Juan Antonio Alix, ¿padre de la poesía dominicana?

Por Fernando Cabrera

Como la generalidad de los críticos literarios dominicanos, e incluso de los simples lectores, me he acomodado a la idea de que nuestra poesía se remonta a los embelesos del Romanticismo, el Simbolismo y el Parnasianismo que encarnaban Salomé Ureña, Gastón F. Deligne y José Joaquín Pérez. Sin embargo, la historicidad de unos versos octosílabos traviesos me ha hecho reconsiderar ese aserto, al señalar insistentemente otro sendero. ¿Puede Juan Antonio Alix desde lo popular, con décimas escritas desde 1850, reclamar progenitura genérica? Veamos.

Juan Antonio Alix es, por mucho, merecedor de ser llamado uno de los poetas más representativos, como lo ponderó Joaquín Balaguer al referir que este era “el poeta nacional que ha interpretado con más vigor la idiosincrasia de nuestras clases rurales. Fue una figura determinante en el florecimiento cultural de Santiago de los Caballeros, cuando esta ciudad incluso llegó a ser capital de la República dos veces, una el 7 de diciembre de 1857 y, otra vez, el 14 de septiembre de 1863. Alix se desarrolla cuando el noble provincianismo de los santiagueros estaba en su apogeo, publicando millares de décimas en volantes que distribuía y vendía él mismo. En la segunda década del siglo xix, Santiago era el corazón político, económico y cultural del país.

Empezó a escribir a la edad de 16 años, alrededor de 1850, a un lustro de nacer la República. Escribiendo sorteó los avatares de la guerra de la Restauración, las vicisitudes de una incipiente democracia agitada por la ambición y codicia de sátrapas como Pedro Santana, Buenaventura Báez, Ulises Heureaux, Ramón Cáceres, y contempló ya muy anciano, en 1916, la ignominiosa primera intervención norteamericana. Alix, desde el humor, hizo suyo el folclore rural y urbano, el latir real del corazón provinciano. De ahí, de la realidad de la incipiente nacionalidad decimonónica, surgieron sus aciertos literarios primigenios. Su poesía constituye testimonio pormenorizado del habla criolla, en tanto la registró y celebró creativa y orgullosamente, hasta el desenfado.

La escritura de Alix estaba arraigada en la tradición hispánica. Tenía una amplia cultura, constatable en el hecho que toda su producción se inscribiera, con propiedad, en una tradición arraigada por siglos en la lírica española, de cantores centrados en la oralidad, que ejercitan la capacidad creadora para testimoniar, explicar o describir el entorno. Alix solo utilizó la variante estrófica espinela, de ágiles versos octosílabos con rima regularmente consonante. La décima espinela es aún la más importante forma estrófica utilizada en Hispanoamérica, introducida por los exploradores, colonizadores y misioneros españoles, conocedores de la efectividad de los versos medidos y rimados, como hacían los juglares y trovadores del Medioevo, para memorizar, atraer la atención y comunicar. En países como Colombia, Cuba, Argentina y Puerto Rico (e incluso en la provincia de Peravia, con los chuineros de Baní), en los cuales se mantiene con mayor fuerza el cultivo de las décimas, su vocalización se hace sobre una base melódica acompañada por guitarras.

Alix fue un lingüista empírico. Antes que Pedro Henríquez Ureña realizara, en 1940, su estudio El español en Santo Domingo, las décimas de Alix ya testimoniaban el acervo del habla dominicana. Alix fue un sociólogo natural, perfiló características que, si bien para algunos constituyen antivalores, pintan con exactitud la idiosincrasia de los diferentes estratos sociales criollos. Entre los poemas de Alix que mejor recogen la dinámica social destaca “El negro tras de la oreja”, uno de los pocos textos de nuestra historia literaria, e incluso de la historia de los estudios sociológicos dominicanos, en que la negritud —o mejor, el prejuicio racial contra los negros dominicanos— es abordada con propiedad. Alix, con agudeza sin par, desnuda la segregación solapada, el disimulo de la negritud que avergüenza a una sociedad mayoritariamente mestiza, mulata, negra, que se niega a mirarse al espejo.

Alíx fue un crítico sagaz, siempre atento a las circunstancias de su tiempo. La sagacidad proverbial de Alix le permitió criticar severamente, siendo gracioso, sin sufrir las consecuencias de denunciar los defectos a los políticos y enfrentar a los poderosos; dicho en su estilo, tenía la habilidad, que no es poca, de saber nadar y guardar la ropa, como en la décima “Corroboro, corroboro”. Ningún texto ulterior, en prosa o en verso, caracteriza de mejor manera la sumisión del poder legislativo ante el poder ejecutivo.

Alix fue el primero en hacer de la poesía un oficio lucrativo, asimismo fue un publicista nato, pues se las ingeniaba para sacar provecho de su ingenio, constituyéndose espontáneamente en vocero, lisonjero a veces, de cuantos productos, servicios y oficios sus dueños pudiesen retribuirlo materialmente. Alix fue un patriota.  En poemas como “Al pueblo dominicano”, “El 27 de febrero” y “¡Viva el 16 de agosto! ¡Viva la Restauración!”, dejó fluir un fervoroso llamado a la defensa de la República. No existe otro poeta criollo que haya defendido con tanto ardor y sistematización la tierra de su nacer y vivir.  Alix no tenía tabúes al escribir. no hubo temas prohibidos, tampoco ajenos a lo poético. Se parapetaba tras lo jocoso para blasfemar o tocar lo soez a sus anchas y sin consecuencias. No titubeaba para expresar lo vulgar, lo escatológico. Nada le causaba náusea. De este escabroso contexto, sin duda el más logrado y celebrado es el poema titulado “El follón de Yamasá”, que por su lograda factura y jocosidad, no debe faltar en ninguna antología.

Corresponderá a estudios críticos objetivos —que necesariamente han de realizarse— disipar prejuicios y moralina para justipreciar los aportes de su prolífica y original obra de Juan Antonio Alix. En lo que a mí respecta, no me cabe duda de que acumula méritos suficientes para ser considerado, aun sin acta del Congreso, Poeta Nacional o Poeta del Pueblo.

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