Freddy Bretón, «Los entresijos del viento»
Por Miguelina Medina
En la puesta en circulación de una novela escuché decir a alguien: «Es un ensayo», a la pregunta de «¿Qué te parece esta novela?». Al leer una obra literaria, todos tenemos una opinión sobre la misma, o diversas opiniones.
Para exponer mi opinión sobre esta obra he realizado, devotamente, una lectura de “hipertexto”. Y recomiendo este tipo de lectura a esta obra, pues de esta manera podemos disfrutar en su totalidad su contenido, comprender el sentido que llenó el alma del autor en su propósito y la belleza sutil de sus palabras, y de las palabras naturales expresadas en su narración. Cada término, cada música referida, cada poema, cada cielo, cada descripción cruda o cada metáfora… todos los recursos narrativos utilizados por el autor nos pueden sorprender en un mundo en cuyo espacio quisiéramos quedarnos y no volver. Es uno de los efectos más transcendentes que ocurre al lector en esta obra. Es esta emoción lo que ocurrió en la “Transfiguración de Jesús” con tres de sus discípulos: «Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres, hagamos aquí tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías» (Mat. 17:1-9). Al leer esta obra experimentamos una catarsis y luego volvemos al camino que nos asignó el Cielo, como le fue asignado al autor, al cual él estuvo siempre asido, y hoy puede decir al final del camino que ha vencido los obstáculos. Lo dice uno de sus narradores auxiliares: “Pequeña historia de un camino de piedras”: “Cuando comenzó a recorrerlo iba bien calzado, pero los zapatos se gastaron pronto, debiendo continuar descalzo. Llegó a estar tan lastimado, que en consecuencia dejaba ensangrentadas las piedras y el polvo. Miró una vez hacia atrás y no vio más que el fuego del sol estrellándose contra las rocas. Volvía la mirada hacia delante y sabía que le esperaba por igual ardiente sol, espina y piedra. Pero no se arredró y haciendo caso omiso de todo lo demás prosiguió su camino. Solo a veces le enviaba el Señor el consuelo de alguna brisa fresca, que el caminante agradecía tanto como las horas de calor más sofocante. Así resistió años y años. Subiendo un día una empinada cuesta de agudas rocas, notó que de nuevo le sangraban los pies; pero él, acezando, continuó la marcha hasta que no pudo más y tuvo que sentarse a recobrar el aliento […]. Ya en lo alto, el Señor le mostró algo hermoso: volvió la cara hacia atrás y vio que en cada lugar en donde con sus pies heridos había dejado ensangrentadas las piedras, había brotado una flor; podía incluso respirar en la brisa su agradable perfume. Tiempo después murió el hombre de Dios a mitad de la otra subida. Y era tan notable el olor en el espacio, que todos los transeúntes –a pie o en vehículos veloces– se detenían a contemplar todo el camino aquel, esplendorosamente florecido” (Dositeo, pp. 330, 331).
La necesidad de entender la obra en su máxima sublimidad nos creará los “hipervínculos”, que son las palabras y términos desconocidos, palabras que nos llevarán a las consultas de las mismas en Internet, son los llamados ‘enlaces’ o ‘links’ (https://es.wikipedia.org/wiki/Hiperenlace). Cada lector encontrará los suyos propios, pues la obra está llena de la vasta cultura del autor, el cual a su vez la cede a los personajes o narradores auxiliares. Vale la pena vencer la “inmensidad del océano” y salir de la “lectura lineal”, en esta obra. De esta manera clasifico algunos “hipervínculos” para ilustrarlos, como ejemplos generales: musicales, cantantes, costumbres, mitología, fabulas, obras literarias, poetas, narradores, países, culturas, todos enmarcados en el propósito narrativo concebido por el autor. Un ejemplo de la lectura investigativa permanente en la que nos envuelve el autor es el siguiente: “Del caballo de papá solo supimos las noticias, pues no nos tocó conocerlo ‘en persona’; sería algo sólo comparable con Bucéfalo de Alejandro o a Babieca el del Cid” (p. 137).
