Metodología  redaccional

Por Tobías Rodríguez Molina

Todos los que tenemos cierto nivel cultural nos vemos precisados a tener que escribir de vez en cuando. Y es lógico, evidentemente, que cuando escribimos tenemos la intención de comunicar algo a quien o a quienes leen lo que escribimos. También es indiscutible que mientras mejor realizado está nuestro escrito, mayor efectividad comunicativa se logra.

De lo anteriormente expresado se deduce que, cuando se afirma que algo está mejor o peor realizado, hacemos alusión a un patrón o guía que nos sirve de punto de referencia. Por eso, si algo está bien, es porque fue realizado de acuerdo con ese patrón; si algo está regular, la razón hay que buscarla en que le faltó algo para compaginar con el patrón; y si algo está mal, es que está en desacuerdo, en su totalidad o en gran medida, con el patrón o modelo al que había que adaptarse. Eso mismo hay que aplicárselo a cualquier clase de escrito que realicemos.

Ahora bien, no todos los escritos tienen los mismos  requisitos, las mismas exigencias. Claro está que no. Un papelito que le enviamos a un compañero de trabajo o de estudio, o a un hermano o pariente cualquiera, contiene un mensaje que puede ser de gran interés, pero las exigencias formales, lexicales y estilísticas se reducen a la más mínima expresión. Sin embargo, una carta, un artículo, una conferencia, un análisis crítico de una obra o texto, etc., sí deben ser realizados siguiendo una metodología o conjunto de normas.

A una metodología de la redacción o conjunto de normas para realizar un escrito es a lo que me voy a referir en las líneas que siguen.

Debo advertir, sin embargo, que esta metodología debe aplicarse, propiamente hablando, a un artículo, una charla, una conferencia, o a un trabajo que se nos asigne, en una materia determinada, tanto a nivel de bachillerato como a nivel universitario.

Lo primero que hay que tener en cuenta es “sobre qué voy a hablar” a los lectores u oyentes. En sentido general, ese “sobre qué” se refiere a la rama del saber a la cual me voy a referir: geografía, historia, lingüística, agricultura, turismo, deportes, etc.

Otro paso en la metodología nos llevará a la concretización o delimitación del tema, o lo que es lo mismo “de qué voy a hablar”. Es decir, hay que precisar a cuál aspecto de la geografía, de la historia, de la lingüística me voy a referir o a tratar, a lo cual podríamos llamar “el tópico”.

Antes de continuar es conveniente preguntarse si uno siente atracción por ese tema o tópico, pues de lo contrario es mejor elegir otro que nos simpatice más o que nos sea de más fácil manejo, siempre y cuando el tema no nos haya sido impuesto.

También tenemos que tener presente “qué me puede ayudar a decir o escribir lo que quiero”, esto es, cuáles fuentes me pueden auxiliar para reunir los datos referentes al tema que voy a desarrollar. Esta es la etapa que se puede llamar “búsqueda de información”. Uno podrá darse cuenta de si podrá  reunir datos de cierto peso y de si podrá expresar las ideas con una adecuada profundidad, dependiendo siempre de un con junto de factores como serían, por ejemplo, la atracción que siento hacia esa faceta del saber, los estudios que he realizado en torno al tema, las fuentes de información-revista, libros, especialistas- que uno puede consultar en el transcurso de la preparación de nuestro escrito.

El siguiente paso responde a la pregunta “de qué manera dispondré lo que escribiré o diré”. Esta es la etapa que en la que se debe confeccionar aunque sea un sencillo esquema de las ideas básicas a las que nos interesa referirnos y el sentido en que queremos referirnos a ellas. Dejo aclarado que los esquemas de este tipo, a los cuales llamaremos “esquemas de trabajo” son flexibles, es decir, no tenemos que seguirlos en forma rígida, pues constituyen una especie de borrador. Por eso probablemente eliminaremos ideas que pensábamos desarrollar e introduciremos otras que no habíamos previsto.

A continuación comenzaremos la redacción del trabajo. Nos encontramos en la etapa que llamaremos “realización del borrador”, que todos sabemos que es algo provisional que hay que revisar y retocar varias veces por las imperfecciones que normalmente que hay que ir eliminando. En la “revisión y corrección” hay que eliminar las ambigüedades, puliremos las frases y construcciones sintácticas, revisaremos la puntuación, la acentuación, la concordancia, la escritura de palabras problemáticas. También nos cuidaremos de que no haya repetición innecesaria de las mismas palabras. Si descubrimos ese fallo, tenemos que hacer la sustitución por otras sinónimas o equivalentes en la significación. Con ello evitaremos la llamada “pobreza léxica o de vocabulario”.

Después de esa revisión y corrección, más algunos retoques estilísticos, ya tenemos realizado lo que queríamos producir. Esa es nuestra obra, nuestro producto, “nuestro escrito”, que nos habrá enriquecido considerablemente y con el cual enriqueceremos a otros.

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