Publicaciones de la Academia. Marcio Veloz Maggiolo: Memorias reversibles
Por Miguelina Medina
La presente obra es, a mi manera de entender, una huella de su autor, una expresión de sus vivencias históricas y literarias. En ella refiere una gran parte de su vida íntegra: profesional, intelectual, literaria, espiritual. En ocasiones pinceladas de historias familiares que enternecen aún más la obra. Al contarlo lo hace de una manera fiel y transparente, mostrando su huella histórico-literaria con datos de la historia de la literatura en nuestro país y de una parte de la historia en la época de Trujillo. Ambas vivencias propias del autor, lo cual lo autoriza a ofrecerlas de la manera que lo hace, sintiendo el compromiso de hacerlo. Al contarnos sus memorias y referir a otros intelectuales que tuvieron relevancia en su accionar en todos sus ámbitos, antes mencionados, lo comparte con respeto, con honestidad y proeza, a la altura de su amor por su patria y de sus hermanos nacidos en ella, especialmente con quienes hicieron con él esa misma historia. También nos enseña el autor, a otros poetas, tanto nacionales como del exterior, que también tuvieron en él alta relevancia intelectual y espiritual. A veces remembranzas, a veces memorias, a veces ocasos llenos de belleza de la palabra, por el fino conocimiento de la lengua que tiene el autor para expresar el lenguaje en todas sus vertientes.
Así leemos parte de estos testimonios del autor en “Antonio Fernández Spencer: Memorias y ocasos”, en el que nos cuenta de una manera resonante y emotiva la relevancia que tuvo este escritor para su historia personal y para la literatura de la República Dominicana: “La muerte de Antonio Fernández Spencer me aproxima al pasado, a uno de los pasados más apasionantes de mi vida literaria. Él había sido durante los años cincuenta y comienzos de los sesenta el maestro de una generación que se iniciaba en las letras. Le seguíamos a ciega en sus afectos y en sus rechazos. Por ejemplo, sus pleitos viejos y filósofos con Pedro René ContínAybar y con la llamada Generación del 48 los heredamos como quien recibe un viejo abrigo o una prenda en el testamento de un familiar antiguo. Llegaba de España en donde había ganado el Premio Adonáis de Poesía 1952 y catapultaba explosivamente, como un artillero, sus conocimientos de la vida europea. (…). Aprendimos con él a leer los ensayos estéticos de don Eugenio D’Ors y la obra de la Generación del 98, la cual discutíamos siguiendo los escritos de Ganivet, de Juan Ramón, de Unamuno y de Ortega. Su biblioteca inmensa y desconocida para muchos dominicanos se abrió para los nuevos y nos formamos siguiendo una corriente española de post-guerra en la que navegaban poetas como José Hierro, Carlos Salomón, Blas de Otero y escritores como Camilo José Cela de La familia de Pascual Duarte y La colmena. (…). Antonio tenía aprestos filosóficos, le gustaba la lógica, leía a Platón y Aristóteles. Decía que quien no conocía los clásicos de cada época no podría jamás ser un buen intelectual. (…). Decía frases como estas: “quien no tiene influencia de los grandes, la tendrá del carbonero de la esquina”. Nos enseñó a no temer las influencias, decía que había que mejorarlas y transformarlas. Dejarse “empreñar” por lo bueno y producir algo diferente era parte del proceso creativo honesto y transformador”.
Una de las enseñanzas que recibió el autor de este destacado escritor, con respecto a las influencias de otros literatos, es precisamente una de las que en nuestros momentos íntimos con la literatura habíamos temido, particularmente. Ahora vemos que eso era normal en todos los que sienten inquietud por la literatura, que ese tema era ya tratado por los grandes y canalizados de una manera inteligente y práctica.
Y nuevamente descubre su sensibilidad y fidelidad histórica el autor y marca su nostalgia en las líneas de estas memorias: “La muerte de Antonio Fernández Spencer hace que se me agolpen los recuerdos de muchos momentos (…), con sus brillos y opacidades, nos roba un trozo importante de la historia viva de nuestra literatura. El merecido Premio Nacional de Literatura que no llegó a disfrutar en moneda, corona como un ramo de laurel toda su obra ante la que me inclino hoy como me incliné cuando fue mi mejor amigo y luego combatiente implacable de mis ideas. Mi aceptación de una embajada a Bosch, el golpe de estado de 1963 y los acontecimientos de abril de 1965 fueron hechos separadores, pero jamás le falté públicamente el respeto”.