El autor nos da, además, otras señales de cómo debemos transitar en su obra. Leamos una de las creaciones de otro de sus personajes auxiliares de los cuales se atavió el autor para esta narrativa, metafórica y simbólica a la vez. “El pez estético”, Prisca, pp. 262, 263:
“–Sabrás –le dijo el pez fornido– que todo pez viene al agua con alguna inclinación dominante. No sé cuál será la tuya, pero mi pasión es la estética. No me contengo, soy verdaderamente esclavo de la belleza. Cruzaron por entre un cardumen de pececitos que semejaban brillantes monedas de plata. Pasaron también junto al feo pez guanábana. Divisaron luego un pequeño grupo de diminutos peces hermosos, en el centro del cual estaba un multicolor y de grácil figura.
Los dos peces disimularon su presencia entre abundantes plantas acuáticas, mientras el pez mayor susurraba al adolescente:
–Observa y verás lo que es maestría.
Al instante salió como un misil y, en un parpadeo, se tragó al hermoso pez ante el asombro de los demás habitantes marinos […]”.
Sobre el género literario
Para analizar el género literario de esta obra, vayamos a la pista central (tenue, pero clarividente) con la cual nuestro autor nos conduce a la estructura narrativa de su obra. Luego del relato anterior, “El pez estético” -páginas 262 y 263-, el personaje principal, el narrador, alerta: «Pero se me pasó decirles que no podemos darle vía franca a la avispada Prisca, pues sería como volver a poner a Sherezada ante el sultán de Las mil y una noches». El autor de Los entresijos de viento ha utilizado la técnica que utilizó el autor de Las mil y una noches. ¿Cuál es esa técnica? Relato enmarcado y marco narrativo. Veamos estas dos citas sobre estos aspectos:
(A) Las mil y una noches es una célebre recopilación medieval de cuentos tradicionales del Oriente Medio, que utiliza la forma del relato enmarcado. El núcleo de estas historias está formado por un antiguo libro persa llamado Hazâr afsâna (mil leyendas). El compilador y traductor de estas historias folclóricas al árabe es, supuestamente, el cuentista Abu Abd-Allah Muhammad el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. La historia principal sobre Scheherezade, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada en el siglo XIV para servir de marco narrativo.
Son relatos que surgen uno del otro, es decir, al contarse uno de repente surge otro relato y ese otro, crea otro cuento hasta que termina el primero como cajas encerradas en otras cajas. Las historias son muy diferentes, incluyen cuentos, historias de amor tanto trágicas como cómicas, poemas, parodias y leyendas religiosas.
(https://es.wikipedia.org/wiki/Las_mil_y_una_noches).
(B) La narración enmarcada o relato-marco es una técnica literaria que consiste en la inclusión de uno o varios relatos dentro de una narración principal. No debe confundirse con el marco narrativo.
A grandes rasgos, se pueden distinguir dos usos de la narración enmarcada. En el primero, la narración principal ocupa la mayor parte y la narración enmarcada tiene una duración breve. En el segundo tipo, la narración principal funciona como un contenedor para incluir varias narraciones enmarcadas, las cuales ocupan el grueso del espacio de la obra. En cuanto al segundo tipo, la narración suele consistir en un personaje o un grupo de personajes que se reúnen para contar y escuchar historias. En el libro de Las mil y una noches, la reina Scheherazada (sic) relata una serie de cuentos fantásticos a su esposo, el Sultán, a lo largo de muchas noches. Muchos de estos cuentos son, a su vez, narraciones enmarcadas. Es habitual el uso de una narración enmarcada como la narración principal. Por ejemplo, una manera bastante usada es introducir al inicio de la historia a dos personajes, uno que cuenta al otro la historia que realmente es la importante para el espectador (https://es.wikipedia.org/wiki/Narraci%C3%B3n_enmarcada).
