Valor del español dominicano

Por María José Rincón

Reconozco que la lengua española es una de mis grandes pasiones. La lengua materna es quizás nuestro mayor patrimonio afectivo y cultural. Tengo la convicción de que los hablantes aprenden a valorar su lengua materna y a atesorarla como un valioso activo cuando la conocen, cuando saben cómo es y de dónde procede y logran reconocerse como dueños y responsables de su mantenimiento, de su defensa y de su engrandecimiento.

El primer paso para apoderarse de la lengua propia es conocerla y valorarla. Quiero ofrecerles hoy aquí una visión general de las características actuales que conforman la personalidad del español dominicano. Algunos de ustedes conocerán la mayoría de sus rasgos definidores, otros quizás sólo son conscientes de algunos de ellos. Entre todos trataremos de elaborar una imagen de conjunto.

Vamos a partir de la descripción sincrónica de las características más destacadas para después situarlas una a una en su contexto histórico. Ninguna de ellas es exclusiva de la República Dominicana pero todas las que vamos a analizar agrupadas dan personalidad propia, en el contexto hispánico, a la lengua que se usa en el territorio dominicano y en las comunidades de dominicanos que residen fuera de este territorio insular.

Si aprendemos a reconocer cuales son nuestros rasgos lingüísticos propios podremos asumirlos como tales. Sabremos que forman parte de nuestra identidad cultural y que nos definen como individuos, y sabremos también que gracias a ellos hemos expresado nuestro entorno físico y también nuestra realidad histórica y cultural. Todas estas características, cuyo conjunto define lo que somos, desde un punto de vista lingüístico, tienen su origen histórico. No nos las inventamos ayer, ni son producto de una utilización incorrecta del español peninsular.

Cuántas veces hemos oído decir francamente que los dominicanos hablan mal el español porque no pronuncian la z, porque “se comen” las eses… Estos rasgos, y muchos otros, no son producto de un error o de una incorrecta utilización de la lengua;  son consecuencia del desarrollo histórico del español, que implica cambio, adaptación y reorganización de los elementos del sistema lingüístico y que da lugar a la diferenciación dialectal dentro del sistema unitario y común de la lengua española, que usan para expresarse quinientos millones de hablantes en todo el mundo.

La diferenciación dialectal de la lengua española le aporta riqueza y valor histórico y nuestro reto es conseguir que esta misma diferenciación no le reste capacidad de intercomunicación entre hablantes de distintas variedades. La lengua española ha conseguido mantener una de sus principales armas para colocarse entre las más importantes del mundo: su cohesión lingüística.  Todas las variedades dialectales  son igualmente válidas y significan un enriquecimiento del idioma común y, por tanto, de la cultura que inexorablemente se transmite a través de él.  Las características propias del español americano, y así mismo del español peninsular, están condicionadas por las circunstancias históricas que han conformado su existencia, su cultura y sus señas de identidad.

La lengua española nace en un pequeño rincón de la Península Ibérica, de lo que entonces empezaba ya a ser España, y vive, a lo largo de su historia, un constante proceso de cambio. Este proceso la expande dentro del mismo territorio peninsular y la obliga al contacto con otros pueblos, otras culturas y otras lenguas, árabes, judíos, portugueses. La expansión territorial la va modificando y da origen a numerosas variedades dialectales regionales dentro de la lengua española peninsular.

Un proceso similar, aunque a gran escala poblacional y territorial, se produjo en la implantación de la lengua española en América. El contacto con  una realidad natural y humana diversa de la que hasta entonces había tenido que expresar transforma inevitablemente el español. La lengua española que arriba a los territorios americanos no era un español uniforme sino que estaba teñido de múltiples peculiaridades dialectales, de rasgos que definían la procedencia  regional de las personas que los utilizaban.

La expansión americana del español lo obliga a tomar contacto con otros pueblos, otras lenguas, de muy diversas procedencias, las lenguas amerindias y las lenguas de la mano de obra esclava procedente del continente africano; al mismo tiempo se produce un contacto simultáneo entre españoles procedentes de los más diversos puntos de España, aunque originalmente fueran andaluces en su mayoría. Se empiezan a producir desde el inicio las peculiaridades que distinguen las variedades americanas del español. Todo este proceso vital de la lengua ha dejado huella en su desarrollo histórico pero no ha logrado debilitar el tronco común hispánico.

