El legado de monseñor Adolfo A. Nouel
Por Jacqueline Pimentel Pérez
El legado sociocultural de monseñor Nouel
Consideramos que, por múltiples razones, las cuales trataremos de destacar en este trabajo, monseñor Nouel ha dejado una huella importante en la historia sociopolítica y cultural dominicana que precisa una revalorización puntual.
Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla fue un connotado ministro de la iglesia dominicana y aguzado intelectual que desarrolló su accionar religioso, social y políticoa favor de nuestro país, desde finales del siglo XIX y los principios del siglo XX. Nació en Santo Domingo, el 12 de diciembre de 1862, cuarto de diez hijos del político Carlos Nouel Pierret y Clemencia Antonia Bobadilla DesnierD´Olbreuse, nació en la calle Plateros (hoy Arzobispo Meriño).
Educación y labor sacerdotal
Comenzó sus estudios en el Colegio de Santo Domingo, y dado que estaba inclinado al estado clerical, a los once años recibió la primera tonsura (20 de diciembre de 1873).Luego, estudió en el seminario dela capital dominicana donde fue discípulo del arzobispo Meriño. Dos años después, por deseo de su padre, viajó a Roma para estudiar en el Pontificio Colegio Pío Latino Americano, donde se preparaban los candidatos al episcopado. En Italia sobresalió en el Pontificio Colegio como uno de los estudiantes más brillantes. En 1883 recibió un doctorado en Filosofía y en Teología por la Universidad Gregoriana. En 1885, acompañado por Monseñor Meriño volvió a Santo Domingo y recibió la Orden Sagrada del Sacerdocio en la Catedral de Santo Domingo, el 19 de diciembre de ese año. En 1888, fue nombrado sacerdote de la parroquia de San Juan de la Maguana. En 1890, fungió como sacerdote de la parroquia de la catedral de Santo Domingo y vice-chancellor del seminario Conciliar de Santo Tomás de Aquino. En este seminario enseñó filosofía, latín y Teología. Más adelante, fue sacerdote de la parroquia de El Seibo, San Juan de la Maguana y finalmente de la parroquia en La Vega.
En esas localidades dejaría una huella significativa, no solo por su labor apostólica también como ciudadano ejemplar y motivado por el bienestar de su pueblo, a saber:
iglesias, escuelas, formación de asociaciones comunitarias(con marcada orientación religiosa y social), diseminó por esos lares sus dotes de orador convincente y elegante, así como otros aportes que dan cuenta de su preocupación socioeducativa, a la par que religiosa, según consta en obras como la del padre José Luis Sáez y la del fundador y director de la Academia Dominicana de Genealogía y Heráldica, el ingeniero Luis José Prieto Nouel, descendiente directo de monseñor Nouel, entre otras obras consultadas.
A propuesta del arzobispo Fernando A. de Meriño, el 8 de octubre de 1904, Su Santidad el Papa San Pío X le designó Arzobispo titular de Metymna y Coadjutor de Santo Domingo con derecho a sucesión, recibiendo el 16 de octubre del mismo año la consagración episcopal de manos del Cardenal Rafael Merry del Val. A la muerte de monseñor Meriño, en agosto de 1906, asume el gobierno de la archidiócesis, responsabilidad que compartiría con la Presidencia provisional de la República (1912-1913), y el ejercicio del cargo de Delegado Apostólico en Cuba y Puerto Rico (1913-1915). Una nota sui generis, curiosa circunstancia, se dio en la vida de monseñor Nouel, ya que su padre tras desempeñar importantes cargos públicos, entre ellos Ministro de Justicia e Instrucción Pública siendo presidente Ignacio María González, enviudó en 1876 y pronto abrazó la vida religiosa. Carlos Nouel Pierret fue ordenado presbítero en 1884. De manera que, en cierto período, ambos, padre e hijo coincidieron ejerciendo cargos pastorales en la misma ciudad, Don Carlos como párroco de la Catedral y el hijo como arzobispo. Introdujo en el país las órdenes de los Capuchinos Agustinos, Recoletos, así como las monjas Mercedarias y Franciscanas. También inició el edificio de una iglesia en la ciudad de La Vega, entre otras que prohijó en los lugares citados anteriormente, pero ésta no solo lo agradeció, sino que le acogió como “hijo adoptado”. En 1903, lo eligieron diputado en el fracasado Congreso Constituyente en esa misma provincia de La Vega, donde también ejerció en dos oportunidades como presidente del Ayuntamiento (1898-1899, 1902-1903).
Tras 25 años de ocupar el arzobispado de Santo Domingo, monseñor Nouel renuncia al cargo, mediante carta dirigida al Papa Pio XI, e1 19 de marzo de 1931, dimisión que se hizo realmente efectiva sólo en 1935 con el nombramiento de un nuevo arzobispo, monseñor Ricardo Pittini Piussi (11 de octubre de 1935 – 10 de diciembre de 1961).
