Publicaciones de la Academia
BRUNO ROSARIO CANDELIER
EL GENIO DE LA LENGUA
El libro El genio de la lengua, de Bruno Rosario Candelier, es una obra conformada por un repertorio de estudios que ponen a la luz temas de la singularidad humana y, de un modo especial, aspectos esenciales de la lengua, como los mecanismos del pensamiento y de la expresión humana, conformados y atribuidos a un instinto creador inherente. Entre tantas formas del lenguaje, existe una que ha forjado y distinguido al ser humano del resto de los demás seres vivos de la tierra, como es el potencial creador de la lengua, que se manifiesta en el poder de intuición, reflexión, creación y expresión, según subraya el autor de esta obra. El genio creador que habita en cada ser humano arroja pistas de lo que realmente constituye la esencia de la especie humana, tanto en su aspecto físico, biológico y espiritual, en cuya virtud se fundamentan sus aptitudes de ir en busca del conocimiento y congeniar con la realidad de las cosas.
Los seres humanos somos más que vida en carne y hueso, somos conciencia que se fundamenta en alma y energía, y que, como todo lo que vemos hoy en día es el reflejo de un pensamiento creador impulsado por una conciencia superior. La conciencia es un potente detonante interior que con el tiempo los seres humanos hemos ido identificando respecto al mundo circundante mediante formas, sonidos, creaciones y comunicaciones. Hemos sentido la necesidad de identificar el mundo que nos rodea y exteriorizar el mundo interior propio, es decir, materializar lo pensado, dando como fruto la transmisión de imágenes y conceptos, o la creación de medios que a su vez son en sí mismos capaces de seguir siendo fuente de creación. La expresividad, como una singular capacidad comunicativa puede ser manifestada de muchas formas, pero existe una que representa el verdadero grado de desarrollo que distingue a la humanidad, como es la palabra. A lo largo de esta obra son tratados distintos aspectos en torno a la palabra como fundamento del lenguaje humano, desplegados a través de una serie de estudios dedicados a la obra de escritores y cultores de la lengua, con materiales de apoyo basados en entrevistas realizadas al autor del libro.
Cuando hablamos de El genio de la lengua estamos frente a una obra que explica y describe la lengua como un mecanismo de expresión codificada mediante el uso del verbo. Además de abordar la génesis de su esencia y las incidencias en la sociedad como parte fundamental de la cultura durante miles de años, el autor de esta obra concibe el lenguaje como vestigios de energía que brotan y reverberan en sus distintas frecuencias, producto de los influjos dictados por la tierra, la naturaleza, la sociedad, la cultura; podríamos decir que somos una expresión del Cosmos, y a la vez somos capaces de expresar lo que percibimos de fenómenos y cosas. Los seres humanos somos una proyección a menor escala de la tierra y de todo lo que habita fuera de ella, por lo cual somos seres capaces de interpretarla en su caudal simbólico. La tierra es un componente esencial en el ciclo de la vida humana, por lo que desde que somos en ella, nos convertimos en un foco potencial de expresión. La tierra, dicho de un punto del suelo natural funciona como un medio para depurar y reciclar las energías del ser, y en esa misma frecuencia, completar un ciclo que culmina en la elevación y en la conexión con la Fuente Suprema, que es Dios.
De esta obra de Bruno Rosario Candelier se colige que todo lo presente en la naturaleza son huellas de una forma de expresión, y que a su vez contienen signos e información esencial de nuestra proveniencia y nuestro vínculo con la Divinidad, por lo que mientras más nos permitimos mantener una sintonía a través de esa frecuencia, mayor será nuestra capacidad de descubrir, o más bien, de recordar una verdad inherente a nuestra realidad. Esta dinámica surge esencialmente desde una conciencia, a sabiendas de que somos conciencia y que, por ende, todo lo que brota de ella es portadora de un potencial creador para fundirse en el espacio presente y ser capaz de moldear la realidad. No obstante, para poder figurar la lengua como la conocemos no transcurre directamente de un estado a otro, es decir, pensamiento-figuración, sino que atraviesa un proceso mediante el ser, y que a su vez adquiere gran importancia ya que es una forma directa de canalizar energía y de ser capaz de moldear frecuencias vibracionales.
