El degüello de Moca
Padre Jesús María Tejada
Bohío (Casa), Haití (Tierra Alta), Quisqueya (…?), La Española, son los nombres de la isla incomparablemente más bella, variada, completa y rica de las Antillas (y del mundo para un servidor), pero atropellada sin piedad durante 527 años. En ella se cometió una de las tantas barbaries que recuerda la historia: El Degüello de Moca. Recordar ese hecho leyendo la novela del Dr. Bruno Rosario Candelier, hace pensar.
Según la obra literaria los haitianos fueron sicópatas sanguinarios, crueles, despiadados, dominados por un odio racial diabólico. En Haití actuaron durante 23 meses de guerra a sangre y fuego. En Moca ¿por qué? Aquí nadie los esclavizó. ¿Por qué son blancos? ¿Porque están en la misma isla? Estas últimas dos condiciones no justifican ningún tipo de ataque.
A pesar de su actuación tan horripilante permitámonos pensar que ellos no escogieron ser violentos y genocidas. Tal vez son el producto de la crueldad esclavista a que estuvieron sometidos, aparte de herencias ancestrales, muy diferentes de las costumbres de un pueblo religioso y sencillo como el de Moca. Ellos nacieron indignados. Su origen no los invitaba a ser pacíficos. Empezaron su guerra de liberación de la esclavitud quemando todos los cañaverales, ciudades y pueblos, en 1802, al enfrentar a Leclerc que llegó con el poderoso ejército (58,545 soldados) enviado por Napoleón. Estaban rabiosos contra los blancos, residentes y llegados. Ven a los blancos como los monstruos de la crueldad. Los blancos son la imagen del mismo diablo, que se lo figuran blanco. “Plus blanc que le diable”, más blanco que el diablo, es su expresión espontánea. Su decisión fue arrasar con todos ellos.
Los médicos y los sacerdotes fueron los únicos blancos a quienes Toussaint Louverture ordenó perdonarles la vida. Antes habían matado incluso a mulatos. Necesitaban médicos, y eran respetuosos de lo sagrado. Pero ya Toussaint había muerto en Francia cuando Dessalines y sus huestes encontraron una feligresía blanca de gente inocente en Moca el 3 de abril de 1805. Por eso tanto aquí como en Santiago asesinaron también al sacerdote. La gente de Moca estaba libre de todo racismo hasta la ingenuidad. Fueron sorprendidos. Es que el odio que afectó a los haitianos durante la esclavitud y la guerra, seguía, y con una fuerte connotación racial. Es verdad que entre ellos también eran crueles. Al mismo Dessalines lo hicieron pedazos en las calles de Puerto Príncipe cuando lo asesinaron por su tiranía al ejercer el poder. Desde pequeños sufrieron los espantos de las atrocidades. El hombre es él y sus circunstancias, según Ortega y Gasset.
Busquemos algo más en favor de una respuesta al porqué de su comportamiento sanguinario y genocida en Moca. A lo mejor quisieron decir de ese modo atroz que este país les pertenecía porque habían vencido a los franceses que en la isla esclavizaban. Pero resulta que en estas dos terceras partes de la isla la población no es de haitianos y franceses. Es una población muy diferente. Es fruto de una realidad histórica que no se puede borrar. Tal vez les resulte duro aceptar que al momento de ellos empezar a formar un pueblo en la isla a la que fueron traídos en sus ancestros, ya existía un pueblo que empezó a formarse el 6 de diciembre de 1492, con una mezcla de taínos, europeos, mestizos (blanco-indio) y luego, africanos, mulatos (blanco-negro) y alcatraces (indio-negro). ¡Qué riqueza de genes! Un modelo para el mundo entero de integración sin racismo.
