La historia literaria dominicana se inicia con Leonor de Ovando en el siglo XVI
Por Miguel Collado
La historia literaria y la otra historia —la referida a los acontecimientos y hechos registrados en el pasado, los cuales nos revelan lo que ha sido el desarrollo de un pueblo, de una colectividad humana— caminan parejamente, atravesadas ambas por el imponente tiempo y por las acciones del hombre. Del tiempo se nutren; él marca su ritmo. Una nos ayuda a explicar la otra. © 2021, Miguel Collado
«La historia literatura dominicana se inicia con el nombre de Colón…». Con esta mentira histórica el historiador literario Joaquín Balaguer emprende su estudio sobre la historia literaria dominicana. Incluso le dedica ocho páginas (retrato incluido) a Cristóbal Colón abriendo su Historia de la literatura dominicana, ganadora del Premio Nacional de Obras Didácticas en 1956, otorgado por la Secretaría de Estado de Educación, Bellas Artes y Cultos (SEEBAC). Y analiza, incluso, el estilo literario del navegante aventurero, empeñado en demostrar que su afirmación citada responde a una verdad que solo existe en su pasión hispanófila: «Si lo que caracteriza el estilo poético es la expresión de las ideas por medio de tropos y figuras, ninguno más lleno de poesía que el del Primer Almirante. Todo lo describe Colón por medio de imágenes y con lujo de metáforas tan precisas como deslumbradoras. […] Su estilo llega a veces al borde de lo patético»⁽¹⁾.
Esa distorsión en la historia literaria dominicana se ha venido repitiendo por más de un siglo: desde que Pedro Henríquez Ureña publicara en 1917 su ensayo «Literatura dominicana»⁽²⁾. A partir de sus posteriores y autorizados estudios sobre las letras coloniales ha sido constante la difusión en las aulas universitarias y en las escuelas públicas del país, la creencia de que los primeros escritores americanos fueron los cronistas españoles. ¡Grave error! El ilustre humanista dominicano —que tempranamente también dio muestras de admiración hacia la cultura española— es quien por primera vez plantea la tesis de que con Cristóbal Colón se inicia la historia literaria dominicana: «El diario de Colón, que conservamos extractado por el padre Las Casas, contiene las páginas con que tenemos derecho de abrir nuestra historia literaria, el elogio de nuestra isla que comienza: “La Española es maravilla…”»⁽³⁾. Casi veinte años después el Maestro de América ratifica casi textualmente su tesis en su ya clásica obra La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo (1936): «El diario de COLÓN, que conservamos extractado por Fray Bartolomé de Las Casas, contiene las páginas con que tenemos derecho de abrir nuestra historia literaria, el elogio de nuestra isla…»⁽⁴⁾.
Henríquez Ureña, para sostener su propuesta, cita fragmentos del diario escrito por el Almirante de la mar Océana: Es tierra toda muy alta… Por la tierra dentro muy grandes valles, y campiñas, y montañas altíssimas, todo a semejaza de Castilla… Un río no muy grande… viene por unas vegas y campiñas, que era maravilla ver su hermosura… (7 de diciembre de 1492). La Isla Española… es la más hermosa cosa del mundo… (11 de diciembre). Estaban todos los árboles verdes y llenos de fruta, y las yervas todas floridas y muy altas, los caminos muy anchos y buenos; los ayres eran como en abril en Castilla; cantava el ruyseñor… Era la mayor du1çura del mundo. Las noches cantavan algunos paraxitos suavemente, los grillos y ranas se oían muchas… (13 de diciembre). Y los árboles de allí.., eran tan viciosos, que las hojas dexavan de ser verdes, y eran prietas de verdura. Esa cosa de maravilla ver aquellos valles, y los ríos, y buenas aguas, y las tierras para pan, para ganados de toda suerte…, para güertas y para todas las cosas del mundo qu’el hombre sepa pedir… (16 de diciembre). En toda esta comarca ay montañas altíssimas que parecen llegar al cielo.., y todas son verdes, llenas de arboledas, que es una cosa de maravilla. Entremedias d’ellas ay vegas muy graciosas… (21 de diciembre). En el mundo creo no ay mejor gente ni mejor tierra. Ellos aman a sus próximos como a sí mismos, y tienen una habla la más dulce del mundo, y mansa, y siempre con risa… (25 de diciembre)⁽⁵⁾.
