El logos sagrado de Karol Wojtyla: de la palabra primordial a la conciencia

Por Bruno Rosario Candelier

A

Juan Carlos Vergara,

cultor de la palabra que edifica.

Una traducción del académico y poeta Bogdan Piotrowski en honor al pontífice polaco en el centenario de su nacimiento 

El papa Juan Pablo II, que vino al mundo con el nombre de Karol Wojtyla, es un agraciado poeta místico del siglo XX y un estudioso de la literatura sagrada que cultivó en varios géneros literarios, con especial predilección por la poesía, el teatro y el ensayo, con altos niveles de conceptuación y creatividad artística hasta hacer de su palabra un escritor consagrado y un ejemplo de sabiduría espiritual. Se doctoró en filosofía y letras, y su tesis doctoral versó sobre san Juan de la Cruz, con un estudio del pensamiento teológico y la visión mística y poética del santo carmelita español, creador de la lírica teopoética más hermosa y trascendente de las letras universales.

Natural de Wadovice, Polonia, Karol Wojtyla era un enamorado de la literatura y, en su condición de poeta contemplativo, cultivó la literatura mística como pensador y poeta con las implicaciones estéticas, simbólicas, teológicas y místicas que canalizaba como fuero y cauce de orientación intelectual y formación espiritual.

El doctor Bogdan Piotrowski, polaco radicado en Bogotá, donde estudió en el Instituto Caro y Cuervo, es un destacado crítico literario, catedrático de literatura, poeta, traductor y promotor cultural. Ejerce la docencia universitaria en la Universidad de la Sabana, y organiza coloquios y congresos internacionales de literatura. En su libro Mousiké: De la poética juvenil de Karol Wojtyla, poemario del Papa Juan Pablo II, nuestro académico de la lengua infiere la poética del mitrado polaco a partir de la poesía de su ilustre compatriota de quien afirma: “Asume en su plenitud el concepto de filiación divina” (1).

   Ahora nos da a conocer Logos, una traducción del original polaco, poemario místico de Karol Wojtyla, publicado en 1939 en Cracovia, Polonia, obra que perfila y recrea la hondura sagrada de este inmenso poeta de las letras universales. Con un estilo de alto nivel expresivo, lenguaje culto y hondura mística, Bogdan Piotrowski logra una magnífica traducción del original polaco.

Karol Wojtyla, el prelado polaco que ocupó durante un cuarto de siglo el Trono de San Pedro en Roma y que protagonizó uno de los papados más fecundos y luminosos en la historia de la Iglesia Católica, vino al mundo dotado de la gracia divina, una inteligencia sutil y una sabiduría sagrada, que en su condición de teólogo y teopoeta, canalizó en su vida sacerdotal y en su obra literaria. Nació en la ciudad de Wadovice, Polonia, el 18 de mayo de 1920, y murió en la Ciudad del Vaticano el 2 de abril de 2005.

Karol Wojtyla sintió desde muy joven no solo la vocación sacerdotal sino también la vocación creadora, y cultivó varios géneros literarios. En su juventud participaba en recitales poéticos, así como en la vida religiosa y cultural de su tierra natal. Tenía en alta estima su vocación literaria, que siempre compartió con su consagración sacerdotal, no solo en textos religiosos, sino también en obras de poesía y ficción.

En su condición de intelectual de alta estirpe, valoraba la palabra poética, la palabra filosófica y la palabra teológica por su dotación divina, que proclamaba con fervor religioso y convicción espiritual.

Ponderaba el amor y la inspiración como el aliento de la creación, como se aprecia en Mousiké, Tríptico Romano y en Logos, como muy bien ha valorado, traducido y comentado Bogdan Piotrowski.

En este nuevo poemario del mitrado polaco percibimos muy bien que el Universo viene del Verbo, y al Verbo regresa como su fuente, según decía y enseñaba Karol Wojtyla. En su lírica, enseña el doctor Bogdan, nos sirve de mediación para interrogar el mundo con los ojos de la fe, el aliento de la esperanza y la doctrina cristiana.

Cada imagen de su lírica adquiere valor simbólico con sentido místico, como muy bien se pueden interpretar estos luminosos versos, que solo un poeta conocedor del polaco, como Bogdan Piotrowski, sabe desentrañar y traducir.

En su admirable versión al español, el profesor Piotrowski logra una fidelidad al sentido místico del texto original del santo polaco y nos hace ver que el mitrado polaco percibe el paisaje como imagen del paraíso. Como místico, Karol Wojtyla percibía el mundo como la Creación de Dios y, en tal virtud, había en el poeta y sacerdote polaco una concepción sagrada de lo viviente.

