Ofelia Berrido pondera la reflexión estética de León David
He de confesar que al realizar esta reseña del tomo IV de las Obras Completas de León David quedo, y lo reconozco, enmarcada en lo que Georges Poulet llamó una crítica de identificación, pues soy desde hace mucho admiradora del pensamiento de León David: estudioso de la literatura, poeta, ensayista, crítico, dramaturgo y pedagogo dominicano. Y es que al igual que Georges Rivière la mayoría de los lectores buscan en lo que leen un apoyo, una energía sustentadora o como Charles Du Bois cierto influjo espiritual que se vierte en uno y lo invade, busco fruición, iluminación del espíritu.
Los diálogos están unificados por temas: la originalidad; el enfrentamiento argumentativo entre la teoría y la práctica para definir cuál de los dos métodos resulta mejor para la valoración y entendimiento de la belleza; los referentes a la importancia del diálogo para la humanidad y la situación del arte en la posmodernidad. León David da cierre al libro con dos cartas de Filócrates: en una de ellas escribe a su amigo Fabio sobre la vida retirada, en ella declara que se siente un incomprendido, que ha nacido demasiado tarde o demasiado temprano, que vive en un enclave que no es el suyo, pero que está tranquilo y se siente feliz. Me parece que Filócrates ha logrado la dulce placidez de la felicidad verdadera y pienso en Biswanger (1966) cuando aludía que la felicidad poética es la realización del yo en el arte, la felicidad más frágil y más delicada que puede imaginarse.
El Yo del poeta está suspendido en un tiempo ajeno, su salto a la temporalidad cotidiana lo mantiene enajenado e históricamente oprimido y agobiado. Se concibe prisionero de la artificialidad. Hosfmannsthal quien al parecer experimentó los mismos sentimientos, comenta que solo quien conoce este sentimiento de opresión acosada puede aspirar al reposo que no existe más que en la obra del espíritu (Hofmannsthal, 1997).
El libro en su totalidad revela la actividad mental del autor como esencialmente reflexiva, por tanto tiene una unidad psíquica que nos mantiene centrados. Todo el texto sucede en el mundo de lo cotidiano (ordinario), pero a través de las voces de poetas y filósofos que buscan la luz que surge de la sustancia espiritual.
Estos temas sobre la belleza, la espiritualidad, lo helénico y su manera de abordarlos constituyen rasgos singulares del autor, pero al repetirse con varianzas, en muchas de sus obras, denotan que se trata de características esenciales del escritor. Al leer sus escritos, se reconocen formas similares en circunstancias nuevas que se decantan como esenciales, pero siempre sustentadas por su exquisito estilo y una cultura que se derrama sutilmente entre las páginas. Su forma de escribir es plena y nos sentimos conducidos por la misma sin exabruptos. Leon David deja entrever su riqueza simbólica, su heterogeneidad y logra prolongar el sentido de la misma en la mente de sus lectores.
El poeta nos conduce a las profundidades con el lenguaje directo y limpio que caracteriza sus textos y un estilo armonioso, difícil de lograr en temas que requieren de tal profundidad analítica. Esta obra permite sentir una necesidad existencial y una superficie que permite que la lectura fluya. Los personajes y sus temas vienen del mundo griego, y como todo lo clásico, temas y arquetipos eternos. Los argumentos y contraargumentos entusiasman, ilustran sobre la estética, encantan, pero sobre todo permiten que se destaque la unidad de la conciencia estética. Diotima guía los diálogos con sus preguntas y proposiciones e interpela a Teófilo para que trate el tema de la expresión, la originalidad, la forma y el estilo… Teófilo insiste en que todo arte expresa, pero no toda expresión es artística. Resalta que para llamarse arte es necesario que la energía proyectiva se transforme (metamorfosis milagrosa) en objeto perdurable cuyos perfiles nos hechizan al punto de que cuando más lo contemplamos más significativos deleitosos descubrimos en él y más queremos seguirlo contemplando (León David, 2018). Teófilo especifica que el ser de algo se refiere a las profundidades permanentes, aquel secreto patrón estructural, aquella razón arcana e inasible por los que toda manifestación, crecimiento o cambio de la criatura considerada deben ser atribuidos. Especifica que el ser del arte se refiere a la pauta vital y transhistórica con la que dicho objeto, de modo ciertamente enigmático nos pone a dialogar… Refiere que la belleza echa raíces en los más profundos sedimentos de nuestra sensibilidad; germina en los abismos del ser…; declara además, que la experiencia de la belleza fructifica en aquella remota zona de palpitaciones y silencios donde el “yo” se injerta en el universo…; el individuo, sin perder su propia fisonomía, empieza a vibrar en estrecha simbiosis con el ritmo y las candencias de la música cósmica, empieza a danzar al mismo compás, al mismo paso del átomo y la estrella” (León David, 2018).