Aquí empezó el germen del primer pueblo de integración de razas de todos los que existen en el continente. Y en la fecha de la independencia de Haití, el pueblo dominicano tenía 302 años hablando español. Un papel mojado en Basilea, que declaraba también la parte oriental propiedad de Francia, no puso a hablar en francés o en dialecto a los dominicanos. Aquí estaban unidos por una religión diferente del vudú y del calvinismo; tenían una serie de costumbres y valores que no se prestaban a confusión. Este pueblo no era de burbujas. Fue colonia como todas las naciones de América, y después independiente, y antes que Cuba. Tanto en Riswick, 1697, como en Basilea, 1795, se le quiso tratar sin ningún respeto como un pedazo de tierra que Francia negociaba a su conveniencia. Los haitianos no habían podido estudiar la realidad histórica de esta isla porque todo el tiempo se lo pasaban en el trabajo forzado hasta la muerte. Los habitantes de esta isla eran y se llamaron oficialmente “Dominicanos” desde 1621, con Cédula Real otorgada por Felipe III, rey de España. Pero así no se remediaba el error de ordenar al gobernador Osorio en 1605 desalojar los pueblos del norte, Monte Cristi, Puerto Plata, etc., con las denominadas “devastaciones de Osorio”. Los corsarios y piratas, franceses, se adueñaron entonces, sin la objeción de los pobladores, que se concentraron especialmente en Santo Domingo, de la parte occidental incluida la isla Tortuga, base de operaciones del saqueo. Aunque no les faltó la rivalidad de corsarios y piratas ingleses y holandeses. Antes y después de esa fecha muchos dominicanos emigraban especialmente hacia Cuba buscando respiro ante las adversidades provocadas por los advenedizos bandoleros. Las devastaciones no fueron para evitar que los cibaeños leyesen de los piratas Biblias protestantes. A los cibaeños les iba mejor el negocio con los bandoleros que con las autoridades de Santo Domingo. Por eso tuvieron que ser obligados a dejar Montecristi, Puerta Plata y demás pueblos para irse a Monte Plata. Ahí el desarrollo no iba a ser igual. Sólo pudieron trasladar cien mil cabezas de ganado. Y de eso hace más de cuatrocientos años. Si a este pueblo lo hubiesen dejado en paz, ¿qué sería hoy? Siguieron defendiendo, a pesar de tantas vicisitudes en su historia, su identidad, que no es fanatismo nacionalista. No se debe hacer coro, pues, a ningún chantaje populista que quiera desconocer la dignidad de los dominicanos. Los dominicanos, a diferencia de Cuba, Puerto Rico y cualquier nación de América, sufrieron siempre un descomunal atropello.
Pero este pueblo, aun en el período de la España Boba, en que experimentó un total abandono, supo defender su identidad. Así lo demostró en Palo Hincado con un habitante de Cotuí a la cabeza, Juan Sánchez Ramírez. Venció a Ferrand, general francés, en 1808. Aunque el hecho se preste a diversas interpretaciones. Era un pueblo de valores humanos extraordinarios a pesar de la indefensión y precariedades. En ese período los dominicanos tuvieron que enderezar con su sangre los entuertos cometidos por un gobierno colonial. Ser de una nación y poseer un techo son derechos incuestionables. Desde sus orígenes los dominicanos defendieron su existencia, sus derechos.
Lamentablemente también tuvieron que empuñar las armas, no para invadir a nadie, sino para defender la dignidad de la propia identidad. Tuvieron que rechazar, peleando, las invasiones, la ocupación (1822-44), e incluso el intento descabellado de Santana de volver a ser colonia, tal vez por la obsesión del peligro haitiano que tenía. Moca dio ejemplo a toda la nación el 2 de mayo de 1861. Duarte había sentenciado para la independencia que esto era de los dominicanos o se hundía la isla; es decir, de los dominicanos o de nadie. Al desaparecer la raza pura de los taínos, no se llamaron haitianos, y obviamente tampoco se inventaron un gentilicio de Bohío, ni de La Española, sino de la Capital, dominicanos. Los que habitaban la isla, que llamaban “Haití”, por las elevaciones de sus terrenos, eran taínos, denominados así de acuerdo a su raza, no al terreno. Durante unos 350 años a este pueblo nunca lo dejaron en paz.
Al independizarse los haitianos quisieron para ellos la isla entera. Para alcanzar ese objetivo tenían que hacer desaparecer a los dominicanos. Decidieron darse a la tarea. Ya en 1801 andaba Toussaint por aquí confeccionando una constitución insular. Aquí los habitantes no eran franceses ni haitianos, aunque el color de su piel era variado, pero dominicanos siempre. Al año siguiente de su independencia los haitianos empezaron a poner en macha sus propósitos. Necesitaban más territorio porque estaban divididos con tres presidentes: Pétion, Dessalines y Christophe. Estos dos invadieron en 1805.