Con lo que sí estamos de acuerdo —y que no es una fantasía— es con la descripción que Pedro nos ofrece del ambiente cultural y literario que existía en ese momento histórico, casi inmediatamente posterior al descubrimiento en la isla Española: Había muchos poetas en la colonia, según atestiguan Juan de Castellanos, Méndez Nieto, Tirso de Molina. Desde temprano se escribió, en latín como en español. Y desde temprano se hizo teatro. Gran número de hombres ilustrados residieron allí, particularmente en el siglo XVI: teólogos y juristas, médicos y gramáticos, cronistas y poetas. Entre ellos, dos de los historiadores esenciales de la conquista: Las Casas y Oviedo; dos de los grandes poetas de los siglos de oro: Tirso y Valbuena, uno de los grandes predicadores: Fray Alonso de Cabrera; uno de los mejores naturalistas: el P. José de Acosta; escritores estimables como Micael de Carvajal, Alonso de Zorita, Eugenio de Salazar. Hubo escritores de alta calidad, como el arzobispo Carvajal y Rivera, que se nos revelan a medias, en cartas y no en libros. Cuál más, cuál menos, todos escriben —todos los que tienen letras— en la España de entonces: la literatura “es fenómeno verdaderamente colectivo, —dice Altamira—, en que participa la mayoría de la na-ción». Pero España no trajo sólo cultura de letras y de libros: trajo también tesoros de poesía popular en romances y canciones, bailes y juegos, tesoros de sabiduría popular, en el copioso refranero⁽⁶⁾.
Indudablemente, era un ambiente propicio para la creación literaria y como lógicas habría que entender las conocidas influencias literarias en los nacidos en la Isla, considerados «criollos».
Ahora bien, sí es una fantasía la afirmación hecha por Henríquez Ureña en 1917 y asumida como verdad por Balaguer en 1956, pues Colón no era ni literato ni historiador. Era un navegante europeo escribiendo, muy distante de su patria adoptiva (España), sobre una nueva realidad —un mundo nuevo para sus ojos aventureros— y rindiendo informes de navegación que constituían parte de los deberes de los capitanes: eran las singulares bitácoras de navegantes en el medioevo. El crítico literario Manuel Mora Serrano, al referirse a Colón, lo explica así: «Aparece en nuestra historia literaria por las cartas que escribió a los Reyes Católicos y a su protector Luis de Santángel, donde les da noticias de sus descubrimientos, y por las anotaciones de su cuaderno de bitácora acerca de su extraordinario y accidentado viaje; estas notas […] son obligación de todo capitán de navío»⁽⁷⁾. Es decir, no hubo una intención estética o artística en Colón: solo el impulso de cumplir con una rutina propia de hombre de mar.
Colón ni siquiera era español, pues había nacido en Italia en octubre de 1451. Es decir, no había nacido en la Isla, por lo que tampoco era un «criollo». Era una especie de Francis Drake: otro con patente de corso, pero al servicio de la corona española; era un invasor: ¿un pirata buscando tesoros, posesiones? Todos los soldados y exploradores que lo acompañaban, aturdidos por la sed de aventura, perseguían ese mismo propósito, muy distante del espíritu «evangelizador» enarbolado por los religiosos que arribarían a la Isla después, cuando ya los actos de barbarie habían dejado sus huellas en el indefenso pueblo aborigen.
Paradójicamente, al referirse a los primeros escritores nacidos en Santo Domingo Henríquez Ureña no menciona a Colón y afirma lo siguiente: «Y hubo de ser Santo Domingo el primer país de América que produjera hombres de letras […]. Dominicanos son, en el siglo XVI, Arce de Quirós, Diego y Juan de Guzmán, Francisco de Liendo, el P. Diego Ramírez, Fray Alonso Pacheco, Cristóbal de Llerena, Fray Alonso de Espinosa, Francisco Tostado de la Peña, Doña Elvira de Mendoza y Doña Leonor de Ovando, las más antiguas poetisas del Nuevo Mundo»⁽⁸⁾.