De ahí que se inspiraba en la verdad y los principios fundados en la teología cristiana y la doctrina católica. De hecho, la poesía de Wojtyla confirma, como ha enseñado Bogdan Piotrowski, que así cono hay palabras poéticas, también hay palabras proféticas. De ahí que la intuición mística de Wojtyla se emparenta con la iluminación sagrada de san Francisco de Asís y la inteligencia mística de san Juan de la Cruz, sus dos santos inspiradores. Y de ahí también el título del poemario, Logos, vocablo de alta alcurnia sagrada en la literatura de la espiritualidad y en la filología clásica, desde Heráclito de Éfeso y Juan el Evangelista del In principio erat Verbum.

En su artículo “Mortandad léxica”, el presbítero Jorge Juan Fernández Sangrador, consignó: “«Y Dios vio que era muy bueno», se repite sucesivamente en el capítulo 1 del libro bíblico del Génesis ante la contemplación de las obras convocadas a la existencia por la Palabra del Creador. Algunas fueron dotadas con la capacidad ínsita de diversificarse y de multiplicarse, en virtud del poder que les otorgó la Palabra única, que preexiste al Universo. Ella es generadora de las otras palabras, variadas y polivalentes, por medio de las cuales esa Palabra primordial ha ido dándose a conocer, a entender y a amar, y con las que el ser humano asigna nombres a las realidades, visibles e invisibles, que se hallan ante él, pues, de no hacerlo, acabará sucediendo aquello que Carl Linnaeus advertía: «Nomina si nescis, perit et cognitio rerum» (Si ignoras los nombres de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas)” (2).

Esa Palabra sagrada o Verbo originario es el Logos primordial o energía sagrada de la conciencia y que Juan el Evangelista identificara con la Divinidad. El Logos de Karol Wojtyla también se empata a lo divino mismo, culmen de la grandiosa obra poética del santo polaco.

La Creación del Universo, que es el Logos viviente de la Divinidad, es el Verbo de Dios, como dijera san Juan en su Evangelio: “In principio erat verbum, et verbum erat apud Deum, et verbum erat Deus”. En ese origen divino estaba la Palabra, como intuyera Heráclito de Éfeso cuando concibió el concepto del Logos como el origen del Pensamiento y la Creación, que es también la dotación sagrada, divina y pura de la conciencia humana.

En virtud de Logos, hay una irradiación espiritual que impregna el dispositivo interior de las lenguas y culturas del mundo con una onda divina que hace posible una conexión mística entre los hombres y los pueblos, lo que explica que un poeta de lengua eslava, como Karol Wojtyla, sintonice admirablemente la cultura latina, como se ve en su tesis sobre la teología mística de san Juan de la Cruz, reflejo de comprensión profunda de su fe cristiana y su creación teopoética. Desde el poema inicial Karol Wojtyla aborda la función del Logos en la gestación de lo viviente con la Palabra inspiradora en la conciencia espiritual humana:

 

Escucho las confesiones vespertinas del jardín,

con la mirada del alma, pienso en la Palabra

 –el soplo de la tarde lleva mis pensamientos

de las granjas olorosas y de los surcos arados,

canta los asuntos de los vados cristalinos,

los párpados abiertos ante la belleza del verde –

la tarde de las palabras humanas es el silenciamiento

en la conclusión espigada: el sollozo de la oración.

 

Mediante la contemplación y la oración, disposición y fervor de la conciencia del creyente, el contemplador de la realidad siente el fulgor de la Creación desde el fuero de la Palabra para ver y ponderar la dimensión sensorial y suprasensible de fenómenos y cosas, al tiempo que subraya el poder del lenguaje, consciente de que el amor, el ideal o la fe impregnan a la palabra humana el aliento divino que ilumina con su sentido el mundo, como canta en la cuarta estrofa de Logos:

 

En las palabras hay poderes, camina la fama,

hay bendición o la plaga –

y sé que con la palabra abrazaré, derribaré,

o yo mismo voy a yacer en las lajas

y la turba hincará en mí la espada

– por esto aprendo el habla vespertina

de los salmos penitenciales israelitas.

 

La Palabra Primordial, Esencial y Trascendente inspiró a Karol Wojtyla la creación del poemario Logos -que motivó a Bogdan Piotrowski a traducirlo a nuestra lengua- ya que el ilustre polaco que fuera Pontífice Romano halló en el Logos de la conciencia el puente entre la Divinidad y la Humanidad -y el propio Karol fue puente, que es el significado de pontífice, ‘que hace puente’ -entre la realidad estética y la realidad sobrenatural, que humanizó, y entre la realidad natural y la Realidad Divina, que propició el cultivo de la imagen y el concepto, potenciado con la sabiduría espiritual del Numen y la sabiduría sagrada del Nous. Así lo vemos en los siguientes versos:

 

Los cielos miran los abismos de las oraciones

-confiesa tu alma en el confesionario,

y en el Sacramento serás digno

del mito de la Palabra.

