Una mirada teológica a su narrativa sapiencial
Por Luis Quezada
Perfil literario de un clásico de la literatura dominicana
- Poeta
- Cuentista
- Dramaturgo
- Ensayista
- Crítico literario
SEPTENARIO DE SUS OBRAS COMPLETAS
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BREVE PERFIL DE LEÓN DAVID Y EL TERCER TOMO DE SUS OBRAS COMPLETAS, NARRATIVA Y TEATRO
Todo ser humano tiene dos nombres: el que recibe y el que construye.
Juan José Jimenes Sabater: dos nombres y dos apellidos que recibió de sus padres.
León David, nombre que él ha conseguido y construido.
En una entrevista que le hiciera a don León el periodista Francisco Almonte, para la revista Areíto, del periódico Hoy, al preguntarle de dónde surge el pseudónimo de León David, nuestro autor respondió:
“Lo adopté a comienzos de la década de los setenta, en ocasión de ciertas engrifadas críticas de teatro que en esos días escribí y que la prensa dominicana cometió la inadvertencia de dar a la luz pública. Quería yo ocultarme en ese entonces tras un nombre falso, acaso por inseguridad ya que –cosa poco acostumbrada- fustigaba sin compasión en tales artículos a comediantes y dramaturgos prestigiosos; pero también elegí el pseudónimo para no cobijarme cómodamente bajo la enorme autoridad intelectual de mi padre, el Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón… Y sucedió lo que jamás anticipé: ahora todo el mundo me conoce como León David y casi nadie sabe que hay un tal Juan José Jimenes Sabater transpirando en cada letra de ese nombre supuesto”.
León David nace en La Habana, el 27 de junio de 1945. Está prácticamente finalizando la Segunda Guerra Mundial. En Dominicana, la resistencia contra Trujillo comenzaba su fuerte espiral de enfrentamiento al dictador: Cayo Confites, en 1947, Expedición de Luperón en 1949, Expedición de Constanza, Maimón y Estero Hondo, 1959. En estos tres momentos de resistencia, nuestro autor contaba con 2, 4 y 14 años de edad.
León David como ser humano, nace bajo la circunstancialidad inconsciente (para usar a Ortega y Gasset) del hongo explosivo que generó el genocidio de Hiroshima y Nagasaki, a los dos meses de él haber nacido; así como la resistencia permanente del exilio dominicano, por sacudir al país del oprobio del dictador. Aunque la producción literaria de León David no se tipifica dentro de la literatura “engagement”, y mucho menos en la literatura panfletaria que tanto abundó en nuestro país en las décadas de los sesenta y setenta, su monumental producción estética la interpreto como un “constructo” desde el hontanar mismo de la existencia, para impedir que vuelvan a repetirse oprobiosas dictaduras que exijan sacrificios generacionales desde una cruda resistencia.
Su búsqueda poética del hombre nuevo, la superación del “hombre anodino”, y su crítica de bisturí, con un escarpelo finísimo a este orgulloso mundo de Occidente (Oxidente, para León David, quien se pregunta, ¿acaso el óxido es el signo de Occidente?) le ha obligado a refugiarse en Oriente, para orientarse en la verdadera sabiduría humana. En Oriente, la mente está orientada por la sabiduría. En Occidente, la mente está desorientada por el saber. Occidente es saber. Oriente es sabiduría. Saber es conocimiento. Sabiduría no es saber-saber, sino saber vivir.
Es la sabiduría milenaria de Confucio, que hoy los educadores lo han convertido en padre de la didáctica: “Oigo y olvido; veo y recuerdo; hago y entiendo”.
León David en su narrativa que destila sapiencialidad oriental, es un monje budista de estirpe occidental.
El Tomo III de sus obras completas, que lleva por título NARRATIVA Y TEATRO, publicada en el año del bicentenario de Duarte (2013), es un verdadero monumento literario a la sabiduría oriental introyectada en la personalidad de León David.
La primera parte de su NARRATIVA está compuesta por sus sabrosas “Narraciones truculentas”, que suman un total de 25 deleitosos cuentos, muchos de ellos con una jocosidad delirante.
La segunda parte de su NARRATIVA la titula “Parábola de la verdad sencilla”, amasada por 19 cuentos enjundiosos, que tienen un protagonista-maestro: El Caminante.
León David sin darse cuenta, se va al origen del Cristianismo. En el siglo I, al Cristianismo y a los cristianos no se les identificaba con tales nombres, sino con “El Camino” y “los caminantes”, “los que siguen el camino”. León David dice que esta parte, el autor es El Caminante. El apenas es un simple transcriptor. Digámoslo con sus propias palabras: “Mi maestro, el Caminante, me dijo en una ocasión: “Si buscas la verdad lo más probable es que nunca la encuentres; si la encuentras casi seguramente pasarás de largo frente a ella sin darte cuenta que la viste; y si al pasar la descubres, entonces sucederá lo peor: esa verdad dejará de interesarte”. “Eso me dijo el Caminante” -prosigue diciendo León David-. “Este libro es él quien lo escribió. Yo me limitaré tan solo a transcribir, frase por frase, sus palabras…” (pags. 78-79).
La tercera parte de su NARRATIVA la titula “El hombre que conoció la verdad”, la cual está constituida por 36 excelentes cuentos taoístas, que seleccionar uno como muestra es un atentado a la prudencia intelectual de los restantes cuentos, que destilan igual o mayor calidad.
De manera que este Tomo III, solamente en su parte NARRATIVA, nos presenta 80 creaciones literarias de un valor inconmensurable.
La otra parte de este Tomo III es su producción dramática, género literario al que algunos comentaristas consideran que León David debiera dedicarle más tiempo, pues su producción es exquisita. En esta parte aparecen 3 obras de teatro:
- La noche de los escombros (que es una comedia dramática en un acto)
- El sueño de Arlequín (que es un formidable monólogo); y
- La escandalosa y muy comentada historia de la casta Susana o las increíbles peripecias de la virtud (atelana impúdica y desvergonzada en un acto y siete cuadros, impropia para espíritus delicados, pero si muy a propósito para edificación de maridos cornudos).
Es de tal magnitud la obra literaria de León David, que me identifico plenamente con el comentario que hace de su persona y de su obra, el escritor Giovanni Di Petro, a quien me permito citar ampliamente:
…“León David le hace honor a la República Dominicana por su larga trayectoria intelectual. Las cumbres que ha alcanzado en los más diversos géneros son envidiables y nos llevan a pensar en otros escritores nacionales que también las alcanzaron. Pensamos, claro está, en figuras eminentes de las letras como Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Pedro Mir y Franklin Mieses Burgos.
Algunas de estas figuras, como muy bien se sabe, lograron la notoriedad tanto en su país como en el extranjero. Nadie disputaría la universalidad alcanzada por Pedro Henríquez Ureña, por ejemplo, o Juan Bosch o Pedro Mir. Franklin Mieses Burgos, excelentísimo poeta, no tuvo la misma suerte, y se quedó anclado en una reputación sólida reconocida por muchos, pero aceptada cabalmente sólo por un exiguo puñado de gente. Éste, sin duda, es el mismo caso de León David. Al igual que Mieses Burgos, no solo no ha logrado esa reputación internacional que se merece; tampoco ha logrado que sus conterráneos le acepten en su justa medida.
Entendemos que esta falta de reconocimiento y aceptación, local y foránea, de un escritor cuya obra ya alcanza por lo menos una treintena de volúmenes y cubre los más variados y exigentes géneros, es injusta y digna de remediarse. En otras circunstancias y en otros lares que no fueran estos, estamos seguros que la situación sería muy diferente. Pero, como reza el dicho, nadie es profeta en su propia patria”.
Y más plenamente me identifico con los comentarios que el autor anteriormente citado hace del Tercer Tomo dedicado a NARRATIVA Y TEATRO:
“Hombre de profundos retos espirituales, León David exhibe una faceta inusitada en las letras nacionales a través de sus cuentos. El hombre que descubrió la verdad (cuentos taoístas), las Narraciones truculentas y Parábola de la verdad sencilla que forman parte del Tomo III, Narrativa y Teatro, son un ejemplo de esto. El interés por la dimensión espiritual de la vida no es un tema que podamos considerar como de mucha importancia dentro de la literatura dominicana. Son pocos los escritores que se han inspirado en él, y quizás la única que lo haya abordado de forma asidua es Delia Weber, en su poesía y sus cuentos. León David hace de este tema un tema cardinal de su obra narrativa. En breves y contundentes composiciones repletas de preciosismo lingüístico y estilístico, él insufla vida a personajes que recitan papeles estelares en la presentación e ilustración del argumento en cuestión. Rastros de esto se encontrarán después en las colecciones de prosas meditativas, como Adentro, y en los aforismos de Huellas sobre la arena, títulos que serán integrados en futuros volúmenes de estas Obras Completas.
León David siempre ha sido también hombre de teatro. A menudo, actúa en sus propias piezas. Las que son reproducidas en el Tomo III nos demuestran el sentido del drama que posee y su extenso conocimiento del teatro tanto moderno como tradicional. La noche de los escombros es una pieza que aborda la crítica social y política, igual que El sueño de Arlequín. No faltan toques del teatro existencialista en boga en los años en que fueron escritas. La casta Susana, por su parte, regresa al espíritu de la farsa del teatro español del Siglo de Oro. Al leer estas piezas nos sentimos un tanto defraudados por el hecho de que él no le haya dedicado más tiempo al teatro. Quizás lo haga en el futuro, para revitalizar un ambiente ya en lastimosa decadencia”.
Considero a León David un clásico de la literatura dominicana, ateniéndome a Schelling que dice que un clásico es un autor que nunca se agota y nunca acaba por comprenderse. Un hombre sabio definió una obra clásica como “un libro acerca del cual todos hablan pero que nadie lo lee”. Por eso, aquella llamada urgente que una vez le escuchara decir al Padre José Luis Alemán, caló profundamente en mí: “No lean sobre los clásicos; lean los clásicos”. No lean sobre León David; lean a León David.
Un escritor, Rafael José Rodríguez Pérez, dijo de León David con mucho acierto:
« León David es un clásico vivo. Una especie de guardián del idioma. Escribe, en pleno siglo XXI, como hicieron los que pusieron a nuestro Castellano en la cima, hace sus siglos. Si eso no es una verdadera proeza, no sé qué lo será. En este tiempo de brutal pragmatismo, donde asistimos, casi mudos, a la masacre cotidiana de las palabras en todos los sentidos y escenarios posibles, contar con esta alta ciudadela lingüística, preciosista, modélica, avasallantemente rica, defendida por torrentosos adjetivos, numerosos y armados como fieros cosacos, vocablos que parecían proscritos o enterrados, construcciones gramaticales de vetusta prosapia y acentos de alto numen; por lo menos a mí, me da cierta tranquilidad y esperanza ».
Si me pidieran definir en una frase a León David, diría que es « un arquitecto de la lengua », recordando aquella hermosa frase de Lao Tsé, cuando le preguntaron sobre el significado de la arquitectura:
Creo que las obras de un autor nunca son COMPLETAS hasta que finaliza su tránsito por la existencia. Quizás falta por verse lo mejor de la obra de León David. Pienso en tantos autores que después de los 70 u ochenta años, compusieron sus grandes obras. Un ejemplo: José Saramago escribió su obra maestra, “Ensayo sobre la ceguera”, con 73 años de edad.
Termino mis brevísimas consideraciones sobre este gigante de la literatura dominicana que es León David, aunque parezca paradójico llamarlo gigante, pues David es “lo pequeño” que es capaz de vencer “lo gigante”.
Para un teólogo como yo, León David me recuerda Apocalipsis 5,5: “Y uno de los ancianos me dijo: No llores. He aquí que el LEON de la tribu de Judá, la raíz de DAVID, ha vencido para abrir el libro y desatar sus 7 sellos”. León David significa para un biblista Jesús, pues él es el LEON de la tribu de DAVID, o lo que es lo mismo, DAVID es el LEON de la tribu de Judá.
Pero lo más importante es el final del versículo: “ha vencido para abrir el libro y desatar sus 7 sellos”. Pienso que es lo que pretende la obra existencial, intelectual y literaria de León David: abrir el LIBRO DE LA VIDA (Rollo Mayor) y desatar (o sea, descifrar) sus 7 sellos, a través de esa sabiduría oriental que ha ido bebiendo en el pozo del taoísmo, y de la que hace gala esplendorosa en su brillante narrativa.
Termino con un compueblano mocano, José Rafael Lantigua, quien se expresa así de León David: “Si León David en vez de ser dominicano, hubiese nacido en otra geografía donde la lectura fuera, por lo menos, un pasatiempo útil, y donde el empuje editorial fuera una realidad luminosa, se libro sería (refiriéndose al Tomo III, Narrativa y Teatro), sin discutir, un auténtico best-seller. Pero, a lo mejor, los lectores dominicanos lo descubran, y lo eleven como se merece. Ojalá. Y quién sabe”.
Mostrando perlas de su enorme tesoro literario de su narrativa
- El tedio del Señor
- La venganza de Dios
- El castigo del hombre
- Gente curiosa
Movimiento Interiorista del Ateneo Insular
Sábado 26 de octubre de 2019, Santo Cerro, La Vega.
La Habana, 27 de junio de 1945
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