Conciencia lingüística y mantenimiento del idioma

Por Tobías Rodríguez Molina

 

Se dice frecuentemente que “el dominicano pone candado después que le roban.” Creo que todos los mortales, no importa el país de origen, estamos cortados por la misma tijera. Pero los dominicanos, no se sabe por cuál complejo, si el de Guacanagarix o quién sabe cuál otro, nos echamos el lazo nosotros solos al no poner el verdadero candado que demanda nuestra realidad lingüística.

Lo antes dicho viene a colación para referirme a lo que muchos llaman “el progresivo deterioro de la lengua española en República Dominicana”, para hacer frente al cual hay quienes proponen diferentes opciones para evitar  que nuestro español se nos eche a perder.

Una de esas opciones, auspiciada por quienes culpan de nuestros problemas lingüísticos a la maldad de otras lenguas, propone algo así como una cruzada, una lucha de frente por el rescate de la lengua española que estamos perdiendo ante la influencia foránea. Habría que imaginarse que estos hacen referencia al inglés de Norteamérica y  al creole  de nuestros vecinos haitianos, lenguas, que según ellos,  le están quitando la pureza al español de España y nuestro.

Otra de las opciones para mantenernos en pie de lucha lingüística, sostenida por quienes hacen culpables del problema a los dominicanos, aboga por traer, importar, diríase mejor, profesores de otras tierras, por ejemplo de España, donde se habla “bien” el español, para que nos enseñen a los dominicanos, comenzando por los profesores, a hablar bien la lengua española.

Como creo que esas dos posiciones son las preponderantes en el ámbito dominicano, y las que más preocupados  tienen a muchos, y  a ellas me voy a referir en el presente artículo.

En lo referente a la primera posición, creemos que la alarma no puede provenir de la influencia que esas lenguas foráneas puedan ejercer sobre nuestro idioma nacional, pues eso es algo inevitable, ya que todas las lenguas sufren el “riesgo”, si es que se puede llamar riesgo, de los préstamos lingüísticos, que lo que hacen es ayudar, enriquecer a las lenguas que los reciben. ¿Acaso ha desaparecido la lengua vasca en España, el francés de Québec o el español de Puerto Rico a causa de los préstamos?

Si nuestro español es influenciado malignamente, los culpables somos nosotros, o más bien la poca conciencia que tenemos del valor de nuestro idioma nacional. Los hablantes del vasco deben tener una gran conciencia, un gran amor a su lengua y cultura. Lo mismo hay que decir de los “ciudadanos” de  la provincia de  Québec. Algo parecido se puede decir de los puertorriqueños, especialmente los que habitan en la isla.  Se puede afirmar, y creo no equivocarme, que esa conciencia la han adquirido esos aguerridos habitantes del mundo, a que ya se han dado cuenta de que se ha intentado robarles su lengua de múltiples maneras. Pero ya pusieron su candado. En eso nos parecemos, pero  nosotros aún no hemos puesto el nuestro y gastamos el tiempo en lamentaciones, en descuido y  en incorrectas propuestas.

Parece que los dominicanos no hemos caído en la cuenta de que también a nosotros nos están robando, o nosotros mismos nos estamos robando.  Y por eso oímos que algunos aconsejan que compremos candados. Pero la solución no llegará porque nos lo estén diciendo; vendrá, por el contrario, cuando la mayoría, por propio dictamen, porque nuestra conciencia lingüística nos lo está reclamando, gritando desesperadamente,  salgamos con urgencia a comprar nuestros candados para proteger nuestra rica y querida lengua española. Uno de esos candados debe ser un permanente empeño, especialmente de las personalidades cultivadas e instituciones públicas y privadas, por el empleo de la lengua apegado a las normas generales  aplicadas en un país que tiene algunas características propias.

La segunda opción, como apuntamos antes, propuso, para enfrentar  el problema del “deterioro” de nuestra lengua, o la “pérdida” del español, trayendo, importando profesores españoles (“enlatados lingüísticos”), que nos enseñaran a hablar bien la lengua española. Eso debía hacerse pues, según los proponentes,  aquí ya no se habla  español, sino una mala  versión del español.

Creemos que una persona que tenga las nociones más elementales de la moderna lingüística no puede estar de acuerdo con semejante postura, la cual no voy a analizar en forma exhaustiva. Solo aportaré algunas ideas sobre la misma.

a). No tiene fundamento lingüístico  sostener que los profesores españoles que se traerían al país hablan bien el español y los profesores dominicanos lo hablan mal. Entre líneas se deja entrever que el español  de allá es mejor que el de aquí. ¿Acaso en España se habla un mismo  español en todas las regiones? Además, ¿de cuál región de España serán esos profesores? ¿Quién haría la selección y basándose en cuáles criterios? Y como habría dinero de por medio, hasta se podría armar una guerra de papeletas.

b). El español que hablamos en República Dominicana tiene que ser, por una necesidad natural de las lenguas, es decir, dada por el mismo hecho de ser una lengua, diferente al español que hablan los españoles, los cubanos, los mexicanos, los puertorriqueños. Por eso nuestro español y el de cualquier otro país donde se hable ese idioma como lengua propia, debe ser una versión del “español”. Del “español”, así entre comillas, con lo cual quiero dar a entender que el mismo no es propio de ningún país, de ninguna región, de ningún hablante.

Y  como nuestro español , el dominicano, es una versión, es decir, es diferente a otras versiones tiene sus propias características, y estas no pueden ser cambiadas importando profesores de otras latitudes con sus versiones particulares, los cuales nos digan, por ejemplo, que para hablar bien debemos pronunciar todas las eses como /s/, todas las zetas y ces como /z/, etc.

c).  En República Dominicana tenemos muchas personas, entre ellas muchos profesores, que hablan “bien” el español, pero el español de este país, sin la zeta, la ce o la jota como las pronuncian algunos españoles, sino a la dominicana.

Me voy a limitar a los argumentos ya expuestos para insistir en la idea de que lo que nos falta es una mayor conciencia del valor de nuestra lengua vernácula. Y porque carecemos de esa conciencia, se nos importa hablar o escribir de cualquier modo. Se les importa a  directores de  periódicos y articulistas sacar su material de lectura plagado de desaciertos. Se les importa a muchas instituciones educativas, inclusive universitarias, enviar circulares o publicar avisos muchas veces con varios errores. Inclusive publicitarias hacen su promoción escribiendo ¡Que bién! O avenida Maximo Gomes, o donde quiera que vayas (en vez de “adondequiera que vayas)

Si tuvieran consciencia  del problema  que esa falta de cuidado representa, eso no sucedería pues cada una de esas instituciones, incluyendo colegios y liceos, tendría por lo menos una persona con el dominio de la normativa del español, es decir, un corrector de estilo, que les serviría de asesor,  para que el español escrito que manejan salga libre de incorrecciones.

Y en el caso de los colegios, someterían a los nuevos profesores  a un examen de normativa y redacción, que pudiera detectar insuficiencias incompatibles con la función de profesor, y así los obligarían a remediarlas antes de ocupar el puesto al que aspiran.

¿Llegará todo eso a hacerse realidad en nuestro país? Cuando eso suceda, cesarán nuestras lamentaciones y la búsqueda de falsos candados al ver nuestra lengua más pura y más perfecta.

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