Belleza y espiritualidad en la lírica de Frederich Hölderlin
Por Bruno Rosario Candelier
A
Daniel Beltré,
Cultor de la voz que trasciende.
El poeta Johanm Christian Friedriech Hölderlin (1770-1843) nació en la ciudad de Lauffen, Alemania, y estudió humanidades en la Universidad de Tubinga. Los estudiosos de su lírica le atribuyen una perfección formal a sus versos y, en su condición de apasionado cultor de las letras, forjó ideas filosóficas y reflexiones místicas afines a su sensibilidad espiritual y estética. Concilió su fervor romántico de la naturaleza con el culto de lo clásico, los ideales del mundo griego y su vocación contemplativa.
Iluminado por la inteligencia mística de sus coterráneos Meister Eckhart y Angelus Silesius, el poeta Hölderlin recreaba el mundo griego antiguo con nostalgia y pasión, y acude a los sabios del pasado para darle fundamento a una utopía que contrarrestaba la realidad cruda, tosca y nefasta. Fijó su atención en la Paideia del mundo antiguo, que cifra los ideales que modelaron la paradigmática cultura helénica. A muestro poeta le seducía el hecho de que los griegos fundaran en el cultivo del espíritu el sentido de la vida y por ello quiso recrear en su obra poética el fundamento de ese ideal clásico.
El espíritu clásico cultiva lo perdurable, los hechos ejemplares del pasado, la fuerza imperecedera de lo trascendente que intuye la poesía. Por eso decía Hölderlin: “Lo perdurable es la obra del poeta” (1), puesto que con su intuición capta el sentido de las cosas y la belleza imperecedera. Este poeta alemán procuró entender el sentido de fenómenos y cosas, que canalizó a través de la expresión poética, y tuvo el acierto de escribir una obra ejemplar. Su lírica se inspira en la realidad trascendente en su onda mitopoética, metafísica y mística. En ese ámbito sutil finca los motivos y los temas de sus poemas, que plasma con la técnica de la lírica y la belleza de las imágenes, consciente de que la validez del poema no depende de las ideas o las emociones, sino de la forma y el trasfondo de sus imágenes.
La sensibilidad de Hölderlin le permitió abrirse a lo real, recreando la percepción de sus intuiciones y vivencias. Las cualidades que distinguen a Hölderlin son las siguientes:
- Una hipersensibilidad abierta y empática a lo viviente.
- Amor a la belleza sutil, concebida como la suprema vocación del hombre apasionado por un ideal.
- Vocación por la trascendencia, como cauce de verdades y vía para canalizar el sentido, impregnado del sentimiento de lo sagrado en su búsqueda de lo divino.
- Actitud contemplativa, combinada con la faceta sensorial de lo viviente y los efluvios sutiles del Cosmos.
- Intuición de la verdad poética mediante su experiencia sensible.
Su amor a la belleza visible lo ponían en sintonía con la onda invisible del Cosmos, que se manifiesta en la vitalidad de árboles, ríos, montañas, estrellas y el mar. Su célebre poema “El archipiélago” comienza con una exaltación a la primavera, que renueva el corazón de los que viven el recuerdo de los dorados tiempos. Nuestro poeta siente con jovialidad contagiosa y alegría desbordante los encantos naturales y se inclina ante el agua de ríos y arroyos que corre fluyente hacia el mar, al que llama Padre:
Creta se yergue, verdea Salamina;
alboreada de laureles
florecida de rayos, Delos, entusiasmada,
levanta la cabeza, a la hora del alba.
Tenos y Chíos abundan en purpúreos frutos;
de las ebrias colinas mana el vino de Chipre
y en Calauria los arroyos de plata se precipitan,
como entonces, en las viejas aguas del Padre.