Los cubanos, los puertorriqueños, etc., podían existir. A los dominicanos, que fueron los primeros en América, se les quiso negar el derecho a la existencia. ¿Y por qué incluso en pleno siglo XXI los problemas de Haití se quieren resolver con menoscabo de los dominicanos? Hay que resolverlos con la ayuda de todos y sin menoscabo de nadie. Si los dominicanos deciden que hasta las áreas verdes desaparezcan como en Haití, que autoricen a los haitianos a invadir, para que toda la isla se convierta en una perfecta imagen de un desierto africano a pesar de ser el centro de la vegetación exuberante de Las Antillas. Pero que eso lo decidan los dominicanos, aunque la forma justa de ayudar a Haití, siempre tan sufrido, no tiene que ser apoyando un círculo vicioso de miseria, de odio y violencia, y menos causando daño a otra nación.
Según el libro del Éxodo, escapar de la esclavitud hacia la libertad implica cruzar un largo desierto de carencias y conflictos. Haití sigue sintiendo esa verdad en carne propia. ¡Qué daño les hizo la esclavitud! No han podido superar sus consecuencias negativas. Todo intento de ayuda debe ser dirigido a la aceptación por parte de ellos de un proceso de liberación del rencor y la violencia. Que abandonen la actitud de querer resolver sus problemas acabando con otros, con otros seres humanos, dominicanos o haitianos. Ellos, como pueblo, empezaron su existencia donde sus ancestros fueron llevados, y como nadie nace ilegal, nacieron con el derecho a su cuna. Esa es la historia que nadie puede quitar. Que no se produzcan fuerzas incontrolables ni engendros como los que en el degüello de Moca perpetraron barbaridades primitivas que espantan tan sólo recordarlas. Que logren otra forma de ir adelante para superar un estado fallido después de tantos años.
Hay personas que hacen de esa situación de los haitianos un negocio. ¡Qué manera de ayudarlos y de complicarles la existencia a los vecinos! Hoy día suenan voces extrañas, extravagantes, que exigen a los dominicanos que paguen los platos que no han roto. A los que pervirtieron el destino maravilloso de esta isla no se les puede reclamar nada porque ya no existen. Ellos articularon la esclavitud, la depredación y destrucción de la naturaleza, masacraron las perspectivas que invitaban a una historia diferente y dejaron la secuela que hoy sufrimos en ambos lados. Todos debemos rechazar la forma con la que se dio origen a una porción de los habitantes de esta isla después de la llegada de los europeos. Ojalá los tiranos de hoy puedan ser controlados en sus arrebatos paranoicos, para que se frenen las nuevas injusticias con las que se pisotea la dignidad del ser humano.
Desde el odio no se puede construir nada bueno. Las personas y los pueblos tienen necesidad de una apertura recíproca. Mirar en seguida a los que piensan distinto como enemigos potenciales que hay que destruir es una anormalidad que perjudica a los mismos que la experimentan y consienten. Parece que los haitianos querían barrer con este pueblo, cuyas raíces estaban debajo de los árboles del bosque que pretendían destruir.
Sin embargo, si los dominicanos se permitiesen hoy la ley del talión y actuasen como Trujillo en 1937, también serían como Trujillo y como Dessalines y demás forajidos que lo acompañaron en el degüello de Moca. El mundo, a pesar de las cosas que aún causan indignación, ha avanzado. Ya nadie puede darse el lujo de actuar salvajemente. Que la historia sea maestra de la vida, pero con muchos discípulos, para que nos ayudemos mutuamente en orden a unas relaciones dignas que nos hagan más humanos y felices a todos.
Individual y colectivamente no podemos ser cualquier cosa. No podemos jugar con nuestra personalidad ni con nuestra identidad. Despreciar y perder la herencia que ha costado tanto sacrificio a los que nos han precedido, ¡jamás! Que si hay “RUINAS” sean sólo “memorias venerandas de otros días \ SOBERBIOS MONUMENTOS \ del pasado esplendor reliquias frías”, pero no ruinas de los valores dominicanos. Muchos dominicanos y dominicanas incluso tienen que irse al extranjero, pero aquí está su país. Aquí no son extranjeros. Aquí nadie es llamado “latino”, “beaner” o “extracomunitario” en sentido peyorativo y discriminatorio. Por los sudores vertidos en el extranjero, llegan anualmente a esta nación millones de dólares en remesas. En este país quieren que reposen hasta sus cenizas. ¡Qué fidelidad! A ellos-as el reconocimiento. Son de un país donde nunca faltarán hombres como el general Gregorio Luperón y mujeres como María Trinidad Sánchez, Ercilia Pepín…, ejemplos de dignidad. Siempre serán bendecidos por el que en esta isla los llamó a una existencia digna. Hay que unir todas las energías positivas, para recuperar en esta isla la maravilla que en la historia fue estropeada. jmtejdasdb@hotmail.com
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