Jenócrates no cree en la teoría que lo resuelve todo a través de la palabra y, convocado a la discusión sobre el problema de la estética, refiere que lo de él es un hacer, no un especular; para él lo bello siempre se plantea en términos muy concretos y singulares, en términos de pinceladas, matices, color, contraste, luz, ritmo, composición y coherencia. Teófilo rebate lo expresado por el pintor al punto de convencerlo cuando argumenta: Toda belleza es más que sensorial, significativa; de ahí que, para paladear un objeto hermoso no basta contemplarlo, sino que también es preciso comprenderlo. El desconcertante universo de lo estético siempre remitirá a una sensorialidad iluminada por la mente y nutrida por el corazón…” (León David, 2018). En el tercer y último diálogo sobre el sentimiento que la contemplación de la belleza suscita, Filoxeno declara: El objeto de cuya contemplación derivamos goce escatológico no es bello en razón de que brinde enseñanza, censure lacras sociales, cumpla un fin útil o favorezca la unción mística y el fervor religioso; es bello porque de manera consciente al forjarlo el artista subordinó los intereses privativos de otras dimensiones de orden material o espiritual de la existencia a la consecución de un ideal estético (León David, p.323). Teófilo responde que la experiencia estética es un acto radical; momento privilegiado en que el alma, escapando de la lóbrega celda en que yace recluida, emerge hacia la región de las delgadas trasparencias y se baña de luz. El goce acompaña siempre la mirada que, reverente, ante la hermosura, sagrada como es, se postra; empero, tal hermosura, merced a sus enigmáticas facciones es la que nos induce a la contemplación, siendo el placer provecho derivativo. En las cosas bellas no buscamos deleite, buscamos ser aunque no caigamos en cuenta de que tal es nuestro propósito; buscamos plenitud, aunque creamos perseguir una especie particular de dicha, buscamos algo hondo, duradero, irrecusable, aunque demos en pensar que andamos por amor del juego tras excitantes fantasmas de colores. (León David, 2018).
Terminados los diálogos, los aforismos breves, pero poderosos se pasean por los puntos esenciales de la existencia. Veamos una muestra: “Las palabras profanan el silencio; y solo en el silencio habita la verdad (Aforismo. 7).” Al entrar en la pieza Oxidente (con x), acerca de la extinción del espíritu en la era de la postmodernidad solo he de citar una máxima a modo de provocación que estimule la lectura: “El ignorante piensa para alejar la duda; el sabio duda para poder pensar (León David, p. 452).
Les invito a experimentar la lectura de este libro y con ello a comprender los sentimientos que provoca ya que, como diría Bruno Rosario Candelier, estremece la sensibilidad profunda. Obra que reta el tiempo y espacio donde fue creada (posmodernidad, República Dominicana). Les aseguro que encontrarán frecuencias significativas y obsesiones reveladoras que servirán de guía para la comprensión de la belleza a medida que se devela en toda su densidad y esplendor.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir