El perejil de todas las salsas
Hablábamos la semana pasada de signos ortográficos humildes; los hay humildes sí, pero que nos aparecen hasta en la sopa. Ese es el caso del apóstrofo, que no apóstrofe, que es otra cosa muy distinta.
Un apóstrofe es algo así como una pela de lengua breve, si me lo permiten (según el DRAE, ‘dicho denigrativo que insulta y provoca’). El apóstrofo, en cambio, es un signo ortográfico que a veces, demasiadas, empleamos para reproducir por escrito las elisiones que se producen en la lengua coloquial: pa’l trabajo o el mucho más frecuente pa’l cara…
Siempre les escribo sobre lo que debe hacerse; hoy déjenme que les insista en lo que no se debe hacerse.
No debemos usarlo para indicar la supresión del final de una palabra cuando la palabra que le sigue no se ve afectada: nada de *pa’ mañana. Si lo que queremos es reflejar la pronunciación vulgar, y puesto que mañana no se altera, lo correcto es escribir pa mañana.
Olvídense del apóstrofo para abreviar los años. Nada de generación del ’60; basta con generación del 60. Y, ya que hablamos de años, no lo utilicen para expresar las décadas: *los convulsos 90’s (copiada del inglés, por cierto) se escribe los convulsos 90.
Y, sobre todo, evítenlo para pluralizar las siglas: *CD’s. Si queremos expresar el plural de una sigla marquémoslo con su artículo y dejemos la sigla invariable: los CD.
El apóstrofo es humilde; respetemos su condición y no queramos que sea como el arroz blanco o que se convierta en el perejil de todas las salsas.
© 2015, María José Rincón.