Parafraseo el concepto para ilustrar mi observación: En Los entresijos del viento la historia principal sobre el narrador, llamado Federico (ver págs. 107 y 249), sirve de marco a los demás relatos. O de otra manera: el autor, bajo el marco biográfico del personaje, relata los cuentos que seleccionó para contar sus peripecias y los impactos de su conciencia al transitar la vida. Estos relatos, todos, tienen sus estructuras propias. Anteriormente expresé que el “narrador nos alerta”, pues él nos muestra su técnica narrativa, él no está contando la historia de su personaje principal en la historia del personaje principal de Las mil y una noches, por eso él dice: “Pero se me pasó decirles que no podemos darle vía franca a la avispada Prisca, pues sería como volver a poner a Sherezada ante el sultán de Las mil y una noches” (p. 263). Y aunque la comparación hace referencia igualmente a la relación Sherezada-Sultán y Prisca-Personaje, es una manera de ponernos en contacto con la técnica seleccionada por el autor y que él quiere dejar claro que no está haciendo lo mismo, aunque lo haya tomado como referencia para su obra.
Esta técnica de «relato enmarcado» la utilizó también Pedro Henríquez Ureña en su libro de cuentos para niños: Los cuentos de la Nana Lupe. Se puede leer en su Presentación lo siguiente: “Los cuentos de la Nana Lupe son un conjunto de historias, cuyos protagonistas, los niños Mariquita y Nachito, en compañía de un duendecito maravilloso: Don Yo de Córdoba, entran en contacto con la naturaleza y sus animales” (Pedro Henríquez Ureña, Santo Domingo, Susaeta Ediciones Dominicanas, s/año). Ambas obras, no son definidas por sus autores como novelas, quizás por sus diseminados relatos, pero narran la historia de unos personajes y en ella se da seguimiento a sus acciones y peripecias, a una narrativa con estructura novelística, aún sean infantiles —Las mil y una noches se puede leer en versión infantil también.
¿En dónde se entrelazan estos relatos y cuentos de Los entresijos del viento con la historia principal de la novela, en esta técnica del «relato enmarcado»?
Se entrelazan en la trama del recorrer el camino nuestro personaje. Todos estos relatos, cuentos, poemas, anécdotas, alegorías son parte de los impactos sufridos por el autor para la reflexión profunda que izó finalmente con éxito al final de su camino. Él luchó con los “vientos” de todo tipo, y los fue definiendo en los subtítulos de los capítulos, llamándolos por sus nombres: Voces en el viento, Banderas al viento, Aires urbanos, Ventolera, Bóreas, Viento recio, Siroco, Vientos alisios, Barlovento; llamando a su lucha, además, “Cara al viento”, dejándose llevar primero en “Aires de pájaros”. Al llegar a la cúspide, el personaje pudo engrandecer el camino transitado. Es con esta historia que el autor quiere incentivar fervientemente al prójimo, al que ama entrañablemente como a Dios, para que no desmaye en su camino ni se desvíe. Ese es el gran propósito de su novela. Volvamos al relato primero con el que inicié este estudio, para ver este camino y su propósito, para ver el alma de esta obra y de nuestro personaje-narrador-autor.
Luego, al final de la novela, magistralmente el autor retoma a todos sus personajes o narradores auxiliares y se enmarca con ellos en una conversación terminal de sus tiempos, no sin antes llevar a cuestas sus últimas penas, anhelos y esperanzas, donde muestra también sus incertidumbres sobre ese nuevo mundo desconocido en el cual vivirá eternamente, mundo incierto pero en el cual debemos poner nuestra fe desde del inicio de nuestra vida consciente. Es lo que quiere decirnos el autor. Así es el fin de la obra. Cuenta que algunos ya se han ido al cielo, también parece una despedida. Esta conversación es la que le da el cierre total al género, esta enmarcación de su narrativa, lo cual lo hace con el propósito de no dejar dudas de su ficción.
Sobre el contenido de la historia
Entremos ahora al contenido, hagámoslo con la grandeza con que fueron relatados estos relatos, cuentos y anécdotas. El autor subtitula y define su obra con estas tres palabras: “Novela intencionalmente eólica”. Sobre el término “Novela”: ya hablamos del género; “intencionalmente” nos indica que esta obra fue planificada con el mismo sentido con que es narrada, su tono enfático, dulce, cruel, verídico, libre, de ficción; sus voces denotan del autor una conciencia sufrida por su alta sensibilidad y enaltecida por los desiertos vencidos, por su misión cumplida por lo cual espera ya partir: “En verdad, todavía no hablo con los muertos, pero los añoro” (p. 366). La estructura narrativa, ya analizada, no es casual ni su manera de narrar ni los cuentos ni los relatos. Todos fueron planificados y elegidos aunque nos parezcan a veces una cascada de cuentos que nos baña demasiado.
