La onda luminosa de Daniel Beltré López
EL ORBE SUTIL DE UNA VIVENCIA AMOROSA
Por Bruno Rosario Candelier
“Toda penumbra se agota.
Nada supera a la luz”.
(Daniel Beltré López)
A
Marjorie Félix,
una voz inmersa en lo divino.
Estética de una sensibilidad estremecida
Daniel Beltré López es un reconocido abogado de la capital dominicana que nos ha sorprendido con la publicación de un poemario revelador, luminoso y refrescante por el tratamiento lírico de su lenguaje, la hondura conceptual de su temática y la belleza inspiradora de su contenido. Me refiero al libro No es un soplo la vida (1).
Cuando Daniel Beltré habla de “la palabra poética” alude a la singular creación lírica, estética y simbólica del arte del buen decir, en tanto expresión de una singular intuición y una peculiar inspiración que desentraña el sentido de lo viviente y comunica verdades de una peculiar prosapia sagrada. Los poetas son partícipes de intuiciones profundas y amanuenses de revelaciones divinas, porque tienen acceso a la sabiduría espiritual del Numen del Cosmos y a la sabiduría sagrada del Nous de lo Alto. El Numen es una palabra griega que comprende la sabiduría espiritual del Universo. Y el Nous, también de origen griego, alude a la sabiduría divina, y los poetas místicos, así como los santos, iluminados y profetas, son canales para comunicar parte de la sabiduría divina.
La lírica de Daniel Beltré López confirma que entre la poesía y la mística hay una comunión afectiva, imaginativa y espiritual que comparten sendas manifestaciones de la sensibilidad estremecida y la conciencia sutil. Algo del místico tienen los poetas; y algo del poeta tienen los místicos. Daniel Beltré participa de los susodichos atributos estéticos y espirituales que enaltece su talento creador.
Mediante sus intuiciones y vivencias asumidas como la sustancia de su creación poética, Daniel Beltré recrea expresiones socioculturales de la realidad dominicana como veta inspiradora de su lírica. En estos poemas de amor humano y divino nuestro poeta canta lo que estremece su corazón y proclama lo que atiza su conciencia a la luz de sus intuiciones y verdades poéticas.
Sostiene Werner Jaeger en Paideia, un magnífico tratado sobre los ideales de la cultura griega, que la visión helenística de la antigua Grecia comienza con Hesíodo, para quien el influjo del espíritu era esencial en la creación poética. “Es el “espíritu”, en su sentido original, el verdadero spiritus, el aliento de los dioses que él mismo pinta como una verdadera experiencia religiosa y que recibe, mediante una inspiración personal, de las musas, al pie del Helicón. Las musas explican su fuerza inspiradora cuando Hesíodo las invoca como poeta: “En verdad sabemos decir mentiras cuando semejan verdades, pero sabemos también, si queremos, revelar la verdad”. Así se expresa en el preludio de la Teogonía” (2).
Hay tres apelaciones que concitan la orientación espiritual de la conciencia humanística, que Daniel Beltré aplica en su lírica, y que son: el desarrollo de la conciencia estética mediante la potencia del Logos; la activación de la conciencia reflexiva mediante el cultivo de verdades profundas; y el cultivo de la conciencia mística mediante la onda sagrada de lo viviente a favor de la espiritualidad, herencia de la literatura española y la religión católica, fuero de nuestro cultura.
El poemario de Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, es el testimonio estético, reflexivo y espiritual de un poeta inmerso en la vorágine de la realidad social, con sólida formación intelectual y conciencia lingüística como un virtuoso cultor de la palabra (3). En “Génesis” nuestro poeta despliega el abanico de las apelaciones que concitan su sensibilidad estética y espiritual:
Si los ojos germinan en los ojos,
si las manos se comen sus propias caricias,
si las palabras tiemblan entre cristales escondidos,
entre magias que sustraen el instinto;
si un alud de misterios nos controla
e inmoviliza los caminos de la lengua,
borrando la vieja memoria de las rosas,
el canto que sobrevivió a la última batalla,
los desencuentros de la mirada abatida por la espera,
la lluvia que rebozara los suspiros de la tarde abandonada,
de la tarde rota, de la tarde herida por la ausencia vital
que ajara por siempre los inmaculados trillos
de aquel rostro vuelto secreto e innombrable…
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 23).
Mediante las voces peculiares del español criollo engarzadas a la pauta culta del buen decir, Daniel Beltré expresa en varios de sus poemas los rasgos típicos de una vida consuetudinaria con lo que eleva y trasciende el curso de los días y las noches que hacen de la existencia una estancia gozosa. En tal virtud, emplea con donaire el léxico peculiar del habla criolla (anafe, tranca, tinaja) y voces del léxico patrimonial del castellano antiguo (aljibe, baranda, epistolario), según escribe en “Nuestra casa”, cauce de su cosmovisión cultural, fuero de su ensoñación lírica y eco de su sensibilidad espiritual:
Esta casa no fue su tinaja ni su espejo,
ni el viejo anafe dormido en sus penumbras,
la tranca que vigiló la noche
o el bastidor copiado en mi pequeño cuerpo.
Esta casa no fue su baranda,
ni su aljibe, ni su zócalo esperando
en un firmamento horadado por pisadas de fantasmas.
No es verdad que tan solo fuimos el silencio
amontonado de la mesa
o una maleta de cartón donde cupo
holgadamente el universo de nuestras fantasías,
un cuchillo, una planchita sumida
en la hoguera que precedió a la liturgia del domingo.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, pp. 32 -33).
En esta obra poética desfilan las cosas que hacen de la vida una huella memorable. Se trata de una visión sociográfica, estética y espiritual de lo que sucede en el mundo en cuyo trasfondo fluye la dimensión sutil de lo viviente bajo el aliento del amor engarzado a lo divino. En “Todo” nuestro poeta es un notario de lo que sucede en la vida:
La savia que venció los ronquidos del viento,
la luna laminada sobre la mesa
que nos diera la mañana,
un ladrido lleno de sol,
la piedra doblada por el agua,
un chorro de nube llenando la tarde,
el sol biselado por la lengua
de una nocturnidad dulce y ancha,
las flores abultadas de aroma,
las aguas cantando en la ventana,
el caño clonando el almendro,
la lluvia, ¡oh la lluvia en la hora del beso!
La abundancia del pan, el silencio,
la mirada reposando en los temblores de las luciérnagas,
el polen movido por la palabra,
las ausencias que vaciaron de rostros la memoria y cargaron con los
recuerdos construidos desde los andamios del juego;
la redención de la sonrisa,
las manos cobijando el destino de las flores mientras el rocío
enjuaga las estrellas y deja al descubierto
las acuarelas del horizonte. También tú.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 37).
Nuestro poeta tiene conciencia de su conexión afectiva y espiritual con el alma de las cosas. Mantiene intacto esa condición connatural de los niños, que viven el mundo según el modo mitificado y místico. En su armoniosa relación con la realidad, los niños, los poetas y los místicos, hablan con las cosas, se identifican con las cosas y se sienten ser las cosas. En su ponderación mística de lo viviente, comparten el fluir de fenómenos y cosas, y sienten que forman parte de todo con el aliento superior de cuanto existe. Ya dijo Heráclito de Éfeso que todo forma parte del Todo, y todo vuelve al Todo. Y, como le acontece a la persona lírica de este poemario, poetas y místicos descubren que Dios fue primero, y el aliento divino también será lo último, como canta emocionado nuestro poeta en “Solo vuela sin olvidar el barro”, donde se le revela el sentido sutil de lo viviente y, a su través, la Llama sagrada que enciende e ilumina:
Una mañana desperté multiplicado e inocente;
descubriéndome dueño de las flores
comencé a besarlas sin ahorros,
a proclamarme adorador de espinas.
Entonces descubrí que Dios
fue primero un amador de rosas,
que un día recibió la noticia perfecta:
el alma nos da el rocío que lava el pecado.
Yo te encontré en el momento exacto;
te vi convertir en refugio mi costado,
te vi perforando con latidos y miradas;
así ingresaste al juego,
al ardor de la sonrisa y al tacto.
Ahora conoces formas y silencios,
el ruido de las hojas y los colores,
la magia fecunda de los girasoles,
la arena dormida en la hamaca de los siglos
y el dibujo divino de las gaviotas.
Has aprendido a besar a diario el cielo
en los ajados universos de los orígenes.
Ya no reclamo mi atesorada condición de nido humano,
solo quiero que vueles sin olvidar el barro.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 73).
Mística de una conciencia sutil
En el poema recién transcrito hay una frase que el poeta tira al desgaire, pero contiene una intuición mística de su conciencia sutil. Escribió Daniel Beltré: “El alma nos da el rocío que lava el pecado”. Y purifica la conciencia para sentir el fluir de lo viviente con la luz que otorga el Altísimo a quien vive con su conciencia tranquila. Al advertir, como buen padre que vela por la educación de su hijo, Daniel Beltré apuntala el sentido de la vida, los ideales que forjan la conciencia espiritual de lo viviente; los peligros que conspiran contra el desarrollo armonioso de la vida, y lo que da sentido y consistencia, según expresa en una reflexión realista y oportuna en sede moral, operativa y trascendente, según apunta en su poema “Daniel”:
Hijo, tú no has llegado para descifrar arcanos de reyes fetichistas,
para resguardar memorias quebradas
ni poderes malentendidos.