Para Hölderlin el corazón es la fuente que inspira el canto del poeta ya que ese órgano de la sensibilidad transmuta cuanto captan los sentidos en sustancia poética con emoción estética:
Ellas también, las celestiales, las potestades de lo alto,
las silenciosas, que traen desde lejos, de la fuerza en su
plenitud, el día sereno y el plácido sueño sobre la cabeza
de los hombres sensibles; ellos también, los viejos
compañeros de tus juegos viven contigo, como antaño;
y muchas veces, al atardecer, cuando la sagrada luz de la luna
viene de las montañas de Asia y las estrellas se encuentran
en tus olas, luces tú con fulgor celestial,
cambiándose tus aguas a su paso, y resuena de nuevo la alta
melodía de los hermanos,
su nocturna canción, en tu pecho amantísimo.
Se trata de una sensibilidad empática y profunda, abierta a la vida, que afina cordialmente con todo. De ahí su vocación contemplativa y el tono gozoso y entusiasta de una lírica que se rinde al esplendor del mundo con la cordial disposición de compenetración emocional y espiritual para sentir el fulgor de lo viviente:
… Yo os aplacaré con la voz del corazón,
con piadosos cantos,
¡sagradas sombras!
hasta que mi alma se habitúe a vivir con vosotros,
y cuando esté más iniciado
muchas preguntas os haré,
a ¡vosotros, muertos! y a vosotras,
vivientes, altas potestades del cielo,
cuando pasáis sobre las ruinas
con vuestros muchos años!,
vosotras, las de los caminos seguros!
Muy a menudo el desvarío de las mortales
estremece mi corazón con su aire siniestro
y busco ansioso algún consejo;
pero hace mucho tiempo
que los proféticos bosques de Dodona
no hablan ya para consuelo
de los necesitados; mudo el délfico dios está,
y solitarios y abandonados se encuentran los senderos
por donde, antaño, dulcemente conducido por las esperanzas
subía el hombre preguntando a la ciudad del profeta veraz.
A Hölderlin le dolía constatar la existencia de personas con una vida anodina y vacía, viviendo de espaldas a los reclamos del espíritu, con una existencia vegetativa fundada en la satisfacción de lo material, sin escuchar la voz de lo Alto con sus irradiaciones espirituales y estéticas. Y entendía que en el ascenso del espíritu había que poner el más alto anhelo, como lo hacían los antiguos griegos, cuyo ideal asumía y proponía con meta de crecimiento interior:
Ocupados tan solo en sus propios afanes, cada cual sólo se oye
a sí mismo en el agitado taller, y mucho los bárbaros trabajan
con poderoso brazo, sin descanso, mas por muchos
que sus esfuerzos sean, quedan infructuosos, como las Furias,
los esfuerzos de los miserables. Hasta que despertando
de un angustioso sueño, se abra el alma de los hombres,
juvenilmente alegre, y el hálito bendito del amor, de nuevo,
como otras muchas veces entre los hijos florecientes de la Hélade,
sople en época nueva, y el espíritu de la Naturaleza,
el que viene de lejos, el dios entre nubes doradas se nos aparezca
sobre nuestras frentes más libres, y permanezca en paz entre nosotros.
Como buen romántico, Hölderlin exaltaba la naturaleza, y a esa inclinación estética sumaba su sensibilidad trascendente, de manera que en su espíritu confluían dos poderosas corrientes para sentir la belleza del mundo y desplegar su potencial creador. Con su caudalosa sensibilidad vivía en sintonía espiritual con lo viviente en lo tangible y lo intangible; dialogaba lo mismo con las olas del mar que con los espíritus celestes, y percibía que todo le habla al hombre, aunque a menudo nos cerramos a la voz de las cosas o al susurro del Cosmos:
Y la luz desde arriba habla aún a los hombres,
llena de sentidos hermosos,
y la voz del gran tonante clama: ¿pensáis en mí?
y resuenan las olas entristecidas del dios del mar:
¿ya nunca, como antaño, os acordáis de mí?
Pues los seres celestes
aman descansar en corazones sensibles,
y siempre, como entonces,
las potestades inspiradoras de grado acompañan
al hombre esforzado;
y sobre los montes de la patria descansa, impera y vive,
omnipresente el éter para que un pueblo amante,
acogido en los brazos
del Padre, alegre esté, y humanamente, como entonces,
y que un espíritu a todos sea común.
Mediante el tono de exaltación espiritual de la lírica de Hölderlin, exalta el mundo ideal, puro y sublime de la realidad trascendente. La antigua Grecia es símbolo de ese ideal lírico, metafísico y estético. Los antiguos griegos le sirvieron de inspiración para justificar su mundo ideal, que oponía a la barbarie del mundo moderno. Su estilo diáfano apuntala las reflexiones impregnadas de datos culturales.
Para lograr lo que concita la poesía, hay que vivir el mundo como una realidad sagrada, para vivirlo poéticamente, como lo vivían los antiguos griegos, y sentir así su virtualidad estética con la convicción de que tenemos un poder de creación cuyo producto, la creación poética, ayuda a sentir y entender el mundo para vivir más intensamente la vida y a testimoniarla en su entrañable urdimbre. El poeta que no siente el mundo con su fuerza genesíaca, con el aliento cardinal de lo prístino, con la savia primordial de la energía cósmica, no puede crear una poesía valiosa y trascendente. Hölderlin sentía y creía en la presencia de dioses naturales, que veía en el mar, pues para él encarnaba la Divinidad. En los elementos de la naturaleza percibía el influjo sagrado y omnipresente de los dioses, y el mar era para él la expresión genuina de un espíritu celeste. Así sentía Hölderlin los elementos y las cosas, y esa pasión le indujo a ponerse en contacto con la naturaleza. Sentir y actuar de esa manera, es experimentar y vivenciar el sentido del mito en forma rotunda. El mito no se concibe como presuntas referencias culturales o librescas; no se siente sin la incorporación de los aspectos embellecedores que dan erudición a las imágenes o retórica a la expresión. La vivencia del mito no es una mera articulación con la mitología en un simple artificio verbal o estético. El sentido profundo del mito se vive con la inserción del poeta en la realidad de lo viviente entrando en contacto íntimo con fenómenos y cosas, poniéndose en conexión con la fuerza espiritual del Cosmos, compenetrándose con la energía preternatural del mundo. Se puede sentir así, en la realidad tangible de las cosas, la presencia sutil de las fuerzas sobrenaturales, que es la mejor manera de vivir el sentido del mito en el fuero de la conciencia. De ahí la proyección de su imaginación y el impacto de las fuerzas preternaturales en su visión mitológica del mundo. Hölderlin vivió el sentido del mito porque se compenetró en forma sensorial, intelectiva, imaginativa, espiritual y afectivamente con las cosas. Y esa empatía con lo viviente lo hacía sensible a las cosas, que las asumía como eran o se manifestaban. Y en su quehacer poético, en el que testimoniaba su identificación emocional con lo real, las cosas se vivifican y expresan el alma de lo viviente, y el lenguaje las nombra para darles vida, y los elementos se humanizan para propiciar esa compenetración entre el hombre y los elementos -lo que entraña el valor del mito en su sentido prístino-, y por eso exclama Hölderlin en “El archipiélago”:
Tú, sin embargo, te crees solitario;
en la noche callada oye la roca tu lamento
y muchas veces con enfado de los mortales
tus aladas olas huyen hacia el cielo.
A los poemas profundos los sostiene la savia espiritual que el Logos entraña y expresad, ya que el contenido postula un cauce específico, y el fondo metafísico o místico o mitológico es una manera singular de indagar el sentido del ser, porque en propiedad literaria la forma da validez al sentido. En tanto pensador que ausculta el sentido del ser, Martín Heidegger buscaba en los poemas de Hölderlin y de Rilke la palabra fecundante que pone al lenguaje en el camino del ser (2), que hemos de buscar en la expresión que da cuenta de la dimensión interior de la conciencia y la realidad trascendente, o el cauce estético que atrape y exprese el contenido profundo del poema. Se trata del fondo metafísico de lo existente ya que esa ladera entrañable de la realidad encierra la esencia y el sentido. El ámbito de la realidad trascendente no es fugaz ni pasajero, como la realidad objetiva o sensorial, sino estable y perenne, ya que es el fuero de la esencia intransferible del Ser y la Totalidad. Por eso los poetas metafísicos, como los mitopoetas y los teopoetas, intuyen el fundamento de lo real y su canto procura lo perdurable de las cosas y en consecuencia buscan la forma estética y la sustancia creadora que dé cuenta de las verdades profundas que su intuición descubre o la belleza sublime que su sensibilidad atrapa. Con su creación poética el poeta certifica lo real desde el ámbito intuitivo, lírico y estético de su visión del mundo. Y logra esa certificación estética porque accede al interior de lo real, a su realidad esencial y permanente. Por eso el poeta cuando habla, afirma, no duda, ya que la duda no entra en su certificación. Su percepción es genuina y en su enunciado, sea metafórico o simbólico, no cabe la vacilación o la suposición, sea que hable de “una noche callada”, de una “soledad sonora” o del hombre que vive “ocupado en sus propios afanes”. En su enunciado, el poeta certifica lo que expresa. Podrá dudar de lo real, pero nunca duda de su percepción de lo real.
El ángulo del mundo que cada uno percibe de las cosas trae su propio cauce de expresión. Por eso entraña una torpeza imitar la creación ajena, como hacen los ineptos, puesto que la imitación no logra el dominio de la expresión personal y auténtica. Y no hay poema imitado que trascienda. De ahí el “ruido” semántico y la falta de fluidez que revela la expresión que intenta reproducir la verdad poética que otro, con acierto y primor, vivió, sintió y expresó.
La verdad poética, que según Guillermo de Humboldt entraña la forma interior del lenguaje, se hace patente en la expresión verbal que capta y traduce el sentido de fenómenos y cosas, o atribuye un valor peculiar a lo existente (3). En su expresión de la verdad poética, Hölderlin sabía que podía nombrar las cosas con la sensibilidad para captar su esencia profunda y testimoniar lo que perdura, creando poesía. Por eso decía que lo que perdura lo crean los poetas (4), cuando asumen el canto creador con voz original y auténtica.
Para Hölderlin, lo más importante era la contemplación de la belleza y, en tal virtud, vivía ebrio del esplendor del mundo, que lo apreciaba por doquier con mirada profunda y amorosa, entendiendo con Johann Wolfgang von Goethe que si se mira correctamente toda forma es hermosa. Pero a la realidad hay que mirarla con mirada de poeta para captar su belleza verdadera. Y con la mirada amorosa capta su valor intrínseco y auténtico. Sin duda Hölderlin era un ser que amaba mucho y profundamente ya que el amor es la fuerza que abre la compuerta del ser para apreciar el verdadero encanto de las cosas. Este grandioso poeta alemán vivía “ebrio de belleza -decía Eduardo Spranger- como el alma tierna que estaba destinada a estrellarse en la suerte con su mundo interior de sueños” (5).
La vocación contemplativa fraguada gracias a la sensibilidad espiritual y estética de Hölderlin lo impulsaba a sentir pasión por todo y de un modo especial por el esplendor de lo viviente. El amor a la belleza sintetizaba su máxima aspiración, y en la belleza cifraba el valor de la vida. Platón decía que la contemplación de la belleza era propio de los espíritus superiores, y que la belleza conduce a Dios, sentimiento que experimentó este singular poeta alemán. La belleza concita la atención de los espíritus selectos, y con la renovación que produce en el espíritu el contacto con lo bello, brota una nueva humanidad, un nuevo aliento creador, un refrescante impulso de vida y un entusiasmo peculiar. Ese era el ideal que concitaba el espíritu de Hölderlin, y ese ideal lo plasmó en su creación poética: “Sólo habrá una belleza -decía- y humanidad y naturaleza se reunirán en una Divinidad que lo abarque todo” (6).
Hölderlin amaba la belleza con tanta pasión que ideó una sociedad inspirada en principios estéticos y se arrobaba ante las cosas que estimaba bellas. Llamaba “bárbaros” a quienes vivían de espaldas a la vivencia estética, o indiferentes al cultivo del espíritu. Y a quienes eran insensibles ante el valor de las cosas. En su caso particular, se trataba de un hombre sumamente sensible, hasta el punto de ser vulnerable y frágil, como suelen ser los individuos dotados de una honda sensibilidad. Esa capacidad altamente sensible suele llevar al sujeto hipersensible a una ñoñería patológica y a un egocentrismo, pero Hölderlin tuvo la capacidad de descubrir el remedio para esta sensibilidad extrema, valiéndose de la misma sensibilidad que revirtió a favor del ser humano y la usó como materia para el arte, volcando su espíritu creador hacia la poesía, al entender que esa era la forma correcta de canalizar tantas sensaciones desbordantes.
Como buen estratega del lenguaje, supo combinar formas clásicas y románticas con su vocación espiritual por la trascendencia en una métrica rigurosa, exacta y perfecta. La calidad de “El archipiélago” es reconocida en la lengua alemana no solo por la belleza de su lírica sino por el aliento clásico de su estilo, el fervor místico de su tono y la dimensión metafísica de sus alusiones. A pesar de que en sus sentimientos e ideales Hölderlin se sentía identificado con el mundo griego, distanciándose de la realidad cotidiana de su tiempo, como advirtió Antonio Fernández Spencer, sin embargo es considerado el máximo poeta lírico de la lengua alemana (7). “El archipiélago” de Hölderlin, el gran poema del mar, al igual que “El cementerio marino” de Paúl Valery, plasma la esencia de la creación poética. Creían estos dos eminentes poetas que la poesía estaba llamada a fijar con sentido estético lo que acontece en el mundo para que su testimonio lírico, estético y simbólico tuviese un valor permanente para la Humanidad.
Producto de su alta sensibilidad espiritual, Hölderlin tenía una triple conciencia: conciencia poética, inspirada en su disposición estética para sentir poéticamente el mundo; conciencia mitopoética, fundada en la percepción del mundo como un conjunto de elementos vivos; y conciencia mística, basada en una percepción divina del mundo. Esa triple conciencia de su vigorosa sensibilidad hizo de su creación poética una forma pura para plasmar con exquisita elegancia y adecuada precisión sus ideales intelectuales, espirituales y estéticos.
A muy pocos, en nuestro tiempo, les interesa la metafísica, y mucho menos la mística. La genuina metafísica, la que pregunta por el sentido, se ha confinado al ámbito de la alta poesía, como lo evidencian los poemas de Wordsworth, Hölderlin o Rilke. Ya lo dijo Heidegger: “El ser, como la destinación que destina verdad, queda oculto. Pero la destinación del mundo se anuncia en la poesía, sin que la destinación se haga patente como historia del ser” (8). El pasaje con que Hölderlin concluye “El archipiélago” revela al mismo tiempo la pregunta que interroga al sentido del mundo, la revelación de la presencia viva del Cosmos y la búsqueda de lo Absoluto, testimonio de la triple conciencia de la realidad trascendente, meta de las grandes apelaciones y creaciones humanas:
¡Ay, allá en los campos de Queronea, donde los últimos
atenienses huyeron con sus armas ensangrentadas,
eludiendo con ello el día de la infamia;
Allá, allá bajan desde los montes, cada día, lamentos
al campo de batalla, ¡allá bajáis vosotros, aguas caminantes,
desde las cumbres del Oetas, cantando la canción
del destino! y Tú, inmortal, aunque no te festeje
la canción de los griegos, como antaño, resuena a menudo,
¡Oh dios del mar!
en mi alma con tus olas,
para que sobre las aguas prevalezca
sin temor al espíritu, como el nadador, se ejercite en la fresca
dicha de los fuertes y comprenda el lenguaje de los dioses,
el cambio y el acontecer; y si el impetuoso tiempo
conmueve demasiado violentamente mi cabeza
y el desvarío y la miseria de los hombres
estremecen mi alma mortal
¡déjame recordar el silencio en tus profundidades! (9).
La poesía de Hölderlin es apropiada para pensar el trasfondo del fenómeno poético, que revela los siguientes rasgos:
1) Mediante nuestra sensibilidad establecemos un punto de contacto con las cosas, fuente de las percepciones, intuiciones y creaciones.
2) En tanto creador y poeta, Hölderlin era un hombre altamente sensible, concitado por las apelaciones sensoriales, afectivas, intelectuales, estéticas y espirituales.
3) Abierto a todo lo existente, se interesaba por todo. Y sentía una pasión ardiente y entrañable por lo que hacía. Su empatía era amorosa, intelectual y espiritual al mismo tiempo.
4) Al ser tan sensible le afectaba todo: el dolor, la indolencia, la miseria, la ignorancia y las mezquindades humanas. Y quería suplantar la ignorancia, la indiferencia y el desdén por lo espiritual con el Humanismo trascendente.
5) Para no sufrir tanto, se evadía de la realidad (el artista tiende, por instinto, a rechazar la realidad real para vivir la realidad que su imaginación crea en su interior profundo) y se refugiaba en un mundo ideal, puro y sublime. (El rechazo de la realidad se vuelve patológico si no hay un sustituto de ese rechazo, que los neuróticos suelen somatizarlo con resentimientos y frustraciones, aunque el artista suele canalizarlo creadoramente con su talante imaginativo). Hölderlin encontraba en los griegos, que fundaban en el desarrollo del espíritu el sentido de la vida humana, el modelo del mundo ideal.
6) Para realizar ese ideal se consagró al cultivo de la palabra y la poesía, realizando una creación poética con los valores que le dan sentido y trascendencia a la vida.
7) Contrapone el mundo ideal al mundo bárbaro. Al distanciarse de la parte nefasta de la realidad circundante, crea la realidad estética y acude a la realidad metafísica para vivir en estado de poesía el sentido del mundo.
8) En su apelación metafísica hizo acopio de dos opciones claves: a) El mundo ideal, cuya patria ejemplar es la antigua Grecia. b) El mundo sublime de la trascendencia, fuero de la Divinidad.
9) Su sensibilidad y su elección determinaron un claro derrotero espiritual y estético: la ponderación y el disfrute de la belleza y la valoración y el gozo de lo divino. Su inclinación por la belleza y su elección de un mundo ideal lo llevaron a valorar lo divino. En nuestro poeta está presente, como ideal poético, la creación de la belleza y la vivencia de lo sagrado. Como poeta postula, en su ideal poético, la intuición de verdades profundas.
10) La sensibilidad de Hölderlin se abre a dos vertientes luminosas: a) hacia el mundo sensorial, va en busca de la belleza cósmica; b) hacia el mundo espiritual, va en busca de lo divino mismo. Los seres altamente sensibles sienten pasión por la belleza, y quien experimenta la pasión de la belleza termina inclinándose por lo divino, pues el sentimiento de la belleza desemboca en la valoración de la Divinidad. Esa es la relación que hay entre belleza y trascendencia. Por eso los seres sensibles suelen experimentar algún tipo de apelación espiritual.
11) Hölderlin experimentó múltiples y variadas sensaciones y sintió en su sensibilidad las apelaciones sensoriales, afectivas, imaginativas, intelectuales y espirituales, llegando a comprender que la única verdad irrebatible y el único bien supremo es Dios, y por eso sentía una alta valoración de la mística como la más honda pasión de los mortales.
12) En tanto creador, fija su atención en la esencia de las cosas, y por tanto Hölderlin creía que el poeta ha de hablar sobre lo perdurable mediante imágenes eternas. Por eso privilegió la realidad trascendente. Recordemos que cuando el poeta se fija en la esencia de las cosas no lo hace como filósofo sino como poeta, mediante una creación fundada en imágenes poéticas.
13) Corresponde al poeta, según esta visión lírica del mundo, crear realidades estéticas e intuir verdades profundas, que son las verdades poéticas. Descubrimos una verdad poética cuando captamos mediante una vivencia una realidad auténtica que nos revela el sentido de las cosas y la razón de fenómenos o el valor de lo existente.
14) Los seres sensibles a lo trascendente lo son en virtud de un influjo de las potestades celestes, como decía Hölderlin. Nuestro poeta concibe el mundo como una entidad sagrada por ser creación divina. Por eso habla el poeta alemán de los “sagrados elementos”, los “bosques sagrados”, el “monte sagrado”, el “sagrado cielo” y las “sagradas sombras”.
15) Procura el poeta plasmar a través de su poesía el ideal griego del desarrollo del espíritu como expresión de la plenitud humana. Según Hölderlin, el poeta tiene la misión de contribuir al desarrollo de la conciencia mediante el ascenso del espíritu. (No podemos contribuir al desarrollo del espíritu con una poesía ininteligible, pero tampoco con una poesía insustancial y vacua).
16) Hölderlin tenía la sensibilidad para sentir el mundo como una fuerza genesíaca, es decir, con una virtualidad inspirada en la del Creador del mundo. Por eso creía que el mar encarnaba la Divinidad, y asimismo todas las realidades naturales, que son los elementos prístinos del mundo, que asumía como creación sagrada.
17) Hölderlin sentía el mundo como una realidad viviente que el poeta puede revivir en su creación. Para ello se requiere una identificación plena con lo viviente.
18) El poeta tiene el poder de la palabra a través de la cual le da vida a lo que nombra, creando la realidad poética con una virtualidad semejante a la de la naturaleza. De ahí la fuerza de la realidad estética en la cosmovisión poética de Hölderlin.
19) La belleza del mundo la ha de recrear el poeta con su lenguaje porque es la belleza la que nos hace sentir, y es precisamente sentir lo que estimula la creación poética. En Hölderlin la belleza del mundo inspiró su vocación poética y también su vocación contemplativa, tan honda como su sensibilidad y tan intensa como su pasión estética.
20) El amor a la belleza fue la pasión de Hölderlin. Contemplaba el mundo para sentir su esplendor sagrado, y henchido del entusiasmo inspirador, creaba: “…y la luz desde arriba habla aún a los hombres/ llena de sentidos hermosos…/ pues los seres celestes aman/ descansar en corazones sensibles”.
Bruno Rosario Candelier
Encuentro del Movimiento Interiorista
Santiago, Colina Interior, 18 de mayo de 2002.
Notas:
- En Werner Jaeger, Paideia, México, FCE, 1971, 2da. ed., p. 52.
- Martín Heidegger, Hölderlin, Madrid, Taurus, 1971.
- Karl Vosler, Filosofía del lenguaje, Buenos Aires, Losada, 1968, 5a. ed., p. 200.
- Cfr. F. Bolnow, Rilke, Madrid, Taurus, 1963, p. 222.
- Eduardo Spranger, Cultura y educación, Buenos Aires, Austral, 1948, p. 131.
- En Eduardo Spranger, Ob. cit., p. 134.
- Antonio Fernández Spencer, “Espacio geográfico y literatura”, en El Siglo, Santo Domingo, 9 de noviembre de 1994, p.6.
- Martín Heidegger, Carta sobre el humanismo, Madrid, Taurus, 1970, 3a. ed. p. 37.
- Las citas poéticas proceden de la tercera edición de El archipiélago, de Hölderlin, Madrid, Hiperión, 1990.
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