«Jesús de la tierra», de Edwin Disla
Por Miguel Solano
Edwin Disla nació en Mao, provincia Valverde, República Dominicana. Es narrador, ensayista e ingeniero civil. Estudió ingeniería en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde se graduó en 1986. Se reveló como escritor en 1988 con la publicación del ensayo Historia de la revolución nicaragüense, a la cual le siguieron cinco novelas: Un período de sombras (1993), Vida de un tormento (1997), que fue llevada al teatro en el año 2000 por el grupo Los Rinocerontes de Neyba; El universo de los poetas muertos(2004), la novela histórica, Manolo (2007), basada en la vida de Manolo Tavárez Justo, que fue galardonada con el premio nacional de novela Manuel de Jesús Galván del año 2007, la más alta distinción narrativa del país; y Dioses de cuello blanco (2011). También ha publicado ensayos en la prensa y en su blogs sobre Ramón Lacay Polanco, Ramón Marrero Aristy, Miguel Holguín Veras, Mario Vargas Llosa y Poncio Pou Saleta. edwindisla@hotmail.com
A: En “Jesús de la tierra”, un narrador omnisciente relata la historia, y son frecuentes las mudas temporales, espaciales y los flashbacks.
B: La novela consta de 11 capítulos, que transcurren en 461 páginas, y al final un epílogo de 25 páginas, que cierra magistralmente la historia.
C: En el contenido hay párrafos largos, algunos hasta de 250 palabras y están entrelazados con los esenciales diálogos de los personajes.
D: El gran desafío del autor está definido en la contraportada del texto: “En esta sexta novela de Edwin Disla, Jesús de la tierra, sin duda su mas importante trabajo narrativo, se describe con profundidad la vida del personaje mas influyente y fascinante de la historia, Jesús de Nazaret. Las costumbres, el ambiente y el devenir del Israel de su época sobresalen con objetividad, dándole más colorido y nitidez a la obra. Jesús protagonizó sus hechos transgrediendo las tradiciones de su tiempo: rechazó la división de clases de la sociedad, se opuso a la enseñanza oral de las escuelas, considero a la mujer igual que el hombre, predicó un judaísmo renovado, sin templo ni jerarquía, amó la buena mesa y el vino, y no les permitió a los discípulos ni que ayunaran ni que hicieran penitencia”.
E: El lenguaje de la obra es el mismo de la época, y en los diálogos, los personajes reflejan el pensamiento judío de los primeros cuarenta años de la Era Cristiana.
F: La novela está dedicada, in memoriam, a Oscar Arnulfo Romero, y trascribe una saeta popular de Antonio Machado, que el cantautor Joan Manuel Serrat la inmortalizó en una canción. En el DLE se define una saeta como venida del latín Saggita, que significa “palo flamenco consistente en una jaculatoria o copla que una persona dedica a las imágenes de las procesiones”. Aquí la de Machado a Jesús:
¿Quién me presta una escalera
para subir al madero,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?
Un hombre grande
Para que ustedes entiendan lo que es, voy a contarles una breve historia: Fui a ver un amigo, al que no encontré en su casa. Con inusitada alegría me recibió un niño de unos cinco años. Le dije que buscaba a su abuelo. “Él no está”, respondió. Dale este libro”, se lo pasé. “Vuelvo más tarde”.
Según me contaría el abuelo, cuando él llegó, el niño salió corriendo a su encuentro, y con voz agitada le grito:
—Abuelo, abuelo, un hombre grande, grande, grande, vino buscándote.
—Cuidado si fue el gobernador. ¿Vino el gobernador buscándome?
—No ombe, le digo que vino un hombre grande, grande, grande.
—Bien, bien, bien, paso buscándome el ministro de las fuerzas armadas.
—No abuelo, no. Te vino buscando un hombre grande, grande, grande.
— ¿Estuvo aquí el presidente de la república?
—No, abuelo, entiéndalo, le estoy diciendo que vino un hombre grande, grande, grande.
—Muy, bien, muy bien, muy bien, el rey de Inglaterra paso por aquí. Él era quien me buscaba —sonrió.
El niño, angustiado, respiró profundo.
—Abuelo, papá, abuelo, le dije que fue un hombre grande, grande, grande.
—Muchacho del carajo, ¿por qué no acaba de decir quién fue que vino buscándome?
El niño salió corriendo para la habitación, y regresó con el ejemplar que le había dejado al abuelo, mi novela “Las lágrimas de mi papá”. Él niño la mostró diciendo:
—Un escritor, abuelo. Papá, le estuvo buscando un escritor.
Si para un niño inocente, si para la inocencia pura, que es Dios, un escritor es lo más grande que camina sobre la tierra, ese que ustedes ven ahí sentado, que tiene por nombre “Edwin” y apellido “Disla”, es un escritor.
Dos grandes desafíos
1: Desventaja: Cuando el personaje más que conocido es un mito, cualquier evento puede descarrilar el tema, pues el lector siempre fija su atención en ese personaje, que forma parte de la conciencia universal.
2: Ventaja: A los mitos como Jesús de Nazaret, en vez de esforzarse en trabajarlo para colocarlo en la conciencia del lector, es mejor partir de lo que sabe ese lector, que es el Nuevo Testamento. Así que para cualquier autor es mejor aplicar la sabia inglesa de “trabajar con lo que hay”.
3: Labor: Como novelista, Edwin Disla se enfrentó a múltiples interrogantes, sobre todo la de cómo insertar en la historia a un hombre considerado como hijo de Dios o un Dios mismo. ¿Cómo eliminar ese mito, que tiene el poder hasta de hacer milagros, y presentarlo como un hombre común, aunque genial, conviviendo con los demás?
4: Logro: Jesús conquistó su liderazgo y popularidad combatiendo a los romanos y a sus aliados judíos, los saduceos —no a los fariseos—, en especial los que conformaban el Sanedrín, que era el instrumento administrativo usado por los romanos.
El mito de Juan el Bautista
Jesús conoció a Juan el Bautista, a quien señaló como el más grande nacido de mujer. Era más que un profeta. Todos sufrimos cambios al conocer una nueva realidad, y más cuando en ella encontramos a seres brillantes como Juan el Bautista. Leyendo la novela nos enteramos de que, “Jesús había escuchado a voces saduceas describir a Juan como un gigante moreno, macilento, de espesa barba descuidada que le cubría casi la cara, de cabellos largos encrespados, vestido de un manto de pelo de camello, animal impuro, y con un cinturón de cuero a la cintura, y gritando, le brotaba fuego por los ojos, hagan penitencia, arrepiéntanse de sus pecados, que el reino de los cielos está cerca. Pero lo que encontró fue a un hombre joven, bien parecido, sí de elevada estatura, moreno por efecto de los rayos del sol y, semejante a Elías, vestido con un manto de pelo de camello, animal cuya carne es impura, no su pelo; y siendo esbelto, fuerte cual Sansón, de cabellera y barba rizada, propia de los judíos, no gritaba, sino que hablaba fuerte para enfatizar, con un lenguaje sencillo, las palabras de sus discursos. Como dijo Isaías: prepárenle el camino al Señor, enderécelen sus senderos. Todo valle será rellenado y toda montaña y colina será rebajada, y lo tortuoso se hará derecho…Y de sus ojos verdes brotaban luces y esperanzas”, pág. 72, tercer párrafo.
La forma de cómo quedó planteado ese primer encuentro, deja en el lector una agradable sensación de naturalidad. El mito de Juan desaparece, y queda de él el ser humano que en efecto fue. Ese manejo potencializa la verosimilitud de la obra, y nosotros como lectores nos damos cuenta, que la historia de Juan es muy diferente a la descrita por la teología.
Personaje y tema
Lo difícil en una obra narrativa es lograr que los personajes encarnen el papel designado, física y emocionalmente, con sus pasos y con sus miradas. La capacidad para tomar en cuenta los detalles en el uso del lenguaje es fundamental, porque los personajes en sus diálogos deben reflejar las costumbres y pensamiento de la época. Veamos cuando Jesús le pidió a Andrés que continuara hablándole de la familia: “Santiago (al que la posteridad le añadiría el apelativo de el Mayor para diferenciarlo de su homónimo el Menor; menor en edad) y Juan, siendo hijos de Zebedeo y Salomé, nacieron al lado de la casa de Jonás y Dina, padres de Andrés y Simón. Zebedeo y Jonás, amigos desde la infancia, tenían una pequeña empresa pesquera, la cual, cuando murió Jonás, un año después de la esposa, en el décimo segundo aniversario de la caída de Judas el galileo, los hijos continuaron con la empresa. Simón y Santiago habían sido miembros de la facción política zelote, y al demostrar el primero ser tan corajudo en su accionar (no quiso decir había sido de los que llamarían sicarios) lo apodaron Barjona”, pág. 82, 5to. párrafo.
Romper mitologías
En una obra narrativa, cuando un mito rompe sus propias mitologías, no lo debe a hacer para invalidar su condición, sino para reconformarla según los nuevos tiempos. Es decir, restablecer su propio mito. Si el narrador no toma en cuenta esa obligatoriedad, genera un desastre en la mente del lector. No creo que Disla conociera esa obligatoriedad, pero la intuyó, confirmando lo que Bruno Rosario Candelier siempre dice: “Los narradores siempre intuyen cosas que no saben”. Veámoslo en el siguiente pasaje: “Jesús, a poca distancia conversaba con Pedro, Santiago, Andrés y Juan, y seguido se presentaron, expresó señalando a Natanael, he aquí a un verdadero israelita, en quien no hay dolo. Natanael, impresionado, como desconocía que el elogio provenía de un salmo, supuso que había investigado su vida, lo cual era verdad. Y aun impresionado, en vez de doblegarse le preguntó, ¿de dónde me conoces? Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera esperándolo, te vi. —La respuesta no lo satisfizo, pero el magnetismo que irradiaba terminaría doblegándolo: Rabí, tú eres el mesías, futuro rey de Israel. ¿Por qué te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Mayores cosas verás”, pág. 84, 2do. párrafo.
Donde la rotura, no sólo del mito, sino de la propia historia se hace realidad es cuando el narrador afirma: “Las palabras premonitorias de Jesús se hicieron realidad treinta y seis años después, cuando debido a las deliberadas provocaciones de las autoridades neronianas y a la insoportable situación económica del pueblo, estalló la primera de las dos grandes guerras anticoloniales de los judíos contra Roma. En ella, los seguidores originales de Jesús, no los influenciados por Pablo de Tarso que se refugiaron en la Decápolis, en el pueblecito montañoso de Pella, participaron, y los monjes copistas paulinos se encargaron de borrarla de la historia mutilándola del texto Autobiografía de Flavio Josefo. En el básico (p.374), que aún se conserva clandestino, Josefo afirma que, una vez nombrado gobernador de Galilea y siendo uno de los jefes militares de la revuelta, ‘dirigí mis tropas contra los seforitas y tomé la ciudad al asalto. Con ese pretexto, los galileos, que no querían desaprovechar la oportunidad de saciar su odio contra una ciudad a la que detestaban, se lanzaron a exterminar a la totalidad de la población, incluidos los extranjeros. Sólo un grupo de las tropas, antiguos seguidores del sabio Jesús, de quien hablé extensamente en el segundo capítulo, encabezados por un anciano al que llamaban Pedro, se negó a atacar a los habitantes. Los demás irrumpieron en la ciudad y, encontrando las casas vacías, las quemaron, pues sus habitantes, llenos de miedo, se habían refugiado en la acrópolis’.