La razón de narrar más de cientos cincuenta relatos es producto del sentimiento del personaje expresado en el párrafo anterior. En mi lectura, en la página 279 —de 369—tenía ya contados 129 relatos, y luego ya dejé de contarlos. Ahora entendamos “eólica”: a) El DLE dice que “eólico, ca” significa, en su cuarta acepción: “Producido o impulsado por el viento (https://dle.rae.es/e%C3%B3lico?m=form). b) En otra cita de Internet dice que “En la mitología griega, Eolo es el nombre de tres personajes distintos” (https://es.wikipedia.org/wiki/Eolo). Por otro lado dice: “La mitología griega es el conjunto de mitos y leyendas pertenecientes a la cultura de la Antigua Grecia, que tratan de sus dioses y héroes, la naturaleza del mundo, los orígenes y el significado de sus propios cultos y prácticas rituales” (https://es.wikipedia.org/Mitolog%C3%ADa_griega).
El autor trabaja el término “eólica” en estos dos sentidos: En el sentido simbólico es el ‘efecto’ del viento en su trajinar por la vida y en el del ‘mito’ es el vencimiento de los tabúes literarios, con la honestidad narrativa hasta el final, engrandeciendo de esta manera nuestra literatura dominicana y la literatura universal. La alta investidura eclesial del autor la marca, indiscutiblemente, al vencer los tabúes, los mitos, “intencionalmente”. Con su voz alecciona a todos los creadores y lo hace por el amor inmenso, por el respeto, que siente por la humanidad y la naturaleza, mostrado en todo momento en su obra. Leamos los siguientes fragmentos de sus relatos: (pp. 297-298) ¡Válgame Dios del cielo! Doblamos a la derecha y empezamos a encontrar frondosas mujeres negras (dijeron que de Curaҫao), sentadas en las aceras, casi como Dios las echó al mundo. Llegamos a la iglesia, que era de planta poligonal y fuimos rodeándola, buscando la entrada. En eso alcanzamos a ver lo que solo de oídas conocíamos. Era el mediodía, y muchas mujeres –con escasísima ropa– metidas en vitrinas hacían visajes a los transeúntes; sostenían una cantina en la mano, de donde comían mientras bailaban. Nos encontramos con una en la calle y, como nos pareció conocida, la saludamos en español; nos preguntó que de dónde éramos y le dijimos que de la República Dominicana. Como ella daba señales de incredulidad, yo le dije que mirara la pequeña bandera que tenía la gorra de uno del grupo. Ella añadió, como por decir algo:
–Pero no tiene el escudito… –En eso voceó la que estaba en la primera vitrina–:María, ¿pasa argo? –Nuestra interlocutora contestó que no pasaba nada.
(p. 75) Como fuimos caminando a pie desde el pueblo y yo andaba calzado con unos tenis, ásperos y rotos, me hirieron en el arco de un pie. Después de este inolvidable baño se me infectó dicha extremidad, de manera que para continuar las obligaciones de mi ministerio tuve que inventar un nuevo estilo litúrgico: el de la garza. Durante un tiempo tuve que celebrar y predicar sosteniéndome en el pie izquierdo, mientras el derecho descansaba sobre una silla. Pero a propósito de creatividad litúrgica, quizá debamos llamar ‘misa rítmica’ a la que celebré una vez en una zona de grandes arrozales […]. De pie o sentados daba igual: la gente no cesaba de manotearse mientras golpeaba el piso con los pies. Aquello era puro ritmo. Bien sabía yo que se trataba de los mosquitos.
En todo momento de su lectura debemos recordar que esta obra es una novela, aunque en todo momento quienes conocen al autor lo asocien permanentemente con esta historia biográfica narrada. En mi caso no me ha costado mucho trabajo ya que la vida real del autor no la conozco y he podido ver al personaje de su ficción, aunque he reconocido algunos datos biográficos reales porque incluye nombres reales que conozco. De todos modos, no podemos asegurar que todos los relatos son verídicos o que todos son de ficción. Esta técnica de utilizar copilotos o narradores auxiliares le permite al autor adjudicar historias reales, irrepetibles, de la vida, no necesariamente suya; pero la urgencia de levantar su voz para sanarlas o enaltecerlas no le permite dejarlas guardadas. Y que oiga quienes pueden escuchar las voces escondidas, porque las hay, y también es un anhelo del autor, que escuchemos esas voces en la intimidad del silencio.
Recomiendo que esta obra se coloque en todos los museos del país, pues llegará el tiempo en que se añorará mucho más que en este tiempo. Los jóvenes querrán hurgar en la historia, reencontrar su pueblo o encontrar sentido a sus vidas, tal vez. El autor ha dado testimonios trascendentes en su narrativa, por su especial sensibilidad, mostrada con su lenguaje, indispensable para elevarnos, desde la conciencia precoz del niño que fue. El autor capta voces de la memoria del Universo, llamado Numen, como nos ha enseñado el maestro del Interiorismo, Bruno Rosario Candelier, y las ha colocado aquí para que no se olviden, porque siguen sin morir en el mundo real de los tiempos.
Sobre los personajes en la narrativa
En esta obra, el autor atavió a su personaje principal, y narrador, de otros personajes —como ya he venido explicando— que he llamado “personajes auxiliares”. Estos son: Doroteo, Dositeo, Prisca y Delgadina, a los cuales le ha dado incluso carácter y sicología en sus narrativas e historias. Esto es parte de la técnica descrita anteriormente en este estudio. Otros personajes son los alegóricos, animales, que utiliza el autor para sacar el dolor profundo y hacer empatía con el dolor de la sociedad. Magistralmente sensible, hermosa y dolorosa es esta alegoría que transcribiré a continuación. No cabe duda de la grandeza del alma del autor y de su sensibilidad troquelada. En el marco de la música perfecta de un concierto de Beethoven, y bajo una descripción excelsa, el autor nos deja elevados y solo al cabo de un momento podemos regresar con nuestras lágrimas. Es un cielo, una transfiguración literaria, que solo es posible tocar por medio de la fascinación o el éxtasis junto al conocimiento total la perfecta carne del lenguaje. Leamos juntos y completa: “La vaca que empezó a amar a Beethoven” (pp. 144, 145), luego vayamos a escuchar el concierto completo (añado que comprobé la época en que fue compuesta esta pieza y, efectivamente, ya Beethoven estaba casi completamente sordo, como lo dice el autor. Fue escrito en 1806 y ya desde 1801 Beethoven había perdido el 60 por ciento de la audición. Podemos comprobar esta nota en los siguientes enlaces de Wikipedia: (https://es.wikipedia.org/wiki/Concierto_para_viol%C3%ADn_(Beethoven) (https://www.abc.es/cultura/musica/abci-cual-causa-sordera-beethoven-2019021):
Vialáctea pastaba sosegadamente; alta, robusta y en extremo pacífica (tanto, que había nacido sin cuernos). Yo la miraba aventar la nariz mientras su enorme lengua segaba la yerba. Distraída en la rutina de su oficio fue acercándose a mi casa. Rozaba, al pasar, las florecillas rojas y amarillas; sus pezuñas esquivaban las piedras, dormidas como ovejas en el prado. Se detuvo luego, y continuaba mordiendo la yerba verde. Sin levantar la cabeza alzó una oreja; desde mi balcón le llegaba el concierto para violín en re mayor, de Beethoven, que iba ya por el segundo movimiento. Alzó luego la cabeza, y un brillante hilito de baba quedó suspendido entre la boca y la grama. Me llamó la atención el hecho de que, siendo más bien lento el inicio del segundo movimiento (un largheto), ella suspendiera todo para escucharlo –al parecer– atentamente.
Mantuvo la cabeza en alto y las orejas en dirección hacia la música (ella nunca sabría que Beethoven tuvo que usar grandes cuernos para escuchar su música). Estuvo así algunos instantes. Bajó después la cabeza y seguía mordisqueando el pasto; a veces giraba los ojos y dejaba de masticar, quedando algunas ramitas verdes pegadas alrededor de su boca.