Vamos a acercarnos al origen y desarrollo histórico de las características que hacen del español dominicano lo que nosotros conocemos hoy[1].

El nacimiento del español americano se produce en una situación compleja. Los nuevos pobladores se organizan en comunidades urbanas pequeñas en las que conviven muy de cerca gentes de distinta procedencia regional y social. Coexisten simultáneamente variedades distintas del español en un entorno geográfico nuevo. El resultado de esta convivencia produce el desarrollo de un primer dialecto autóctono, criollo, que se conoce como español antillano y que va a jugar un papel destacado en la formación de las distintas variedades del español americano.

Este español antillano es resultado de un proceso de criollización de esas primeras variedades dialectales que se trasladan a territorio americano. Frago describe así la criollización: “La alteración del español dialectalmente diferenciado llevado a América (…), a partir del cual surgió el español americano, nueva modalidad  a su vez dotada de variedades socioculturales o geográficas menores que no solo se extendería a todos los criollos, o nacidos en Indias, sino que acabaría siendo asimilado por estos como rasgo distintivo de su personalidad americana”.[2]

Estamos ante el nacimiento del español dominicano. Esta variedad criolla diferenciada es el resultado de un proceso que denominamos como koineización, que sigue las siguientes etapas[3]:

-Contacto lingüístico de diferentes variedades dialectales.

-Simplificación de los fenómenos más característicos.

-Creación de un dialecto con función de lingua franca

-Nativización del dialecto originado por los pasos anteriores.

-Estandarización del nuevo dialecto.

 En la formación de esta koiné se observa el predominio de una de las variedades de origen, la variedad andaluza del español, que es la que aporta la mayoría de las características de este primitivo español antillano y, en consecuencia, del español dominicano. Los especialistas dividen el territorio dominicano en zonas dialectales que pueden diferenciarse entre sí (hasta tres zonas, según Lipski)[4]. Hoy, sin embargo, nos interesa una visión general descriptiva.  Para poder exponerla de forma organizada vamos a seguir la tradicional clasificación entre rasgos fonéticos y fonológicos, morfosintácticos y léxicos. Para esta descripción me he servido de dos obras generales sobre el español de América, la muy conocida de John Lipski[5] y la aproximación sincrónica de Milagros Aleza y José María Enguita[6].

Comencemos por los rasgos fonéticos

El seseo es el fenómeno más extendido en toda América. Consiste en la indistinción entre /s/ y /Ө/. Para poder entender el fundamento de esta extensión debemos conocer lo que afirma Juan Antonio Frago, quien fue mi profesor y es uno de los grandes estudiosos de la historia de las hablas andaluzas y del español americano. Según Frago “ya antes del siglo XVI, un seseo idéntico o muy similar al actual se hallaba ampliamente difundido en Andalucía, y no solo entre usuarios de una norma de hablar estrictamente vulgar”.[7]

Al  territorio americano pasan hablantes distinguidores y seseantes, estos últimos son la gran mayoría. Comparten el mismo territorio geográfico y están repartidos en todas las clases sociales. Las consecuencias inmediatas de esta situación son la ampliación de la base social del seseo y la adquisición de prestigio como rasgo propio de la lengua en territorio antillano. Los ejemplos de seseo se encuentran en los textos americanos escritos por andaluces, también por hablantes peninsulares de otras procedencias geográficas y por la primera generación criolla, ya nacida en América. De forma que ya en 1560 el seseo en América está generalizado.

El yeísmo es la pérdida del componente lateral del fonema palatal /λ/ que lo hace coincidir con el palatal central /y/. Las dos unidades se reducen a una.  Este fenómeno está muy extendido tanto en la Península Ibérica como en América y es general en la República Dominicana. La realización más generalizada  es como palatal fricativa sorda, la misma que se usa en el yeísmo del español peninsular. El yeísmo es frecuente en las hablas andaluzas desde los siglos XIV y XV. Este rasgo ya se observa en textos de Santo Domingo en las primeras décadas del XVI.