 

En la apertura del Congreso Internacional en honor al papa Wojtyla, Bogdan Piotrowski consignó: “Su amor por la humanidad se reflejaba en su elevado sentido de filiación divina que, en otras palabras, se afirmaba en la imagen de Hijo de Dios que se le revelaba en la semejanza con el prójimo” (3). En efecto, en otro pasaje de este luminoso y revelador poemario escribió Karol Wojtyla:

 

¡El Escultor Todopoderoso! El nacimiento milagroso

de la palabra en los rayos del poder

 –y la Palabra es el amor del Padre,

el milagro supremo de los ojos todopoderosos,

y el continuo conocimiento de Sí mismo,

la Luz del Amor– transparencia dorada,

la Palabra se hizo Carne – la realización,

la semilla terrena de las promesas del Paraíso.

 

Por el Logos tenemos intuición, criterio y creatividad y, en tal virtud, fluye en nosotros el Soplo Divino que inspira, ilumina y edifica. Así lo entiende Karol Wojtyla cuya obra es testimonio elocuente del poder de la Palabra en el espíritu humano: Escucho las confesiones vespertinas del jardín,/con la mirada del alma te veo, Palabra…

El Logos de la conciencia confirma que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, como dice el texto bíblico. Y el producto del Logos, que es la creación de la imagen y el concepto, evidencia no solo el poder generador del intelecto, sino la capacidad para colaborar con la Creación divina, que sigue expandiéndose en el fluir de lo viviente:

 

Con su sello, la noche envolvió los escoriales

–vestales con coronas, ofrezcan en los altares

estas palabras como el cordero en sacrificio…

 

Wojtyla tuvo la suerte de leer en su juventud a san Juan de la Cruz, y quedó impactado con la inteligencia sutil y la sensibilidad mística del santo español, hasta el punto de que escribió su tesis doctoral sobre la obra del poeta abulense, a quien llamaba el Doctor Místico. De esa grandiosa tesis cito el siguiente pasaje, clave de la intuición mística de Karol Wojtyla: “El pensamiento del Doctor Místico se funda en lo siguiente: el entendimiento humano, al participar de la ‘sabiduría de Dios’, es partícipe también de la generación del Verbo. Como el conocimiento de lo divino se realiza en fe bajo la moción del Espíritu Santo y sin que se pierda la condición de oscuridad típica de la fe, síguese que el entendimiento se hace partícipe de la generación del Verbo divino” (4). Ese luminoso criterio del eminente polaco se refleja en los siguientes versos de su poemario Logos:

 

Comenzamos la proclama del mito.

En el libro sagrado hay una parábola

–un tallista la forjó en hierro–:

–He aquí a Sí mismo en otra persona

el escultor inspirado, en los rayos de la aurora

labró: Su Pensamiento y Su Palabra –

y con cincel los consignó en un empeño de bronce.

 

Y surgió la creación teopoética, huella y cauce de la inspiración divina. De ahí la idea del arte como creación divina, concepto platónico del que participa el distinguido académico y poeta polaco-colombiano, que ha hecho un grandioso aporte al traducir este poemario de Juan Pablo II. Para corroborar el criterio ancilar en la visión mística del mundo del mitrado poeta, cito un testimonio de María Pilar Ferrer: “Es fundamental entender la elevadísima apreciación que otorga Karol Wojtyla al valor de la palabra. Jamás le satisfacía únicamente el aspecto estético de la literatura. Desde los años de juventud, con gran madurez de pensamiento, insistía en la relevancia de la dimensión mística del arte. En su creación, en sus reflexiones y en las cartas dirigidas a sus amigos, hallamos abundantes ejemplos de su interpretación del arte como un don divino” (5).

Esa concepción teológica del pontífice polaco que fuera Juan Pablo II se evidencia en la formalización de los siguientes versos:

 

En la Palabra se consumió nuestra salvación,

La que se implantó en el umbral divino y humano –

El Santo Obelisco en un mito crucial

Creció en los azules y en la tierra triguera.