El autor de la obra explica el concepto de la energía creadora, como energía que transmuta a una forma de expresión: “Surge de una conciencia que se manifiesta en actitudes, emociones y conductas y, desde luego, en el lenguaje articulado de conceptuaciones y creaciones poéticas y ficticias. La corteza cerebral, cauce de las funciones intelectuales, morales, afectivas, estéticas y espirituales, es la compuerta de nuestras ideas de las cosas y del fuero del yo, que canaliza la formalización de imágenes y conceptos con el caudal de vivencias, intuiciones, sueños, inspiraciones y revelaciones” (Bruno Rosario Candelier, El genio de la lengua, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016).
Bruno Rosario Candelier retoma la opinión de grandes pensadores de la antigüedad para fundamentar su disertación sobre la esencia del lenguaje humano, como es el caso de Heráclito de Éfeso, de quien escribió sobre su idea concebida sobre la lengua, como el acto del habla que surge por la necesidad de tener “algo que decir”. Esta frase resulta en sí de un sentido absoluto, ya que ‘decir’, como leemos en este libro, entraña una forma y un sentido, una expresión y un contenido o una imagen y un concepto. Por otra parte, el filólogo dominicano explica que el pensador de Éfeso intuyó que la esencia del decir se cifraba en la sustancia de un influjo espiritual que denominó Logos. El Logos que sustenta el antiguo pensador presocrático es descrito por el autor de la obra como la sustancia del pensamiento de donde surge el caudal expresivo que a su vez destila en la esencia de una lengua. Porque el Logos, en su facultad expresiva, no solo representa un instrumento, sino que con el simple hecho de pensar, figurar e idealizar, aunque sea al nivel del pensamiento, estamos recurriendo al accionar del Logos.
En El genio de la lengua podemos encontrar información que nos permite reflexionar y comprender al ser humano en su esencia, en su existencia y en el elemento clave del ser, que es la conciencia, y su correlación con los distintos componentes de la naturaleza, es decir, las leyes que lo rigen, la tierra, el espacio sideral, el Cosmos, lo que vemos y lo que no podemos ver, lo que está y lo que parece no estar, todo como parte de un mismo orden. Además, existe un componente angular entre el ser humano que lo hace converger armónicamente y el plano terrenal al que pertenece y el plano trascendental que le corresponde, y es ese componente su vínculo con la Divinidad: “Ya que todo fluye y permanece, en su fluir hay una entidad inalterable e inmutable, una energía suprema que llamamos Dios, que es la unidad de cuanto existe, cuyo fluir presenta una unidad de sentido, una fuerza vital, un fuego cósmico que el griego asumía como el alma del mundo. Para Heráclito de Éfeso, el Logos, en tanto Palabra que encierra idea y expresión, recrea la inteligencia universal de todo lo viviente, por lo cual cada ente o criatura forma parte de la esencia divina que rige el Universo”, escribe Rosario Candelier enEl genio de la lengua.
En esta obra el autor hace un persuasivo llamado a la actividad contemplativa, con el argumento de que a través de ella podríamos llegar a un más alto nivel de reflexión, auscultar los aspectos más profundos del ser, aprender a reconocer y escuchar la voz interna, a la que el autor denomina ‘intuición’, y a saber apreciar el lenguaje colectivo, con el que las cosas se mantienen en sintonía y a través del cual la naturaleza se expresa. Rosario Candelier define la expresión proveniente de la sabiduría del Numen, a través de la cual es posible canalizar verdades trascendentes de muy antiguas esencias, como dice el ensayista y académico dominicano. A lo largo de la obra podemos apreciar referencias avaladas con ideas de Heráclito de Éfeso, lo que deja en evidencia su gran admiración y afinidad con los ideales del famoso presocrático. Heráclito de Éfeso, en su condición de intelectual, era un auténtico contemplador, pues en tal virtud tenía una vocación para el estudio, el pensamiento, la disciplina espiritual y la creación artística, es decir, como infiere el autor de esta obra, contaba con una disposición para la vida interior de la conciencia, y por esa razón fue posible el desarrollo de la alta cultura en la antigua Grecia. Rosario Candelier explica que, para los antiguos, vivir la vida de este modo no era difícil ya que ellos vivían el mundo poéticamente, es decir sentían afinidad hacia la naturaleza y todo lo viviente, por lo cual pudieron comprender el sentido del mundo gracias a su alto nivel contemplativo y de reflexión.
Los antiguos griegos sintieron la necesidad de auscultar el lenguaje en una dimensión conceptual y estética por lo cual hablaban de la poesía [poiesis, ‘creación’], conforme la explicación del pensador mocano. Esos pensadores entendían que el hablante hace uso creativo de la palabra y, quien la usaba con valor estético, lo llamaban poeta, en alusión al hablante que, mediante el arte de lenguaje crea belleza y sentido, generando una emoción estética y un estremecimiento espiritual, según nos enseña el director de la Academia Dominicana de la Lengua, presidente del Ateneo Insular y creador del Interiorismo.
En algún momento de la vida, incluso siendo muy pequeña, me hice la pregunta siguiente: si no existiera la lengua, es decir, la palabra y sus respectivas hablas, ¿seríamos capaces de pensar? ¿Cómo figuraríamos nuestros pensamientos?, o más bien ¿en qué lenguaje pensaríamos? En ese momento fue cuando comprendí que el ser humano es un ser especial entre los seres vivientes, puesto que nuestro instinto creador y la necesidad de exteriorizar nuestros pensamientos nos llevó al desarrollo y adaptación de distintos medios de comunicación, en especial el de la palabra. En ese momento tuve la capacidad de figurar la idea de lo que conocemos por Logos; sin embargo, no lo había escuchado anteriormente bajo su nombre, ni mucho menos en el concepto como tal. Cuando empecé a leer esta obra sentí que me sumergía en mi propia mente. Fue como quitarle la venda a los ojos de mi yo interior, pues a medida que iba leyendoEl genio de la lengua, podía escuchar el eco de pensamientos y figuraciones que existían y estaban anteriormente, pero que no podían ser expresadas con palabras, o simplemente no concebía de manera muy clara. Por eso tengo la convicción de que todos estamos conformados por partículas que contienen una memoria, y en atención a eso que somos, un individuo cargado de historias, adquirimos una voz interna que sabe cosas y que recuerda cosas. Pero es tarea de cada persona poder congeniar con ese estado del ser. Siguiendo el mismo orden, nuestro filólogo expresa en su libro que la importancia del Logos radica en que es la base del pensamiento y la clave de la conciencia, y que además de ser una dotación divina, acata las mismas leyes del ordenamiento cósmico, así como la gramática y la normativa de la palabra han de aplicar en su plasmación formal. Por eso, la palabra que surge de una fuente de pensamiento, entraña el estudio del lenguaje en sus manifestaciones formales y conceptuales. Al estudio de la palabra en tal sentido se le denomina filología; el saber filológico se centra en el Logos, fuente de la palabra, su forma y su contenido. Desde la antigüedad, dice Rosario Candelier, los filólogos deben poseer conocimiento en cuatro disciplinas afines, que son la lingüística, para tener un fundamento gramatical, lexicográfico y semántico; la filosofía, para conocer la esencia y la naturaleza de las cosas; la estética, para la valoración de las expresiones sensibles, como belleza y el sentido; y la mística, como estudio de lo divino y la espiritualidad.
Además de una perspectiva intelectual, estética y trascendente sobre el lenguaje en los hablantes, el contenido de esta obra muestra un panorama singular sobre la implicación de la palabra en los hablantes. Sin los hablantes no existiera la configuración lingüística. Por tanto, el verbo o el estilo expresivo de una persona puede ser el reflejo sobre otros aspectos ocultos del mismo, así como el estilo de una cultura es un reflejo fiel sobre otros aspectos internos de la misma. Siempre he pensado que el modo de hablar de una sociedad aporta una visión radiográfica de un estado mental colectivo. Porque la palabra es una figuración de la energía que resuena en otras frecuencias, según Bruno Rosario Candelier (El genio de la lengua, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2016).
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