Monseñor Nouel, en su carta dirigida a Pío XI, justificaba su renuncia al arzobispado a causa del dilatado periodo que llevaba al frente de la iglesia dominicana, el peso de los años y su delicado estado de salud. “Tan sólo pido humildemente –decía- que tengáis en cuenta mi reconocido estado de pobreza para que se me conceda una conveniente dotación que asegure mi congrua sustentación durante el corto tiempo de vida que el Señor quiera concederme todavía sobre la tierra” (7). Esta petición es una prueba fehaciente de la frugalidad y honradez que distinguió a monseñor Nouel, quien en sus años vigorosos ocupó prestantes cargos en el ámbito apostólico y político de la nación, y podía prevalerse de las más apreciadas distinciones, pero no se lucró de sus posiciones. En efecto, a lo largo de su dilatada vida, Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla recibiría numerosas distinciones honoríficas, destacando las de Conde Romano y Asistente al Solio Pontificio, nombramientos efectuados en 1914 por el Papa Benedicto XV, que ya hemos citado antes. Estaba, además, en posesión, entre otras, de las siguientes condecoraciones: Gran Cruz de la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, Gran Cruz de la Orden de San Lázaro de Jerusalén, Comendador de la Orden de Juan Pablo Duarte, Comendador de la Corona de Italia, Oficial de la Legión de Honor, Pastor de la Arcadia de Roma, y Gran Placa de la Cruz Roja Española. El 16 de enero de 1922, el Cabildo de Santo Domingo le confirió el título de “Hijo Preclaro de la Ciudad de Santo Domingo de Guzmán” y dio el nombre de Arzobispo Nouel a la antigua calle Santo Tomás. Por su parte, el Congreso Nacional, el 29 de abril de 1936, dio el nombre de “Monseñor Nouel” a la villa de Bonao, y el 3 de agosto de 1982 la misma institución creaba la octava provincia nacional con el nombre de “Monseñor Nouel” (8).
El ambiente sociohistórico, cultural y psicológico de la sociedad
Ahora bien, conviene contextualizar el convulso escenario nacional en el cual se desenvolvió monseñor Nouel, tanto en lo relativo a su labor consagrada de sacerdote como en la de ente social -consciente de su rol patriótico e histórico- que le impulsó a afrontar con gallardía las diferentes circunstancias de la época. Éstas se caracterizaron, precisamente, por la ya citada inestabilidad social, política y económica que atravesaba el país desde finales del XIX y principios del XX; muchos de esos eventos habían sido sorteados con arrojo y coraje por Monseñor Meriño, su protector y predecesor al frente del arzobispado, y, luego, del solio presidencial que ambos ocuparon como signo inequívoco del compromiso o responsabilidad social que marcó la vida de estos ilustres jerarcas de la iglesia. Pero, la personalidad de Nouel era más sosegada, conciliadora y academicista, afirma Joaquín Balaguer en su Historia de la Literatura dominicana donde figura como uno de los connotados oradores del período que estudiamos, por ende, es precisoresponder dos preguntas: ¿Cuáles eran sus angustias personales, como pastor de la grey católica y como ciudadano dominicano? ¿Cuál era su concepción de identidad dominicana?
Al parecer, le acompañaron los pesares de quien ve el horizonte empañado por las malas artes de los iracundos o ególatras que solo buscan su bienestar, en menoscabo del bien común; por suerte, junto a monseñor Nouel otros prohombres y mujeres de su época también hicieron lo posible por enfilar nuestra nación por derroteros que permitieran el desarrollo integral de los dominicanos, es decir, de quienes tenían amor por este terruño como el caso de Salomé Ureña, gran renovadora de la educación junto Eugenio María de Hostos, el gran antillanista caribeño radicado en nuestro país por esa época.
Las posturas asumidas por Nouel ante las diversas situaciones que se le presentaron revelan que las acometió, tomando en cuenta diferentes aspectos, pero, dijo Ortega y Gasset, “el hombre es él y sus circunstancias”, en ocasiones, la desazón e impotencia ante la malicia o el tigueraje (diría yo) de muchos, le avasalló como dice Balaguer en la ya citada Historia de la literatura dominicana.
Era difícil la situación nacional de aquellos años, por un lado, exhibía una estructura social de hombres y mujeres ocupados en trabajar tierras sin dueños, una masa empobrecida y con escasa formación educativa, según señalan varios de los autores consignados por Cassá en su libro Pensadores Decimonónicos; por otro lado, estaba la naciente burguesía dominicana, conformada por sujetos que exhibían un espíritu acorde con la ideología del naciente capitalismo salvaje capaz de apoderarse de todo a cualquier costo. En definitiva, se tiene a un grupo que vive de la tierra para comer, y otro con mentalidad del valor que tiene la propiedad privada, escenario que explica la inestabilidad meridiana que reinó en el país durante casi toda la segunda mitad del siglo XIX, infestada por grupos o bandas que provocaban constantes revueltas y otros que vivían en rudimentario libertinaje, según refieren numerosos pensadores, músicos y escritores de ese período. Esta inestabilidad y debilidades institucionales derivaron en situaciones que se propagaron en el país y sirvieron de caldo de cultivo para que grupos arteros dominicanos facilitaran la intervención norteamericana en la República Dominicana. Dicha intervención se verificó en dos fases, la primera, un tanto burocrática 1905-1907, pues los yanquis ocuparon nuestras aduanas, dado que impusieron la llamada Convención Harding, acuerdo económico con el objetivo del naciente imperio neocolonialista cobrar los préstamos que le habían otorgado al gobierno de Lilís, debido a que, a principios del siglo XX la economía dominicana era un fracaso, factor que también sirvió de argumento para la intromisión extranjera en los asuntos patrios.