Tres de esos escritores merecen ser destacados: Cristóbal de Llerena (1541-1626), Leonor de Ovando (1544-¿1610/1615?) y Francisco Tostado de la Peña (¿1530?-1586). Los dos primeros por ser los antecedentes más lejanos en el tiempo de las letras dominicanas en los géneros teatro y poesía, respectivamente; el último, por haber sido el primer poeta nacido en la Isla y por la circunstancia trágica en que fue alcanzado por la muerte a causa del ataque sufrido por la ciudad de Santo Domingo por parte del pirata Francis Drake en enero de 1586. En Llerena y en Tostado de la Peña nos hemos detenido en ensayos separados ya publicados: «Del primer texto dramático de la literatura dominicana (1588)» y «Del primer poeta de la literatura dominicana: Francisco Tostado de la Peña». Llerena también era poeta.
De Leonor de Ovando, Marcelino Menéndez y Pelayo salva cinco sonetos al recogerlos, «como curiosidad bibliográfica», en su Historia de la poesía de hispano-americana⁽⁹⁾:
- «En respuesta a uno de Eugenio de Salazar»;
- «De la misma señora al mismo en la Pascua de Reyes»;
- «De la misma señora al mismo en respuesta de uno suyo»;
- «De la misma señora al mismo en respuesta de otro suyo»; y
- «De la misma señora al mismo en respuesta de otro suyo sobre la competencia entre las monjas bautistas y evangelistas».
A continuación, transcribimos el primero de esos sonetos:
En respuesta a uno de Eugenio de Salazar
El niño Dios, la Virgen y parida,
el parto virginal, el Padre eterno,
el portalico pobre, y el invierno
con que tiembla el auctor de nuestra vida,
sienta (señor) vuestra alma y advertida
del fin de aqueste don y bien superno,
absorta esté en aquel, cuyo gobierno
la tenga con su gracia guarnecida.
Las Pascuas os dé Dios, qual me las distes
con los divinos versos de essa mano;
los quales me pusieron tal consuelo,
que son alegres ya mis ojos tristes,
meditando bien tan soberano,
el alma se levanta para el cielo.
El insigne filólogo español, dando constancia de su honestidad intelectual, indica su fuente: «Debemos la noticia de ella y el conocimiento de algunos de sus versos al inestimable manuscrito de la Silva de Poesía, compuesta por Eugenio de Salazar, vecino y natural de Madrid, que se guarda en nuestra Academia de la Historia, y que tuvimos ocasión de mencionar tratando de Méjico»⁽¹⁰⁾. Y da más detalles sobre su hallazgo literario: […] nos hace conocer varias composiciones de la ingeniosa poeta y muy religiosa y observante D.ª Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina de La Española, de quien se declara muy devoto y servidor , y a quien dedica cinco sonetos en fiestas de Navidad, Pascua de Reyes, Pascua de Resurrección, Pascua de Pentecostés y día de San Juan Bautista, contestándole la monja con otros tantos, no menos devotos que corteses, y a veces por los mismos consonantes que los del Oidor⁽¹¹⁾.
Son textos escritos durante diálogos literarios sostenidos por la poetisa con el escritor español Eugenio de Salazar (1530-1602), quien los compila en su obra citada por Menéndez y Pelayo, editada, tardíamente, en 2019⁽¹²⁾. Salazar había sido «nombrado en 19 de julio de 1573 Oidor de Santo Domingo, donde permaneció hasta 1580, en que ascendió a Fiscal de la Audiencia de Guatemala»⁽¹³⁾. Por lo que habría que ubicar la producción poética de Leonor de Ovando entre 1573 y 1580.
Menéndez y Pelayo también rescata los versos sueltos de Ovando transcritos más abajo, que «aún llenos de asonancias, como era general costumbre en el siglo XVI y lo es todavía entre los italianos, no me parecen despreciables, y siquiera por lo raro del metro en la pluma de una monja, deben conservarse»⁽¹⁴⁾. Dice el célebre humanista:
Versos sueltos de la misma señora al mismo
Qual suelen las tinieblas desterrarse
Al descender de Phebo acá en la tierra,
Que vemos aclarar el aire obscuro,
Y mediante su luz pueden los ojos
Representar al alma algún contento,
Con lo que pueda dar deleyte alguno:
Assí le acontesció al ánima mía
Con la merced de aquel ilustre mano,
Que esclareció el caliginoso pecho,
Con que puede gozar de bien tan alto,
Con que puede leer aquellos versos
Dignos de tan capaz entendimiento,
Qual el que produció tales conceptos.
La obra vuestra fué; mas el moveros
A consolar un alma tan penada,
De aquella mano vino, que no suele
Dar la nïeve, sin segunda lana;
Y nunca da trabajo, que no ponga
Según la enfermedad la medicina.
Assi que equivalente fué el consuelo
Al dolor, que mi alma padescía
Del ausencia de prendas tan amadas.
Seys son las que se van, yo sola quedo;
El alma lastimada de partidas,
Partida de dolor, porque partida
Partió, y cortó el contento de mi vida,
Cuando con gran contento la gozaba:
Mas aquella divina Providencia,
Que sabe lo que al alma le conviene,
Me va quitando toda la alegría,
Para que sepáys que es tan zeloso,
Que no quiere que quiera cosa alguna
Aquel divino esposo de mi alma,
Sino que sola a él sólo sirva y quiera,
Que solo padesció por darme vida;
Y sé que por mí sola padesciera
Y a mí sola me hubiera redimido,
Si sola en este mundo me criara.
La esposa dice: sola yo a mi amado,
Mi amado a mí. Que no quiero más gente.
Y llorar por hermanos quien es monja,
Sabiendo que de sola se apellida:
No quiero yo llorar, más suplicaros
Por sola me veáys, si soys servido;
Que me edificaréys con escucharos⁽¹⁵⁾.
De lo anterior cabe deducir que Leonor de Ovando no tan solo es la primera mujer de letras en la historia literaria dominicana sino, también, de todo el continente americano. Confirmada queda esta aseveración en las palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo cuando dice: «[…] en el XVI, en que la ruina de la colonia no se había consumado aún, no dejó la isla de ser honrada alguna vez por los favores de las musas, y tuvo desde luego la gloria de que en su suelo floreciese la primera poetisa de que hay noticia en la historia literaria de América»¹⁶. Sobre Francisco Tostado de la Peña, Menéndez y Pelayo también encuentra noticia en la Silva de poesía de Salazar. Pero el historiador literario español no lo favorece con su juicio crítico: «trae un soneto tan malo que no vale la pena de ser transcrito, aunque Salazar le llame en la contestación “heroico ingenio del sutil Tostado”»⁽¹⁷⁾. Sin embargo, desde nuestra perspectiva de bibliógrafo ese soneto de Tostado de la Peña sí tiene su valor histórico-documental, por lo que lo transcribimos a continuación, acudiendo a Henríquez Ureña: Soneto de bienvenida al oidor Eugenio de Salazar, al llegar a Santo Domingo:
Divino Eugenio, ilustre y sublimado,
en quien quanto bien pudo dar el cielo
para mostrar su gran poder al suelo
se halla todo junto y cumulado:
de suerte que si más os fuera dado
fuera más que mortal el sacro velo
y con ligero y penetrable vuelo
al summo choro uviérades volado:
Vuestra venida tanto desseada
a todos ha causado gran contento,
según es vuestra fama celebrada;
y esperan que de hoy más irá en aumento
esta famosa isla tan nombrada,
pues daros meresció silla y asiento⁽¹⁸⁾.
Ese soneto fue copiado por el filólogo y ensayista judío-venezolano Ángel Rosenblat directamente del manuscrito de la Silva de poesía, de Eugenio de Salazar, que, al momento de ser rescatado por Pedro, se encontraba en la Academia de Historia de Madrid. Es lo que informa el excelso humanista dominicano en nota al pie de la pieza poética de Tostado de la Peña. Rosenblat fue un discípulo aventajado de Pedro y de Amado Alonso en la Universidad de Buenos Aires.
Es importante consignar que en su obra citada, Menéndez y Pelayo reconoce la importancia histórica de la literatura producida en la isla Española, pero solo por ser un acontecimiento histórico primigenio, no por su valor estético inicial en sí: «La isla Española, la Primada de las Indias, […] no puede ocupar sino muy pocas páginas en la historia literaria del Nuevo Mundo. Y, sin embargo, la cultura intelectual tiene allí orígenes remotos, inmediatos al hecho de la Conquista […]»⁽¹⁹⁾. ¡Y tiene razón ese respetable erudito español! Es que era el nacimiento de una nueva cultura, que habría de evolucionar con el tiempo, y el desarrollo de la creación literaria, al igual que las demás manifestaciones artísticas, recibiría su impulso luego de iniciado el período de la Conquista. Apelando a la verdad histórica, podemos afirmar que la poetisa Leonor de Ovando con sus poemas y el dramaturgo Cristóbal de Llerena con su entremés, ambos en la segunda mitad del siglo XVI, representan el antecedente más remoto del nacimiento de la literatura dominicana, no el Almirante Cristóbal Colón con su Diario de navegación (1492-1493).
Sor Leonor de Ovando emerge en la temprana fecha del siglo XVI como la autora de los primeros poemas escritos en la América hispana. Con sonetos de aliento místico, esta monja encarna la primera voz poética de La Española, cuya lírica inaugura la creación mística y poética en la literatura dominicana y en las letras continentales⁽²⁰⁾.
[…]
Como poeta, Leonor de Ovando es producto del desarrollo cultural del siglo XVI, que en la base de su cosmovisión se apreciaba la cultura académica como expresión del desarrollo personal y social.
[…]
Esta poeta y religiosa dominicana cultivó la poesía mística con hondura conceptual y belleza expresiva. Es decir, la poeta dominicana sor Leonor de Ovando se anticipa a la poeta mexicana sor Juan Inés de la Cruz en la creación de sus devaneos líricos desde la celda de un convento colonial.
[…]
La poesía de sor Leonor de Ovando no solo representa la primera manifestación lírica de una autora nacida, criada, desarrollada y establecida en la Española del siglo XVI, sino la primera expresión de la lírica mística en la literatura dominicana, lo que se corresponde con la tendencia de la espiritualidad mística, que fraguó la sustancia de la tradición espiritual de la literatura española⁽²¹⁾.
Finalmente, debemos abordar, así sea panorámicamente, el tema de la tesis sustentada por el historiador literario dominicano Abelardo Vicioso en torno a los orígenes de la literatura dominicana. Vicioso los sitúa en el siglo XVII, para lo cual se basa en la teoría histórica sobre la noción de período del ensayista y poeta Pedro Mir, quien sostiene que: «Las raíces más remotas del pueblo dominicano, se detectan a principios del Siglo XVII. En ese momento es preciso situar, pues, el comienzo propiamente dicho de la HISTORIA DE LA REPÚBLICA DOMINICANA, en cuanto historia del pueblo dominicano»⁽²²⁾. Mir justifica su tesis partiendo de un hecho histórico: las devastaciones ordenadas por la corona española y llevadas a cabo durante el gobierno de Antonio de Osorio, en la banda norte de Santo Domingo, durante los años de 1605 y 1605, las cuales dieron lugar a la formación, al pasar el tiempo, de dos pueblos distintos: el dominicano en la parte oriental de la Isla y el haitiano en la parte occidental.
De ahí es que el profesor Abelardo Vicioso parte para afirmar lo siguiente: «Por tanto, habría que partir de esa época a la hora de rastrear los orígenes de la literatura dominicana, con lo que dejaríamos fuera de ella toda la producción literaria del siglo XVI en nuestra isla»⁽²³⁾. Y luego agrega que como consecuencias de dichas devastaciones «la población isleña, principalmente la pudiente, emigró en masa para no volver jamás, dejando a la isla en completo estado de desolación, abandono y miseria, y llevándose consigo toda la rica producción literaria de los Montesinos y Las Casas, de los Bejarano y los Llerena, de las Elvira de Mendoza y las Leonor de Ovando, que tantas glorias le dieron a las letras en el siglo XVI»⁽²⁴⁾. De cualquier modo, sea en el siglo XVI o en el siglo XVII que se acuerde ubicar los orígenes de la literatura dominicana, cabe admitir que la poetisa Leonor de Ovando no tan solo nació, vivió y produjo sus textos en la parte oriental de Santo Domingo antes de esos trágicos sucesos, sino, además —y esto es muy importante—, que continuó viviendo y produciendo literatura allí hasta muchos años después de las devastaciones: hasta aproximadamente el año 1615. O sea, de cualquier manera, sin importar el siglo, es ella la fundadora de la literatura dominicana, no Cristoforo Colombo (1451-1506).
NOTAS:
⁽¹⁾ Joaquín Balaguer. Historia de la literatura dominicana [1956]. 10.ª edición. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Corripio, 1997. Pág. 11.
⁽²⁾ Pedro Henríquez Ureña. «Literatura dominicana». En: Revue Hispanique (París), 40 (98): 273-294, agosto de 1917. Editado en folleto: París-New York: [s. n.], 1917. 26 p.
⁽³⁾ Ibid. En sus: Obras completas. Recopiladas por: Juan Jacobo de Lara. Santo Domingo, Rep. Dom.: Universidad Nacional «Pedro Henríquez Ureña», 1979. Tomo III: 1914-1920. Pág. 312.
⁽⁴⁾ PHU. La cultura y las letras coloniales en Santo Domingo. Buenos Aires, Argentina: Universidad de BA, 1936. Recogida en su: Obra crítica. Edición, bibliografía e índice onomástico: Emma Susana Speratti Piñero; prólogo: Jorge Luis Borges. México / Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1960. Pág. 338.
⁽⁵⁾ Loc. cit.
⁽⁶⁾ Op. cit., p. 336.
⁽⁷⁾ Manuel Mora Serrano. Literatura dominicana e hispanoamericana. Español 6.° curso. Santo Domingo, Rep. Dom.: DISESA, 1978. Pág. 18.
⁽⁸⁾ Op. cit., p. 336.
⁽⁹⁾ Marcelino Menéndez y Pelayo. Historia de la poesía hispano-americana. Madrid, España: Librería General de Victoriano Suárez, 1911. Tomo I. Pág. 296.
⁽¹⁰⁾ Ibid., pág. 295.
⁽¹¹⁾ Ibid., pág. 296.
⁽¹²⁾ Eugenio de Salazar. Silva de poesía. Editor: Jaime José Martínez Martín. México, D. F.: Frente de Afirmación Hispanista, 2019. 1087 p.
⁽¹³⁾ Marcelino Menéndez y Pelayo. Op. cit., pág. 295.
⁽¹⁴⁾ Ibid., pág. 296.
⁽¹⁵⁾ Ibid., págs.. 298-299.
⁽¹⁶⁾ Ibid., pág. 295.
⁽¹⁷⁾ Ibid., pág. 296.
⁽¹⁸⁾ Pedro Henríquez Ureña. La cultura…Obra crítica, págs. 373-374.
⁽¹⁹⁾ Op. cit., pág. 291.
⁽²⁰⁾ Bruno Rosario Candelier. La sabiduría sagrada. La lírica mística en las letras dominicanas. Moca, Rep. Dom.: Movimiento Interiorista del Ateneo Insular, 2020. Pág. 13. En La búsqueda de lo absoluto. El aliento interiorista en las letras dominicanas: de Sor Leonor de Ovando a Tulio Cordero (Moca, Rep. Dom.: Publicaciones del Ateneo Insular, 1997. 315 p.) Bruno Rosario Candelier afirma: “La figura de Sor Leonor de Ovando emerge en la temprana fecha del siglo XVI como la autora de los primeros poemas escritos en el Nuevo Mundo. Con sonetos y versificaciones de aliento místico representa la primera voz lírica de La Española, inaugura la creación mística en la literatura dominicana y sienta las bases de la tradición poética en la literatura colonial”. Pág. 21.
⁽²¹⁾ Ibid., págs. 13-17.
⁽²²⁾ Pedro Mir. La noción de período en la historia dominicana. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Universitaria-UASD, 1981. Vol. I. Pág. 19. (Publicaciones de la UASD; vol. CCXCV. Colección Historia y Sociedad; no. 44).
⁽²³⁾ Abelardo Vicioso. El freno hatero en la literatura dominicana. Santo Domingo, Rep. Dom.: Editora Universitaria-UASD, 1983. Pág. 19. (Publicaciones de la UASD; vol. CCCXXIII. Colección Educación y Sociedad; no. 21).
⁽²⁴⁾ Ibid., págs. 19-20.
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