La caída de la /d/ intervocálica es prácticamente general en todos los sociolectos y en todo el territorio.  El debilitamiento o la pérdida de la /d/ en posición intervocálica o final se conocen en muchos contextos en las hablas andaluzas de los siglos XIV y XV.

La /s/ en posición implosiva, ya sea en final de sílaba o de palabra, se debilita y produce aspiración y, con mucha frecuencia, pérdida. El debilitamiento de la –s en posición implosiva, con sus distintos resultados, es un rasgo muy difundido en la Andalucía del cuatrocientos. Frago afirma que “en los comienzos del cuatrocientos la pérdida y aspiración de /-s/ debían hallarse bastante avanzadas tanto en las ciudades como en el campo, y en los inicios del siglo siguiente tenían un arraigo social sin duda extraordinario”.[8]

Aspiración como resultado de f- latina.

La /l/ y /r/ en posición implosiva se neutralizan. Esta neutralización también aparece en fuentes documentales andaluzas del siglo XV y son los pobladores andaluces los difusores de esta característica dialectal. La neutralización de /–l/ y /-r/ implosivas también es frecuente en los dialectos andaluz y canario del español peninsular. Su presencia americana se documenta desde el mismo siglo XVI. Ya en Puerto Rico se data un ejemplo de 1511. Aunque no es un fenómeno regularizado en América sí lo está en el español antillano y, específicamente, en el español dominicano, que ha producido una solución que puede considerarse prácticamente única, la vocalización.

Lo que produce la diferencia entre unas zonas y otras del territorio dialectal dominicano es la solución que adopta esta neutralización:

– Podemos encontrar la neutralización de la diferencia en posición implosiva con la preferencia por /l/. Es lo más habitual en la zona capitaleña, aunque más acusada en los sociolectos más bajos. Según González Tirado se está manifestando entre las nuevas generaciones una tendencia a la elisión.

– Una solución peculiar del español dominicano de la región del Cibao es la solución de esta neutralización de las líquidas en posición implosiva como una “vocalización” en una [i] semiconsonante. Este fenómeno se está retrayendo y concentrando en regiones rurales debido a su estigmatización sociolingüística.

Rasgos morfológicos y sintácticos

La diferenciación en los niveles morfológicos y sintácticos es mucho menor que en el nivel fonético y léxico.

Pronombres sujeto

Está muy extendido el uso de los pronombres sujeto referidos a sustantivos inanimados: “Ellos son buenos” (refiriéndose, por ejemplo, a unos aguacates). Esta extensión de la referencia de los pronombres sujeto, según Jiménez Sabater, sirve de fundamento para el uso de ello como sujeto en oraciones impersonales existenciales: “Ello hay arroz”; “Ello es fácil llegar”.

Encontramos con cierta frecuencia también los pronombres sujeto explícitos antepuestos a las formas de infinitivo, incluso a las formas de gerundio o participio: “Antes de nosotros ir a la playa…”, “sin yo saber”.

Cuando el adverbio ya encabeza una oración el pronombre sujeto se hace explícito: “ya tú sabes”.

No se produce la inversión del pronombre sujeto explícito en las frases interrogativas: “¿Cómo tú estás?”, “¿Qué tú quieres?”. Este orden oracional es común en el Caribe hispánico.

Concordancias erróneas

Un fenómeno muy general, y cada vez más difundido en el habla culta, es la concordancia del verbo con el complemento directo en las construcciones impersonales con los verbos haber y hacer: “hubieron muchas celebraciones”, “hacían muchos años”, “habíamos diez alumnos”.

La construcción impersonal existencial con el verbo haber en plural se encuentra ya, aunque con poca frecuencia, en el siglo XVI. “Es muy deseruido que vras Yndiaz y mas aquí ayam tantos portugueses” (Santo Domingo, 1561). El fenómeno es más frecuente en niveles socioculturales bajos.

Formas verbales

Las formas verbales simples son predominantes frente a las formas compuestas. Se produce casi generalmente la neutralización entre el indefinido y el pretérito perfecto, con preferencia por el indefinido.