Cuando el violín solista entró en la parte más tierna, levantó de nuevo las orejas; ahora le brillaban los enormes ojos. Así estuvo embelesada, como siguiendo el violín en su diálogo con la orquesta, sobre todo cuando éste se volvía un hilito tenue o un fino metal cimbreante, apoyado sólo en un leve pizzicato. Entró luego el rondó del tercer movimiento. Cuando subía de tono el diálogo del violín con la orquesta, la vaca se mostraba intranquila y hasta escarbaba el suelo con sus pezuñas, como piafando.
Algo escuchó de la cadenza final, pero con la irrupción de contrabajos y timbales se estremeció el animal; la asaltó quizá algún temor congénito, lejanas reminiscencias de ruedos, de arena. Tal vez sintió el tropel de una manada de toros salvajes… Lo cierto es que, dando una súbita estampida, se retiró de la escena justo cuando el director –enfurecido– pareció hundir el estoque en los lomos del toro para dar fin al concierto.
Hermosa coincidencia de las garzas blancas y el tractor del arado: dos escritores interioristas en el impacto de su sensibilidad infantil en diferentes épocas. Lo atribuyo al “Inconsciente Colectivo” de Carl Jung, del que he aprendido en el Interiorismo:
Freddy Bretón en voz del personaje principal (pp. 364, 365):
Me crie viendo las garzas blancas vestir con peplo blanco la negrísima tierra v recién arada, con el olor a raíces en el aire. Escuché a los aradores animando a sus bueyes: «Sube, Lucero; Azabache, baja…», Yo mismo deposité luego, pendiente de la lluvia, la simiente en el suelo, y la cubrí de tierra con mi propio pie descalzo. Vinieron luego los otros tiempos y sacaron de circulación los pacientes y laboriosos bueyes. Las garzas se adaptaron y, aunque con ruido de fondo, continuaron buscando lombrices y gusanos. Con todas esas vivencias de la tierra, fiel a mis orígenes rurales, escribí siendo aun joven algo brevísimo que intitulé El Arado:
Soñé con tractores fuertes y eficaces
y con trilladoras muy sofisticadas;
tú, en cambio,
dejaste el arado en mis manos.
Yo lo he sostenido invierno y verano.
Y ahora que llego al final de mis años
con las venas tiesas y el pulso cansado
traigo la cosecha, como lo has mandado:
Gozosa esperanza, y la conciencia en calma.
Y del pobre arado traigo solamente
callos en el alma.
Testimonio de Miguel Solano (transcripción del enlace de Youtube citado al final):
Cuando uno tiene una vivencia, esa vivencia va a nuestra alma como imagen, pero para expresar esas imagen se necesita un lenguaje, y ese lenguaje tiene que tener un alto contenido de conciencia de la lengua porque tiene que expresar la palabra exacta para extraer esa imagen. Entonces, ¿qué resulta? Yo soy un niño, yo tengo más o menos siete, ocho años, y mi padre compró un tractor que fue, yo creo que el aparato más bonito que yo jamás haya visto. Ese tractor llegó para arar la tierra, para arar los sembradíos, para arar la calle y entonces este tractor va caminando, lleva su arado y lleva toda la tierra revolcándola, toda la tierra revolcándola y yo me quedaba mirando esa imagen, ¡y toda una serie de garzas blancas detrás de esas tierras revoloteadas! Todo aquello yo lo veía, yo lo veía todo aquello como cientos, miles, millones de mujeres que, acostadas desnudas, esperaban ser embarazadas, esa era la tierra. Entonces esas imágenes duraban en mi conciencia años —quince, veinte años— porque yo no tenía las palabras para expresar el contenido de esas imágenes. Ahora, entro al Interiorismo, y el Interiorismo me permite ver hacia adentro, me permite ser honesto conmigo mismo, me permite extraer la voz de la humanidad y entonces ya, con ese instrumento, con ese manejo de la lengua, yo vuelvo a la imagen, a esa imagen que había vivido en mi vida durante nada más y nada menos que ¡cuarenta años!, porque yo la vi cuando tenía siete u ocho años. Y entonces escribo, describo la imagen y la describo en un poema que se llama “Hallazgo”. Y el poema dice así: Solo quien le hizo/ el amor a su negra/ sabe lo que disfruta el arado/ cuando surca la tierra (https://www.youtube.com/watch?v=VKlX9fVzuyE , 26 de julio de 2019).
“Vertiente estética literaria”: Valoración de Bruno Rosario Candelier a Los entresijos del viento, en la puesta de circulación de la novela. Teatro don Bosco de Moca, 6 de febrero de 2020, 7:00pm.
¿Qué hace monseñor Freddy Bretón con esta novela? Pues, que asume su propia vida, asume la historia de su familia, asume la historia de su paraje, asume el caudal de las vivencias que han nutrido su sensibilidad y su conciencia para escribir esta novela. De tal manera que eso le da a la obra una vitalidad, una autenticidad y una verosimilitud a lo que escribe. Fíjense que digo que es un autor de novela. Al decir que es un autor de una novela estoy diciendo que hace una obra de ficción. La novela forma parte de la ficción, y la ficción implica, por el contenido y el significado de esa palabra, una invención. Y no hay una contradicción en lo que digo aplicado a la novela de monseñor Freddy Bretón porque ciertamente es una novela autobiográfica, y en tal virtud es una novela histórica o una historia novelada. Lo que indica que a los datos verídicos, históricos, auténticos que nutrieron su capacidad de fabulación el autor naturalmente tuvo que inventar algo. Lo primero que inventa el narrador es el lenguaje, porque el narrador de una novela o de un cuento la sustancia de lo que escribe se lo da la misma realidad: la realidad de su historia, la realidad que asume como sustancia para su creación y eso lo asume, lo recoge de la realidad, sobre todo auxiliándose de la memoria. Una obra como esta es fruto de que el autor tiene memoria, de tal manera que si él no hubiese tenido memoria, no hubiera podido escribir la novela que escribió, porque tiene mucho de autobiográfico, recoge la historia de su familia. Y eso, naturalmente, habla bien del autor porque supo aprovechar todo lo que él vivió y conoció en su infancia. El centro de todo es su vida, es la vida del propio narrador, una trayectoria existencial que comienza con los primeros años de su vida para lo cual, naturalmente, se vale de la memoria. Y entonces, el hecho de acudir al pasado, el hecho de revitalizar lo que conoció y experimentó en cada momento de su vida es lo que le ha dado a él, digamos, el estímulo, la motivación y el impulso para escribirla.
Discurso magistral del autor al final de la novela, en voz de su personaje principal, narrador y poeta (pp. 367-369)
Sé que la plegaria de los humildes será brisa fresca para mis velas extenuadas. Tras la purificación necesaria presiento el paraíso, pero no me lo imagino sin amigas y amigos alegres, solidarios. O sin aliento femenino: unas manos, un corazón, un regazo. ¿Cómo podría haber un cielo sin la airosa palma real, o sin los recios guayacanes? ¿Sin infinitos bosques con olor a cedro y a sabina, sin aves y melodías que aniden en ellos? ¿Habría felicidad perfecta sin valles ondulantes, con sus diminutas flores silvestres? Y, por supuesto, no espero nada sin el cielo de mi infancia, de nubes blancas, de azul profundo y transparente. Tampoco entendería un paraíso sin ángeles o papalotes zumbando alegres, mientras avanzan retozando con el viento […]. Ahora, en la indiscutida ancianidad en que casi toco el final con mis lánguidas manos, me contentaría con musitar siquiera algo parecido a las cosas que escribí en mi segunda o tercera juventud…
Padre de la armonía:
yo sé bien que tu voz divaga por el mundo.
Te canta suavemente la brisa en los pinares,
o en los vientos que rozan las rocas de la altura.
Padre del Universo,
del que soy parte mínima:
preste yo mi voz a tus cantares, como lo hace la fuente
o el arroyo en las piedras;
que no solo a las aves les fue encomendado
cantar tus maravillas.
Sea todo mi ser el instrumento
en que hagas resonar tus melodías.
Viva yo de tu amor, tu armonía perfecta,
mientras voy, peregrino
hacia tu fiesta.
Muchas gracias, Mons, Freddy Bretón, los lectores han escuchado sus voces (Freddy Bretón, Los entresijos del viento, Santo Domingo, Amigos del Hogar, 2019).
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