El arquetipo “sombra” en «El degüello de moca»
Por Miguel Ángel Durán Ureña
El degüello de Moca se clasifica dentro del subgénero de novela histórica por estar fundamentada en hechos reales acontecidos hace más 200 años, en la geografía del país. Esta trama encauza una red de acontecimientos, iniciados desde la imposición esclavista de nuestros aborígenes y de la trata de hombres y mujeres traídos principalmente desde el Continente africano con el propósito de sujetarlos entre las garras de la esclavitud.
Ese maltrato dado a nuestros aborígenes, como a los miles de africanos vendidos como esclavos, fue uno de los tantos eslabones (mutágenos) que formaron la cadena insana y odiosa, perversa y racista que engendraron estos lamentables hechos. Los traumas de este fatídico bloque histórico, incidieron pavorosamente en la personalidad de esta gente indefensa –principalmente africana- cuando fueron obligados a salir de su tierra, maltratados, vendidos, burlados, violados todos sus derechos, añadiendo la falsa ideología europea de que los africanos y aborígenes- no tenían alma, más bien eran animales.
Las heridas que tejieron la forma de pensar del hombre histórico tienen su base en el poder odioso expresado por un apetito voraz por las riquezas de los pueblos y que sustentaron el desarrollo económico de los más fuertes. Esto trajo consigo un dominio malévolo de los países –sobre todo- europeos (Francia, España, Inglaterra…) cuyo crecimiento industrial estuvo fundamentado en la explotación del hombre de los pueblos que habitaron estas maravillosas tierras.
Este golpe histórico que abrazó tanto lo político como lo religioso y lo místico… lo puramente humano, se manifiesta –en menor o mayor grado- en la conducta de los hombres nacidos luego en esta parte del mundo. En la novela El degüello de Moca se puede leer lo siguiente: “Fue entonces cuando Margarita me sorprendió diciéndome que ella ha tenido visiones tormentosas en las noches sobre algo terrible que sucederá en esta Villa…”.
Heredamos pues -entre tantas otras cosas- la violencia, y viene manifestándose desde la colonización, desde la era esclavista, desde la era liberadora de la república, con expresión indolente y diabólicamente perpetrada –en nuestro caso- por el ejército de Jacques Dessalines y de otros insurrectos. Por tanto, el degüello de Moca, revivido por el intelectual mocano Bruno Rosario Candelier, es una imperiosa necesidad de recordar esta complejidad de “sombras” que han mancillado el “genoma” más pulcro de la patria de Duarte.
La novela de Bruno Rosario Candelier no es más que uno de los tantos capítulos de este desastre, y por lo vivido, seguirá ese producto heredado y malévolo que aun sostiene la mala relación dominico-haitiana.
Una de las debilidades de esta novela histórica es la generosidad que tuvo su autor de no profundizar aún más en los daños y perjuicios de esta brutal acción; no solo a Moca, sino también a todo el territorio de nuestro país, y que ha cruzado la simiente más sagrada de la dominicanidad. Por lo visto, el detonante que encausó el degüello de Moca había comenzado ya en Haití, y se desparramó el odio por todos los pueblos de La Hispaniola, mancillando todos los caminos de la geografía nacional.
Este lamentable hecho histórico-traumático es un calidoscopio dentro del complejo geográfico nacional, donde los brazos negros unen los micros y grandes relatos que conformaron y siguen perjudicando la paz de la nación dominicana.
Por lo que la génesis del degüello de Moca no fue en la iglesia; la iglesia es todo el país, producto de esta “sombra” representada por la liberación de los demonios heredados que ocuparon el subconsciente de Dessalines y de Henri Cristophe, y que se expresaron con furor en las desavenencias y el bloque defensor dado por el ejército francés a cargo de Ferrand.
Basado en la premisa de este enfoque, los primeros capítulos de El degüello de Moca, de Bruno Rosario Candelier, lucen muy románticos y hasta divertidos, en una época donde los más nobles apellidos que construyeron estas fecundas tierras, no podían vivir tan tranquilos dada la época tan belicosa, de difícil vivir bajo cualquier condición, para que durmieran tan serenos: “Según supimos después, un negro prieto, un haitiano rudo y grosero, mediante magia entraba de noche a su cuarto de dormir y, con una sustancia soporífera la adormecía y yacía con ella, de manera que ni la misma muchacha sabía que un varón la penetraba y la vivía”.
Los mocanos de la época de ese trágico acontecimiento tenían que haberle temido a los haitianos desde mucho tiempo atrás. De seguro que fueron masacrados comenzando con el cura, para llevar a cabo dicho holocausto. No hay poesía para declamar este aciago momento, porque vive silente en las sensibilidades más hirvientes del corazón de los mocanos.
El autor de la novela del degüello, Bruno Rosario Candelier, asume un personaje omnisciente representada por el sacristán, información que recibiera de boca en boca y/o por la sustentación de la historia.
La esclavitud, que viene ya desde hace décadas, dice presente en la familia mocana de entonces. Los siguientes párrafos tomados de esta novela abren un capitulo interesante en lo referente a la “sombra” que domina el discurrir de esta narrativa, como también de la historia misma, y nos permite repensar este desastre, armando un complejo crucigrama de hechos sustentables: “La nuestra era una comunidad integrada no solo por familias de un claro abolengo español de Andalucía y Castilla, sino con negros de ascendencia africana, oriundos de Guinea Ecuatorial, que integran nuestros esclavos, y mulatas criollas que son nuestras criadas”.
Cada noche sucede un hecho tenebroso. Dicen que un hombre sale desnudo, montado sobre su caballo. Tengo la sospecha de que se trata del espectro de algún indio o de un esclavo: “Antes de que la sombra de la noche se tragase los últimos vestigios de la luz, comíamos lo que nos preparaban nuestras mujeres…”.
Presencia de “esclavos”, “sombra de la noche”, imagen de peso específico que el narrador explaya consciente o inconscientemente en su obra, y cae como un preludio del hecho mismo.
Los conceptos de “sombra”, noche, primanoche… se repiten más de 30 veces en los primeros capítulos de la obra, y puede distraer al lector desde el punto de vista literario; pero en su más profunda y fuerte significación contiene la trama de la verdad histórica de la obra. Connota un dominio sobre todo en los tres primeros capítulos adornando con bellas metáforas ese pesado bloque histórico nacional, pero aborda en su hondura la diabólica red del odio y la venganza.
El autor absorbió las energías embrujadas que aún circulan por las huertos fecundos de la ciudad, y define el hecho con vívidas palabras y símbolos esta amargura ancestral: “El cielo estaba repleto de estrellas y la lumbrera de la noche sofocaba las sombras que se acurrucaban en los rincones de la casa o en los matorrales cercanos. Una de esas primanoches rutinarias, de repente vi a Margarita Jiménez bañándose en el patio de su cabaña. Estaba completamente desnuda”.
Las pesadillas da el tono a los sueños que tienen su componente patológico, como bien se entiende en uno de los capítulos de la novela intitulado “La pesadilla de Ruth Figueroa”: Esta pesadilla otorga al título de este comentario, toda su veracidad: “Desde aquella luctuosa mañana de abril, cuando asesinos haitianos hostigaron la paz de esta Villa degollando y matando a cientos de nuestros compueblanos e incendiando nuestro templo, la sombra de ese terrible siniestro reclama una acción de desarraigo, purificación y exorcismo”.
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