Muestra el autor ser un inmenso ser humano, que utiliza todos los recursos de que dispone para dirigir la libertad que siente su alma al momento de concebir esta obra. Siente cumplir un objetivo que ya traía en su interior: “Estimado amigo y maestro Antonio, las manos siguen estando vacías, pero la rosa en su desgaire cantada por Mieses Burgos nunca fue ya la misma” (p. 120).
Uno de los conceptos históricos de gran importancia que deja grabado, a manera de título de un estudio más profundo, es el siguiente:“Solo la vivencia completa de un proceso permite tener la verdadera dimensión de un hecho que selló para siempre el alma colectiva del pueblo dominicano”. Y despliega sus convicciones basado en los hechos conocidos por él: “Cada vez que en las calles de mi país oigo frases, que se lamentan de la ausencia de un Trujillo, se me erizan los pelos. Generalmente estas lamentaciones vienen de espíritus jóvenes a los que solo alcanzaron las anécdotas, o de la voz de un antiguo regente que habiendo alcanzado su máxima estatura social con la dictadura, encuentra que como en las Coplas de Manrique, ‘cualquier tiempo pasado fue mejor’”.
Y sigue el autor en su argumentación que “los que hemos vivido gran parte del proceso de apertura política posterior a la caída de Trujillo; los que hemos sido partícipes de la vida en la dictadura y la vida dentro de un ámbito de nuevas libertades, entendemos profundamente que todo cuanto reproduce este libro —se refiere al de Bernardo Vega, “Trujillo y la vida cotidiana”— sea parte de una historia oscura y satírica de la República Dominicana”. Y añade “porque la vida cotidiana en el trujillato estuvo llena de increíbles episodios, de formas hasta ingenuas de preservar la vida y de modelos cómodos para la supervivencia, como era la del llamado de la personalidad para mantenerse ligado a todas las actividades políticas del régimen, cuya incidencia diaria hasta en el vaso de leche era inevitable”.
Estudia rasgos de la historia de la siguiente manera: “Trujillo basó el efecto psicológico de su dictadura en tres factores fundamentales; la división de la familia con el reforzamiento de la desconfianza mutua, la obligación diaria de una fe “inquebrantable” en su obra de gobierno y la represión moral y física contra todo aquel que dudara de su grandeza y de la grandeza de todo lo que él representaba, o decía representar” (Ver p. 89).
En el perfil de esta obra escribe el doctor Bruno Rosario Candelier que esta es un “estudio valorativo y testimonial” del autor, y que en la misma “se aprecia la mirada orientadora y crítica del destacado analista de nuestras letras sobre temas y autores del quehacer dominicano”. Dice que el conjunto de los artículos de esta publicación de la Academia Dominicana de la Lengua “contiene precisiones esclarecedoras mediante una interpretación engarzada al caudal de profundos conocimientos desde la perspectiva intelectual, estética y espiritual del escritor”. Destaca Rosario Candelier que, prevalido del dato literario o las referencias históricas, lingüísticas y espirituales, el autor ausculta la vertiente sociográfica o la dimensión metafísica para el oportuno comentario interpretativo, índice de la cosmovisión de un autor con claro dominio conceptual y diáfana inteligencia intuitiva”. De esta manera propicia una mejor comprensión del texto, añade; y resalta del autor “su amor a la palabra y su entrañable devoción por las letras nacionales”.
La conciencia histórica del autor y su conciencia de que la Divinidad a veces nos coloca en momentos exclusivos sin que lo notemos, queda plasmado en el siguiente relato que él comparte al hablar de Juan Boch: “Cuando Juan Bosch se fue al exilio yo era apenas un niño de un año. No fue sino hasta que se iniciara mi interés por la literatura cuando de improviso emergió su nombre florecido entre silencios políticos: los de una sociedad maniatada que había sido presa del pánico y del terror y a la cual la dictadura le borró la memoria posible, cortándole cotidianamente las informaciones que pudieran “contaminar” el edificio ideológico creado por el Benefactor de la Patria (…). Sin embargo, un día de los años 40 escuché, siendo aún niño (casi adolescente) que un hombre llamado Juan Bosch había escrito bellos cuentos que pocos conocían y una novela (La Mañosa), que mi padre citaba a veces de memoria, porque en su silencio más hondo admiraba al escritor y al distante político” (p. 55).
Dice el autor que más allá de la política, navegó en los cuentos de Boch “como en un mar tranquilo, en donde la tragedia de las ‘revoluciones’ y el duro mundo del primitivismo rural se unían para engendrar una atmósfera de luces y sombras que mostraban lo dominicano en su más intenso saber de soledad y de agobio” (p. 56). Comenta el autor que Juan Bosch era “un ferviente escudriñador de los temas bíblicos” y que coincidían en una temática que se manifiesta en Judas, El calumniado, y en David, biografía de un rey, que luego publicara. Yo “le había hecho llegar -desde mi banco de opositor- algunos de mis relatos bíblicos, por ejemplo ElBuen Ladrón, novela, la primera publicada en 1960 y más tarde en 1962, Judas, publicada en la colección Pensamiento Dominicano junto a la segunda edición deElBuen Ladrón”. “En complicidad conmigo mismo asistí en varias ocasiones a sus charlas, le vi desde la distancia, no podía conciliar una posición de “enemigo” con la admiración al escritor que en mis años más tempranos me enseñaron a apreciar mis propios familiares”, completa el autor. “Grabé por siempre estas palabras suyas: “Usted, poeta, merece ver el mundo. Dentro de unos días le llamaré para hacerle una oferta”.
Recuerda también el autor estas palabras del maestro, las cuales transcribe el autor -con una ternura que nos parece escuchar-: “cuando Norma, mi mujer, estaba embarazada; Juan con su cariño habitual le dijo:
—¿Cuántos meses tienes?
—Daré a luz en los comienzos de 1969-respondió ella.
—Pues mira, Norma, te diré algo. Ese será varón y yo seré su padrino. “Ambos pronósticos se cumplieron”, escribe emocionado el autor (p. 58).
En su compromiso con su sentido de justicia interior y patriótica escribe el autor: “Merece el cariño global de los dominicanos. Nunca olvidaremos que fue a su regreso cuando comenzamos a entender, a raíz de muerto Trujillo, lo que era el derecho a la participación, lo que significaba el cambio social, lo que la palabra, llana, mansa y afelpada, podía decir cuando el político y el maestro unían sus esfuerzos inventando el mejor de los idiomas asequibles”.
Y termina el autor con una breve carta al maestro Bosch: “Querido Juan: la vida es una, pero son los miles de momentos vividos con madurez y sentido los que la enriquecen. ¡Cuánta riqueza hay en tu corazón de padre, de abuelo y de maestro de generaciones” (El Siglo, Santo Domingo, 1989, p. 60).
Todo un despliegue de sublimidad nos conmueve el corazón en estas memorias del autor, nos sentimos nosotros mismos que en su pluma ya están perdonadas nuestras faltas.
Veamos otros pasajes: “Virgilio Díaz Grullón, memorial con olvidos”: “Recuerdo mi sorpresa ante los primeros cuentos de Virgilio Díaz Grullón. Sorpresa porque eran entonces los más deslumbrantes de la literatura dominicana. Me refiero a Un día cualquiera, en donde se estrenaba la literatura psicológica dominicana, con atisbos que recordaban a Franҫois Mauriac de “El avaro” (…), maestros que miraron hacia el interior del ser humano con tal de presentarlo dramáticamente desde dentro”.
Los primeros cuentos de Díaz Grullón, dice el autor, cambiaron en buena parte la visión de la narrativa corta dominicana. Poco después vendrían “influencias posteriores a la muerte del tirano Trujillo. Entraríamos en las páginas de la revista Mundo Nuevo (…), y en los movimientos culturales posteriores a la Guerra de Abril en los cuales la influencia de Julio Cortázar (…) y otros, encontraron una novedosa ruta literaria. Pero antes estuvo Díaz Grullón, un escritor hasta entonces desconocido, a quien me acerqué en los finales y dramáticos días de la dictadura, entablando una amistad que sobrepasa los treinta años (…), una amistad en la que la admiración por la obra creciente de Virgilio me acerca a los propios valores de su espíritu rebelde, noble y silencioso”.
Y continúa su narrativa histórica comprometida en la palabra deMarcio Veloz Maggiolo: “Nos conocimos por los rumbos de la Secretaría de Estado de Educación. Andábamos, él por los cargos altos o semi-altos que Trujillo casi lo obligara ejercer para consuelo de su padre don Virgilio, y yo por los bajos cargos cuando Franklin Domínguez me dejó como herencia la Dirección de la Revista Dominicana de Educación con recomendación “existencialista”, de Tete Robiou Martínez, sobrino de la entonces primera dama María Martínez de Trujillo. Yo venía con miedo desde Nueva York, donde en los finales de 1960 me había reunido con muchos de los exiliados y cuando decidí regresar Tete se ocupó de mi suerte. Cuando salió a la luz Un día cualquiera, el entusiasmo me llenó el corazón. Yo era de los que creían que deberíamos andar hacia una literatura menos burda, menos cargada de realismos repetitivos”.
Y de una manera muy emotiva expresa el autor deMemorias reversibles: “Ciertamente todos vemos a Virgilio como un hermano mayor, como un tío joven, como un primo hermano cargado de metáforas y sueños”. Y completa sus añoranzas y valoración espiritual de este ser humano, con esta divina frase: “Cumplir setenta años no es tan fácil, como descumplirlos. Generalmente los que amamos la vida porque sí, porque no tenemos objetivos o hemos hecho muy poco por los demás, no cumplimos años, sino que los “descumplimos”. Vamos por ahí esperando que se agote el combustible vitalmente crítico que nos donaron al nacer” (pp. 51-53).
Finalmente, ya, para cerrar este comentario con una nota a manera de respuestas a esas preguntas que nos asaltan sin que nadie las oiga, todas llenas de historias y de una espiritualidad que a veces nos hacen creer que estamos solos. Ahí transcribo parte de la conversación que tuvo el autor con esta alta pluma, fina y delicada poeta cubana, hija de dominicano, la que nos engalana la postura de nuestras propias vidas al conocerla. Dulce María Loynaz, un idioma de luces. Escribe el autor: “Su voz es suave pero revela una fortaleza en la cual es posible comprender que si los años han mermado su cuerpo anciano, su mente sigue tan viva y brillante como su poesía de 1938 y su prosa de los años 50”:
—“Mi padre me hablaba siempre de su tierra natal, y del mar murmurando entre las piedras. Él decía que escuchaba cómo las aguas hacían chocar las mismas y entonces se producía ese rumor”. Hija del general Loynaz del Castillo, natural de Puerto Plata, República Dominicana; galardonada con el Premio Cervantes “sin quizás, el más prestigioso premio literario de la lengua española”, dice el autor.
Dice el autor que la conversación con la poeta cubana tuvo lugar en la Habana, en 1993. Casada con un “isleño”, un canario, Dulce María Loynaz tiene también recuerdos de sus años mozos. Las Islas Canarias son parte de lo mejor de su vida. Las recuerda saboreando el pasado y no puede evitar a veces —pese a que se habla de su fortaleza humana— soltar unas lágrimas por las que pide excusas, narra el autor: “Encerrada en jaula de cristales, a sus noventa y un años, decidió volver a publicar poesía, convencida por el crítico Pedro Simón, recogió el texto titulado Poemas náufragos, relatos de alta metáfora, procedentes de muy diversas épocas”.
“Yo me asombro del ámbito” —relata el autor con cierta fantasía inocente— “hay cuadros del siglo XIX, porcelanas antiguas, abanicos andaluces con sabores gitanos, un piano grande, un ejército de recuerdos marchando sobre la tapa del mismo tales como retratos, muñecas, marcos polvorientos, colmillos de elefantes, arlequines y sombras”.
Acompaña al autor la escritora chilena Ana Pichardo, en la entrevista, y cuando esta le pregunta a Dulce María por su novela Jardines, “Ahí nos enteramos de que esa pieza de la literatura cubana y americana, no fue escrita para ser publicada. Alguien logró convencerla; siempre en la vida de Dulce María Loynaz hay un alguien, un alguien distante que vive en su corazón rígidamente dispuesto a vencer angustias extrañísimas”.
—“Bueno, yo no escribí Jardines para ser publicada; alguien por fin la publicó. Ana Pichardo sonríe.
“Yo enfoco a Dulce María con mi cámara Sony de 8 milímetros. Estoy filmando sus manos que se mueven nerviosas sobre sí misma. Ella ha conversado y dicho algunas “intimidades” difíciles de lograr en un ser que vive permanentemente dentro de sí mismo”. Y sigue narrando el autor parte de su entrevista a la poeta cubana Dulce María Loynaz: “He tenido que insistir en que solo lo haría por cinco minutos, pero ya van más de cinco…”.
—“¡Ay, si el periodista me está filmando!”.
“Dulce María cae vencida por mi insistencia. No hay nada que hacer: entra en mi cámara y se queda allí, acurrucada, como una vida prisionera de la tecnología”.
—“Siga, siga, no se preocupe”.
“Y entonces se oyeron los perros. Uno de ellos —perra de corte realengo—se acerca y la poeta acaricia sus orejitas, sus patas, el hocico anciano y húmedo. El animal se apoya en las rodillas de Dulce María Loynaz, cuyo nombre comienza con letra en forma de arpa, según dijera alguna vez en algún texto”.
Y antes de terminar, el autor libera parte de su espíritu al viento: “Me gustaría dejar parte de la carga en manos de mis lectores”. “He leído muy pocas veces prosa tan dulce y rutilante como la de su “Carta de Amor al Rey-Tut-Ank-Amón”:
“Joven Rey Tut-Ank-Amón”:
“En la tarde de ayer he visto en el museo la columnita de marfil que tú pintaste de azul, de rosa, de amarillo”.
“Por esa frágil pieza sin aplicación y sin sentido, en nuestras vastas existencias, por esa simple columnita pintada por tus manos finas —hojas de otoño— hubiera dado yo los diez años más bellos de mi vida, también sin aplicación y sin sentido…Los diez años del amor y de la fe”.
“Junto a la columnita vi también, joven Rey Tut-Ank-Amón, vi también ayer tarde —una de esas claras tardes del Egipto tuyo—, vi también tu corazón guardado en una caja de oro”. “Por ese pequeño corazón en polvo, por ese pequeño corazón guardado en una caja de oro y esmalte, yo hubiera dado mi corazón joven y tibio; puro todavía”.
“Porque ayer tarde, Rey lleno de muerte, mi corazón latió por ti lleno de vida, y se abrazaba a tu muerte y me parecía a mí que la fundía” (pp. 17-21).
Para el admirador sensible todo lo admirado se mueve en dos vertientes, o es vertical o es horizontal, es decir, es de una manera o es de otra, no hay punto medio. Si a grandes seres humanos e intelectuales he escuchado decir “me inclino reverente”, ¿qué más puedo decir yo?, que me doy el permiso y lo digo frente a esta obra: “Me postro” ante su grandeza, don Marcio Veloz Maggiolo: la grandeza del alma del autor, la grandeza de los conocimientos, la grandeza de sus convicciones y sus rutas sin declives; la grandeza de los demás intelectuales a los cuales les hace un reconocimiento en su corazón, expresado con letras en este testimonio de su propia historia y de su literatura en su país.
Los que no están de acuerdo con muchas de las historias narradas y de las quizás correcciones a la historia, puedan que no sientan el deleite que describo.
Nombro al maestro Juan Bosch, a quien tuve la oportunidad de expresarle personalmente que lo admiraba, y al que le escribí un cuento en secreto cuando murió, virgen sin corrección; al maestro Virgilio Díaz Grullón, con “La enemiga”, que me hizo juzgar la literatura y en su “Matum”, que me permitió conocer, alguna vez, parte de mi personalidad; y, mediante este autor públicamente pedir perdón por mi debilidad de espíritu y dar las gracias por las grandezas de ellos.
¿Enseñanzas que deja esta obra de Marcio Veloz Maggiolo?
1.-El conocimiento técnico de la lengua.
2.-La definicióndel objetivo de su escritura.
3.-El deseo de preservar los valores tales como la fidelidad a la historia objetiva y lasubjetiva con las acotaciones de lugar.
4.-La conciencia, desplegada en toda la obra, de la belleza espiritual, de la belleza de la palabra, de la realidad humana y sus circunstancias; del amor, de la amistad, de la familia; y, desde luego, de la conciencia de la Patria.
Todo esto enseña, fortalece y engrandece el espíritu, lo cual nos hace agradecer al Dador de todo bien por todo ese espacio que nos toca en esta vida, el que podemos ver y sentir con nuestros sentidos corporales y los muchos interiores descubiertos solo en momentos de lecturas como esta y en momentos de nuestros contactos con nuestras interioridades.
Marcio Veloz Maggiolo, Memorias reversibles, Santo Domingo, Academia Dominicana de la Lengua, 2012.
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