A la sazón, Horacio Vásquez ocupaba de modo provisional la presidencia de la República, las negociaciones con Norteamérica se realizaban a través del ministro de relaciones exteriores Emiliano Tejera, quien formó parte de la Convención del año 1907, donde el país se comprometía a no firmar acuerdos con Europa a cambio de la resolución de los problemas económicos.
Si embargo, los términos de este tratado no fueron suficientes para el águila del norte, pues, en el año 1916, los Estados Unidos ocuparon militarmente el país, focalizándose en renglones administrativos y económicos; este accionar provocó cambios sociales y culturales que se concretizaron en las frecuentes protestas publicadas por parte de intelectuales y personalidades criollas, así como el surgimiento de movimientos sociales y patrióticos de carácter rural como el milenarista Olivorio Mateo en el Sur del país y los denominados Gavilleros del Este, cuyas tácticas de guerra de guerrillas mantuvieron en zozobra a las tropas invasoras durante muchos años.
Esa tensa situación cundió por todo el país, especialmente en la región Este, hasta que en 1922 un grupo gavillero se rinde y firman un pacto de cese a las hostilidades, gracias al efectivo trabajo de un despiadado soldado de la Guardia Civil llamado Rafael Leónidas Trujillo, quien se encargó de que muchos de estos revolucionarios fueran apresados, torturados, condenados o martirizados hasta la muerte; empero, otras figuras emblemáticas de los gavilleros como Gregorio Urbano Gilbert o Cayo Báez lograron milagrosamente librarse de la muerte a manos de las tropas invasoras.
A pesar de la notoria debilidad institucional de la República Dominicana, el sentido de nación, de patria y los valores humanos que se fueron conformando a lo largo de su historia social, los valores subyacentes de los hombres y mujeres se fueron convirtiendo en práctica social a favor de la colectividad. Podríamos decir que, con la intervención norteamericana a la República Dominicana, se vivió una transgresión cultural, política y económica. Resultado de la práctica imperialista y expansionista en América cuya única intención era mostrar poderío y someter a los ciudadanos, según afirmara Roberto Cassá en una de las clases del Doctorado en Humanidades de la UASD, y agregó, “nuestra nación vivió una verdadera dictadura, pues quien se opusiera o manifestara en contra era perseguido y muchas veces apresado o torturado hasta morir, como les ocurrió a numerosos pobladores humildes, mujeres y hombres que cayeron ante sus verdugos”.
Ahora bien, ¿por qué solo se proscribió y menospreció con saña a los gavilleros del Este, a Olivorio Mateo, en San Juan de la Maguana, si hubo ilustres personalidades que también protestaron ante la incursión gringa?
Según algunos autores que han estudiado la conformación identitaria dominicana, entre estos la Dra. Josefina Zaiter, el accionar de grupos como los gavilleros u Olivorio Mateo han sido considerados y fueron tratados como malhechores, fueron empujados a actuar cuales bandidos sociales vengadores si hacemos referencia a la tipología que establece el filósofo inglés Eric Hosbawm en su obra Bandidos. Sin embargo, nuestros gavilleros y olivoristas eran patriotas auténticamente criollos, pero, muy pobres y considero que es sino que les estigmatiza.
Nuestros irredentos fueron perseguidos y acusados injustamente al luchar por recuperar lo suyo, ya que su manera de defenderse les colocaba en el interregno de la ilegalidad, según las clases dominantes y esta conducta les incriminaba a los ojos del común social; su forma de protestar, el arrebato a machetazos o desafiante desobediencia civil para exigir aquello que le habían robado, “tomar a la brigandina” los bienes que permitieran su sobrevivencia y la de sus familiares, así como reconocerse parte de un conglomerado social importante dentro del proceso de conformación de la identidad nacional, reconocimiento identitario que se expresaría diferente por parte de diversos actores ilustres de la burguesía criolla-en este proceso histórico-, quienes divulgaron publicaciones de rechazo aquí y en el extranjero.
Las comunidades depauperadas, la mayoría de la población de aquel período, tuvieron difícil la lucha por su “ethos”, pues la misma doctora Záiter nos recuerda que la nación dominicana tuvo que agotar una serie de situaciones que fueron determinantes tanto en los aspectos subjetivos como objetivos: 1. Las tensiones en torno a las relaciones dominico-haitianas (nuestra independencia). 2. La estrecha relación con las disposiciones hacia el pueblo haitiano (evidente durante la Restauración, pues el vecino país sirvió de base operaciones). 3. La situación de dependencia hacia los Estados Unidos de Norteamérica, cuya vigencia revela que aún no se ha superado la secuela neocolonial. 4. Ausencia de una integración amplia entre los sectores mayoritarios y populares que enfatice lo nacional. 5. El problema de no consolidación y fragilidad de las instituciones sociales, la existencia de conflictos en lo político y en el ejercicio del poder. 6. Y, la situación de crisis económica por la que atraviesa la sociedad dominicana (Zaiter, p. 91-92).
Estas precisiones eran más crudas en esa época, pues, los primeros años del siglo XX fueron muy agitados en República Dominicana, desangrándose la ciudadanía entre los seguidores de los caudillos jimenistas y horacistas. En medio de continuos desórdenes y revueltas, recordemos que el gobierno de los Estados Unidos, que había logrado en 1907 el derecho de intervenir las aduanas para garantizar el pago de la deuda externa, presionó hasta obtener el 26 de noviembre de 1912 la renuncia del presidente Alfredo Victoria.
Ya el 1 de diciembre de 1912, el Congreso Nacional eligió a Monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla como Presidente Provisional con el mandatode organizar unas elecciones libres antes de un año. Algunas fuentes históricas señalan que, pese a sus eminentes dotes negociadoras y que se logró convocar a elecciones, Monseñor Nouel, observando el desorden que reinaba, presenta su renuncia el 13 de abril de 1913, tras cuatro meses y trece días de efímera presidencia. Aunque hay discrepancia entre algunas fuentes que indican que su renuncia estaba fundamentada en el hecho de haber cumplido su cometido: establecer cierto orden y convocar a elecciones, otras fuentes, empero, destacan que monseñor se sentía cansado y dolido por la falta de apoyo o quizás porque se le estaba exigiendo ir en contra de sus principios, tal como declaraba en su carta de dimisión que abordaremos, de nuevo, más adelante.
El país quedaría durante 15 días sin que se ocupase la más alta magistratura de la nación, debido a las fuertes divisiones políticas. Finalmente, fue elegido un independiente, el senador José Bordas Valdez, quien tampoco fue capaz de controlar la situación de crisis que se vivía se sucedieron otros cuatro efímeros gobiernos.
El 3 de julio de 1916, escasas semanas antes de la ocupación, Monseñor Nouel había hecho pública una declaración oficial en la que justificaba su negativa a aceptar la propuesta efectuada desde el Congreso y el Senado para que asumiera, de nuevo, la presidencia del país (3).
Lamentablemente, la situación de caos que imperaba en el país propició la ocupación militar norteamericana, el 24 de julio del 1916, que habría de durar hasta 1924. Invasión yanqui que encontró a monseñor Nouel en viajes de salud por Europa, pero regresó en cuanto pudo y remitió una carta a los dirigentes invasores para protestar ante tan oprobiosa medida. Durante las intromisiones de Norteamérica, 1905/7 y 1916-24, la República Dominicana se ha visto involucrada en distintos escenarios históricos que la fueron empujando hacia la idea de conformación de un ideal nacionalista.
El diccionario etimológico define transculturación como expresión formada con raíces latinas y que significa «que pasa de una cultura a otra».
Sus componentes léxicos son: el prefijo trans- (de un lado a otro), colere (cultivar), -ura (sufijo que indica resultado), más el sufijo -al (relativo a). De manera que, a la luz de las intervenciones norteamericanas este concepto no se asumió cabalmente en nuestro país, la imposición extranjera quedómarcada en lo económico y político. Es decir, no hubo un abandono de los valores culturales, quizás porque el objetivo fundamental de los yanquis se concentró en los aspectos señalados, evitando que la República Dominicana incurriera en nuevas deudas (con Europa, por ejemplo) y no pudiera saldar la que tenía con EEUU. Por lo tanto, las intervenciones norteamericanas al país, más que diseccionar la cultura dominicana, la consolida, tal como se puede leer en la variada y numerosa divulgación de obras literarias y la prensa nacional de la época donde publicaron las plumas más ilustres de ese período donde predominó lo nacional.
Como ya hemos visto antes, con los movimientos sociales- ejemplo, los gavilleros-constituyen una muestra del nacionalismo imperante en la mayoría de la población dominicana. Reclamos potenciados al máximo por renombrados intelectuales y personalidades dominicanas, quienes se manifestaron en defensa de la soberanía, a saber: el arzobispo monseñor Adolfo Nouel, Francisco Henríquez y Carvajal, Pedro Henríquez Ureña, Federico García Godoy, Juan Vicente Flores, Federico Velásquez, Emiliano Tejera, José Ramón López, Rafael Justino Castillo, Luis C. del Castillo y Américo Lugo, quien junto a otros se asocia en la cultural Unión Nacional Dominicana, éste también funda el Partido Nacionalista, en 1924.También se manifiestan las sufragistas, con Abigaíl Mejía. Es decir, nuestra idiosincrasia se iba acrisolando y muchos sectores se unen frente al invasor, ya que tanto los intelectuales como los campesinos veían en ese gringo invasor la otredad que subsumía su propia identidad, pues tal como señala el mexicano Gilberto Giménez, (2005) en su artículo “La cultura como identidad y la identidad como cultura”:“(…) En efecto, si miramos con un poco de detenimiento a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que estamos sumergidos en un mar de significados, imágenes y símbolos…”.