 

San Juan de la Cruz iluminó la conciencia mística de Karol Wojtyla, como la de otros iluminados de Occidente. El agraciado traductor de Logos así lo entiende: “Pero también la lectura de las poesías de san Juan de la Cruz cuando era seminarista y joven sacerdote contribuyó a la cristalización de su estilo poético. Karol Wojtyla ya escribía poesías, como sabemos, antes de leer al místico castellano, pero el encuentro con él le llevó a una transformación de su obra poética, que se transparenta en su estilo literario, en las imágenes que utiliza… En el “Canto del Dios escondido” (1946) y en el “Canto del esplendor del agua” (1950) leemos algo de la experiencia vivida entre la distinción del hombre en relación a Dios, y de la unión con Dios, que es fruto de la acción de Dios en el alma humana. Las imágenes que cambian: el mar, el campo, el umbral, la fuente, el pozo, la barca, muestran la dinámica de la vida sobrenatural que, por su esencia, es difícil, casi imposible designar con un nombre” (6).

Con razón Karol Wojtyla le dio forma y sustancia a su grandiosa concepción espiritual de lo viviente a través de la Palabra:

 

Éste es el mito del libro del castillo

 –el cantar de la Palabra–

obra del escultor,

de la oculta alma del artista,

aporta con la palabra y con ella pone al rojo vivo

–un místico celestial, la mirada clavada en la llama–,

busca las palabras prójimas en las caras humanas

y de estas palabras forja una gran confesión:

toda el ansia de la humanidad por la Palabra.

 

Los grandes místicos de todas las lenguas y culturas afirman que en la naturaleza de lo viviente, cauce de lo divino mismo, fluye la Palabra divina, el Logos primordial del Altísimo, ya que el mundo y toda la Creación es el Verbo encarnado en la sustancia de lo visible. Karol Wojtyla dice lo mismo estética, simbólica y místicamente:

 

Escucho las confesiones vespertinas de los arroyos

-las palabras que contemplan las estrellas guardan silencio-

en visiones lunares hay que cambiar las palabras,

que se entrelazarán en el laurel del alma,

palabras que, quizás, se volverán una acusación –

porque hoy cada uno puede confesar

la historia de sus dolores, una rapsodia sangrante

y su propia suerte y la suerte de sus prójimos.

 

Y consciente del poder de la Palabra, la vigorosa dotación del Logos en la conciencia humana, Wojtyla les pide a los que ostentan una función social mediante el concurso del lenguaje -como escritores, sacerdotes, maestros, políticos y comunicadores- que asuman la palabra convencidos de que pueden contribuir a elevar la conciencia humana y hacer más amable la vida y más encantadora la creación:

 

Hicieron rodar las piedras al pedregal

ofrecieron el sacrificio entre los desniveles.

Sólo hay que encender el sacrificio con una chispa,

hay que canturrear las lamentaciones de los salmos,

ustedes – coreutas, protagonistas de los dramas

sacerdotales con la hostia y la ofrenda

deben comenzar a la vista de las multitudes:

a salvar con la Palabra – a salvar de las cadenas

 

¡Con la palabra comienza el sacrificio, y construye!”, leemos al final del poemario Logos (7). Efectivamente, “sacrificio” significa ‘oficio sagrado’, cuya materialización de la palabra ilustra la concepción estética y espiritual del santo polaco y mitrado romano, y subraya el poeta que la dación de la palabra es “una ofrenda sin sangre”, como la zarza ardiente, la zarza de Moisés. Y lo más importante para este pastor sagrado es “la verdad divina de la Palabra encarnada en el Amor”, réplica del Amado que se inmoló en la Cruz, “asombrosa verdad de la Palabra”, que es el amor puro y sagrado, divino y santo, ya que, como concluye nuestro eminente teopoeta, “La Palabra es el amor del Padre”.

 

Bruno Rosario Candelier

Academia Dominicana de la Lengua

Moca, Rep. Dominicana, 3 de noviembre de 2020.

Notas:

  1. Bogdan Piotrowski, Karol Wojtyla: Mousiké, Bogotá, Universidad de La Sabana, 2008, p. 39. Y Tríptico Romano, Universidad Católica de San Antonio de Murcia, 2003.
  2. Jorge Juan Fernández Sangrador, “Mortandad léxica”, en La Nueva España, Asturias, España, 25 de octubre de 2020, p. 33.
  3. Bogdan Piotrowski, “Juan Pablo II: ¿Por qué el Grande”, en Legado de Juan Pablo II el Magno, Bogotá, Universidad Sergio Arboleda, 2015, p. 22.
  4. Karol Wojtyla, La fe según san Juan de la Cruz, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 2014, p. 175.
  5. Bogdan Piotrowski, “Juan Pablo II”, en María Pilar Ferrer, Intuición y asombro en la obra literaria de Karol Wojtyla, Pamplona, Universidad de Navarra, 2006, p. 18.
  6. Bogdam Piotrowski, “Juan Pablo II”, en María Pilar Ferrer, cit, p. 56.
  7. Karol Wojtyla, Logos, Cracovia, 1939. Traducción de Bogdan Piotrowki, Bogotá, Universidad de La Sabana, 2020.

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