Discurso sobre la premiación de Federico Gratereaux
Pedro Vergés y José Alcántara Almánzar
Por Pedro Vergés
27 han sido hasta ahora los escritores que han recibido el Premio Nacional de Literatura. Los que hemos tenido la suerte de haber sido testigos de cada una de las entregas del galardón desde aquel ya lejano 1990, en que resultaron seleccionados Juan Bosch y Joaquín Balaguer, sentimos hoy el íntimo regocijo de asistir a la vigésimosexta (porque en el 90 se trató de una ex aequo y en el 91 no hubo entrega alguna), que le corresponde a nuestro, por tantas razones, admirado Federico Henríquez Gratereaux.
La Fundación Corripio, que patrocina el galardón (en un magnífico ejemplo de lo que puede la alianza con el sector privado en el plano de la cultura), tiene motivos para sentirse satisfecha de hacerlo y el Ministerio de Cultura los suyos para enorgullecerse por haberlo mantenido durante más de veinte años, aquí donde parece que no duran las cosas.
En esta ocasión, y de común acuerdo, la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura hemos hecho un esfuerzo para mejorar la convocatoria y hemos enriquecido la composición del jurado con la incorporación de la Academia Dominicana de la Lengua, que no podía faltar en un premio como este. También hemos especificado con más precisión las normas de su funcionamiento, que nos permiten ahora tener una participación directa en la decisión final de los señores rectores de cada una de las universidades que junto a la Academia lo constituyen.
En el Ministerio de Cultura somos conscientes de la responsabilidad que conlleva la aplicación de las políticas culturales del Estado y, por consiguiente, extremadamente cuidadosos de sus más mínimos detalles. Quiero decir que les concedemos tanta importancia a la elaboración de nuestros grandes programas como a las convocatorias de nuestros concursos, tan descuidadas durante tantos años.
En el caso que nos ocupa, por fortuna, no hemos estado solos. Hemos contado con la colaboración de la Fundación Corripio, nuestro compañero de viaje y, por qué no decirlo, de aventura, a cuyos componentes, en la persona de su presidente, don Pepín Corripio, quiero testimoniarle mi agradecimiento y el de los que comparten conmigo el trabajo de nuestra institución.
La premiación de Federico Henríquez Gratereaux obedece, en gran medida, y por primera vez, a ese renovado criterio. Surge de una valoración que, sin desmerecimiento para las anteriores (hechas todas con una seriedad indiscutible), tiene el valor añadido de un más rico contraste de opiniones y, por esa razón, de una mucho mayor amplitud de miras.
Dicho eso, que es cuanto me corresponde en esta noche, deseo que se me permita añadir dos o tres frases sobre el galardonado.
Quisiera decir que admiro a Federico Henríquez Gratereaux, que le tengo cariño y respeto y que lo considero un dominicano cabal y un hombre decente y bueno.
Quisiera decir que a dominicanos de su estatura no deberíamos dejar que nos pasen por el lado sin prestarles al menos un poco de atención.
Quisiera decir que, cuando Federico Henríquez Gratereaux dice algo, conviene que lo escuchemos bien, aunque sea para contradecirlo, porque es difícil encontrar, en el nuestro o en cualquier otro medio, hombres de su estatura intelectual, de su probidad y de su formación.
Quisiera decir que me siento orgulloso de haberlo conocido y de haber compartido (tardíamente, por desgracia) tantos buenos y elevados momentos con él.
Quisiera decir que se ha ganado un premio que se merece tanto como el que más y, desde luego, mucho más que muchos.
Quisiera decir que ha dado en el clavo en no pocas de sus opiniones sobre nosotros mismos y que eso ya es bastante.
Espero que lo sea para ustedes también.
Muchas gracias.
Publicado el: 25 febrero, 2017/ Pedro Vergés
Por José Alcántara Almánzar
Ante todo, permítanme agradecerles su grata presencia en este solemne acto de premiación. En nombre de la Fundación Corripio Incorporada, que preside don José Luis Corripio Estrada, de su familia y los demás miembros de la fundación, debo expresar nuestra gratitud a los distinguidos miembros del jurado y al comité de preselección que con tanto rigor y esmero han hecho posible la elección de don Federico Henríquez Gratereaux como Premio Nacional de Literatura 2017, coronando así su dedicación al cultivo de las letras y a la intelección de nuestra «identidad», término asaz complejo e inasible como pocos, y que ha motivado estudios muy diversos entre nuestros más importantes pensadores, como lo prueban las obras más divulgadas de don Américo Lugo, el doctor Francisco Moscoso Puello y el historiador Manuel Arturo Peña Batlle, para solo citar a tres de los más connotados intelectuales del siglo pasado.
Estimo conveniente resaltar que a partir de este año, siguiendo las directrices del nuevo decreto presidencial que regula el Premio Nacional de Literatura, este queda fortalecido con la participación de un comité de preselección cuya labor no es otra que la de «contribuir con su calidad profesional a resaltar el valor de los posibles candidatos para ser tomados en consideración por el jurado calificador», es decir, a través de recomendaciones oportunas que no obligan a este ni lo condicionan a una decisión en particular. Asimismo, la inclusión de la Academia Dominicana de la Lengua en el jurado de premiación viene a garantizar, por su autoridad intelectual y ética, un mayor peso en el veredicto de cada año.
La Fundación Corripio se siente muy complacida de que el máximo galardón que se confiere en nuestro país a un hombre o mujer de letras haya recaído este año en Federico Henríquez Gratereaux, un intelectual de múltiples facetas: el periodismo, el ensayo, la narrativa; un escritor de altos quilates, dueño de una prosa cultivada y elegante; un infatigable comunicador cuyos méritos se acrecientan cuando comprobamos que para él lo más importante ha sido escribir y reflexionar acerca de la idiosincrasia nacional, sus caracteres y vicisitudes. Pero sobre todo, porque me consta que nunca anduvo detrás de este premio, pues siempre permaneció a prudencial distancia de los jueces, en una encomiable actitud, y por mantenerse al margen de los intrincados caminos para obtener al galardón.
Tengo muy presente que no me corresponde hacer esta noche la semblanza del escritor, pero quiero aprovechar la oportunidad que me ofrece esta breve salutación, para decir que de todo lo que ha escrito durante décadas, desde que obtuvo el Premio Anual de Ensayo con «La feria de las ideas» (1979), siempre he admirado en él su paciente búsqueda de aquellos rasgos que configuran un perfil de la «dominicanidad», ese concepto que hoy cobra mayor significado que en cualquier época anterior por su heterogénea y conflictiva naturaleza, y que inevitablemente nos retrotrae al siglo XVII, cuando fray Juan Vásquez escribió su inquietante quintilla:
«Ayer español nací
A la tarde fui francés
A la noche etíope fui
Hoy dicen que soy inglés
No sé qué será de mí».
Estoy seguro de que este importante galardón dará nuevas motivaciones a Federico Henríquez Gratereaux para continuar, lanza en ristre, la indagación de nuestras esencias. ¡Enhorabuena!
Muchas gracias.