El sentimiento de identidad nacional es evidente en el testimonio del ilustre intelectual Juan Vicente Flores, autor de “Escritos desde aquí y desde allá” y de “Lilí: El sanguinario machetero dominicano” recogido en el libro de Roberto Cassá Pensadores Decimonónicos: “Tan pronto como recibió noticias del desembarco de la Infantería de Marina a mediados de mayo de 1916 redactó a la carrera un manifiesto de protesta, uno de sus últimos documentos conocidos. Lo tituló “Protesta”, fechado el 30 de mayo de 1916, y lo hizo circular en hoja suelta, como todavía se estilaba”. (p. 395)
Ahora bien, lo que sucedió desde 1916 hasta 1924, en la República Dominicanafueron diferentes eventos de autoafirmación identitaria, pues hubo una muestra constante de fuerza y de valentía de parte de los dominicanos para mantener su cultura, sentir palpable también en la prensa, cartas y discursos de la época.
Cabe resaltar aquí, además de partidos políticos y asociaciones culturales, dos grupos literarios que significaron la ruptura de la literatura criolla tradicional hacia lo moderno, hacia lo auténticamente nacional: el Vedrinismo de Vigil Díaz y el Postumismo de Domingo Moreno Jimenes, respectivamente. Los planteamientos estéticos de estas tendencias literarias insuflaron no solo savia nueva a las letras nacionales, sino también auscultar en las potencialidades internas que posibilitaba la realidad dominicana de esa época a través de la literatura y el libre pensamiento. Si bien estos impulsores no tenían pretensiones políticas ante los acontecimientos de la época, si se opusieron con su praxis a las relaciones de fuerza del imperio, aprehendieron que en la vida se requiere de un orden y apego a las leyes para vivir en sociedad. Tal como lo plantea Pedro Henríquez Ureña en su obra Seis ensayos en busca de nuestra expresión: “Había sido costumbre, al juzgar a los Estados Unidos, censurar aspectos parciales de su existencia nacional, esperando que el tiempo los corrigiera. Ahora cambia la actitud: se discute el conjunto de aquella civilización, su significado y su valor. (…) El mercantilismo, la absorbente preocupación de la riqueza, se encuentra en sociedades del ayer o del presente: el problema está en por qué la vida en los Estados Unidos descontenta, más que ninguna, a hombres y mujeres de espíritu, a pesar de las maravillas de su industria, a pesar de la hostilidad común y la bondad fácil…” (p. 75).
Aunque el carácter insular de la República Dominicana hace que, en la actualidad, sus ciudadanos valoren los fenómenos exógenos, la invasión yanqui del 1916 impulsó a que la población acunara y protegiera su acervo cultural cual caparazón protector ante cualquier amenaza extranjera. La mayoría de los dominicanos, pues, trataron de consolidar y afianzar su raigambre cultural, especialmente, el rasgo más difícil de conculcar: su identidad nacional. Por supuesto, hubo quienes se dejarían seducir por elementos exógenos y se convertirían en cómplices de las tropas invasoras, pero, serían los menos, aunque letales como el caso de Rafael Leónidas Trujillo, en tanto miembro de la ya citada Guardia Nacional.
Es necesario aquí, esbozarla psicología social imperante en la época de la intervención. Sujetos despojados de sus derechos(la mayoría de la población), una relación social multicultural donde la mayoría era sometida por una élite dominante, se convierte en caldo de cultivo para actos de bandolerismo con acciones al margen de las leyes, una isla de todos y de nadie legitima tropelías; la relación con una fuerza exterior que llega para imponer cierto orden político y económico, induce a instalar en el imaginario del dominicano común cierta indefensión social (la misma impotencia que quizás padeció Nouel, en ocasiones). Este escenario, precedido de las múltiples revueltas e inestabilidad integral que padecieron los dominicanos a finales del S.XIX y principios del S.XX, propició que surgieran reacciones de sobrevivencia que serían catalogadas por el invasor y una parte de la burguesía criolla como “bandidaje o tigueraje”1, como el caso de los Gavilleros que ya citamos, vilmente despojados de sus bienes y criminalizados por reclamarlas con los únicos medios que poseían, su fuerza bruta.
En consecuencia, consideramos que esa invasión yanqui al país, significó una disputa entre la exoculturación y transculturación, que no afectó los valores identitarios de la colectividad de la población, ya que la mayoría de los ciudadanos desarrollaron una serie de estrategias de sobrevivencia que, quizás, todavía perviven en muchos sectores, por ejemplo: el “estar chivo” o desconfiar del extraño o del generoso en demasía; responder con evasivas, evitando comprometerse; valorar la limpieza, el hogar y el honor familiar; así como atesorar sus creencias religiosas, costumbres e idioma. La identidad dominicana se consolidacon relación a la otredad representada por el invasor yanqui, hay una autoafirmación de lo hispánico y caribeño.
En tal virtud, para esa época hubo un pulseo educativo/cultural entre los seguidores hostosianos (tildados de anticlericales y pro yanqui, falacia que el académico Rafael Justino Castillo desmontó en enjundiosos y liberales artículos periodísticos)y quienes propugnaban por una educación apegada a la tradición con raíces hispánicas y clericales, es decir, esta última significaba la defensa de la idiosincrasia dominicana,por oposición a la cultura invasora.
Aproximadamente, desde el año 1902 la lucha por el poder en la República Dominicana se orquestó entre los partidarios de Horacio Vázquez y Juan Isidro Jiménez, en este período se sucedieron gobiernos de tendencia liberal que no consiguieron dotar de estabilidad política al país. Tras el asesinato del presidente Cáceres, en 1911, los «jimenistas» colocaron en la presidencia a Eladio Victoria y un año más tarde el arzobispo Nouel fue designado para sustituirle en el Palacio Nacional.