El mito y la intriga
La intriga nos atrapa, y se presenta como un elemento de soporte de la historia, sin que con ella se vea afectado el carácter del personaje. Eso es otra particularidad que Disla también intuyó. Veámoslo en el siguiente pasaje: “En efecto, Tomás estaba al tanto, y para sorpresa de ellos, aceptó formar parte del movimiento sin oponer objeciones. Natanael, volviendo a trasferir su responsabilidad, en vez de contactar a un amigo de infancia llamado Simón, el zelote o su equivalente, el cananeo lo apodaban, se lo propondría a su homólogo Pedro, porque ambos habían sido zelotes. Pedro, que lo reclutó con facilidad, lo había conocido estando clandestino, hasta que, como Santiago el mayor, decidieron pasar a la legalidad tras contraer matrimonio y procrear hijos con sus respectivas parejas. Ellos, sin desprenderse totalmente del proyecto original, procuraron buscar uno que les permitiera desenvolverse dentro del pueblo y su familia en lo que llegaba el apocalipsis, y lo encontraron en el de Jesús”, pág. 85, 2do. párrafo.
La armonía entre el conocimiento del narrador y el tiempo narrado.
Si un narrador omnisciente, que lo sabe todo, lo demuestra con arrogancia, puede terminar afectando la integridad de la obra, y en algunos casos, convertir las escenas en un ensayo. Por esa razón es fundamental que el narrador omnisciente logre armonizar sus conocimientos con el tiempo narrado, con los personajes, con el tema y hacerlo de una manera que sus conocimientos no afecte la verosimilitud en la obra. El narrador logra perfecta armonía entre su conocimiento y el tiempo que relata. A cada personaje le proporciona su dominio y ubica los tiempos a través del desenvolvimiento de ellos. Aquí, un ejemplo: “ ‘Mateo significa regalo de Yhavé’, se dijo Leví levantándose de la silla, sintiéndose halagado, y lo siguió. El maestro lo vería como el ideal para ocupar el cargo de tesorero de la organización, y no a Judas, tal propondrían Felipe y Natanael, ya que Iscariote, a pesar de haber tenido experiencia en el manejo de efectivos desde que siendo adolescente atendía en Jerusalén una empresa alfarera de su padre, era menos instruido que Mateo y tenía menos relaciones sociales; o sea, no podría, como Leví, captar fondos de los ricos nacionalistas. No obstante, darle la tesorería a un publicano, considerado la contraparte de la prostituta, subcontratista de un dinero impuro, sería un craso error, y como el segundo más capacitado era Judas, el maestro terminaría aceptándolo, y, hasta cierto punto, Judas le demostraría cuidado en la redistribución entre los judíos desamparados, del excedente del dinero captado, el cual en ocasiones también utilizaban para ayudar a los familiares de los discípulos”, pág. 88, 6to. párrafo.
Mito y el Sentir
¿Cómo expresarles a los lectores pasajes que ya saben, que ya han sentido?
Los personajes que son mitos ya están en la conciencia de la humanidad. La mayoría de sus hechos los lectores lo conocen, los han vivido emocionalmente. Uno de esos hechos es la reacción de Jesús ante la exigencia de que vaya a ver a su familia. Cualquier ser agradecería esa petición, pero Jesús la consideraba un fastidio, y todos los cristianos del mundo así lo han entendido, así lo han sentido. Disla, maneja el tema del modo siguiente: “Más tarde, en la reunión con los ocho, sobre la barca de Pedro y Andrés, dándoles las instrucciones de lugar, Santiago el menor y Tadeo volvieron a insistir en que fuera a Nazaret a visitar a la familia antes de que María muriera de preocupación y de angustia. Él se vio obligado a llamarles la atención:
— ¿Quiénes son mis familias? Mis familias son ustedes, porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”, pág. 95, 2do. Párrafo…
Disla narra el hecho, pero introduce que “Los primos consideraron el planteamiento demasiado radical, insensible al dolor de la madre”. Todos los lectores creen eso, se sienten confortables con ese sentir y esa forma narrativa eleva la belleza de la obra, mantiene un alto nivel de verosimilitud.