Muchos verbos se pronominalizan: “enfermarse”, “desayunarse”.

En el paradigma de la conjugación verbal desaparecen las formas, tanto verbales como pronominales, de la segunda persona del plural. La tercera persona del plural pasa cumplir estas funciones.

La pérdida de la oposición confianza-respeto en la segunda persona del plural por la desaparición del pronombre vosotros es un fenómeno común a las variedades andaluzas, canarias y americanas. En el andaluz se produce un resultado mixto: ustedes habláis para la segunda persona del plural, ustedes hablan para la tercera persona del plural y el tratamiento de cortesía. En el canario y el dominicano se elimina la distinción y las formas de segunda  y tercera persona, así como el tratamiento de cortesía, son las mismas.

A continuación tres rasgos que no registran las monografías que he citado pero que son frecuentes en el español dominicano:

1) Uso del imperfecto de subjuntivo en –ra en una de las dos proposiciones en las oraciones subordinadas condicionales.

2) Terminación en –nos dé la primera persona del plural de las formas verbales.

3) Es frecuente la aparición de la doble negación, con reduplicación de no en posición pospuesta: “Nosotros no vamos no”.

   Los rasgos morfosintácticos que hemos descrito para el español dominicano también han sido rastreados históricamente en la documentación americana. La extensión de estos fenómenos en el español antillano todavía debe ser estudiada desde el punto de vista histórico.

Algunas expresiones habituales en el español dominicano, y en otras variedades americanas, tienen también un origen antiguo. La expresión dizque se emplea cuando se quiere destacar que el hablante no se responsabiliza de la veracidad de noticias de las que no asegura su origen fiable. Es una expresión habitual en la literatura medieval pero pierde vigencia en el español peninsular tras decaer su uso en el siglo XVI y ser relegada a un uso rural. La suerte de esta expresión es distinta en los territorios americanos, donde se mantiene su vigencia generalizada en el nivel coloquial.

También se encontraba en el español peninsular del XVI el uso como adjetivo del adverbio medio, con concordancia de género y número con la palabra a la que modifica: medio muerto, media muerta, etc.

El léxico es el nivel lingüístico en el que se puede apreciar con más facilidad el proceso histórico por el que ha pasado nuestra lengua, que, a su llegada a América, se enfrenta a una realidad novedosa que necesita ser nombrada. El reto que supuso bautizar innumerables referentes se resolvió con varios recursos:

-adaptación del léxico patrimonial a la nueva realidad

-indigenismos

-léxico marinero

-voces de origen africano

-préstamos de otras lenguas

El recurso de adaptación del léxico patrimonial del español aparece muy pronto en la documentación americana. Se utiliza una palabra tradicional para referirse a una nueva realidad americana similar en algún aspecto a la realidad ya conocida: es el caso de piña para denominar al fruto tropical por su similitud con el fruto del pino. Surgen así nuevas acepciones para el léxico patrimonial. Este es uno de los procedimientos de creación léxica más activos en el español americano. En otras ocasiones se usa un derivado del término patrimonial: el diminutivo de la palabra limón se emplea para designar a la nueva fruta limoncillo.

Cuando la nueva realidad carece de un referente similar en la realidad europea hay que echar mano del léxico indígena. Se produce así la rápida adaptación de los primeros indigenismos.

El arahuaco y el taíno, las lenguas de las Antillas, son las que facilitan los indigenismos más antiguos: del arahuaco proceden canoa (1493), iguana (1510) y cayo (1541); del taíno, cacique (1493), ají (1493), yuca (1495) y barbacoa (1535).

Los indigenismos taínos o caribes que entraron a formar parte del español dominicano se extiende al español antillano muy tempranamente y con él al español de América o, incluso, al español general y a otras lenguas extranjeras.

Voces taínas/arahuacas: cayo, comején, iguana, jaiba, nigua, ají, batata, caimito, guanábana, jagua, jobo, mamey, maní, yuca, yautía, bejuco, bija, caoba, guayacán, jején, carey, conuco, batey, huracán, manigua, sabana, barbacoa, bohío, hamaca, macana, cacique.