Recordemos que, entre el 30 de noviembre y 1 de diciembre de 1912, monseñor Nouel se convirtió en el primer presidente provisional de la República Dominicana y el trigésimo quinto presidente dominicano. Tenía la misión de organizar elecciones libres en un año. Sin embargo, algunas fuentes históricas -ya mencionadas- dan cuenta que se sintió deprimido y frustrado porque observó que seguía la crisis interna en el país, pese a sus esfuerzos, situación que aprovecharon los Estados Unidos para intervenir en los asuntos internos de la República Dominicana.
No obstante, se mantuvo al frente junto a su gabinete, integrado: Ministro de Interior y Policía, Lic. Andrés J. Montolío y Lic. José M. Nouel; Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Lic. Manuel de Jesús Viñas y Lic. Andrés J. Montolío; Ministro de Relaciones Exteriores, Dr. Arturo Grullón, Lic. Francisco Leonte Vásquez y Lic. Elías Brache hijo; Ministro de Hacienda y Comercio, Eduardo Ricart, Arturo Grullón (interino) y Eduardo Soler; Ministro de Guerra y Marina, Lic. Elías Brache Hijo, Arturo Grullón (interino), Jaime Mota y José M. Nouel (interino); Ministro de Fomento y Comunicaciones, José Manuel Jimenes y General Casimiro N. de Moya: y Ministro de Agricultura e Inmigración, Samuel de Moya, Emilio Tejera Bonetti y Enrique Montes de Oca.
Dejó el cargo el 13 de abril de 1913, al considerar que había cumplido su misión de ofrecer, un clima que permitiera la viabilización de algunas actividades democráticas como las elecciones. “Comprendo que por la Patria debemos sacrificar todos nuestros intereses, pero ni ella ni nadie tiene derecho a exigirnos el sacrificio de nuestra dignidad y de nuestra conciencia. Mientras procedéis a la elección del ciudadano que debe reemplazarme, pido a la divina providencia que os dé acierto en vuestra elección, y os suplico aceptar sentimientos de mi respeto»2.
El mandato del prelado terminó, por expreso acuerdo de monseñor y las demás fuerzas político/sociales, luego, se eligió a José Bordas como presidente.
Su rectitud y patriotismo le conminó a rechazar ofertas de los yanquis para paliar la crisis económica dominicana que, en su calidad de presidente tuvo que enfrentar, incluso, empleados públicos no devengaron sus sueldos durante meses. También recibió numerosas presiones de diferentes sectores de la sociedad dominicana, por ejemplo, los jimenistas y horacistas ejercían presión contra el presidente Nouel con el propósito de que le cediera posiciones de importancia en la administración pública. Los jimenistas liderados por Desiderio Arias controlaban la Línea Noroeste, así como las provincias de La Vega y Santiago.
Monseñor Adolfo A. Nouel y Bobadilla fue un fiel exponente del intelectual y ciudadano de su época, típico personaje renacentista al decir de Joaquín Balaguer, pues asumió múltiples responsabilidades, además de las religiosas, trató de encarar y revertir las adversidades imperantes en la sociedad dominicana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, ya que cumplió diversos roles sociales: arzobispo, orador destacado, ciudadano y miembro de familia ejemplar, virtudes en la que destaca poner el bienestar de la patria por encima de sus intereses particulares, pues, recordemos que a contrapelo de su carácter conciliador y academicista, asumió la presidencia de la República Dominicana para estabilizar el caos político/social imperantes, garantizando con su desprendida labor la convocatoria a elecciones.
Años después, continuó ejerciendo su rol patriótico a raíz de la invasión norteamericana, de 1916, la cual repudió enérgicamente en una carta que remitió a los jefes de las huestes yanquis. Dicha invasión significó más inestabilidad y agitación social en el país, por lo que monseñor se concentró en su labor apostólica sin descuidar sus aportes a favor del desarrollo cultural de su querida patria, según consigna el padre Sáez, Nouel enviaba al jefe de gobierno de turno numerosas cartas solicitando lo que por derecho pertenecía a la iglesia o a los feligreses. Esto, en medio de una sociedad que se debatía entre el apego a los valores tradicionales y los aires de la modernidad: un grupo tenía perfume francés-ejemplo, el Vedrinismo- y el otro, olor a jazmín y azahares de raigambre castiza, opuestos al imperialismo yanqui, el segundo, empero, era conservador. Nouel era una patriota consciente de su rol ciudadano, al tiempo que era un claro defensor del legado hispánico que consideraba medular en nuestra conformación identitaria nacional. Ese espíritu hispanista le impulsaba a enjuiciar como un desatino la imposición yanqui en nuestro país, de ahí que trabaja en pos de revertir o atajar atisbos de influencia yanqui a nivel cultural y lingüístico, se empeña en el mantenimiento de los valores religiosos predicados por la iglesia católica. Según consigna el Dr. D. Francisco Manuel de las Heras y Borrero en un artículo, publicado en el sitio “Doce linajes de Soria”, afirma que: “Durante su etapa presidencial, Monseñor Nouel se destacó por su aprecio a España. Afecto que manifestó, por ejemplo, al ofrecer un simbólico regalo, cargado de honda significación histórica, el cual fue entregado cuando ya había concluido su breve mandato presidencial”.