El juego psicológico
El primer elemento que separa a un mito, un dios, de los seres humanos, es su capacidad para manejar los tiempos, irse al pasado tanto como al futuro, de manera que pueda variar cualquiera de sus hechos con los que no se siente satisfecho. En Jesús de la tierra el narrador debe darle verosimilitud y por lo tanto debe de jugar inteligentemente con el carácter del personaje. Observen este ejemplo: “ Cediendo ante la insistencia de Santiago el menor y de Tadeo, Jesús decidió ir a Nazaret a visitar a la familia. De los ocho, sólo Andrés no lo acompañó porque se vio obligado a quedarse atendiendo su negocio. Con el resto, en el transcurso del viaje, el que harían en dos jornadas a pesar de salir de madrugada, prosiguiendo con la predicación, después de pasar por la paradisiaca llanura de Genesaret y por los bordes arenosos del mar de Galilea, yendo los discípulos delante anunciando la llegada del mesías, él se detuvo en un mercado de pescado de Magdala”, pág. 100, 2do. párrafo.
¿Puede un mito, un dios, ceder ante la presión de sus seguidores? Claro que sí, en especial cuando se trata de la madre. El más grande de los dioses esta llamado a atender una solicitud de la madre. Ningún lector ve eso como una ofensa, sino como un milagro divino.
Lo histórico y lo teológico
Aunque la novela trata el Jesús de la historia, por el hecho de ser Jesús un mito, los lectores tenemos la inclinación de pensar en lo teológico, en el Cristo, en el Jesús como líder religioso, de la iglesia, elemento que Disla nunca ignoró.
La narración de los personajes bíblicos es bastante curiosa. Por ejemplo, los libros del Génesis podrían leerse como una novela. Y al observarlo con cuidado descubrimos que las leyes de la novela están bien aplicadas.
Desde el punto de vista de la creación, el que la raza humana iniciara su devenir en la tierra, Caín matando a Abel, es sádico, monstruoso, espeluznante. Pero desde el punto de vista de la novela, el inicio es genial. El tema queda en el lector sembrado como una viga de acero que traspasa el corazón. El mensaje es muy claro: ¡si desobedece solo desgracias te vendrán! Todas las desgracias que le caen a la familia de Adán se debió a su desobediencia.
Toda prueba de fe se basa en probar la efectividad de los conectores líquidos con que fue diseñado el cerebro humano. Abraham, recibe mensajes; José recibe mensajes; Moisés y la madre de Moisés reciben mensajes del Dios creador. Noe, recibe mensajes. Todos los mensajes son para probar la fidelidad del ser creado, del súbdito, y todos los personajes terminan transformándose, lo cual es una de las características esenciales de una novela, como bien afirma Bruno Rosario Candelier.
En esos libros se definieron los grandes personajes: Adán, el primer desobediente; Eva, la primera seductora; Caín, el primer asesino; Abel la primera víctima; Abraham, el primer fiel incondicional; Jacobo, el primer ladrón y el primero que hace todos los sacrificios por la mujer amada; Labán, el primer patrón estafador, Noe, el primero que se enfrenta y vence los grandes desafíos de la naturaleza… Cada uno esta narrado a su medida y convertido en tema pasional.
En cada conflicto que las historias teológicas desvelan, la idea fundamental es sembrar la fidelidad. ¿Por qué? Porque los reyes y los emperadores dependían de la fidelidad de sus súbditos. Las batallas eran de cuerpo a cuerpo y una vez terminada la batalla había que pagarles a los ejércitos sicarios, o el emperador o el rey, pagaban con su sangre…
Ese mismo dilema se desarrolla en Jesús de la tierra. Para el mesías la fidelidad era un asunto de vida o muerte. La “traición” lo llevaría al madero. Las intrigas en el movimiento y en las familias, en la persecución de la verdad, en la lucha por mantener la Fe, la Fe en los sueños que vienen del Creador y los personajes que al recibir mensajes transforman los acontecimientos, sobre todo la batalla de Jesús por mantenerse haciendo el bien, hacen que el lector advierta que “el Diablo no es el monstruo, que el Diablo solo alimenta el monstruo que tenemos dentro”. Disla logra que Jesús vuelva para siempre. Agradezco a Disla este Jesús de la tierra porque ningún Papa pudo haberlo hecho mejor.
Centro de Espiritualidad San Juan de la Cruz
La Vega, República Dominicana
23 de junio de 2018.
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