Voces caribes: canoa (ya incluida por Elio Antonio de Nebrija en su Vocabulario del romance en latín),  caimán, colibrí, manatí, arepa, totuma, auyama, patiya. Para algunas de estas palabras no se ha podido determinar el origen caribe o arahuaco, y así se les dice voces de las Antillas: cocuyo, guayaba, tiburón.

La presencia de población esclava procedente de África es evidente desde el mismo siglo XVI.  Los marineros dedicados al tráfico de esclavos contribuyeron también a facilitar la entrada del préstamo léxico africano una vez que lo habían incorporado a su lengua. Son los llamados afro-dominicanismos: fucú, mandinga “espíritu maligno, mala suerte”, guandul “judía verde pequeña”, baquiní “ceremonia funeraria para un niño muerto”, quimbamba “lejos”.

La proximidad geográfica con territorios donde se hablan otras lengua, la cercanía cultural con estas lenguas y el poder económico de países no hispanohablantes provocan influencias léxicas de otras lenguas, como el francés o el inglés, que se dan en mayor o menor medida en todas las variedades del español produciendo un léxico diferenciado según el grado de implantación de los préstamos: flamboyán, fuete, reportarse (galicismos), bómper, chance, guachimán, plomero (plumber), concreto (anglicismos).

La presencia de voces de origen marinero es evidente en el léxico del español americano. Su origen atiende a dos razones fundamentales: la abundante presencia de gentes de mar entre los primeros pobladores y el contacto prolongado con esas gentes de mar durante las largas travesías de todos los que pasaban a Indias. Este léxico marinero se adapta a la nueva realidad ya desde el XVI: flete ‘transporte de mercancías’, botar ‘tirar’, amarrar ‘atar’, gaviarse ‘subirse a un lugar alto, crujía ‘mala situación económica’.

¿Qué nos cuenta la historia de la lengua española? ¿Qué conclusiones podemos extraer del estudio de la procedencia y la forma de expansión de los rasgos característicos del español dominicano? Lo que les he querido transmitir con la descripción de estos procesos es que los rasgos de la variedad dialectal dominicana, que tan frecuentemente oímos calificar como descuido o incultura, tienen  un origen histórico que explica su presencia y su arraigo entre nosotros. El desconocimiento de este hecho y de su trascendencia provoca que se estigmatice su uso como si se tratara de hechos que demuestran un bajo nivel cultural.

El bajo nivel cultural existe, es evidente, pero no queda patente por la presencia de estos rasgos dialectales. El bajo nivel cultural se manifiesta fundamentalmente en el desconocimiento de la propia realidad lingüística y en la escasa capacidad para valorar lo que es auténtico, tanto en los hechos diferenciales como en los hechos que nos unen a la gran comunidad de hablantes de español.

No podemos tachar de inculto al hablante analfabeto que mantiene los rasgos lingüísticos que le han sido legados por generaciones. Es inculto el hablante que, aun habiendo tendido acceso a una educación formal, no ha aprendido a conocer esta tradición y a valorarla en su justa medida. La actitud negativa por principio hacia el habla popular denuncia un sentimiento de inferioridad lingüística.

No quiero dejar lugar a dudas. Los estudiosos de la lengua damos cuenta de los fenómenos que encontramos en la realidad y no debemos hacer consideraciones acerca de la corrección o de la norma. Pero, al mismo tiempo, se nos demanda que tomemos partido y ayudemos a enfocar lo que debe considerarse como la norma correcta de uso de nuestra lengua. La conclusión no es la de que todo vale. Existe un consenso para considerar una norma culta panhispánica.

Nuestra educación debe estar enfocada al conocimiento de nuestra propia realidad lingüística, a su valoración y estudio. Y también, y es fundamental, a la posibilidad de manejar esta norma culta hispánica con fluidez en los contextos sociolingüísticos que la exijan. Esta norma no es una norma impuesta sino que presenta muchos de nuestros rasgos lingüísticos dialectales, que compartimos con la mayoría de los hablantes de español. De otra manera limitamos la capacidad de nuestros hablantes de poder cambiar de registro dependiendo de la situación comunicativa, que es uno de los principales indicadores, a mi entender, de baja capacidad lingüística.

En esta línea les propongo la reflexión sobre las palabras de Maximiliano Jiménez Sabater, en las que afirma que la conciencia lingüística existe entre los dominicanos pero que “era mucho más viva y consecuente en las generaciones pasadas que en las de hoy. […] Tales experiencias me inducen a pensar que existe una notoria diferencia, por ejemplo, en la forma de utilizar diversos registros diafásicos por parte del hablante de acuerdo con la generación a que éste pertenezca. Tengo la impresión de que, en términos generales, las generaciones de más de 50 años son bastante más sensibles y meticulosas al momento de elegir el registro en que han de expresarse. Por el contrario los jóvenes – digamos de menos de 35 años- me parecen poco preocupados, excepciones hechas, por variar perceptiblemente su registro. Sospecho, antes bien, que tienden más y más a hablar de un modo que podría considerarse informal, en circunstancias en que otros lo harían con mayor esmero”.[9]

Parece que el centro del problema está más en una incapacidad de los hablantes para adoptar el registro más adecuado a cada situación comunicativa. Como escribe Rafael González Tirado: “No es asunto de quién hable mejor el idioma. En lo que debemos concentrarnos es en una formación que tienda a provocar en cada ciudadano actitudes y valores con respecto a la cultura, el desarrollo y la identidad nacionales. En cuanto al idioma, debemos estimular una capacidad lingüística que le permita la comunicación eficaz, con plena conciencia del instrumento que maneja, con la identificación de su patrimonio cultural”.[10]

Con las palabras que hemos compartido hoy aquí he pretendido hacerles llegar el papel destacado que juega el conocimiento de la lengua propia y de su historia en las actitudes que los hablantes toman frente a ella. Si podemos mejorar ese conocimiento también podremos transformar las actitudes de los hablantes frente a la lengua propia y, con ella, frente a sus propios valores culturales e históricos. No es una tarea fácil pero es nuestra responsabilidad si queremos que el legado que recibimos pase por nuestras manos con el debido respeto y que en ellas se acreciente y florezca para cuando nos toque entregarlo a los que nos suceden.

Santo Domingo, 19 de febrero de 2015

 [1] Para la visión general de este desarrollo histórico del español dominicano hemos seguido la obra RAMÍREZ LUENGO, José Luis, Breve historia del español de América, Madrid, Arco Libros, 2007.

[2] FRAGO GRACIA, Juan Antonio, Historia del español de América, Madrid, Gredos, 1999, pág. 300.

[3] RAMÍREZ LUENGO, José Luis, Breve historia del español de América, Madrid, Arco Libros, 2007, pág. 23.

[4] LIPSKI, John, El español de América, Madrid, Cátedra, 2007, 5ª. Edición.

[5] Idem.

[6] ALEZA IZQUIERDO Y ENGUITA UTRILLA, Milagros y José María, El español de América: aproximación sincrónica, Valencia, Tirant Lo Blanch,  2002.

[7] FRAGO GRACIA, Juan Antonio, “El seseo entre Andalucía y América”, Revista de Filología Española, 69, pág. 286.

[8] FRAGO GRACIA, Juan Antonio, Historia de las hablas andaluzas, Madrid, Arco Libros, 1993, pág. 484. 

[9] JIMÉNEZ SABATER, Maximiliano A., “Estructuras morfosintácticas en el español dominicano. Algunas implicaciones sociolingüísticas” en VALDÉS BERNAL, Sergio (comp. e int.), Pensamiento lingüístico sobre el Caribe insular hispánico, Santo Domingo, Academia de las Ciencias de la República Dominicana, 2004.

[10] GONZÁLEZ TIRADO, Rafael, en “Lengua, discriminación social y complejo de inferioridad lingüística” en VALDÉS BERNAL, Sergio (comp. e int.), Pensamiento lingüístico sobre el Caribe insular hispánico, Santo Domingo, Academia de las Ciencias de la República Dominicana, 2004.