La Academia dominicana y el estudio de la lengua

Por Rafael Peralta Romero

Miembro correspondiente de la ADL

 

La Academia Dominicana de la Lengua no es un centro de enseñanza donde acuden unos alumnos provistos de cuadernos y lápices a tomar clases, por ejemplo, de gramática. Como la Real Academia Española y las demás corporaciones de Hispanoamérica, Filipinas, África y Estados Unidos de América, la nuestra ejerce también un apostolado de  la palabra.

La enseñanza en el aula conduce al educando -niño o adolescente- al descubrimiento de esa herramienta tan esencial para los seres humanos que es la lengua. La Academia de la lengua, en cambio, ejerce un influjo que abarca al alumno, al maestro, a los padres y a los que ya dieron por terminado su ciclo de estudios formales. Ese magisterio se coloca muy encima de los parámetros del sistema educativo, porque pone a los individuos a descubrir en la lengua un manantial de recursos que proporcionan deleite espiritual y a la vez los encauza por la vía de ampliar su capacidad de entendimiento, además de descubrir la grandeza, y también privilegio, que representa un manejo adecuado de la lengua.

Para la ADL, respaldar el conocimiento de nuestra lengua constituye una responsabilidad. Responsabilidad asumida en libertad, como lo plantea el filósofo Fernando Savater: “Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando” (Ética para Amador, p. 82). La Academia cumple esta función por medio de coloquios, talleres, tertulias, conferencias, conversatorios y análisis de obras literarias o de contenido formativo en torno a la lengua y la literatura.

Todo apostolado implica hacer campaña en pro de una causa o doctrina. En sus salones, como fuera de ellos, y al  mismo tiempo por su página de consulta en la web, nuestra Academia esparce la normativa que le da consistencia al idioma español y las recomendaciones prácticas para su buen uso. Ese es el gran servicio de Fundéu Guzmán Ariza, con la asesoría de la Academia Dominicana de la Lengua. El punto clave es sembrar entre los dominicanos la provechosa simiente de la conciencia de la lengua, partiendo de la premisa de que la persona se posee a sí misma en la medida que posee su lengua. Así lo entiende la ADL cuando promueve  -y lo hace con buena frecuencia- actos destinados a insertar en los dominicanos el interés por un mejor empleo del español. La intención predominante en estos encuentros es la valoración y el aprecio por la lengua española y el compromiso que frente a la misma han de asumir los hablantes y los profesionales que se valen de ella como principal herramienta de trabajo. Es cuestión de ética mayormente para escritores, periodistas, comunicadores y educadores el conocer, e incluso enseñar, las normas gramaticales.

Nadie dude que el estudio de la lengua y el cultivo de la literatura faciliten desarrollar la energía interior de la conciencia. La idea de conciencia implica conocimiento, saber, reflexión. En su libro La conciencia del lenguaje, Bruno Rosario Candelier lo explica de esta manera: “Darse cuenta de lo que las cosas significan, de lo que hace el pensamiento y del proceso que realiza quien piensa y crea, es el rol de la conciencia cuyo ejercicio conlleva el concurso de la intuición, la memoria, la imaginación, la tradición y el  lenguaje” (La conciencia del lenguaje, p. 118).

La Academia Dominicana de la Lengua quiere, con sus actos, que los ciudadanos, particularmente quienes buscan el conocimiento del buen decir, entiendan que el lenguaje es, y tiene que ser, un asunto sustancial, de primera importancia para todo estudio, dado que es el vehículo indispensable para la expresión del pensamiento y un ente determinante para que los seres humanos aprehendan el mundo exterior y expresen su mundo interior. La conciencia de la lengua implica el desarrollo de una actitud reflexiva en torno de esta facultad humana que nos diferencia de los otros seres vivos. La adquisición de la lengua es un proceso social, que se torna tan natural que antes de los seis años un ser humano ha logrado un cúmulo de palabras que le permite expresar sus necesidades, sobre todo las biológicas. Pero el ser humano tiene necesidades de carácter espiritual, cuya satisfacción es clave para su vida de relación: vivir con los demás, enunciar pensamientos, divulgar sentimientos, manifestar sus preocupaciones y expresarse artísticamente. Es aquí donde hemos de caer en la cuenta de la importancia de cobrar conciencia de lo que es el idioma, porque más allá de la utilidad en la expresión de necesidades (pedir agua o comida, por ejemplo), tenemos que la lengua es el instrumento básico para revelar nuestro mundo interior y nuestras aptitudes. Aquí entra el rol de la ADLengua en nuestra cultura.

La Academia no solo estudia la lengua en forma abstracta, sino que también se ocupa del habla de los dominicanos y de los textos literarios, los cuales emplean para ilustrar, sobre todo en el área lexicográfica, los contenidos de las publicaciones académicas. La dominicana y las academias de los otros países hispanoparlantes forman con la de España, la Asociación de Academias de la Lengua Española, que es la autoridad que vela por el perfeccionamiento del español y que se expresa a través de las publicaciones  institucionales: Diccionario de la lengua española, Gramática, Ortografía y el Diccionario panhispánico de dudas. En su aporte lexicográfico a nuestros hablantes, la ADL ha publicado el Diccionario del español dominicano, el Diccionario fraseológico del español dominicano y el Diccionario de símbolos. Y labora en la confección de otros diccionarios.

La conciencia de lengua nos sitúa en un compromiso con nuestro idioma y nuestros hablantes, como una demostración de amor hacia nuestro sistema de comunicación y un respeto sobre la normativa ortográfica que despierta preocupación por los aspectos léxicos como la propiedad o aspectos sintácticos como la concordancia. Para el logro de esos objetivos trabaja la Academia Dominicana de la Lengua. En eso radica su apostolado.