de Ishtar
por mi hija del Alba
para embellecer los jardines.
Cuando lloro las colinas ríen.
Cuando estoy abatido las flores se regocijan.
Cuando estoy agobiado,
todo sonríe con alborozo.
(…)
La voz del trueno proclama mi llegada.
El arco iris anuncia mi partida.
(…)
Golpeo suavemente las ventanas
con mis delicados dedos,
y mi anuncio es una canción de bienvenida.
Todos pueden oírme,
pero sólo los sensibles me comprenden.
Una iluminación interior le revela la presencia de lo trascendente en lo inmanente. Y su sentido místico amplía su comprensión del mundo a la luz de su inteligencia sutil. La mística espiritualista, a diferencia de la mística materialista o la mística naturalista, genera una actitud religiosa entre el hombre, Dios y el Cosmos, y un deseo de contemplación. Dice Jalil Gibrán:
Cuando llegues a lo más alto
de ti mismo,
sólo desearás por desear;
y sólo tendrás hambre
por el hambre misma;
y tendrás sed de una sed mayor (3).
Como forma de conocimiento y fragua de valoración de lo sagrado, la mística propicia un camino especial para la apreciación de los misterios del hombre y el Cosmos. En la dialéctica de la naturaleza, el poeta libanés advierte el concierto de las oposiciones: “No se puede llegar al alba, sino por el sendero de la noche”.
Tiene Jalil Gibrán hallazgos conceptuales sorprendentes, verdades poéticas que delatan su intuición profunda: “Lo real, en nosotros, guarda silencio. Lo adquirido es lo que habla mucho”. O este otro hallazgo de su intuición en el que desarticula nuestras vanas pretensiones temporeras:
Los árboles son poemas
que escribe la tierra en el cielo;
los abatimos y los transformamos en papel
para consignar en él nuestro vacío interior.
Sus cavilaciones interiores constituyen comprimidos de belleza y reflexión, que es una de las cualidades de la alta literatura: “Cuando das la espalda al sol,/ no ves más que tu sombra./Cuando llegues al corazón de la vida,/ descubrirás belleza en cada cosa,/incluso en los ojos ciegos a la belleza./Vivimos solo para descubrir la belleza./Todo lo demás es una forma de la espera”.
En el fondo de sus intuiciones estéticas y místicas hay, además del valor literario y conceptual de la expresión, un trasfondo espiritual en una dosis de compenetración intelectual y afectiva con los principios que encarnan un ideal de lo Absoluto. Jalil Gibrán era sensible a la belleza y al misterio, como han sido los contemplativos, los santos y los iluminados. Más aún, en el poeta del Líbano se fusionan las dos tendencias místicas fundamentales: la occidental, que concibe a Dios como trascendente al Cosmos, a quien se puede llegar mediante una ascesis y una purificación de los sentidos para el arrebato contemplativo; y la oriental, que concibe a Dios como algo inmanente al Cosmos, en cuya virtud todo participa del Todo (4).
La posición de Jalil Gibrán la habían asumido para entonces los simbolistas franceses, entre ellos Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Paul Valéry, tendencia espiritual que entonces formaba parte de la corriente epocal de principios del siglo XX, cuando Jalil Gibrán comienza a estar presente en el escenario literario internacional.
En su diálogo e interacción con la naturaleza, el poeta libanés siente la presencia de lo divino en los elementos naturales, y hay en su poesía una sensualidad limpia, genuina y cálida fusionada a una intención cósmica. Contempla y admira la huella de lo sagrado, vale decir, el hálito de lo Eterno en cada criatura viviente, y esa llama mística que late en su interior lo mueve a la contemplación de lo trascendente.
En Lágrimas y sonrisas, Jalil sostiene que la belleza es “lo que cautiva el alma”, y aunque se siente apelado por la belleza sensorial, singularmente la de la mujer, también siente la honda apelación de la llama sutil del fondo espiritual de lo existente. Esa dimensión trascendente se refleja también en su narrativa, en la que conjuga los valores de la poesía y los principios de la narratología. En “La sombra” apreciamos esas cualidades literarias y el aluvión simbólico de sus alusiones:
Cierto día de junio la hierba dijo a la sombra de un olmo:
-Te mueves tan seguido de derecha a izquierda que perturbas mi paz.
-Yo no -respondió la sombra. Mira hacia el cielo. Verás un árbol que se mueve por el viento de Este a Oeste entre el Sol y la Tierra.
Y la hierba elevó la mirada y por primera vez observó el árbol y dijo en su corazón:
-¿Por qué, pues, existe una hierba más alta que yo?
Luego calló (5).
El texto de Jalil Gibrán es revelador. La sombra es la proyección de uno mismo. Al lado tenemos nuestro propio espejo y no lo sabemos. La hierba no había visto otra realidad que no fuera la propia, y por eso su desconcierto cuando advierte que otras realidades la rodean, incluso cualitativamente superiores. “La sombra” apunta al desconocimiento de una realidad por falta de visión, por ausencia de perspectiva, producto de un egocentrismo que nos vuelve indiferentes a la convivencia. La sombra nos da la perspectiva de la luz, nos sugiere su existencia, pues como dijera Paul Valéry en “Cementerio marino”, ‘toda claridad exige una mitad de sombra’. Eso también lo intuyó Jalil Gibrán.
Lo mismo en “La sombra”, como en la mayoría de sus textos, Jalil Gibrán revela un mensaje simbólico y místico, y a su través plantea verdades interiores como un llamado a la reflexión, ponderando el valor de la vida y del mundo desde una vertiente espiritual y estética.
Escritor modelo de sencillez y profundidad, Jalil Gibrán pertenece al linaje de poetas que asumen el canto creador como un cauce de la búsqueda de lo Absoluto con intención humanizada y trascendente. En uno de sus Dichos espirituales, escribió:“Si no fuera por la vista y el oído, la luz y el sonido no serían nada más que confusión y pulsaciones en el espacio. De la misma manera, si no fuera por el corazón que ama, tú hubieras sido un leve polvo llevado y desparramado por el viento”.
Los narradores y poetas, de cualquier tendencia estética y de cualquier lengua o cultura, usan las palabras para formalizar sus intuiciones y vivencias con un fin artístico y simbólico. Los narradores y poetas místicos, como los iluminados y los santos, usan las palabras para darle sentido a la búsqueda de lo divino y, sobre todo, para plasmar la mística del Logos, cauce y destino de una profunda apelación creadora. Jalil Gibrán lo sentía y sabía, y en todo lo que escribió tuvo siempre presente que el don de la palabra y el talento creador se nos dieron para entender el valor de fenómenos y cosas a la luz del ideal del sentido que ilumina la conciencia y nos conecta irremediablemente con la Fuente primordial de la Divinidad.
Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
Santiago, Centro Belarmino, 25 de enero de 2020.
Notas:
- William Ralph Inge habla de “a dim conciousness of the ‘beyond’ which is part of our nature as human beingns” (“Una clara consciencia del ‘más allá’, expression de nuestra naturaleza que se humaniza”), en Christian mysticism, London, Methuem, 1989, p. 5.
- Los textos de Jalil Gibrán proceden de Obras completas, Barcelona, Cosmolibro, 1982, T. I, II, III. Esta nota y las siguientes son del libro Lágrimas y sonrisas.
- Esta nota y las siguientes proceden del libro Arena y espuma.
- Loreina Santos Silva, “Mi cantar de cantares: Una vía a lo Absoluto”, en El Cuervo,no. 1, Aguadilla, Puerto Rico, enero-junio de 1989, p. 67.
- Del libro El vagabundo, en Obras completas.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir