Decir de las sombras
Por Marcio Veloz Maggiolo
Por debajo de las alfombras
había reflejos; trozos de soledad que se hicieron libélula
y proyectaron sombras infinitas.
El hombre, animado en su duda, fue mirando con pena
debajo de cada estandarte; emergían los contornos del mundo
y podía verse el triunfo de la muerte
sometida, cuajada de lujurias,
porque de sombra en sombra separada
el cuerpo, único, exhausto, apenas se movía.
Una sombra sin cuerpo; un latido metálico en la noche.
Sombreros que se mueven en el aire.
sin cabeza posible.
Esqueleto innombrable de todo lo invisible.
Se preguntan moléculas de duda, átomos de desidia
si un día seremos libres y tendremos la sombra para nosotros.
Responder esta duda sería algo así como
hacer revoluciones, levantar barricadas,
distorsionar el viento.
(Oigan la historia: con su gran fusil vino el rubio invasor
y se paseó de camino en camino, apresando las sombras;
antes había ya ocurrido) y realmente cascadas de tortugas
caminaban, caían, mientras
del lomo duro del Caracaracol
emergían otros seres;
estamos en la noche de todo,
cuando la sombra era pura y el aborigen era el dueño de
su sombra.
(Era la época en que la mar surgía desde una calabaza,
ahogando las penumbras)
Y estábamos en junio: los catastros paralizados,
las estadísticas agonizantes; los cómputos podridos,
los cables de prensa podridos también
insultando la sombra de los pueblos
cansados de miseria.
Y se levantó la primavera con sus amas
transidas… (Entonces el señor de polainas dijo: matad
a tantos cerdos…)
Y así fue: los hediondos soldados de hojalata
(comiéndose su iguana todavía y pensando en los muslos
y los vellos negros de las doncellas que danzaban)
blandieron su tizona eyaculando a la vez que matando.
Ciguapas y cemíes huyendo en las montañas.
Y tras un largo siglo, negras sombras creciendo
y podridos maderos, allá en el mar, en donde peces
con acetileno
perforan los aceros de las aguas.
Miradme ahora: perturbado en la peste y en el cirio;
anonadado,
tronando con la furia de otros dioses,
almidonado, como una camisa, que prefiriendo el viento
parece de cartón, y ni se arruga.
Henos, los hijos de una sombra en otra. (Porque háis de
recordar que en 1606 comenzamos a vernos como otros;
por ejemplo: comprendimos que los buenos ingleses
eran «mejores»
que los españoles;
y hasta bebimos sangre de novilla,
y dormimos en pieles, y la sombra, debajo de la piel,
siguiéndonos de siempre,
como un perro en sí mismo desleído.
Ahora, siglos después, alquilamos las sombras,
alguien nos las obsequia, porque se hacen en grandes factorías
de los puertos ingleses y franceses, y norteamericanos.
La sombra tiene réditos,
préstamos la respaldan,
cubriendo los países de multinacionales, la sombra
ha encontrado su adusta geografía la explotación medida
y de progreso convaleciente.
¡Oh, preguntad al esclavo de los primeros tiempos si era mejor
su sombra que la nuestra!
Preguntadle al Barón del Cementerio; a la Silí, preguntadle
al viejo Yocahú, rey de la harina,
protector del veneno de la yuca.
Veréis que cada sombra es diferente;
exiguos mayorales en el tiempo
preguntan por el siglo de los siglos.
Estamos en el borde de un año y de otros años
y podemos pedir sombra a la sombra.
Mientras aventureros de la sombra caminan y proyectan
mecanismos de muerte, vamos pensando, vamos repensando
en los hijos de puta del ayer,
y en los hijos de perra del presente.
Quién de sombras se libra…
Quién de vida se libra.
Quién,
sólo el más puro.
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