Director de la Academia dicta conferencia sobre filología en la Pucmm
La Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (Pcumm) fue el escenario de la conferencia del director de la Academia Dominicana de la Lengua, titulada “El sentido de la filología”, acto inaugural del “Doctorado en Lingüística y Literatura”, el primer doctorado propio de una universidad dominicana.
Los doctores Enrique Sánchez Costa y Pedro Silverio dieron la bienvenida a los participantes a dicha actividad y agradecieron a quienes hicieron posible este doctorado. Además, comentaron que este proyecto ha tenido una participación muy activa y decisiva de las instancias de dirección de la PUCMM. Ambos funcionarios universitarios expresaron que la universidad se siente honrada porque el Dr. Bruno Rosario Candelier haya aceptado la invitación de impartir la conferencia magistral, ya que es egresado de la PUCMM y además estuvo vinculado por más de 30 años como profesor de lengua y literatura en la universidad santiaguera.
En su condición de coordinador del acto, Sánchez Costa explicó que un doctorado es el título académico más prestigioso en el plano universitario y a nivel internacional, el sello que acredita la capacidad investigadora de un académico y, con ella, su solvencia metodológica y científica.
Al iniciar sus palabras, Rosario Candelier expresó su agradecimiento a las autoridades universitarias por la invitación a dictar la conferencia “El sentido de la filología”. Dijo que el primer dominicano graduado en Filología Románica fue Arturo Jiménez Sabater, lingüista y académico de la lengua, y el primer dominicano en graduarse en Filología Hispánica fue él, carrera que le abrió las puertas de la Academia Dominicana de la Lengua.
Este director habló del origen de la filología, que dio lugar a la primera escuela lingüística en la Grecia antigua, y la persona clave que sentó las bases de esta disciplina académica fue Heráclito de Éfeso, uno de los antiguos pensadores presocráticos del siglo VI A.C., época en la que se desarrolla los conceptos de Logos y de Filología, con las impliaciones para el estudio de la lengua, el cultivo de la literatura y la interpretación de la creación literaria. Manifestó que cuando Heráclito orientaba a los que acudían en busca de su sabiduría, abrió nuevos cauces al pensamiento, la imaginación y la creatividad del arte, la filosofía, la mística y la espiritualidad. Contó que un día uno de los estudiantes le preguntó cuál era el aspecto determinante del ser humano y él se retiró a meditar en torno a esa pregunta; al regreso se apareció con un nuevo concepto, la idea de Logos, fundamental para el desarrollo del pensamiento y la teorización, que calificó como “energía divina” y esa condición era el atributo más importante de los seres humanos en atención a lo que esa dotación implicaba para el desarrollo de la inteligencia y de la sensibilidad. Habló de esa energía divina y de esa potencia de la inteligencia como el principio del quehacer humanístico y fuente de la energía interior de la conciencia. Explicó que con la palabra “Logos”, Heráclito daba a entender la clave de nuestro cerebro para intuir, crear y expresar, que la palabra formaliza en imágenes y conceptos. Agregó que en virtud del Logos, tenemos una conexión íntima con la Divinidad, que es la que otorga el poder intelectual y creativo al hombre.
Por otro lado, resaltó que los estudiantes de la primera escuela filológica deben profundizar en el estudio de la gramática, la ortografía, la semántica y la lexicografía. El primer estudio al que debían entrenarse los estudiantes de filología en la antigua Grecia era el conocimiento de la lengua, porque entendían que el filólogo es el estudioso de la palabra llamado a desentrañar el sentido de un texto. Además, subrayó que los filólogos eran también creadores, de tal manera, que grandes poetas griegos asumieron esa disciplina, y citó a Píndaro y Tirteo, grandes creadores de la literatura griega.
La actividad se efectuó ante la matrícula de profesores y estudiantes del doctorado en Lingüística y Literatura. Ese selecto público experimentó un arrobamiento intelectual y espiritual al saber que en los tiempos antiguos había creadores, pensadores e intérpretes del saber humano que ahondaron en el estudio de la palabra y contribuyeron al conocimiento de las humanidades, según explicara el disertante durante el acto de apertura del doctorado que ofrece la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra en la capital dominicana.
En esta alocución destacó la importancia que reviste estudiar y cultivar la lengua que hablamos, lo que garantiza una cosmovisión amplia, profunda y enriquecedora, tanto de nuestro mundo interior como del que nos circunda. Y a través de la lengua aprehendemos la esencia, el sentido y la trascendencia de fenómenos y cosas, especialmente la dimensión interna y mística de lo viviente.
Para validar la pertinencia de esta exhortación, el disertante evocó la etapa de los pensadores presocráticos de la antigua Grecia, donde el amor al conocimiento y el cultivo del intelecto eran primordiales para sus intelectuales, pensadores y poetas. Refirió que para los poetas, intelectuales y artistas era indispensable conocer y dominar su idioma, tener conciencia de su estructura, así como de las posibilidades lingüísticas y estilísticas que el lenguaje propicia para interpretar, recrear el mundo y plasmar sus intuiciones y vivencias.
Dijo que los estudios filológicos eran una singular ocupación entre la intelectualidad griega, y citó el aporte de los filósofos Aristóteles y Platón, de los grandes dramaturgos como Sófocles y Eurípides, así como de los valiosos poetas, como Homero y Safo. Esos pensadores y poetas cultivaban los saberes de su época -hablamos de los siglos IV al VII A.C.-, estudiosos que pusieron especial atención al lenguaje, al cultivo de la palabra, a la «energía divina» que entrañaba el Logos, según afirmaba Heráclito, quien resaltó esa dotación exclusiva del ser humano. Este sabio reflexionó sobre la capacidad para pensar, ya que el desarrollo del raciocinio está vinculado al lenguaje, por lo cual el dominio cabal de su lengua, así como el conocimiento de la expresión estética del lenguaje, que es la literatura, permite potenciar y profundizar en el maravilloso don de la inteligencia.
Enfatizó que entre las disciplinas cuyo estudio era obligatorio para un escritor, poeta o intérprete de la poesía, figuraban conocimientos de lingüística, cosmología, estética y mística. Esos estudios se requerían porque desarrollaban las habilidades y destrezas cognoscitivas en diferentes vertientes del saber. De ahí que los intelectuales se clasificaban en pensadores, estetas y contemplativos, pero todos debían tener dominio de los diferentes saberes vinculados al conocimiento del mundo. También dijo que los filólogos o intérpretes tenían el mismo don de los poetas, es decir, en razón de que podían desentrañar el sentido de las creaciones artísticas. Esos antiguos filólogos debían cultivar y practicar la mística mediante la contemplación, elevando así su espíritu hasta poder captar el “fuego divino” que recibían, y testimoniar, como intelectuales y poetas, la singular condición de los iluminados, como lo eran Heráclito de Éfeso, Parménides de Elea o Pitágoras de Samos. En consecuencia, el ideal de la Grecia clásica era que sus intelectuales pudiesen articular en forma armoniosa estos cuatro pilares del cultivo de su intelecto, de su sensibilidad estética y de su espíritu, como garantes del mundo interior de la conciencia, en tanto expresión de la esencia del Cosmos, de todo lo viviente, para testimoniar la verdad y la belleza intuidas por la sensibilidad y la conciencia. “Gracias al desarrollo de su intelecto y el cultivo del espíritu esos sabios griegos podían experimentar una emoción estética sublime, fruto de la fruición espiritual sentida ante la verdad o vivida ante la belleza de fenómenos y cosas”. Esta es la más alta y profunda dotación que la Divinidad ha conferido a los hombres, para beneficio de la humanidad.
En aquella época los filólogos tenían que entender el sentido de la creación, porque son los intérpretes de la palabra, ya que el filólogo es un ser llamado a interpretar el sentido de la literatura, que no es simplemente la expresión de la belleza, sino que busca una sabiduría más profunda. Recomendó leer algunas obras de filólogos reconocidos, como Paideia de Werner Jaeger; La incógnita del hombre, de Alexis Carrel; y Carta al Greco, de Nikos Kazantzakis, entre otros.
Al finalizar, Bruno Rosario Candelier exhortó a los doctorandos a que presten su atención al estudio de la palabra, a la forma y al sentido de las palabras, ya que en nuestro país no se le da importancia al fundamento gramatical y ortográfico, y un filólogo no puede darse el lujo de ser un desconocedor del lenguaje. Explicó que todo está sometido al ordenamiento del Universo, incluyendo las creaciones humanas a través de las palabras, y, en virtud de ese ordenamiento con la fuente originaria de la Creación, nace el respeto a la palabra, que es lo que los filólogos deben sentir, ya que es en esencia lo que ilustra el sentido de la filología.
Santo Domingo, PUCMM/ADL, 5 de septiembre de 2015.