“Alojado en el exclusivo Hotel Palace de Madrid, el Enviado Especial y Ministro Plenipotenciario del Gobierno Dominicano, Julio M. Cestero, informaba, el 15 de mayo de 1915, al Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, que había presentado por intermedio de la mayordomía de Palacio a S.M. el Rey Don Alfonso XIII la caja de caoba, hecha con madera de la puerta mayor de la Iglesia de San Nicolás, y los azulejos y clavos de la misma procedencia, en cumplimiento de lo dispuesto por S.S. Ilma. Monseñor Adolfo A. Nouel, Arzobispo de la Primada, cuando ejerció interinamente la Presidencia”3.
El regalo de Monseñor Nouel era una “expresión de los vínculos históricos y de los sentimientos que unen a la antigua Española con la Nación Progenitora”, según consta en el oficio que acompañaba al obsequio. El Rey Alfonso XIII, enseguida, hizo saber a monseñor Nouel y al Gobierno Dominicano “cuanto aprecia su delicado y artístico regalo, expresión patente de los vínculos históricos y de los afectuosos lazos de sincero sentimiento que unen a las dos naciones” (comunicación de Cestero de 15 de mayo de 1915 al Secretario de Estado de Relaciones Exteriores)”4.
Esa sería solo una muestra tangible del acuciante hispanismo que animaba a monseñor Nouel, patente también en otra iniciativa suya que se concretizó el 12 de octubre de 1927, cuando, junto a doce connotados intelectuales dominicanos funda en nuestro país una filial de la Real Academia Española (RAE).
A partir de esa fecha, comenzó a funcionar la Academia Dominicana de la Lengua, entidad encargada de estudiar y fomentar el conocimiento, dominio, cultivo y difusión de nuestro acervo cultural más preciado: el idioma español, así como de las obras producidas bajo su impronta lingüística. Fue el Dr. Nouel y Bobadilla, su primer presidente, ocupó el Sillón A durante 10 años. Además, fue fundador y Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia (Sillón B), desde el 16 de agosto de 1931. Era Miembro Correspondiente de la Real Academia Española, desde 1932.
Otros miembros fundadores de la Academia Dominicana de la Lengua fueron, a saber: Alejandro Wos y Gil, quien fungió como vicepresidente de la primera junta directiva; Federico Llaverías, secretario; Cayetano Armando Rodríguez, Manuel A. Patín Maceo, quien escribiría uno de los primeros diccionarios del español dominicano; Rafael Justino Castillo, gran defensor de monseñor Nouel y de la patria; Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, Andrés Julio Montolío, Félix María Nolasco, Alcides García Lluberes, Bienvenido García Gautier y Arístides García Mella.
La profusa labor apostólica, cultural y de mediador que monseñor Nouel desarrolló en la República consta en algunas publicaciones, según registra el portal de la Academia Dominicana de la Historia, cito: Colección de Trabajos, Conferencias y Discursos Literarios, Políticos y Exegéticos (1910); Exhortación Pastoral del Excmo. Iltmo. y Rvdo. Señor Arzobispo de Santo Domingo, Primado de América (1916); Manual para Uso de los Párrocos y de los Clérigos en la Arquidiócesis de Santo Domingo (1919); Carta Pastoral (1920); Coronación de Nuestra Señora de la Altagracia: Historia de su Aparición y de su Culto Importantes Documentos Relativos al Estado Actual de Santo Domingo, 1920 (1920); Ordo Divini Officii Recitandi Missaeque Celebrandae ad Usum Archidiocesis S. Dominici (1925).
Según Balaguer: “(…) de la prosa del ilustre prelado fluye una gracia que nos atrae y que suple con ventaja la ausencia de que se advierte en ella de ritmo majestuoso y cantante; la que resulta de la armoniosa distribución de las cláusulas, de cierta unidad de acento que la caracteriza, de la suavidad con que sus párrafos rozan el oído (…) Sus oraciones más famosas y más justamente celebradas fueron: la que pronunció con motivo de la apoteosis del general Ramón Mella; la que dedicó a hacer la apología, el 20 de agosto de 1906, de su maestro monseñor de Meriño, y la que leyó en honor de Duvergé, con motivo del traslado de sus restos a la Capilla de los Inmortales en la Catedral Primada”5.
En los anexos de este trabajo consigno una muestra o fragmento de discurso y alocuciones suyas, que han sido recopilados por diversos autores que han ponderado su aporte a la nación dominicana y convendría divulgar más.
Según informaciones de algunos especialistas, existen otros textos que permanecen inéditos, como un libro de su padre titulado Historia Eclesiástica de la Arquidiócesis de Santo Domingo, el cual pretendía corregir, según se puede constatar en el portal cubano EcuRed.
Tal como señalé antes, en la sociedad dominicana de aquella época, existía una pugna entre los afectos a las influencias extranjera (afrancesados y/o pro yanqui) y quienes propugnaban por salvaguardar los valores patrios (de clara raigambre hispánica, por supuesto).