No has venido como prestidigitador, behique, mago o sabio,
sino como espada forjada en la llama del amor
y la palabra.
Jamás pondrás tu boca en altares de cemíes,
de dioses muertos;
ni ejercerás como felón, orate o eunuco.
No temerás si el fuego cerca tu morada
o si alguna corona absurda te confinara en fosa de fieras,
porque legiones de ángeles soplarán
incienso hasta espantar el mal,
hasta que llegue el canto.
Yo estaré ahí.
Es cierto que no vienen conmigo dones celestiales,
pero te abrazaré en la hora de todo juicio,
llevando la fe como armadura,
y si alguna fiera escapare al conjuro,
dejando libres sus hambrientas fauces,
le lanzaré mi corazón para saciar su ira;
y si el fuego se avivare amenazante,
lo aplacaré con los humedales de mi piel,
hasta que se haga el misterio que anuncia el auxilio.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 74).
En “Dalia”, símbolo de la vida y cauce del destino común, el emisario de estos versos enumera lo que hace del mundo su mejor fotograma enfocado desde la vertiente estética y simbólica con enaltecimiento de la sensibilidad y dignificación de la conciencia:
Para ti las alamedas,
la suma de las lilas y las flores,
el verde sosegado de los bosques,
la lluvia viajera de las tardes,
la fiesta de espejos de la noche,
los quejidos del cielo,
las hamacas marinas,
los campanarios habladores,
el trino que ablanda las mañanas
entre danzas de fugados arcoíris;
las ventiscas que santifican los rostros perdidos
en el agujero de la espera,
las aguas mensajeras de los dioses.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 77).
El motor de esta obra es el amor; el motivo de esta obra es la vida; el aliento de esta obra es el encanto del mundo; y el trasfondo espiritual de esta obra es el venero sagrado que subyace en todo lo viviente. Al modo de la domna angelicata de los antiguos neoplatónicos, Daniel Beltré exalta la figura femenina cuya presencia transfigura su mirada con el fulgor que desmaya los sentidos y el estremecimiento que sacude sus entrañas, fuero y cauce de lo divino mismo:
Apura, aun no te esperen los dioses,
ven galopando en tu húmedo corcel de sangre,
que cuando relinche
no habrá corazón divino
capaz de sublevarse a tu alado celaje,
a tu rostro prohijado por el viento.
Los dioses se sabrán huérfanos de alianzas
cuando todas las flores se arrodillen a tu paso.
Entonces, no habrá dios que resista
el rito abrumador de los aromas,
el embate encantado de los colores
capaz de herir en tu nombre como saeta invencible
forjada por fuegos celestiales.
Marcha sobre las cenizas de tu batalla,
o tan solo, ordénale al sol que disponga mi regreso.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 85).
El trofeo que el sujeto lírico exhibe, orondo y jubiloso, lo acredita a su pacto con la energía divina que opera en cuanto sucede en el mundo, porque nada sucede por azar, como decía Leucipo de Abdera, sino por razón del ordenamiento divino, que nuestro poeta acata para seguir recibiendo, “libre de la furia bendita”, lo que su corazón anhela:
Ven,
desciende al barro que me espera;
apresúrate que me reclama el hades,
o quizás, el limbo perdido de los paraísos.
Todo está consumado,
no ha demorado un solo dios en labrar el pacto.
Ven,
que comienza a posarse sobre mi alma
un tropel de endiosadas mariposas,
las últimas hojas del árbol prohibido,
el canto testifical de los espíritus,
el trino seco de la lluvia que me columpia
en los brazos del tiempo.
Encuéntrame,
he logrado engañar a las deidades.
Puedes al fin abrazarme, libre de la furia bendita desafiada.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 90).
Con el talento que lo distingue y la intuición que lo enaltece, Daniel Beltré se enseñorea sobre las cosas, y canta lo que su corazón ilumina con su onda amorosa, pues si “no es un soplo la vida”, algo grandioso la entroniza que la conciencia sutil privilegia.
La idea del pecado, que tanto lastra el goce de la vida, subyuga el fuero de la sensibilidad y frena la libre elección en sus sensaciones infinitas. Así lo lamenta el poeta cuando enfoca lo que provoca la acción que la conciencia reprocha:
El pecado es herencia infinita y gruesa,
inaceptable a beneficio de inventario.
El hombre es legatario puro y simple
de un vicio interminable,
de una condena de siglos a la que no se renuncia,
lavada con sangre, amenizada con fuego,
auspiciada en ausencia del tercer día.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 126).
El poeta reprocha el dictamen que consigna volver al polvo, según el estatuto bíblico (Pulvis es, et in pulverem reverteris) y lamenta que el polvo carezca de conciencia como legatario de nuestro destino inminente, pues parece marginar lo que reserva el más allá:
Volver al polvo es un viaje desprovisto de piedad,
una prueba inútil para corroborar la vida.
El polvo en realidad no nos espera,
no se ha preparado para el encuentro,
no podría prepararse por más vida que lo pueble,
porque el polvo no conoce del lenguaje,
ni de signos verdaderamente redentores.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 133).
Los visionarios de las irradiaciones estelares perciben fenómenos que atacan la mente sin misericordia, pero tienen también la forma de contrarrestar sus efectos perniciosos. Nuestro poeta lo sabe, y lo consigna en “Dehiscencia”:
La noche viene herida a mi costado.
Mana espanto como efluvios enfurecidos.
Son largos los gemidos, también la grima.
Salto a la cruz para exorcizar a Ápate
que viene montada sobre tormenta de rayos.
La verdad lleva filos,
trasciende a la noche: lo sabe la luna.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 163).
En “Tabor”, nuestro poeta rememora la experiencia mística que relata el texto bíblico y parece resumir la misteriosa carga del destino con cuanto concita el parto cósmico y el dolor del tránsito inexorable:
Va cargado de delirios, de besos exhaustos,
danzas que agonizan en lo hondo del recuerdo,
miradas que estallaron como petardos hambrientos de ruidos,
efluvios de amores cadavéricos,
sonrisas echadas del paraíso y una legión de tactos vencidos.
Un manojo de girasoles desolado se ha fugado
al cerco del domingo;
va volando, cargado de lágrimas,
de besos moribundos,
de palabras asaetadas, heridas;
cargado de oraciones rotas,
de caminos hundidos, de zarzas, de olvidos.
Un manojo de girasoles ha llegado volando,
su vieja carga ha venido en ser semilla;
ya nada detendrá al polen.
(Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, p. 174).
Tres apelaciones convocan la vocación poética de Daniel Beltré: la mujer, la naturaleza y Dios, y esa tríada de su llamada interior se une en el amor bajo el fuero de su sensibilidad profunda, en una obra que hace de la palabra el centro de su inspiración sagrada. Su valoración de Dios no es la del místico religioso, como Bartolomé Lloréns o Leopoldo Minaya, sino la del místico agnóstico, como Jorge Luis Borges o Pedro José Gris, pero igual da un hermoso testimonio, lírico y simbólico de la huella de lo divino en la condición humana.
Aunque nuestro agraciado poeta se inspira en el tango inmortalizado en la voz de Carlos Gardel que escribiera Manuel Mejía Vallejo, “No es un soplo la vida”, en este hermoso y cautivador poemario se alude al amor que desmaya los sentidos, y también al espíritu inmarcesible que enaltece la conciencia humana. Nuestro poeta tiene la intuición mística de advertir que el asombro es la antesala del misterio, ámbito inconsútil de lo eterno: “Huérfano de cielos/entre mutilados horizontes,/sobre tapices movedizos que insistían en tragarse mi asombro” (“Misterio”).
Todo tiene un sentido, una razón de ser y un destino. Y, sobre todo, un final hacia el derrotero establecido por el ordenamiento irrevocable. Así lo consigna Daniel Beltré en la intuición mística signada en esta frase: “Nada nos lleva por las entrañas misteriosas de los limbos” (“El indoblegable afán de los sueños”).
Este poemario de Daniel Beltré está cuajado de metáforas sorprendentes, símbolos deslumbrantes, lenguaje estilizado y florido, y, para dicha de nuestras letras, con novedosas imágenes impregnadas de un pensamiento profundo. Se trata, en síntesis, de una creación poética cuya belleza lírica desata hondura conceptual con refinada expresión y amartelado sentido. Belleza del pensamiento en la belleza de la forma, con el chispazo de intuiciones rutilantes y el misterioso fulgor en la llama del amor con el aliento inveterado y luminoso de lo divino mismo.
Bruno Rosario Candelier
Estudio de No es un soplo la vida
Moca, Rep. Dominicana, 25 de julio de 2020.
Notas:
- Daniel Beltré López, No es un soplo la vida, Santo Domingo, Santuario, 2019.
- Werner Jaeger, Paideia, México, FCE, 1971, 2da. edición, 83 y 151.
- Natural de Santo Domingo, Daniel Beltré nació en 1957, ejerce la profesión de abogado y escribe y publica estudios y artículos sobre temas sociales, políticos y culturales en los que evidencia el virtuosismo del lenguaje con una sólida formación intelectual, estética y espiritual.
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