A mi juicio, en nuestra sociedad dominicana predomina la corriente hispanista, y monseñor Adolfo A. Nouel es uno de sus más señeros representantes, quizás sea quien haya dejado una impronta emblemática, indeleble y vigente como guardián del tesoro cultural más preciado y distintivo de nuestra identidad, la lengua española. El respaldo más fehaciente a esa concepción hispánica de nuestra idiosincrasia se concretiza y es patente, enla fundación de una academia correspondiente de la Real Academia Española en nuestro país, signo inequívoco de que la “Lengua es la Patria”, tal como reza el lema de la Academia Dominicana de la Lengua, fundada como hemos dicho, el 12 de octubre de 1927, en la ciudad de Santo Domingo, gracias a la iniciativa del ilustre prelado dominicano.
Jacqueline Pimentel
Santo Domingo, 1 de junio de 2020.
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- Término que ya habían acuñado los haitianos durante la ocupación al país, la primera mitad del S.XIX, según refiere Lipe Collado, en su libro El tiguere dominicano. Editora Yelidá, Sto. Domingo, 2000. p
- Palabras textuales de monseñor Nouel, en su carta de renuncia a la presidencia de la república. Tomado de la obra de Juan Ventura. Presidentes, juntas, consejos, triunviratos y gabinetes de la República Dominica. 1844—1984. Santo Domingo, Publicaciones ONAP, 1985, Págs. 46 y 47.
- La Iglesia de San Nicolás, en aquella época en ruinas, había sido edificada bajo los auspicios del Comendador Ovando, en la Ciudad de Santo Domingo, entre 1504 a 1508.
- El Dr. D. Francisco Manuel de las Heras y Borrero, presidente de la Diputación de esta Casa Troncal de los Doce Linajes de Soria, originalmente dio a conocer este artículo en el número 25 de la revista «Atavis et Armis», órgano de comunicación del Gran Priorato de España de la Orden de San Lázaro y lo consigna tambiénLuis José Prieto Nouel en su estudio genealógico familiar.
- Balaguer, Joaquín. Historia de la Literatura Dominicana. N.A. Cap. XX, pág., 291-93.
BIBLIOGRAFÍA
- Bello Peguero, Dr. Rafael Pbro. Editor. Monseñor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla (datos Eclesiásticos), pág. 54, contenido Ramón Emilio Jiménez. El Arzobispo Nouel. Apéndices, Selección: Mons. Dr. Rafael Bello Peguero. Serie Hombres de Iglesia, Santo Domingo.
- Cassá, Roberto. Pensadores Decimonónicos. Volumen CCCLIII, Archivo General de la Nación y Universidad Autónoma de Santo Domingo, Facultad de Humanidades. Santo Domingo, 2019.
- Henríquez Ureña, Pedro Seis ensayos en busca de nuestra expresión. Babel. Buenos Aires, 2006.
- Hombres de Iglesia, volumen II. Obispos, siglo XX. Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla y Luis Antonio de Mena Steinkopf. Santo Domingo, Editora Búho, Págs. 59 y 60 (Comisión Permanente de Efemérides Patrias).
- Giménez, Gilberto. “La cultura como identidad y la identidad como cultura”. Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. México, 2005 – academia.edu.
- Rodríguez Demorizi, Emilio. Discursos históricos y literarios. Ciudad Trujillo, R. D., 1947, páginas 398 a las 401.
- Prieto Nouel, Luis José Américo. Arzobispo Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla y su familia. Investigación genealógica. Santo Domingo, Editora Taller, 1993, página 155.
- Sáez, Pbro. José Luis. “Cronología de una vida (1862—1937)”, contenida en la obra Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel, tomo III. Santo Domingo, editora Búho, 2008, Págs. 239 al 272.
- Záiter M. Alba J. La identidad social y nacional en República Dominicana: un análisis psico-social. Editora taller, Santo Domingo, 2001.
CONSULTAS ELECTRÓNICAS
1.http://academiadominicanahistoria.org.do/wpcontent/uploads/2017/07/NouelBobadilla.pdf
4.Archivo General de la Nación, portal electrónico.
6-https://www.ecured.cu/Adolfo_Alejandro_Nouel_Bobadilla (portal cubano).
9-http://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=nouel-adolfo-alejandro
Otras consultas
- Balaguer, Joaquín. Historia de la Literatura Dominicana.
- Collado, Lipe. El tíguere dominicano: una aproximación a su cultura.
- López, José Ramón. Dos ensayos y artículos. Compendio. Fundación Corripio. 1991.
- Molina García, Pedro. Identidad y diferencia. Reproducción social y negación del otro. Gaceta de Antropología. Universidad de Almería, 1996. UNESCO.
- Las culturas del Caribe. Documento de la reunión de expertos sobre las culturas del Caribe. Santo Domingo, 1978. UNESCO.
- Introducción a la cultura africana en América Latina. París, 1979.
- Diccionario etimológico en línea.
- Sáez R, José Luis (Pbro.). “La Iglesia Católica dominicana ante la Ocupación Militar Norteamericana, 1916-1924”, CLIO, año 85, no. 191, revista Academia Dominicana de la Historia, Enero-junio de 2016.
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